La alegría de lo inesperado

Como puede suceder con cualquiera, un científico puede estar durante años dedicado a un trabajo que, aunque útil, puede resultar predecible y repetido.

Sin embargo, como sólo les ocurre a ellos, un científico puede encontrarse con algo inesperado en cualquier momento, y convertirse en el agente que transforme la sociedad o la visión humana del Universo.

Por ejemplo, en 1887, A. A. Michelson y E. W. Morley habían diseñado un delicado «interferómetro» que les ayudaría a determinar la dirección y la velocidad del movimiento de la Tierra a través de la estructura básica del Universo. Todos sabían que la Tierra se movía; era sólo cuestión de ponerle cifras. Sin embargo, para su gran sorpresa, Michelson y Morley fracasaron por completo. Parecía que la Tierra no se movía en absoluto.

Pero este fracaso llevó a una nueva perspectiva del Universo, a preguntarse si realmente tenían una estructura básica y, finalmente, a la teoría de la relatividad de Einstein. Esto es lo que puede suceder cuando un experimento fracasa.

En 1883, Thomas Edison estaba tratando de encontrar alguna manera de lograr que los filamentos de la lámpara eléctrica que acababa de inventar fueran más duraderos. Una de sus intentonas consistió en colocar un cable de metal dentro de la lámpara eléctrica cerca de un filamento caliente, para ver si ayudaba. Edison comprobó que la electricidad fluía del filamento caliente al cable metálico a través del vacío, pero ello no parecía ayudar a que el filamento durara más, de modo que no pensó más en ello (sin embargo, lo registró y lo patentó).

Fue este «efecto Edison» en manos de otros lo que llevó al nacimiento de la vasta industria electrónica. La radio moderna, la televisión y muchas otras cosas surgieron de ese descubrimiento aparentemente inútil.

En 1927, Clinton Davisson estaba estudiando la reflexión de los electrones en un objetivo de níquel metálico colocado en un tubo vacío. Esperaba obtener datos interesantes, aunque no grandes sorpresas; pero el tubo se rompió accidentalmente y el níquel caliente desarrolló rápidamente una película de óxido que lo convirtió en un objetivo inútil. Para quitar la película, Davisson tuvo que calentar el níquel durante largo tiempo.

Sin saberlo, transformó la superficie del níquel de muchos cristales pequeños a unos pocos grandes. Cuando utilizó la nueva superficie para la reflexión de los electrones, descubrió inesperadamente que los electrones se comportaban como si fueran olas. Al tener cristales más grandes en la superficie, el efecto (que había sido predicho pero nunca observado) pudo ser comprobado. Finalmente recibió el premio Nobel por su descubrimiento, que quizá no hubiera logrado de no ser por un accidente de laboratorio.

En 1967, Anthony Hewish diseñó un nuevo radiotelescopio para detectar las rápidas fluctuaciones de las ondas de radio, esperando agregar unos pocos detalles interesantes a lo que ya se sabía. Utilizando el telescopio, su asistente Jocelyn Bell descubrió inesperados y rápidos estallidos de radiación muy regulares que provenían de un objeto hasta ahora desconocido: un púlsar o estrella de neutrones: algo con la masa completa de una estrella común, pero de unas pocas millas de largo. Finalmente, Hewish obtuvo el premio Nobel por ello.

Así es la ciencia. No importa cuán aburrido pueda parecer un trabajo determinado; puede que haya algo que estremezca al mundo esperando a la vuelta de la esquina.