No es fácil llegar a un acuerdo sobre el inicio de la ciencia ficción. Están los ambiciosos que sostienen que el origen está en los relatos de Platón sobre la Atlántida (alrededor del año 350 antes de Cristo), y otros, aún más generosos, llegan hasta la Epopeya de Gilgamesh (alrededor del 2800 antes de Cristo).
Pero en mi opinión eso no es más que una insensatez. La ciencia ficción debe relacionarse con la ciencia y la tecnología, al menos tangencialmente. Debe tratar acerca de una sociedad notablemente diferente de la que existía en realidad en su época, y esa diferencia debe comportar algún cambio en el nivel de la ciencia y la tecnología y el cambio social, y eso nos lleva a la Revolución Industrial. Todo lo anterior es sólo fantasía, incluso si aparecen viajes a la Luna, como en el caso de Historia verdadera, de Luciano de Samosata (hacia el año 150).
Algunos autores aceptan ese punto de vista y consideran que la ciencia ficción se remonta a las primera décadas del siglo XIX. Hay quien sugiere que el comienzo fue el Frankenstein de Mary Shelley (1818), pero otros creen que Frankenstein debe considerarse más honestamente como una «leyenda gótica» en la tradición de El castillo de Otranto de Horace Walpole (1765). Ejemplos posteriores de lo que muchas veces se ha tomado como los primeros relatos de ciencia ficción son las notables obras de Poe y Hawthorne, a las que se podría etiquetar como tales.
Parece, pues, que deberíamos comenzar a hablar de verdadera ciencia ficción a partir de Cinco semanas en globo de Jules Verne (1863). Verne escribió ciencia ficción sin aderezos góticos, y fue la primera persona que se dedicó a ello casi exclusivamente, y como resultado obtuvo gran popularidad y riqueza. De hecho, 1863 parece una buena fecha para el comienzo.
Sin embargo podemos presentar un argumento en su contra. La ciencia ficción, tanto si comienza en el año 2400 antes de Cristo, o en el 150 de nuestra era, o en 1818 o en 1863, ha sido siempre un delgado hilo que ha recorrido la literatura en general. Son relativamente pocos los autores que han escrito algo que pueda ser llamado ciencia ficción, aun haciendo una interpretación liberal del término, y son menos todavía los que lo han hecho en un estilo popular. Jules Verne y H. G. Wells son los dos mejores que podemos mencionar antes de la década de los veinte.
¿Por qué no intentamos encontrar el comienzo de la ciencia ficción como un fenómeno masivo? ¿Cuándo empezó a publicarse ciencia ficción en gran cantidad, por parte de algunos escritores primero, después por varias decenas, hasta llegar a centenares de ellos? ¿Qué fue lo que colocó a la ciencia ficción en el lugar que ocupa hoy en día, como un fenómeno literario extraordinariamente popular que tiene muchos autores de primer rango? Sólo se precisa mencionar a Robert Heinlein, Arthur C. Clarke, Anne McCaffrey, Frank Herbert, Ray Bradbury, Ursula K. LeGuin —la modestia me impide continuar.
No hay duda de que los responsables de todo esto son las revistas de ciencia ficción, que comenzaron con el primer número de Amazing Stories (abril de 1926), editado por Hugo Gernsback.
Están los que objetarán con fuerza contra la idea de que las revistas fueron cruciales en el desarrollo del género de la ciencia ficción. Los escritores y los críticos que exigen «respetabilidad» literaria para la ciencia ficción consideran que la revista de ciencia ficción ha sido un gueto que redujo el género a una variedad de ficción llamada pulp (las revistas que aspiraban a atraer a un público semianalfabeto casi siempre se imprimían en papel de pulpa de madera barato), ensuciándolo y provocando que los principales escritores se negaran a tener nada que ver con ese tema.
Algo de eso es cierto. En realidad, casi el 90% de las revistas de ciencia ficción fueron en un principio material dirigido a adolescentes. Pero recordemos la ley de Sturgeon: el 90% de todo es tosco. Sin embargo, las revistas crearon un ámbito en el que muchos jóvenes afinaron su talento; de otro modo no habrían comenzado a escribir, o habrían escrito algo que no habría sido ciencia ficción. La ciencia ficción «literaria» nunca fue popular en ese ámbito, aunque hizo que varios autores se popularizaran. Fue la revista de ciencia ficción la que hizo el trabajo, a pesar de que tuvo que gatear antes de caminar, y caminar antes de correr.
Fruncir el ceño ante las revistas de ciencia ficción es hacer una gran injusticia al fenómeno y revela únicamente que los que fruncen el ceño son unos arrogantes pretenciosos.
Repasemos las revistas de ciencia ficción. No tuvieron un nacimiento fácil. El género no era popular y poca gente lo practicaba, por lo que no había suficientes escritores como para mantener una revista mensual. Gernsback tenía que depender de las reimpresiones de H. G. Wells y de Jules Verne en sus primeros números, y sólo gradualmente los nuevos escritores se acercaron al género.
Esos nuevos escritores eran a veces principiantes de escasa habilidad narrativa. Otros eran escritores pulp, que se lanzaban a la aventura de probar suerte en una nueva variedad de género sin comprender bien qué era la ciencia ficción. En consecuencia, la revista de ciencia ficción de la década de los veinte no ofrece demasiada calidad.
En esa época, como en todas las épocas anteriores y posteriores, cuanto más largo era el relato mejor era su calidad global (pero sólo en general, porque había excepciones notables, por supuesto). No nos sorprende, pues, que el ejemplo más notable de revistas de ciencia ficción de la década de los veinte fuera The Skylark of Space, una novela publicada en capítulos en Amazing Stories en 1928.
Por desgracia, debido a que no podemos incluir novelas en esta antología, nos debemos limitar a novelas cortas, que son cuentos algo largos pero lo bastante cortos como para ser incluidos en un solo número de la revista. Como en las revistas se pueden publicar más novelas cortas que novelas propiamente dichas debido a su extensión, algunos de los mejores escritores de este género comenzaron a concentrarse en las novelas cortas —como verán cuando lean Best Short Science Fiction of the Decade: The Thirties.
Fue en la década de los treinta cuando la revista de ciencia ficción comenzó a encontrar su propia voz. A pesar de que la escritura se mantenía pulp —es decir, ampulosa y nada sutil—, las ideas comenzaron a florecer y las mentes de los lectores se ampliaron.
En la década de los treinta, la revista más conocida de ciencia ficción fue Astounding Stories. Comenzó en enero de 1930 y rápidamente desbancó a Amazing Stories porque ofrecía más material y porque su director, Harry Bates, abandonó el estilo didáctico de Gernsback y puso énfasis en la acción. Pero con el número de marzo de 1933, en plena Gran Depresión, el editor William Clayton quebró. La cabecera fue comprada por Street & Smith Publications, y la revista resucitó con el número de octubre de 1933 bajo la dirección de F. Orlin Tremaine.
Tremaine se mantuvo en la cima durante cuatro años, y su gran contribución fue la idea de que debía haber relatos «con variaciones de ideas», o sea relatos en los que aparecieran nuevos hechos sorprendentes, o alguna variación inesperada sobre un tema ya conocido. Eso complacía a los lectores en gran manera, y la revista nunca más se vio amenazada por el fracaso.
Un ejemplo sobresaliente de estas «variaciones de ideas» es Sidewise in Time, de Murray Leinster (un seudónimo de William F. Jenkins), que apareció en el número de 1934 de Astounding Stories. El primer intento de tratar la idea de dos flujos de tiempo paralelos en el Universo que, en momentos clave, podían tomar un camino u otro, teniendo todos los caminos algún tipo de existencia, fue Sidewise in Time. Cuarenta años más tarde, los físicos que estudian las consecuencias más esotéricas de las mecánicas del cuanto se ven forzados a considerar este concepto de Leinster.
Otro relato inusual de la era Tremaine es Alas, All Thinking, escrito por el predecesor de Tremaine, Harry Bates. Apareció en junio de 1935 en Astounding Stories. Bates no escribió muchas historias, pero las pocas que escribió eran buenas. Alas, All Thinking es un relato electrizante sobre la degeneración evolutiva.
Mientras Astounding de Tremaine dominaba totalmente el sector, de vez en cuando aparecían buenos cuentos en otras revistas de la época como Amazing Stories y Wonder Stories. Un ejemplo destacado entre los relatos más largos es He Who Shrank, de Henry Hasse, que apareció en el número de agosto de 1936 de Amazing Stories. El relato de Hasse era una verdadera variación de ideas y podía haber encajado fácilmente en las páginas de la revista de Tremaine. Trata principalmente de un ser humano que se hunde, algo que ya había sido tratado antes y que lo sería después, pero Hasse, como se verá, agregó un concepto completamente peculiar. Curiosamente, Hasse escribió muy poco, y este es el único relato suyo que logró cierta fama.
El escritor más destacado de Tremaine era John W. Campbell, Jr. Comenzó su carrera como escritor de relatos de «superciencia», imitando a E. E. Smith, y ocupó el puesto inmediatamente inferior a Smith en ese género. Pero luego, bajo el seudónimo de Don A. Stuart, comenzó a escribir historias mucho más sutiles, sorprendentemente con un alto estilo literario y contenido psicológico. La primera historia de este tipo fue Twilight, un relato corto que apareció en noviembre de 1934 en Astounding Stories.
Pero el relato mejor y más largo de Stuart fue Who goes there?, que apareció en agosto de 1938 en Astounding Stories. Está incluido en esta antología, y si no lo han leído antes los envidio, porque encontrarán que es uno de los relatos más inteligentes e insidiosamente horripilantes que jamás hayan leído. No diré nada acerca de la trama: deberán descubrirla ustedes mismos.
En la época en que apareció Who goes there? tuvo lugar otra revolución. En diciembre de 1937 Tremaine fue promovido a un puesto superior, y el propio John W. Campbell se convirtió en el director de Astounding Stories. Rápidamente cambió el nombre de la revista por Astounding Science Fiction y comenzó a buscar escritores capaces de alcanzar un nivel literario más elevado y una mayor fidelidad en su descripción de la ciencia y de los científicos.
Por supuesto, para empezar tuvo que utilizar y alentar un mayor desarrollo de los autores que ya escribían. Horace Gold había escrito varios cuentos buenos en la época de Tremaine bajo el seudónimo de Clyde Crane Campbell. Obviamente, no podía utilizar ese seudónimo bajo la nueva dirección. Fue entonces cuando, en el número de diciembre de 1938 de Astounding Science Fiction, apareció el primer relato de Gold bajo su propio nombre, A Matter of Form, que ofrece una descripción sorprendentemente realista de las aventuras y desventuras de un hombre molesto por su apariencia física.
Otro autor de Tremaine que estaba maduro para alcanzar la grandeza fue L. Sprague de Camp. El primer relato que publicó apareció en el número de septiembre de 1937 de Astounding Stories, y ha escrito numerosos cuentos desde entonces. Sabía mucho sobre ciencia e historia, y era muy meticuloso en su precisión en ambos campos. Lo que es más, era uno de los relativamente pocos autores de ciencia ficción que tenía buen sentido del humor. Adquirió más independencia cuando Campbell introdujo una revista hermana de Astounding Science Fiction, llamada Unknown, que apareció en marzo de 1939. Reflejaba la «fantasía adulta», tan meticulosa en su lógica interna como los relatos de Astounding Science Fiction.
De Camp rápidamente se convirtió en el pilar principal de la revista, y su sorprendente Divide and Rule, con su combinación popular y lógica de caballerosidad medieval y tecnología moderna, apareció en el segundo número, en abril de 1939.
Presentamos media docena de los mejores cuentos de la década de los treinta, y esperamos publicar una selección de cuentos tan buena (como mínimo) de la década de los cuarenta.