El gran saurio, el rey

La vida se desarrolló hace 3000 millones de años, muy pronto en la historia de la Tierra. Durante un 90% de esa historia, sin embargo, la vida existió sólo en el mar. Luego, alrededor de 340 millones de años atrás, la vida animal comenzó a aventurarse sobre la tierra.

Al comienzo se aventuraban sólo en parte. Los animales desarrollaron maneras de vivir sobre la tierra y de respirar el oxígeno del aire. Sin embargo, ponían sus huevos en el agua para evitar que se secaran. Durante su primera etapa vital, los jóvenes permanecían en el mar, y sólo los adultos salían a la tierra. Estos animales son llamados anfibios, de la palabra griega que significa «ambas vidas» —o sea, tanto en la tierra como en el agua—. Hoy en día, los anfibios más famosos son las ranas.

Unos sesenta millones de años después, la conquista de la tierra era completa. Había formas de vida que ponían huevos con caparazones porosos, lo que permitía que el aire entrara y saliera, pero también retenía el agua suficiente como para permitir que el animal no se secara. Los animales con huevos de este tipo no tuvieron que retornar al agua nunca más. Se los llama reptiles, del verbo «reptar»; los reptiles con más éxito de nuestros tiempos son las serpientes.

Hace unos doscientos millones de años, un grupo de estos reptiles se desarrolló hasta dominar la vida sobre la tierra. Se esparcieron sobre toda la superficie del planeta y evolucionaron de muchos modos distintos. Mantuvieron esa dominación durante un largo período. Por esa razón, el período de la historia de la Tierra que va de doscientos millones de años a sesenta y cinco millones de años se llama la era de los reptiles. Propiamente, ese período es llamado era mesozoica, palabras griegas que significan «animales medios». Antes de esa época, los peces y los anfibios eran los animales grandes más importantes; a partir de esa época, pasaron a serlo los mamíferos. La era de los reptiles surgió entre ambas eras, en medio.

Los seres humanos no sabían nada de la era mesozoica hasta comienzos del siglo XIX, cuando comenzaron a hallarse huesos antiguos en la Tierra. Habían estado en el suelo tanto tiempo que lentamente se habían convertido en piedras y suelen llamarse fósiles (de la palabra en latín que significa «excavar»). Los científicos pudieron establecer que estos huesos correspondían a reptiles, a pesar de que no se parecían a ninguno de los que viven hoy en día. Se buscaron más huesos de este tipo y se fueron encontrando, de modo que gradualmente la era de los reptiles comenzó a ser comprendida con bastante detalle.

Lo que impresionó a los científicos (y a la gente en general) fue que algunos de los huesos eran enormes. Algunos de los reptiles de la era mesozoica fueron los animales más grandes que han vivido sobre la Tierra, porque eran mucho más grandes que los elefantes de mayor tamaño. En 1842, el naturalista inglés Richard Owen, impresionado por su tamaño, dio a estos antiguos reptiles el nombre de dinosaurios, de las palabras griegas que significan «saurios aterradores».

El más conocido de los saurios es el brontosaurio, llamado así por las palabras griegas que significan «saurio del trueno», quizá porque este reptil al avanzar sobre el suelo producía un sonido como el trueno. Tenía el cuerpo y las piernas de un elefante gigante. En uno de los extremos del cuerpo encontramos un largo cuello con una pequeña cabeza; en el otro, una larga cola.

Un brontosaurio grande mediría sesenta pies de largo de la punta de la cabeza a la punta de la cola, y el punto más alto de su espalda podía llegar a los dieciocho pies, a la altura de la jirafa más alta. Puede que haya pesado unas treinta y cinco toneladas, tres veces el peso del elefante macho más grande de África.

Una criatura similar, el diplodoco (de las palabras griegas que significan «doble soporte», que describen la estructura de su espina dorsal), es de un perfil más delicado que el brontosaurio, pero su cuello y su cola, comparativamente más delgados, son mucho más largos. Un diplodoco podía llegar a medir ochenta y siete pies de largo, aunque podía pesar un tercio menos que un brontosaurio.

El campeón, de todas maneras, era el braquiosaurio, llamado así por las palabras griegas que significan «saurio con brazos» porque sus extremidades anteriores son inusualmente largas, considerablemente más largas, en realidad, que sus extremidades posteriores. Es el animal más grande que jamás haya vivido sobre la tierra. Puede haber medido sólo setenta y cinco pies de largo (menos largo, pues, que el diplodoco), pero unos veintiún pies desde los hombros hasta el suelo, y podía levantar la cabeza cuarenta pies en el aire, a la altura suficiente como para espiar por la ventana de un cuarto piso. Lo que es más, pudo pesar unas ochenta toneladas, más del doble que un brontosaurio.

Naturalmente, los huesos fósiles descubiertos por los científicos son escasos, y no existen muchas posibilidades de que encontremos huellas de estos animales tan grandes al azar, de modo que a lo mejor ochenta toneladas no son el auténtico récord.

Y no obstante, estos brontosaurios y braquiosaurios, a pesar de su tamaño gigantesco, que los convertía en «saurios aterradores» si llegábamos a encontrarnos con ellos, no eran tan peligrosos como puede parecer. Estos reptiles más grandes (como los mayores mamíferos de nuestra época —elefantes, rinocerontes e hipopótamos—) eran vegetarianos. No les hubiéramos interesado como comida si nos hubieran visto, y no hubieran abandonado su camino para hacernos daño. En cualquier caso, si por algún motivo nos pisaban accidentalmente, nos hubiera parecido que nos aplastaba una apisonadora.

Pero no todos estos reptiles gigantes eran vegetarianos, aunque sí los más grandes. Donde hay grandes vegetarianos existen carnívoros (más pequeños, pero mucho más feroces) que se alimentan de ellos. Naturalmente, sería mucho peor encontrarse con un reptil carnívoro que con un gigante vegetariano, del mismo modo que es peor encontrarse con un tigre que con un hipopótamo.

Algunos de estos dinosaurios carnívoros (o «carnosaurios») eran mayores que otros, por supuesto. En 1902 un cazador de fósiles llamado Barnum Brown descubrió huesos enormes de un carnosaurio. Una vez que hubo descubierto suficientes huesos construyó un modelo del animal, que demostró ser aterrador, sin duda alguna. El enorme carnosaurio era uno de los animales más feroces y horribles que ha vivido sobre la Tierra.

Los enormes carnosaurios se levantaban sobre dos poderosas patas, tenían una gruesa cola. También contaban con dos extremidades delanteras que eran relativamente pequeñas pero útiles para atrapar a su presa. Las dos patas traseras que sostenían el cuerpo estaban fortalecidas por huesos gruesos y densos, completamente necesarios para sostener el peso del potente animal.

El cuerpo, que podía medir cuarenta pies de largo y pesar siete toneladas, se levantaba sobre esas dos piernas para alcanzar la altura de unos dieciocho pies. Pesaba diez veces menos que el braquiosaurio, pero era mucho más peligroso. Tenía una cabeza de cuatro pies de largo, y su boca disponía de feroces colmillos de siete a ocho pulgadas de longitud.

El enorme carnosaurio descubierto por Brown recibió el nombre de tiranosaurio, de las palabras griegas que significan «gran saurio»; la variedad mayor fue llamada Tyrannosaurus Rex («el gran saurio, el rey»).

Es posible que el Tyrannosaurus Rex no haya sido el carnosaurio más grande. Se han encontrado huesos sueltos similares a los del Tyrannosaurus Rex, pero más grandes. Sin embargo, ese es el mayor carnosaurio del cual tenemos el esqueleto entero, y es lo bastante temible como para dejar satisfecho a cualquiera.

Quizá el efecto de terror más dramático que pudo haber provocado esta bestia puede encontrarse en un episodio basado en los Ritos de la primavera de Igor Stravinsky que aparece en la película Fantasía de Walt Disney. Nadie que haya visto esta película puede olvidar la repentina y horripilante aparición del Tyrannosaurus Rex (al paso de los acordes musicales apropiados).

El Tyrannosaurus Rex vivió al final de la era mesozoica, cuando había grandes vegetarianos para cazar. Como, por ejemplo, los estegosaurios (uno de los cuales aparece peleando con el «rey» en Fantasía), pero los más grandes —los brontosaurios y los braquiosaurios— ya se habían extinguido hacía mucho tiempo.

Eso no es sorprendente. A través de toda la era mesozoica, varias especies de reptiles se extinguieron, mientras que otras evolucionaron, de modo que los detalles del período son siempre cambiantes. Durante casi todo el período hubo también pequeños mamíferos, nuestros antecesores, que no tuvieron demasiado éxito. Este estado de cosas pudo haber continuado hasta hoy en día. Todavía podrían existir reptiles gigantes, y los mamíferos podrían seguir siendo insignificantes, pero algo sucedió…

Hace unos sesenta y cinco millones de años, de repente, todos los dinosaurios que quedaban, así como otros animales grandes y muchas plantas y animales pequeños, desaparecieron. Algunos pequeños mamíferos sobrevivieron, no obstante, y debido a la ausencia de los grandes reptiles prosperaron y evolucionaron hacia formas más grandes y complejas —incluyéndonos a nosotros.

Pero ¿qué sucedió para que eso fuera posible?

Durante muchos años los científicos han discutido sobre este tema. En años recientes, se tiende a creer que hace sesenta y cinco millones de años un cometa grande (de varias millas de diámetro) chocó contra la Tierra. El impacto provocó terremotos y erupciones volcánicas, pero no fue eso lo peor. El choque cósmico arrojó millas cúbicas de polvo sobre la atmósfera superior, donde permaneció durante meses sin dejar pasar la luz del Sol.

Con la ausencia de la luz del Sol, la plantas murieron, y los animales que se alimentaban de ellas también; y luego los animales que se alimentaban de animales también murieron. Muchas formas de vida, incluyendo el Tyrannosaurus Rex, se extinguieron totalmente. Algunos tipos de vida, como nuestros antecesores mamíferos, se las arreglaron para sobrevivir de algún modo, alimentándose de los dinosaurios muertos y congelados mientras esperaban que regresaran los rayos del Sol.

De modo que ahora, en lugar del Tyrannosaurus Rex, somos nosotros, Homo sapiens, quienes dominamos el mundo. En muchos sentidos, somos más peligrosos de lo que fue el Tyrannosaurus Rex.