William Thomson, un gigante de la ciencia del siglo XIX, era ya anciano cuando recibió un título nobiliario y se convirtió en lord Kelvin. Pero tenía alrededor de veinte años cuando calculó la edad de la Tierra.
Supongamos, dijo, que la Tierra fue una vez parte del Sol y que fue despedida de él (creencia que era común en esa época). Sabemos cuán calientes son las capas exteriores del Sol; sabemos cuán frías son las capas exteriores de la Tierra. ¿Cuánto tiempo habría llevado a la Tierra enfriarse de la temperatura del Sol a su temperatura actual?
Respuesta: entre 20 y 400 millones de años.
Más tarde, Kelvin estudió al propio Sol. Aceptó la teoría entonces corriente de que su energía radiante derivaba de la energía gravitacional que se producía a medida que se contraía lentamente. ¿Cuánto tiempo le llevaría contraerse desde un tamaño lo suficientemente grande como para incluir la órbita de la Tierra hasta su tamaño actual, si lo hiciera a una velocidad lo suficientemente rápida como para proveer la energía que irradiaba?
Respuesta: alrededor de 25 millones de años.
De modo que parecía que la Tierra sólo podía tener un par de docenas de millones de años de edad, de acuerdo con datos físicos y matemáticos irrebatibles. Esto horrorizó a los geólogos, que estaban seguros de que la antigüedad de la Tierra era entre diez y cien veces superior. Pero estos geólogos no disponían de argumentos para enfrentarse a Kelvin, que decía, con cierto sarcasmo, que tendrían que descubrir alguna nueva fuente de calor hasta entonces desconocida si querían que la Tierra fuera más antigua de lo que demostraban los datos que él había recogido.
Pero en 1896 se descubrió la radioactividad. Los átomos de uranio se desintegraban lentamente y provocaban radiaciones de energía. Lo mismo ocurría con los átomos de torio y con otras pocas variedades de átomos. En 1901 se estableció definitivamente que los átomos radioactivos, en el curso de su desintegración, producían calor.
Un joven neozelandés, Ernest Rutherford, quien se dedicaba a trabajar sobre la radioactividad, se concentró en este punto. Cada átomo radioactivo de la corteza de la Tierra liberaba sólo una cantidad infinitesimal de calor cuando se desintegraba. No obstante, si todos los que se desintegraban fueran tomados en cuenta, el total de calor liberado sería enorme. Suficiente para hacer que la Tierra se enfríe muy lentamente.
En otras palabras, la Tierra puedo haber existido durante miles de millones de años sin enfriarse más de lo que está ahora. Y respecto al Sol, a lo mejor no encogía. Quizá también utilizaba el calor que se obtiene del fenómeno radioactivo.
En 1904, cuando Rutherford tenía treinta y tres años, pronunció una conferencia ante un grupo de científicos sobre este tema; entre el público estaba Kelvin, quien tenía ochenta años. Rutherford no disfrutaba pensando que debería enfrentarse al gigante y contradecirlo, y esperaba que el anciano se durmiera. Pero Kelvin no se durmió. A medida que Rutherford se acercaba al punto crucial de su argumento, los ojos de Kelvin se fijaban en él de manera funesta.
Rutherford fue prudente señalando que, al hacer públicos sus propios argumentos, Kelvin había sostenido que sus conclusiones eran correctas a no ser que en el futuro se descubriera alguna fuente de calor desconocida. Bien, dijo Rutherford, la sorprendente previsión de Kelvin había sido comprobada. Se había descubierto una nueva fuente de energía. A partir de esa afirmación, el rostro de Kelvin se relajó con una sonrisa y Rutherford pudo llegar a salvo a su objetivo.
Y también se relajaron los geólogos, quienes tenían una Tierra de miles de millones de años con la cual divertirse.