La fantasía, que muchas veces se confunde con la ciencia ficción, tiene una historia larga y brillante, ya que toda ficción es, de alguna manera, fantástica. Podemos encontrar una gran fantasía literaria en la Odisea de Homero, y antes aún en las leyendas de los primeros capítulos de la Biblia, y todavía más atrás en la Epopeya de Gilgamesh de los sumerios, escrita alrededor del año 2800 antes de Cristo.
La ciencia ficción es la rama de la fantasía que basa su trama en cambios científicos y tecnológicos, y no pudo ser escrita hasta que el mundo tomó consciencia de que estos avances estaban transformando la sociedad —es decir, hasta cerca de 1800, cuando la Revolución Industrial ya estaba encaminada.
Algunos piensan que la primera novela de ciencia ficción fue Frankenstein de Mary Shelley, que fue publicada por primera vez en 1818, cuando la autora sólo tenía veintiún años. A pesar de que se lee como una novela juvenil, utiliza la ciencia, y no la magia, para crear una vida artificial, y ese es el punto crucial.
Fue seguida por Edgar Allan Poe, quien escribió ocasionalmente relatos de ciencia ficción, pero que es mejor recordado hoy en día por sus cuentos de horror.
El gran fundador de la ciencia ficción, y el primero de mis cinco «grandes» en ese campo, es, sin embargo, el francés Jules Verne. Fue el primer escritor que se dedicó casi enteramente a la ciencia ficción, el primero en ganar lo bastante como para vivir bien haciéndolo, y también el primero en hacer que la ciencia ficción llamara la atención de un vasto público.
Verne era el hijo de un abogado, y se rebeló contra su padre adoptando deliberadamente un estilo de vida diferente. Intentó huir hacia el mar y siempre le fascinaron los barcos. Trató de convertirse en un escritor convencional y obtuvo un prolífico fracaso. Se convirtió en un corredor de bolsa que odiaba su trabajo.
Finalmente, en 1863, cuando tenía treinta y cinco años, se inspiró leyendo a Poe para escribir su libro de aventuras titulado Cinco semanas en globo, que, para su propia sorpresa, tuvo un enorme éxito. Era esencialmente una historia de viajes, pero en la que aparecía un modo inusual de viajar. Verne enseguida capitalizó su éxito escribiendo otras novelas de ese tipo, que llamó Viajes extraordinarios, llevando a sus personajes al centro de la Tierra, al fondo del mar en submarino, a la Luna, a los extremos del sistema solar sobre un cometa, etcétera. Su mayor éxito fue menos extraordinario que cualquiera de estos casos, porque narraba meramente la circunnavegación del mundo: La vuelta al mundo en ochenta días.
Verne intentó tratar meticulosamente el trasfondo científico de los relatos. A pesar de que a veces estaba equivocado (como cuando pensó que era posible lanzar un vehículo al espacio utilizando un gran cañón sin matar instantáneamente a la gente que iba a bordo), imprimió a sus libros mucho realismo.
Con Verne, la ciencia ficción fue reconocida como una rama de la literatura. Su popularidad se extendió por todo el mundo occidental; incluso mi padre lo leyó en idioma ruso, y treinta años más tarde y a cinco mil millas hacia el oeste, yo lo leí en inglés. Lo leímos con igual avidez, y fue sólo en sus obras que coincidió nuestro gusto por la ciencia ficción.
Pero Verne mantenía un pie firmemente sobre el suelo todo el tiempo (y a veces los dos). No utilizaba la magia y hacía todo lo que podía por aferrarse todo lo posible a lo conocido.
Si la ciencia ficción debía avanzar, tenía que liberarse de esas cadenas; su imaginación tenía que elevarse. Eso nos lleva al segundo de los cinco grandes: el escritor inglés Herbert George Wells.
Wells, como Verne, nació en una familia de clase media, pero algo baja. Era hijo de un tendero que se había casado con una empleada doméstica. Como Verne, los primeros años de Wells fueron más bien una letanía de fracasos. Le disgustaba su baja posición en el sistema británico de clases de la época victoriana, por lo que se convirtió en un convencido socialista. Recibió cierta escolarización, que completó con un ambicioso programa de auto-educación. Su salud no era buena, y su matrimonio fue desgraciado (sin embargo, su vida sexual fue febril y constante durante toda su vida).
Finalmente, inspirado por Verne, como Verne había sido inspirado por Poe, Wells escribió un nuevo tipo de libro en 1895, cuando tenía veintinueve años: La máquina del tiempo. Fue un éxito tremendo, para sorpresa de Wells. En cierta manera, parecía seguir los pasos de Verne, porque La máquina del tiempo era el relato de un viaje; pero había una diferencia. Era un viaje hacia un futuro lejano. No utilizaba la tecnología conocida ni la tecnología contemporánea con mejoras mínimas. Se lanzaba a lo desconocido describiendo algo que era totalmente distinto a cualquier cosa existente. Wells había escrito el primer cuento sobre un viaje a través del tiempo. No se trataba del yanqui de Mark Twain que era llevado al pasado por un golpe en la cabeza. El héroe de Wells se movía a su antojo a lo largo de la dimensión temporal gracias a su máquina —como si estuviera manejando una locomotora hacia atrás y hacia delante por la vía.
Siguieron otros libros y cuentos cortos. La isla del doctor Moreau, publicado en 1896, era un relato sobre la transformación biológica. El hombre invisible (1897) fue el más famoso de sus cuentos. Más tarde, en 1898, escribió su libro más influyente, La guerra de los mundos, el primer relato sobre una invasión extraterrestre y una guerra interplanetaria. Y cuando escribió su relato de un viaje a la Luna (como hicieron todos los escritores anteriores de ciencia ficción), no utilizó ni cohetes ni cañones, sino un escudo de gravedad.
La utilización que hacía Wells de las ideas espontáneas lo hicieron en poco tiempo más popular que el maduro Verne, quien reaccionó con amargura. Verne señaló que sus cañones existían, pero que eso no sucedía con el escudo de gravedad de Wells. Por supuesto, ese punto era exactamente el que favorecía a Wells. Después de 1900, Wells profundizó cada vez más en el tipo de obra que tenía más éxito, y El perfil de la historia, publicado en 1920, fue un auténtico best seller. Y sin embargo ahora, cerca de un siglo después, El hombre invisible es su relato de ciencia ficción por el que es más conocido y más ardientemente recordado. Bien puede haber sido el autor de ciencia ficción más influyente de todos los tiempos.
A medida que transcurría el siglo XX, parecía que no iba a surgir nadie capaz de reemplazar a Verne y a Wells, pero en 1926 apareció un nuevo fenómeno: una revista, Amazing Stories, dedicada únicamente a la ciencia ficción. Hasta ese momento, la ciencia ficción había sido el espacio de los escritores ocasionales, pero ahora existía una publicación que permitía que los principiantes probaran sus habilidades (a cambio de casi nada, por supuesto).
Naturalmente, lo resultados no fueron inmediatos. En sus primeros años de existencia, Amazing Stories tuvo que llenar la mayor parte de sus páginas con reimpresiones de Poe, Verne, Wells y otros autores menores. Y luego llegó el tercero de los grandes de la ciencia ficción, Edward Elmer Smith.
Smith había escrito una novela llamada The Skylark of Space cuando se estaba doctorando en química de la alimentación (por lo que cuando sus relatos finalmente aparecieron, lo hicieron siempre bajo el nombre «doctor E. E. Smith»), pero no había lugar donde pudiera publicarse, porque su estilo no era habilidoso, la trama era fantástica y, además, no había mercado para ese tipo de escritos.
Amazing Stories, sin embargo, tenía precisamente ese objetivo, y el mercado se encontró con su hombre cuando The Skylark of Space apareció en sus páginas en 1928. Smith tenía en ese momento treinta y ocho años. Los lectores saltaron de contentos. Y la revista de ciencia ficción, que tenía su primera «superestrella», dejó de ser un fenómeno pasajero. Había llegado para quedarse.
El relato de Smith fue el primero que trató el tema de los viajes interestelares. Tenía «superciencia», «superarmas», y «superhéroes». Era una historia del salvaje Oeste con naves espaciales. Tenía una trama que se expandía rápidamente, y que estableció la tradición de space opera, en analogía con las horse operas o historias del Oeste.
Smith continuó escribiendo cuentos sobre el espacio, aumentando rápidamente el alcance y la fantasía de la acción, y fue imitado por otros hasta que todo el subgénero comenzó a combarse y desplomarse bajo su propio peso. Sin embargo, Smith había introducido una atmósfera de optimismo en la ciencia ficción, la sensación de que los seres humanos podían enfrentarse a toda la vastedad del Universo sin temor, haciendo que todo estuviera bajo su dominio. Esta sensación iba a caracterizar en particular a la ciencia ficción estadounidense durante una generación.
En cierto sentido, Smith llevaba la emoción de Wells hasta el último extremo, pero al precio de abandonar todo realismo, a lo que contribuía su prosa imperfecta.
El escenario estaba listo para el cuarto de los grandes de la ciencia ficción, Stanley Grauman Weinbaum, que era diez años más joven que Smith. Era un ingeniero químico que, como Verne, Wells y Smith, comenzó a escribir muy pronto sin éxito.
Después de 1930, Amazing Stories ya no estaba sola en ese ámbito. Otras revistas penetraron en el campo que Smith había abonado, y en 1934 Weinbaum vendió A Martian Odyssey a Wonder Stories, la menos importante de las tres revistas que se publicaban por aquel entonces. En ese momento, Weinbaum tenía treinta y cuatro años.
A Martian Odyssey era menos ambiciosa que cualquiera de las cosas que escribían Smith o sus imitadores; era simplemente el informe de la primera expedición humana a Marte. En comparación con la space opera, sin embargo, el estilo era claro y realista, y se habían perdido los rasgos altisonantes.
Es más: Weinbaum intentó describir Marte en término sensatos. Hasta entonces, las criaturas extraterrestres eran por lo general malvados superinteligentes, o bestias superterribles, siempre amenazas enormes que tenían que ser eliminadas también con enormidad. Weinbaum creó un marciano amistoso, tan inteligente como los seres humanos pero de otro modo. Esta criatura prácticamente robaba el relato. Weinbaum también describía otras formas de vida marcianas, cada una de ellas fascinante y sensata a su manera.
Weinbaum fue, según mi opinión, el mejor autor de ciencia ficción desde Wells, y los lectores respondieron a su estilo con deleite. No tardó en escribir otros relatos, que fueron aceptados en Astounding Stories, la revista líder de ciencia ficción por aquel entonces, y durante un año y medio se aceptó en general que era el escritor más popular del género (y también el mejor).
Pero sólo durante un año y medio. Hacia fines de 1935, Weinbaum, quien todavía no tenía treinta y seis años, murió de cáncer. Nunca sabremos hasta dónde podría haber llegado.
Pero ahora llegamos al quinto grande de la ciencia ficción. De alguna manera, fue más importante que todo el resto. Hasta entonces, los grandes habían llegado impredeciblemente y trabajando solos, pero apareció John Wood Campbell, Jr., quien puso fin a todo eso.
Diez años más joven que Weinbaum, Campbell había estudiado física en el Instituto Tecnológico de Massachussets y en Duke. Al contrario de los otros grandes, tuvo éxito con sus escritos desde el comienzo. Su primer cuento publicado, When the Atoms Failed, apareció en Amazing Stories en 1930, cuando sólo tenía veinte años de edad. En los años siguientes, se hizo rápidamente una buena reputación como escritor de space operas, inmediatamente después de Smith. En 1934, con la publicación de su relato Twilight —bajo el seudónimo de Don A. Stuart—, comenzó a hacerse una segunda reputación como autor de cuentos más sutiles y psicológicos.
Pero su verdadera carrera comenzó en 1938 cuando, a la edad de veintiocho años, llegó a ser el director de Astounding Stories, cuyo nombre cambió rápidamente por Astounding Science Fiction.
Como editor de la revista que era líder mundial en ese género, tuvo mucho poder, y comenzó a utilizarlo, inexorablemente, para remodelar la ciencia ficción y dirigirla hacia donde pensaba que debía ir. No quería meras aventuras. No quería space operas (a pesar de que siguió publicando escritos de Smith). Quería relatos que tuvieran que ver con las extrapolaciones reflexivas de la ciencia y de la ingeniería. Quería personajes que, si eran científicos e ingenieros, actuaran y pensaran como si realmente lo fueran. Fomentó lo que se ha llamado «ciencia ficción dura», en la cual el autor no juega con los principios científicos ni los olvida.
En resumen, donde Verne estableció el ámbito, donde Wells agregó ideas, donde Smith agregó un optimismo fantástico, donde Weinbaum sumó la razón, Campbell consiguió añadir respetabilidad científica.
Pero Campbell hizo más que eso. Con esfuerzos infinitos, mimó a nuevos autores en los que veía promesas, dándoles ideas, analizando sus esfuerzo, alentándoles a probar suerte otra vez, hasta que reunió a su alrededor a una constelación sorprendente de hábiles escritores jóvenes que dominaron en el género durante una generación. Tres de ellos, en realidad, han estado activos durante casi medio siglo y todavía son conocidos familiarmente como «los tres grandes»: Robert Heinlein (quien falleció en 1988), Arthur C. Clarke y un servidor.
El éxito de Campbell hizo que la ficción se expandiera en todas direcciones una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial. El número de escritores se multiplicó, así como el número de revistas. La ciencia ficción comenzó a aparecer en todo tipo de libros publicados por las principales editoriales, e hicieron su aparición en las listas de best sellers. La ciencia ficción también comenzó a aparecer estruendosamente en el cine y en la televisión. Y la mayor de todas las maravillas (para alguien como yo que comenzó hace medio siglo): los autores de ciencia ficción comenzaron a ganar fortunas con sus escritos.
A partir de Campbell, el ámbito de la ciencia ficción ha aumentado demasiado como para que alguien lo domine. Hay docenas de «grandes» ahora, no uno solo. Ese es el resultado de lo que han hecho los cinco grandes por este género.