Ya no hay duda del boom de la ciencia ficción. Desde La guerra de las galaxias hasta E. T., la ciencia ficción ha sido el tema más candente de la pantalla.
Ésa es la cuestión. Están en la pantalla, y lo que ha hecho que se conviertan en éxitos tremendos son los avances tecnológicos que han hecho posible la aparición de efectos visuales sorprendentes. Pero ¿qué efecto ha tenido ese éxito en el ámbito más antiguo de la ciencia ficción impresa?
Desgraciadamente, no ha logrado hacer millonarios en un instante a todos aquéllos que escriben ciencia ficción en revistas y libros, porque las decenas de millones de personas que corren a los cines para ver esos efectos especiales no corren con la misma ansiedad para leer meras palabras.
Pero algunos lo hacen, en un pequeño porcentaje, lo que es una diferencia enorme. Déjenme explicarlo.
Las revistas de ciencia ficción tuvieron sus comienzos en 1926 y durante un tercio de siglo —una generación completa— fueron un género básicamente masculino. Los lectores eran en su mayoría muchachos y, hasta cierto punto, más bien muchachos marginados, que no se sentían cómodos con miembros del sexo opuesto o mostraban un temor activo hacia el mismo.
Eso no quiere decir que las muchachas no leyeran ciencia ficción. Algunas lo hacían, pero eran tan pocas que parecían no existir. El resultado fue que los cuentos que se escribían demostraban un punto de vista puramente masculino. Si alguna vez se incluían personajes femeninos, eran estereotipos, seres sin identidad —una nulidad con físico atractivo— cuya función era interponerse en el camino del héroe y solicitar su rescate en los momentos más inconvenientes (el personaje de Dale Arden en la tira cómica Flash Gordon ejemplifica exactamente lo que quiero decir). E incluso eso era tolerado con impaciencia por el lector medio.
Había pocas mujeres que escribieran ciencia ficción, pero utilizaban iniciales, seudónimos, o nombres ambiguos para ocultarse. Y escribían esmeradamente el mismo tipo de cuento que los hombres. Hubo todavía menos mujeres directoras —que compraban esmeradamente el mismo tipo de relatos que sus colegas masculinos.
No eran traidoras a la causa del feminismo. Lo que ocurría era que no se podía hacer otra cosa si el 90% o más de los lectores eran muchachos.
Aún a fines de la década de los cincuenta y comienzo de los sesenta, cuando la revolución sexual estaba en sus comienzos, la ciencia ficción andaba rezagada. Luego apareció algo nuevo.
A mediados de la década de los sesenta apareció Star Trek en la televisión. Era ciencia ficción razonablemente buena, bastante por delante de la serie de Flash Gordon. Naturalmente, no fue la primera vez que algo bueno en ciencia ficción aparecía en la pantalla. Sólo necesito recordar The Shape of Things to Come y 2001, una odisea en el espacio.
Pero Star Trek aparecía todas las semanas. Creó una audiencia continuada y, como resultó más tarde, entusiasta. Cuando los magnates de la televisión trataron de terminar con ese programa al finalizar el primer año, la enorme protesta fue uno de los fenómenos de la época. Por una vez (y quizá sólo por esa vez), las cadenas de televisión se vieron atemorizadas simplemente por el peso y la fuerza de la irritación popular, que los impulsaba a continuar con un programa que pensaban que no proporcionaba beneficios.
Star Trek continuó durante otras tres temporadas más, ha vivido otros veinte años en reposiciones, y recientemente ha dado a luz a cinco grandes películas y a una nueva serie de televisión.
Lo más importante de todo esto no fue que por primera vez una obra de ciencia ficción obtuviera un público masivo, sino que lo hiciera una obra integrada en un alto porcentaje por mujeres. Por primera vez.
¿Por qué sucedió? Pienso que los autores de Star Trek, en particular Gene Roddenberry, hicieron todo lo que pudieron para dar interés humano a los capítulos, y otorgar a los personajes distintas personalidades que se distinguieran y se desarrollaran de una semana a otra. ¡Y tenían a Mr. Spock!
Mr. Spock era un miembro de los vulcanos, seres superracionales y nada emotivos (a pesar de que él era medio humano) que mantenían la calma bajo todas las condiciones. Por alguna razón (no soy mujer y no intentaré pontificar sobre la naturaleza de esas razones) eso atraía a las mujeres. Es más: Mr. Spock tenía orejas puntiagudas, y por alguna razón también eso parecía atraer a las mujeres.
En cualquier caso, cuando se celebraron convenciones de Star Trek, y miles y miles de trekkies asistieron, la mitad o más, eran mujeres.
Esas muchachas estaban preparadas para el próximo fenómeno de la ciencia ficción: La guerra de las galaxias. Los cines ya no se vieron colmados por una audiencia en la que predominaban los varones. Las muchachas eran las primeras de la fila y fueron más pertinaces en verla por segunda vez que los varones.
De todas las decenas de millones de personas que la vieron y se sentaron ante las pantallas de televisión y se dirigieron a los cines, apenas unas decenas de miles se dirigieron a los medios impresos, pero quizá la mitad fueron mujeres.
El resultado fue que a partir de 1965 hemos asistido a la feminización gradual de la audiencia de la ciencia ficción escrita. Como mínimo el 25% de los lectores de revistas y novelas de ciencia ficción son ahora mujeres. Sospecho que el porcentaje está cercano al 40%.
Este hecho ha introducido cambios enormes. Por un lado, ha dado mayor amplitud a lo que se escribe. Para satisfacer la demanda de los lectores, en los relatos tienen que aparecer mujeres que sean personas.
Además, las escritoras se han hecho más importantes. Ursula K. LeGuin, Joanna Russ, Joan Vinge, Connie Willis, Octavia Butler y otras están ahora en la cima. Cada vez más las mujeres se convierten en directoras de revistas y libros de ciencia ficción, y Judy Lynn del Rey, Shawna McCarthy y Betsy Mitchell se están convirtiendo en personas poderosas dentro de este negocio.
La feminización de la ciencia ficción está produciendo resultados. La ciencia ficción en los medios impresos no ha creado los millonarios que resultan de los medios visuales, pero ha progresado. Las novelas de ciencia ficción aparecen ahora en las listas de los best sellers. Frank Herbert, Robert Heinlein, Anne McCaffrey, Arthur Clarke y otros han aparecido en esta lista.
Y el estilo también es mejor. Siempre lo he dicho: liberemos a la mujeres, y los hombres también nos liberaremos.