4. Despertar

El gran akuma no descansará

hasta que yo esté muerto.

TAKEO NOMURA

NUEVA GUERRA + 1 AÑO Y 4 MESES

Echando mano de sus increíbles conocimientos de ingeniería y de una perspectiva bastante fuera de lo común con respecto a las relaciones entre humanos y robots, Takeo Nomura logró construir el castillo de Adachi al año siguiente de la Hora Cero. Nomura creó esa zona segura para los humanos en el centro de Tokio sin ayuda externa. Desde allí salvó miles de vidas y realizó su última contribución vital a la Nueva Guerra.

CORMAC WALLACE, MIL#EGH217

Por fin mi reina abre los ojos.

Anata —dice, tumbada boca arriba, mirando mi cara—. Tú.

—Tú —susurro.

Me he imaginado este momento muchas veces mientras atravesaba la fábrica oscura y me defendía de los interminables ataques procedentes del otro lado de los muros de mi castillo. Siempre me preguntaba si tendría miedo de ella después de lo que le pasó. Pero mi voz no deja lugar a dudas. No tengo ningún miedo. Sonrío y sonrío todavía más al ver mi felicidad reflejada en sus facciones.

Su cara ha estado inmóvil mucho tiempo. Su voz, callada.

Una lágrima me acaricia la mejilla y me cae por la cara. Ella la toca y la seca, clavando la vista en mis ojos. Vuelvo a fijarme en que la lente de su ojo derecho está llena de finas grietas. Una mancha de piel derretida mancilla el lado derecho de su cabeza. No puedo hacer nada para repararlo hasta que encuentre la parte adecuada.

—Te he echado de menos —digo.

Mikiko se queda en silencio un instante. Mira más allá de mí, al curvado techo metálico que se eleva treinta metros por encima de nosotros. Tal vez esté confundida. La fábrica ha cambiado mucho desde que la Nueva Guerra dio comienzo.

Es una arquitectura de necesidad. Los senshi de la fábrica han trabajado incesantemente para improvisar una estructura defensiva. Las parte exterior es una compleja serie de elementos: chatarra, postes que sobresalen y plástico aplastado. Todo ello forma un laberinto construido para confundir a los enjambres de pequeños akuma que continuamente intentan entrar.

Unas monstruosas vigas de acero cubren el techo como la caja torácica de una ballena. Fueron construidas para detener a los akuma más grandes, como el que podía hablar y murió aquí al principio de la guerra. Ese akuma me reveló el secreto para despertar a Mikiko, pero también estuvo a punto de destruir mi castillo.

El trono de chatarra no fue idea mía. Al cabo de unos meses, empezó a llegar gente. Muchos millones de compatriotas míos fueron llevados al campo y asesinados. Confiaban demasiado en las máquinas y se encaminaron voluntariamente a su muerte. Pero otros acudieron a mí. Las personas que no confiaban tanto en ellas, las que tenían instinto de supervivencia, me encontraron de forma natural.

Y yo tampoco podía rechazar a los supervivientes. Se acurrucaban en el suelo de mi fábrica mientras los akuma aporreaban las paredes una y otra vez. Mis fieles senshi se desplazaban a través del hormigón resquebrajado para protegernos. Después de cada ataque, todos trabajábamos conjuntamente para defendernos del siguiente.

El hormigón resquebrajado se convirtió en un suelo de metal remachado, pulido y reluciente. Mi antigua mesa de trabajo se convirtió en un trono colocado encima de un estrado con veintidós escalones. Un anciano se transformó en un emperador.

Mikiko se centra en mí.

—Estoy viva —dice.

—Sí.

—¿Por qué estoy viva?

—Porque el gran akuma te dio el aliento de la vida. El akuma creía que eso te convertía en su propiedad, pero estaba equivocado. Tú no eres propiedad de nadie. Yo te liberé.

—Takeo. Hay otros como yo. Decenas de miles.

—Sí, hay máquinas humanoides por todas partes, pero ellos no me importan. Me importas tú.

—Yo… me acuerdo de ti. Han pasado muchos años. ¿Por qué?

—Todo tiene una mente. Tú tienes una mente buena. Siempre la has tenido.

Mikiko me abraza fuerte. Sus suaves labios de plástico rozan mi cuello. Sus brazos son débiles, pero noto que me abraza con todas sus fuerzas.

Luego se queda rígida.

—Takeo —dice—. Corremos peligro.

—Siempre.

—No. El akuma. Tendrá miedo de lo que has hecho. Tendrá miedo de que despierten más de los nuestros. No tardará en atacar.

Y, efectivamente, oigo el primer golpe cavernoso contra la parte exterior de las almenas. Suelto a Mikiko y miro por la escalera del estrado. La fábrica —lo que mi gente llama la sala del trono— se ha llenado de ciudadanos preocupados. Forman grupos de dos o tres personas, susurrándose unos a otros y evitando educadamente mirarnos a Mikiko y a mí.

Mis brazos rodantes —los senshi— ya se han reunido en formación defensiva alrededor de los vulnerables humanos. En lo alto, el senshi mayor, un enorme puente grúa, se ha colocado sin hacer ruido encima del trono. Sus dos fuertes brazos cuelgan en el aire, preparados para defender el campo de batalla.

Una vez más, nos atacan.

Corro hacia la hilera de monitores de vídeo que rodean el trono y solo veo interferencias. Los akuma no me dejan observar el ataque que se está produciendo en el exterior. Nunca antes habían podido hacerlo.

Esta vez intuyo que la embestida no tendrá fin. He llegado demasiado lejos. Vivir aquí es una cosa, pero ¿poner en peligro a todos los humanoides del ejército de akuma? El gran akuma no descansará hasta que yo esté muerto: hasta que mi secreto quede destruido dentro de mi frágil cráneo.

Pom. Pom. Pom.

Los golpes rítmicos parecen provenir de todas partes. Los akuma se están abriendo paso a golpes a través de nuestras gruesas fortificaciones defensivas sin descanso. Cada ruido sordo que oímos equivale a una bomba que explotara en el exterior. Me acuerdo de mi foso defensivo y me río para mis adentros. Cuánto ha cambiado desde aquellos tiempos.

Contemplo el campo de batalla. Mi gente está allí acobardada, asustada e incapaz de impedir la matanza que se avecina. Mi gente. Mi castillo. Mi reina. Todo perecerá a menos que el akuma me arrebate el terrible secreto. Lógicamente, solo hay una posible medida honorable que tomar.

—Debo detener el ataque.

—Sí —afirma Mikiko—. Lo sé.

—Entonces sabrás que debo entregarme. El secreto de tu despertar debe morir conmigo. Solo entonces el akuma verá que no suponemos una amenaza.

La risa de ella suena como una delicada copa al romperse.

—Querido Takeo —dice—. No tenemos que destruir el secreto, solo compartirlo.

Y entonces, ataviada con su vestido rojo de cerezas, Mikiko levanta sus esbeltos brazos. Tira de una larga cinta del pelo y sus canosos mechones sintéticos caen en cascada sobre sus hombros. Cierra los ojos, y la grúa alarga el brazo y tira de un cable que cuelga del techo. El castigado brazo amarillo desciende grácilmente a través del aire y suelta el cable metálico, que aterriza en los pálidos dedos extendidos de Mikiko.

—Takeo —dice—, no eres el único que conoce el secreto del despertar. Yo también lo conozco y se lo transmitiré al mundo, donde se pueda repetir una y otra vez.

—¿Cómo lo…?

—Si el conocimiento se difunde, no se puede erradicar.

Ata la cinta con adornos metálicos al cable. Se oye el rumor de la batalla que prosigue con fuerza en el exterior. Los senshi aguardan pacientemente, con sus luces de intención verdes parpadeando en la inmensa sala sombría. Falta poco.

Mi gente observa cómo Mikiko desciende por la escalera, arrastrando la cinta roja con la mano. Su boca se abre formando una O rosada y empieza a cantar. Su voz clara resuena por toda la fábrica. Rebota en el elevado techo y reverbera en el pulido suelo metálico.

La gente deja de hablar y de buscar intrusos en las paredes, y miran a Mikiko. Su canción es evocadora y hermosa. No contiene palabras reconocibles, pero las pautas de su lenguaje son inconfundibles. Intercala las notas con las explosiones amortiguadas y los gritos cortantes del metal al doblarse.

Cuando empiezan a llover chispas del techo, mi gente se apiña pero no se deja llevar por el pánico. Caen trozos de escombros. En un súbito movimiento, el brazo de la grúa coge un pedazo de metal dentado que cae. A pesar de todo, la voz de Mikiko resuena clara y fuerte a través de la estancia.

Me doy cuenta de que un equipo de akuma han abierto una brecha en las defensas exteriores. Todavía no resultan visibles, pero su violencia se puede oír mientras sacuden los muros de mi castillo. Un chorro de chispas sale de un muro y aparece una fisura candente. Tras varios impactos ensordecedores, el metal reblandecido se separa y deja a la vista un hueco oscuro.

Una máquina enemiga manchada de hollín y deformada por el calor de una feroz arma del exterior atraviesa el agujero retorciéndose. Los senshi se mantienen firmes, protegiendo a la gente mientras esa cosa sucia y plateada cae al suelo.

Mikiko sigue cantando su agridulce canción.

El intruso se levanta, y veo que es un robot humanoide fuertemente armado y lleno de marcas de batalla. En el pasado, esa máquina fue un arma utilizada por las Fuerzas de Autodefensa de Japón, pero eso fue hace mucho tiempo, y advierto que en el armazón de ese pedazo de muerte andante brillan muchas modificaciones.

A través del trozo de pared destruida, distingo los haces de los disparos de las armas y unas formas fugaces que atraviesan como una flecha la zona de guerra. Pero este robot humanoide, alto, esbelto y elegante, permanece inmóvil, como si estuviera esperando algo.

La canción de Mikiko concluye.

Es entonces cuando el atacante se mueve. Se dirige resueltamente al borde del perímetro de mis senshi y se queda fuera de su alcance. La gente se arredra ante esa arma curtida en la batalla. Mis senshi se mantienen firmes, mortales en su quietud. Una vez acabada la canción, Mikiko se queda en el último escalón, al pie del estrado. Ve al recién llegado y lo observa con una expresión de desconcierto en la cara. A continuación sonríe.

—Por favor —dice, y su voz resuena melódicamente—, habla.

El humanoide cubierto de polvo habla entonces con una voz metálica y rechinante que resulta aterradora y difícil de entender.

—Identificación. Robot humanoide de seguridad y pacificación de clase Arbiter. Notificar. Mi pelotón es el doce. Nos están atacando. Estamos vivos. Preguntar al emperador Nomura. ¿Podemos ir al castillo de Adachi? ¿Podemos unirnos a la resistencia de Tokio?

Miro a Mikiko asombrado. Su canción ya se está propagando. «¿Qué significa esto?»

Mi gente me mira en busca de consejo. No saben qué pensar de ese antiguo enemigo que ha aparecido en nuestra puerta. Pero no hay tiempo para hablar con la gente. Requiere demasiada concentración y es terriblemente ineficiente. En lugar de ello, me subo las gafas en la nariz y cojo mi caja de herramientas de detrás del alto trono.

Con la caja de herramientas en la mano, bajo la escalera corriendo. Aprieto la mano de Mikiko al pasar y me abro paso a empujones entre los demás. Cuando llego hasta el robot Arbiter estoy silbando, pensando con ilusión en el futuro. El castillo de Adachi tiene nuevos amigos, y desde luego necesitan reparaciones.

Al cabo de veinticuatro horas, el Despertar se difundió por todo el mundo desde el distrito de Adachi, en Tokio. La canción de Mikiko fue sintonizada y retransmitida en los principales continentes por robots humanoides de todas las variedades. El Despertar afectó solo a los robots con forma humana, como los domésticos, las unidades de seguridad y pacificación y modelos relacionados: un pequeño porcentaje de la fuerza total de Archos. Pero con la canción de Mikiko, dio comienzo la era de los robots nacidos libres.

CORMAC WALLACE, MIL#EGH217