Los científicos son seres humanos

Un viejo estereotipo sobre los científicos dice que son fríos, máquinas de razonar inmunes a la emoción. ¡Cuán errado está ese concepto! Los científicos son humanos, no importa cuán ingeniosas sean sus mentes, cuán poderosos sean sus procesos mentales: pueden sentirse dolidos como cualquier otra persona. Sus emociones pueden dominarlos, y pueden conocer la tristeza y la desesperación.

El matemático francés André Marie Ampère (1775-1836) tenía dieciocho años cuando su amado padre, un comerciante de buena posición, fue guillotinado durante la Revolución Francesa. El joven Ampère cayó en una profunda depresión. Se casó con una joven mujer a la que adoraba, y ella murió en 1804, tras unos poco años. Nunca se recobró de esta pérdida. No obstante, Ampère realizó descubrimientos enormemente importantes en el campo de la electricidad. Fundó la disciplina de la electrodinámica (la cantidad de corriente eléctrica se mide en amperios en su honor), pero su éxito científico no pudo borrar de su mente la tragedia personal que había vivido. Cuando falleció, el epitafio de su tumba, que él había elegido por anticipado, fue Tandem felix, es decir, «feliz por fin».

Ludwig Edward Boltzmann (1844-1906), un físico austríaco que, con James Clerk Maxwell, había trabajado en la teoría cinética de los gases, se suicidó después de varios episodios de profunda depresión mental. Existe la posibilidad de que parte de su tristeza tuviera su origen en cavilaciones provocadas por las salvajes críticas que recibió su teoría cinética (perfectamente correcta) por parte de otros científicos (Isaac Newton tampoco podía soportar las críticas. No se suicidó por ello, pero sufrió una seria crisis nerviosa).

Emil Hermann Fischer (1852-1919) fue un químico alemán que trabajó en la estructura de varios azúcares y estableció su estereoisomería. Luego calculó la química de las purinas y en 1902 ganó el premio Nobel de química. Era un ardiente nacionalista alemán, y durante la Primera Guerra Mundial organizó la producción alemana de comida y productos químicos para la guerra. Dos de sus tres hijos murieron en el conflicto, que terminó con la derrota alemana. Más tarde, cuando el entristecido Fischer descubrió que tenía cáncer, decidió no esperar la muerte y se suicidó.

Hans Fischer (1881-1945) no era pariente de Emil, pero en sus años jóvenes colaboró con él como asistente. Las vidas de los dos Fischer fueron curiosamente similares. Hans Fischer calculó la estructura de las porfirinas, una importante agrupación de hemoglobina y de clorofila, y obtuvo el premio Nobel de química en 1930. Luego empezó la Segunda Guerra Mundial. Nuevamente Alemania fue derrotada, esta vez de manera mucho más catastrófica. Pero antes del fin de la guerra, los bombardeos aéreos sobre Múnich destruyeron los laboratorios de Hans Fischer. Desesperado, el científico se quitó la vida.

Algunos científicos estadounidenses también decidieron suicidarse: Bertram Bordem Boltwood (1870-1927), quien mostró por primera vez cómo calcular la verdadera edad de la Tierra; George Eastman (1854-1932), pionero en la fotografía destinada al gran público; y Percy William Bridgman (1882-1961), quien estudió la alta presión y fue el primero en producir diamantes artificiales.

Sea lo que sea o haga lo que haga un científico, en todos los aspectos es un ser humano tan sujeto al dolor y a la tristeza como cualquier artista, tenedor de libros o ama de casa.