El 19 y el 20 de septiembre de 1985 dos terremotos gemelos sacudieron la ciudad de México, la más grande del mundo.
Murieron unas 20 000 personas, 40 000 sufrieron heridas y 31 000 quedaron sin vivienda. Ese mismo año, otro importante terremoto ocurrido el 3 de marzo en Chile dejó a 155 000 personas sin vivienda; afortunadamente, sólo se produjeron 177 muertes. Otros terremotos sacudieron China y la Unión Soviética.
Durante la noche del 13 de noviembre de 1985, un volcán que había dormido durante largos años en Colombia despertó rugiendo y sepultó en barro caliente una ciudad que estaba a sus pies, matando a 25 000 personas que dormían tranquilamente. Más de 60 000 supervivientes sufrieron heridas o perdieron su hogar.
En el noreste de los Estados Unidos, el 31 de mayo de 1985, docenas de tornados se arremolinaron sobre la superficie de la tierra, en su peor manifestación conocida. Mataron a 88 personas, hirieron a cientos y destruyeron pueblos enteros.
Si añadimos a esto corrimientos de tierra, avalanchas, tifones y huracanes asesinos, y un número récord de desastres aéreos, es como si la naturaleza estuviera siempre desbandada. ¿Puede ser que por alguna razón nuestro planeta haya perdido su equilibrio tras estar tanto tiempo dominado por los seres humanos? ¿O quizá algún poder sobrenatural está enojado con nosotros?
¿Continuarán aumentando y empeorando estas catástrofes? ¿O acaso los desastres naturales son cíclicos y ocurre que estamos sufriendo el final malo de un ciclo?
En realidad, si consideramos cuidadosamente estos asuntos, parece bastante claro que los desastres naturales nos atacan de manera fortuita. Eso no significa que lo hagan siempre de manera equilibrada y que cada año ocurra lo mismo. Hay años malos y años buenos. Y, puesto que ocurren de manera fortuita, de vez en cuando podemos tener períodos de relativa calma, y luego, inesperadamente, períodos turbulentos durante varios años. Hasta ahora no existe ninguna manera de predecir los años malos ni de prevenirlos.
Sin embargo esta sospecha sobre lo azaroso de los desastres no parece correcta. La gente de mi edad recuerda años pasados en los que rara vez ocurrían desastres, y no todos los días como ahora. ¿Por qué?
La respuesta es que se trata de una ilusión debida al avance de la tecnología humana.
En esta época, nuestros satélites de comunicación, que giran en órbita alrededor de la Tierra, y los aparatos de televisión en cada hogar, nos dan detalles de cada desastre en el momento en que ocurre. Durante días y días vimos a los fatigados equipos de salvamento luchando para rescatar a un bebé de una pila de escombros después de las sacudidas que sufrió la ciudad de México. Podíamos ver el daño, ojos asustados y desesperados, y ser totalmente conscientes de la magnitud del desastre.
Sin embargo, ese no fue el peor terremoto de la historia. El 23 de enero de 1556, un terremoto hizo temblar los acantilados del norte de China, y bajo la tierra que cayó quedaron sepultadas y murieron 830 000 personas en cinco minutos. Los europeos de la época no se enteraron de la catástrofe. La conocemos sólo por los documentos chinos.
En otra ocasión, el 27 de agosto de 1883, la pequeña isla volcánica de Krakatoa, entre Java y Sumatra, explotó y provocó una ola gigantesca (tsunami) que ahogó a 36 000 personas en las costas cercanas. La gente de Europa y América oyó hablar de ello después con pocos detalles y (por supuesto) sin imágenes de televisión. La vida continuó en Occidente como si Krakatoa no hubiera explotado.
Pero cuando el monte Santa Helena, al noroeste de los Estados Unidos, sufrió en comparación una pequeña erupción el 18 de mayo de 1980, en la que murieron unas pocas docenas de personas, vimos los hechos durante la noche por televisión, las columnas de humo y ceniza que subían, el flujo crujiente de lava, y el polvo que caía en Portland, Oregón. A los estadounidenses les debe de haber parecido que el monte Santa Helena era un desastre mucho peor que el de la distante y poco conocida Krakatoa, ocurrido mucho tiempo atrás.
Por otra parte, tendemos a medir la intensidad del desastre por la cantidad de personas muertas o por los millones de dolares perdidos en propiedades destruidas, y eso también tiende a hacer que las catástrofes que ocurren en la actualidad parezcan mucho peores que las del pasado. Después de todo, hay mucha más gente en la Tierra hoy que la que hubo en el pasado, y está mucho más apretada, por lo que está destinada a morir en un número mayor que en catástrofes similares que tuvieron lugar hace un siglo o más.
Además, estructuras humanas de todo tipo (fábricas, puertos, plantas de producción de energía, pisos a gran altura) pueblan la Tierra como nunca en el pasado, y son mucho más caras que cualquier cosa que haya existido antes. Cualquier catástrofe que ocurra hoy está destinada a destruir mucha más propiedad que la que hubiera destruido en el pasado. Por ejemplo, el terremoto más terrible que ha sacudido a los Estados Unidos en toda su historia no ocurrió en California. Tuvo lugar en el aparentemente tranquilo y estable Medio Oeste, con una serie de temblores que comenzaron el 6 de diciembre de 1811 y llegaron a su punto culminante con un feroz terremoto el 7 de febrero de 1812. Tuvo su epicentro cerca del río Misisipi en el lugar donde ahora se levanta New Madrid, en Missouri.
El temblor se escuchó desde un lugar tan lejano como Boston, y se destruyeron 150 000 acres de tierra forestal. Cambió el curso del Misisipi en varios lugares, formó nuevos lagos y secó algunos pantanos. Y sin embargo, no sabemos de una sola persona que perdiera su vida en este enorme desastre. Después de todo, la región apenas estaba poblada en aquella época. Por otro lado, si un terremoto de la misma intensidad tuviera lugar allí hoy en día, seguramente morirían miles de personas y se destruirían muchos millones de dolares en propiedades. Incluso un pequeño terremoto en el mismo lugar haría hoy más daño que el monstruoso terremoto ocurrido entre 1811 y 1812, y la gente seguramente tendría la impresión de que los terremotos están empeorando.
Sin embargo, la humanidad se ha salvado de los mayores desastres de todos, desastres que podrían ser cíclicos. En la actualidad, los científicos argumentan apasionadamente acerca de la posibilidad de que, una vez cada cierto tiempo, una lluvia de cometas cruce el sistema solar interior y que algunos de ellos, por casualidad, choque contra la Tierra.
Un solo choque de un cometa, con un radio de unas pocas millas, formaría un cráter de cientos de millas de ancho y arrojaría tanto polvo a la atmósfera superior que la luz del Sol desaparecería durante semanas o meses. Moriría mucha vida vegetal, y también la vida animal que dependiera de ella. Se supone que un choque como éste, hace 65 millones de años, borró de la faz de la Tierra a todos los dinosaurios, junto con muchos otros tipos de plantas y animales. Y eso no fue lo peor. Hace unos 230 millones de años, cerca del 90% de todos los tipos de plantas y animales vivos parecen haber sido borrados por un choque semejante. En cualquiera de esos dos casos (y hasta el momento) la vida continuó, pero cambió drásticamente, ya que sólo los supervivientes se multiplicaron y volvieron a poblar la Tierra.
Algunos científicos creen que esa «Gran Mortandad» ocurre cada 26 millones de años. La última parece haber ocurrido hace 13 millones de años, de modo que nos quedan otros 13 millones de años hasta que ocurra la próxima. Eso nos da mucho tiempo, y quizá si los seres humanos o sus descendientes todavía viven para ese entonces, puedan contar con la tecnología adecuada para prevenirla.
Mientras tanto, podemos detectar la llegada de los huracanes por medio de nuestros satélites climáticos; estamos desarrollando métodos para predecir los terremotos y las erupciones volcánicas; y, en general, tratamos de que los grandes desastres no nos cojan desprevenidos. Eso debería mejorar las cosas.