Supongo que, a medida que prosigue la marcha de la ciencia, todo escritor de ciencia ficción puede lamentarse por las oportunidades perdidas.
Cuarenta años atrás, yo había pensado en una estrella de neutrones, décadas antes de que se descubriera —y en ese momento no escribí el relato.
Alrededor de la misma época, comencé un relato acerca de una estrella tan grande y densa que la luz no podía escapar de ella —un agujero negro, a pesar de que la expresión no existió durante décadas— y nunca lo terminé.
He lamentado estos incidentes durante años, y ahora tengo un nuevo motivo para lamentarme.
Los satélites Voyager han descubierto detalles fascinantes sobre los anillos de Saturno, detalles que no podrían haber sido adivinados con observaciones desde la Tierra, que está a unos 1500 millones de kilómetros de distancia. Existe el anillo acordonado, los llamado «rayos de rueda», el modo en que los pequeños satélites llevan «en manada» a algunos de los anillos y evitan que se disipen. No podríamos haber adivinado estas cuestiones porque, a pesar de que las conocemos, todavía no podemos darles explicación.
Pero podríamos haber adivinado la cuestión de los subanillos. Podemos observar desde la Tierra la mayor de las separaciones entre los anillos, la «división Cassini», pero algunos astrónomos han afirmado haber visto otras divisiones más sutiles, cuya existencia siempre pareció dudosa. Pero ¿por qué no podemos pensar que existen otras divisiones? ¿Por qué no tener por cierto que, a una distancia cercana, los anillos mostrarían más de un detalle que no puede ser observado a 1500 millones de kilómetros?
Tuve la extraña suerte de adivinarlo yo mismo. Allá por el año 1952 publiqué un relato llamado A lo marciano. En el curso del relato, un grupo de colonos marcianos viajaba a Saturno. Esto me dio la oportunidad de describir los anillos vistos de cerca, y lo hice de esta manera:
[Los anillos] emergían de detrás de Saturno, una triple banda apretada y brillante de luz naranja… Aumentaban a medida que se acercaban, como la boca de un cuerno, y se volvían más tenues a medida que se acercaban hasta que, cuando los seguía la mirada, parecían llenar el cielo y perderse.
… los anillos se rompieron y adoptaron su verdadera identidad como un racimo fenomenal de fragmentos sólidos, en lugar de la ajustada banda sólida de luz que parecían ser.
Debajo de él… estaba uno de los fragmentos del anillo… Otros fragmentos estaban más lejos, titilando como polvo de estrellas, algo más apagados y espesos, hasta que, al seguirlos, se convirtieron nuevamente en anillos.
Todo era bastante correcto, pero me aferré servilmente a lo que los astrónomos veían desde lejos, sin imaginar nunca que mis astronautas, desde una posición tan cercana a los anillos, estaban destinados a ver muchos más detalles y divisiones más sutiles.
Supongamos que hubiera dicho en relación a los anillos:
… Emergían de detrás de Saturno, una triple banda apretada y brillante de luz naranja… Aumentaban a medida que se acercaban, las divisiones más sutiles se hacían visibles: los anillos parecían estar hechos de bandas de luz angostas, paralelas y curvas, separadas por líneas más oscuras del espesor de un cabello…
Oh, si hubiera dicho eso. Habría sido una especulación razonable, y ahora estaría viviendo en la gloria por ser la persona que estaba en lo cierto.
Pero ¿para qué? No fui lo suficientemente listo como para considerarlo, excepto cuando ya había perdido mi oportunidad.