En la noche del 13 de marzo de 1781, un astrónomo aficionado llamado William Herschel estaba examinando meticulosamente el cielo. Su mirada se cruzó con un cuerpo que mostraba un disco visible y pensó que había descubierto un nuevo cometa. Mantuvo la vista sobre él y comprobó que se movía sobre el fondo del cielo más lentamente que un cometa. Lo que es más, tenía un borde perfilado en lugar del borde brumoso de un cometa. Finalmente decidió que había hecho un descubrimiento sin precedentes: un planeta nuevo. Fue el primer planeta que se descubrió en los tiempos modernos, el que ahora llamamos Urano.
Urano es un cuerpo de sexta magnitud, lo que significa que es apenas visible sin telescopio en una noche clara, sin luna. No se podía culpar a la gente por no verlo porque es muy oscuro y porque, al estar tan distante del Sol, se mueve mucho más lentamente contra el fondo de estrellas que otros planetas. Al menos no se podía culpar a nadie si las observaciones se hacían a simple vista.
Sin embargo, con un telescopio tendría que haber sido fácilmente visible. ¿Cómo era posible que nadie hubiera visto a Urano en los casi dos siglos de existencia del telescopio antes de Herschel? Era imposible. Lo tenían que haber visto.
En 1690, casi un siglo antes del descubrimiento de Urano, John Flamsteed, el astrónomo real inglés, observó una estrella de sexta magnitud en la constelación de Tauro mientras elaboraba un mapa del cielo, y registró cuidadosamente su posición. Utilizando su sistema para nombrar a las estrellas, la llamó «34 Tauri».
Nadie observó nunca más a esa estrella en esa posición —porque no era una estrella—. Era Urano, y cambiaba rápidamente de posición. ¿Cómo lo sabemos ahora? Porque después de descubrirse se calculó su órbita y se estudiaron las antiguas cartas estelares para ver si se había registrado alguna vez a alguna estrella que estuviera en el lugar donde no hay una estrella sino donde ha estado Urano todo este tiempo.
En realidad, Flamsteed registró a Urano en otras cuatro ocasiones en cuatro posiciones distintas de su órbita.
Flamsteed murió en 1719 y nunca supo lo que se había perdido, pero no fue el único que observó a Urano antes de que fuera descubierto. En realidad, algunos astrónomos que vivían en el momento del descubrimiento de Urano se preguntaron si habían cometido errores similares.
Uno de ellos fue Pierre Charles Lemonnier, quien tenía sesenta y cinco años cuando Herschel hizo su descubrimiento. Revisó sus propios registros y encontró que había visto a Urano en tres ocasiones diferentes, y que había registrado su posición en tres lugares diferentes. Otro astrónomo, Alexis Bouvard, también revisó los registros de Lemonnier y encontró que no sólo estaban esas tres observaciones sino que existían otras diez, cuatro de las cuales habían ocurrido en noches consecutivas. Posiblemente Lemonnier habría descubierto el planeta si hubiera comparado sus propias cartas.
¿Debemos burlarnos de esos astrónomos que perdieron su oportunidad? Por supuesto que no. No todos los telescopios son iguales; algunos son mejores que otros.
Herschel, un buen aficionado, construyó sus propios telescopios, que fueron mejores que los que habían existido hasta ese momento. Fue el primero que pudo ver a Urano como un pequeño disco y no como un punto de luz. Fue el disco, y no el movimiento, lo que atrajo su mirada. De otro modo, tampoco lo habría notado.