Ir a lo seguro

Algunos científicos pueden quedar atrapados entre el deseo de obtener reputación gracias a un descubrimiento importante y el deseo de no parecer tontos. En 1931, Fred Allison, de la Universidad de Alabama, informó sobre el aislamiento de los elementos 85 y 87 y los llamó «alabamina» y «virginio» respectivamente.

Pero estaba equivocado. No fue hasta una década después que fueron realmente descubiertos —y llamados «astato» y «francio»—. Allison es recordado principalmente por su error.

Esto no es nuevo. En el año 1610, Galileo tuvo que ser muy cuidadoso. Sus nuevos e importantes descubrimientos eran ridiculizados por quienes insistían en que no se podía confiar en su telescopio y en que los nuevos objetos que había descubierto en el cielo eran ilusiones creadas por sus lentes. Por lo tanto, Galileo se preocupó por mantener sus descubrimientos en secreto hasta que las observaciones repetidas bajo diferentes condiciones lo convencieron de que no podían tratarse de meras ilusiones.

Por otro lado, otros astrónomos tendieron a apresurarse y a reclamar sus logros. En un período de dos años, el astrónomo Simon Mayr aseguró haber descubierto los cuatro grandes satélites de Júpiter antes de que lo hiciera Galileo, mientras que Christoph Scheiner reclamó haber observado las manchas solares también antes que Galileo.

Hacia fines de 1610, descubrió que Venus mostraba fases al igual que la Luna, yendo de Venus nueva a Venus media, y de ahí a Venus llena, y luego nuevamente a Venus media y Venus nueva. Esto era importante: según la vieja teoría de Ptolomeo, Venus no podía mostrar fases de esa manera; según la nueva teoría de Copérnico, debía hacerlo.

La importancia del descubrimiento era, pues, de primera magnitud. Sería el último clavo en el ataúd de la astronomía griega y establecería finalmente que el Sol es el centro del sistema planetario. Por otro lado, el telescopio de Galileo apenas podía obtener esas fases, y si se dejaba llevar por sus expectativas, podía echar a perder todos sus descubrimientos. Por lo tanto, lo que hizo Galileo fue ir a lo seguro. El 11 de diciembre de 1610 envió una carta a su amigo Giuliano de Medici, embajador en Praga. Contenía la siguiente frase en latín: Haec immatura a me iam frustra leguntur o.y., que significa: «He leído estas cosas inmaduras».

La frase da la clave de que Galileo ha hecho un descubrimiento pero no está preparado para darlo a conocer. Las letras finales (o.y.) demuestran que todo el mensaje es un anagrama. Cuando las letras se combinan nuevamente con la o y la y, el mensaje que se obtiene es diferente.

Si se comprobaba que las fases de Venus eran una falsa alarma, el mensaje enviado a Medici quedaría tal cual y no significaría nada. Pero si Galileo se convencía de la existencia real de las fases, podía presentar el mensaje reordenado como Cynthia figuras aemulatur Mater Amorum, que significa: «La Madre del Amor imita las formas de Cynthia», donde «la Madre del Amor» es Venus, por supuesto, mientras que «Cynthia» es un nombre poético para la Luna.

Lo que es más: si alguien anunciaba el descubrimiento de las fases de Venus mientras Galileo esperaba, podía resolver el anagrama inmediatamente y utilizar la fecha de la carta a un embajador tan respetado para establecer que él había predicho el descubrimiento.

La historia tiene un final feliz. Las observaciones de Galileo fueron correctas y obtuvo todo el mérito sin discusión.