Puedo ver todo el maravilloso potencial del universo.
CORMAC «CHICO LISTO» WALLACE
Oigo el sonido en torno a las cuatro de la madrugada, y el antiguo temor se apodera de mí inmediatamente. Es el tenue suspiro sibilante del servomotor de un robot. Inconfundible al elevarse por encima del silbido constante del viento.
En treinta segundos me pongo el equipo completo de combate. La Nueva Guerra ha terminado, pero el Gran Rob dejó tras de sí muchas pesadillas: en las calles todavía hay reliquias metálicas que cazan mecánicamente en la oscuridad hasta que sus suministros eléctricos se agotan.
Asomo la cabeza y escudriño el campamento. Solo unos cuantos ventisqueros pequeños señalan el lugar donde solían montarse las tiendas de campaña. El pelotón Chico Listo desocupó el lugar hace dos semanas. Una vez acabada la guerra, todo el mundo tenía sitios a los que ir. La mayoría retrocedieron para reagruparse con lo que quedó del Ejército de Gray Horse. Lo último que querían era quedarse aquí conmigo a rumiar.
Este mundo abandonado está en calma. Veo unas marcas en la nieve que conducen a mi montón de leña. Algo ha estado aquí.
Lanzando un último vistazo al archivo de héroes tirado junto al cubo negro en el suelo de mi tienda, me coloco el visor nocturno sobre los ojos y agarro el rifle apuntando al suelo. Las huellas se desdibujan rápidamente, pero conducen al perímetro del campamento.
Sigo las marcas borrosas moviéndome con lentitud y cautela.
Después de pasear durante veinte minutos, veo un brillo plateado a lo lejos. Apoyo la culata del rifle en el hombro y apunto con el arma. Sin dejar de avanzar con cuidado, mantengo la cabeza nivelada y apunto al objetivo por la mira del cañón.
Bien, mi objetivo no se mueve. No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Aprieto el gatillo.
Entonces mi objetivo se vuelve y me mira: Nueve Cero Dos.
Aparto el arma de un tirón, y pierdo el control de los disparos. Una pareja de pájaros sale volando, pero el robot humanoide de un metro ochenta de estatura se queda en la nieve sin reaccionar. A su lado, los dos leños que faltaban están enterrados en el suelo como postes. Nueve Cero Dos permanece totalmente inmóvil, elegante y metálico. La críptica máquina no dice nada cuando me acerco.
—¿Nueve? —pregunto.
—Cormac identificado —dice la máquina con voz ronca.
—Creía que te habías ido con los demás. ¿Por qué estás aquí todavía?
—Para protegerte —contesta Nueve Cero Dos.
—Pero yo estoy bien —agrego.
—Afirmativo. Lectura. Unos amputadores han encontrado el perímetro de tu base dos veces. Dos caminantes exploradores se han acercado a treinta metros. He atraído a una mantis averiada al lago helado.
—Ah —digo, rascándome la cabeza. Nunca se está tan seguro como uno cree—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Me parecía lo correcto —responde la máquina.
Entonces me fijo en los dos rectángulos de nieve embarrada. En la parte superior de cada uno de ellos hay un poste de madera. Me doy cuenta de que son tumbas.
—¿Hoplite? —pregunto—. ¿Y Warden?
—Afirmativo.
Toco al delgado humanoide en el hombro y dejo unas huellas digitales heladas en su lisa superficie metálica. Él baja la vista hacia las tumbas.
—Lo siento —digo—. Estoy en mi tienda, si me necesitas.
Dejo a la sensible máquina llorando a sus compañeros a su manera.
De vuelta en la tienda, lanzo mi casco de Kevlar al suelo y pienso en Nueve Cero Dos, parado a la intemperie como una estatua. No finjo que lo entiendo. Lo único que sé es que estoy vivo gracias a él. Y gracias a haberme tragado mi rabia y a haberle dejado unirse al pelotón Chico Listo.
Los seres humanos se adaptan. Es lo que hacemos. La necesidad puede borrar nuestro odio. Para sobrevivir, trabajaremos juntos. Nos aceptaremos. Es posible que los últimos años hayan sido la única época en la historia de la humanidad en la que no hemos estado en guerra entre nosotros mismos. Por un momento éramos todos iguales. Cuando están entre la espada y la pared, los seres humanos dan lo mejor de sí mismos.
Ese día, más tarde, Nueve Cero Dos se despide de mí. Me dice que se marcha a buscar a más de los suyos. Mathilda Pérez ha hablado con él por radio. Le ha mostrado dónde se han reunido más nacidos libres. Una ciudad entera de robots nacidos libres. Y necesitan un líder. Un Arbiter.
Entonces me quedo solo con el archivo de héroes y el viento.
Me veo ante el foso ardiente en el que Nueve acabó con el Gran Rob. Cuando todo estuvo dicho y hecho, cumplimos la promesa que le hicimos a Archos el día que perdimos a Tiberius. El día que mi hermano partió. Echamos fuego líquido por el conducto —por la garganta de Archos— y quemamos todo lo que quedó de la máquina.
Por si acaso.
Ahora es solo un agujero en el suelo. El viento helado me corta la cara, y me doy cuenta de que todo ha acabado. Aquí ya no hay nada. Ningún indicio real de lo que pasó. Solo esta depresión caliente en el suelo y una pequeña tienda apartada con una caja negra dentro.
Y yo: un tipo con un libro lleno de malos recuerdos.
No llegué a conocer a Archos. La única vez que la máquina se dirigió a mí fue a través de la boca ensangrentada de un parásito. Intentando ahuyentarme. Advertirme. Ojalá hubiéramos podido hablar. Me hubiera gustado hacerle unas cuantas preguntas.
Mientras observo el vapor que sale del hoyo del suelo, me pregunto dónde estará Archos ahora. Me pregunto si realmente seguirá vivo, como dijo Carl. ¿Podrá sentir culpabilidad o pena o vergüenza?
Y, como si tal cosa, he pronunciado mi último adiós: a Archos, a Jack y al antiguo mundo. No hay forma de volver al punto en el que empezamos. Las cosas que hemos perdido ahora solo existen como recuerdos. Lo único que podemos hacer es seguir adelante lo mejor posible, con nuevos enemigos y aliados.
Me vuelvo para marcharme y me paro en seco.
Ella está de pie en la nieve, sola y pequeña, entre las marcas dejadas en la capa de hielo por las tiendas retiradas hace mucho tiempo.
Cherrah.
Ha pasado por todo el horror por el que yo he pasado, pero cuando veo la curva femenina de su cuello, de repente me cuesta creer que una criatura tan hermosa y frágil pueda haber sobrevivido. Mis recuerdos dejan lugar a muchas dudas: Cherrah chamuscando amputadores, gritando órdenes a través de una lluvia de escombros, llevando cuerpos a rastras lejos de los parásitos.
¿Cómo es posible?
Cuando ella sonríe, veo todo el maravilloso potencial del universo brillando en sus ojos.
—¿Me has esperado? —le pregunto.
—Me pareció que necesitabas algo de tiempo —contesta.
—Me has esperado —repito.
—Eres un chico listo —dice—. Deberías haber sabido que todavía no he acabado contigo.
No sé por qué ha ocurrido nada de esto ni qué va a suceder ahora, pero cuando Cherrah me coge la mano, algo endurecido se ablanda en mi interior. Recorro el contorno de sus dedos con la vista, le vuelvo a apretar la mano y descubro que Rob no me ha quitado mi humanidad. Solo estuvo guardada a buen recaudo durante un tiempo.
Cherrah y yo somos supervivientes. Siempre lo hemos sido. Pero ahora es el momento de que vivamos.