Una larga tradición sostiene que los profesores son distraídos. Esta idea surge en parte debido a la idea de que los profesores deben estar concentrados en asuntos tan difíciles que no pueden darse cuenta de las cosas comunes, cotidianas, que ocurren a su alrededor.
Quizá la historia más antigua sobre un profesor distraído es acerca de Tales, un filósofo griego (624-546 a. C.) que vivió hace veintiséis siglos. Otro filósofo, Platón (427-347 a. C.), escribió dos siglos más tarde que Tales estaba caminando solo una noche, tratando de estudiar las estrellas. Sin ver dónde lo conducían sus pies, Tales se cayó en un pozo. Una anciana corrió en respuesta a sus gritos y, tras ayudarlo a salir, dijo con desprecio: «Aquí está un hombre que quiere estudiar las estrellas y no sabe lo que tiene bajo sus pies».
Como la mayoría de las bromas sobre profesores distraídos, esta parece apócrifa. Puede haber sido inventada por Platón para conseguir una moraleja.
Otro filósofo griego, Arquímedes (287-212 a. C.), descubrió el principio del desplazamiento mientras estaba en los baños públicos. Con una excitación superior a su contención, se olvidó por completo de que no llevaba la ropa puesta y corrió desnudo por las calles de la ciudad, gritando «¡Eureka! ¡Eureka!» («¡Lo he conseguido! ¡Lo he conseguido!»). Esta historia puede ser cierta, pero en realidad la distracción de Arquímedes pudo no ser tan terrible. Los antiguos griegos no se preocupaban tanto como nosotros por la desnudez en público.
Supongamos que nos acercamos al presente. Está el caso de Karl F. Gauss (1777-1855), un matemático alemán que, según mucha gente, es el matemático más importante de la historia. Hizo importantes descubrimientos cuando era todavía un adolescente, y continuó brindando estudios notables hasta el fin de sus días. Naturalmente, siempre estaba sumergido en un problema profundo u otro.
Hay una anécdota que cuenta que en 1807 la esposa de Gauss estaba muy enferma y que el médico se encontraba en su dormitorio asistiéndola. Gauss, triste y miserable, esperaba abajo cuando su ojos cayeron sobre el estudio en el que había estado trabajando. Poco a poco, sus pensamientos volvieron a él y pronto le dedicó todos sus sentidos. Mientras trabajaba en ello, el médico fue a darle a Gauss la triste noticia de que su esposa se estaba muriendo.
Gauss, con su mente todavía fija en el problema, hizo un gesto con la mano al médico y musitó: «Sí, sí, pero pídale que espere un momento hasta que acabe con esto».
Se cuenta un gran número de anécdotas acerca del matemático estadounidense Norbert Wiener (1894-1964). Una de ellas describe el momento en que se encontró con un colega en Memorial Drive. Ambos se detuvieron y comenzaron a conversar sobre muchas cosas. Media hora después habían terminado y se disponían a separarse.
Se habían dado la mano cuando Wiener dudó y dijo: «Por cierto, cuando nos encontramos, ¿caminaba hacia la avenida Massachussets o en sentido contrario?».
Su colega le dijo: «En sentido contrario, Norbert».
«¡Bien!», dijo Wiener. «Entonces ya he comido».
Conocí al doctor Wiener y creería esta anécdota a pies juntillas si no la contaran también sobre otros profesores.