7: Persiguiendo a los chacales

7

Persiguiendo a los chacales

Desde el principio Crepúsculo envidió las relucientes canciones de su hermano, y cuando Estrella Diurna perdió la profundidad de su música y se fue volando, Crepúsculo reemplazó a su hermano entre los Primigenios. Engendró hijos con Brisa y Humedad.

Del vientre de Brisa nacieron los hermanos Fuego Blanco y Destello de Plata, y su hermana Juicio. Del vientre de Humedad nacieron Trueno, Océano y Tierra Negra, y aunque sus madres eran gemelas, nunca hubo armonía entre estos seis hijos, ni siquiera al principio.

«Cien lucubraciones»

del Libro de la Lamentación

Hasta la tenue luz matinal que se filtraba por las pequeñas y altas ventanas bastaba para indicar a Briony que no estaba en su cámara de la residencia real. Estaba rodeada por paredes enyesadas y blancas y mujeres de tez oscura con vestidos sueltos y suaves, todas ocupadas en hacer las camas o remendar ropa, y hablando en un idioma sereno y musical que Briony no entendía. Desconcertada, se preguntó qué había sucedido.

No tardó en descubrir la verdad: mientras se incorporaba, tapando con la manta la ligera ropa que llevaba puesta, empezó a recordar.

—Buenos días, Briony-zisaya. —Había una mujer delgada y madura junto a la cama. Sonrió, mostrando un imprevisto destello de color—. ¿Dormiste bien?

Sí, Shaso la había llevado a ese lugar en el barrio pobre de esa ciudad de Marrinswalk… Lander o algo así. Se habían refugiado en el hogar de un compatriota de Shaso, y esta mujer con un diente de oro era la señora de la casa.

—Sí, sí. Gracias, muy bien. —De pronto sintió timidez, sabiendo que había estado durmiendo, quizá roncando, mientras esas mujeres morenas y delicadas trabajaban en silencio alrededor—. ¿Puedo hablar con Shaso? —Recordó la reverencia con que las mujeres hablaban de él, como si la princesa Briony fuera su sirvienta y no al revés, algo que la irritaba más de lo que deseaba confesar—. Lord Shaso. ¿Podéis llevarme a él?

—Sabrá que estás despierta y te estará esperando —dijo la mujer mayor, sonriendo de nuevo. Briony pudo contar media docena de mujeres en la gran habitación, y creyó recordar que había más la noche anterior—. Permite que te ayudemos a vestirte.

Fue rápido e incluso placentero, y la charla de las mujeres era en general incomprensible, un continuo arrullo que incluso bajo la luz de la mañana volvió a dar sueño a Briony. Era tan extraño, esas mujeres y sus habitaciones y costumbres extranjeras, su lengua extranjera, como si un dios travieso hubiera alzado la casa de una distante ciudad meridional y la hubiera llevado por el aire al medio del frío y lodoso Eion invernal. Alguien estaba en el continente equivocado.

La mujer mayor, adivinando que Briony había olvidado su nombre, volvió a presentarse como Idite. No volvió a darle el andrajoso vestido de la muchacha acuana, sino que la vistió con una ondeante prenda de una tela rosada tan delgada y traslúcida que tuvo que ponerse debajo un vestido más grueso de tela blanca más ceñida, con mangas que llegaban a la punta de los dedos. Las mujeres tuaníes le alzaron el pelo y le insertaron alfileres, riéndose al verlo tan amarillo, luego le pusieron una diadema de perlas en la cabeza. Idite le llevó un precioso espejo con forma de hoja de loto, para que ella viera el resultado de su labor. Le resultaba encantador y perturbador verse transfigurada por unas pocas prendas y joyas, transformada fácilmente en esa criatura blanda y bonita (sí, se veía bonita, hasta ella tenía que admitirlo) que muchos hombres de Marca Sur siempre habían deseado que fuera. Le costaba no irritarse un poco. Pero la transformación era un acto de amabilidad, no de dominación, así que sonrió y dio gracias a Idite y las demás, y sonrió un poco más cuando se deshicieron en elogios, con torpeza en la lengua de Briony y con fluidez en la de ellas.

—Ven —dijo al fin la señora de la casa—. Ahora irás a ver al Dan-Heza y mi buen marido.

Idite y una de las mujeres más jóvenes, una muchacha tímida y esbelta no mucho mayor que Briony, con una sonrisa nerviosa tan fija que dolía verla, la condujo fuera de los aposentos de las mujeres. El pasillo daba tantas vueltas que creaba la impresión de que la casa era aún más grande, pero al fin salieron a lo que parecía ser la habitación delantera, aunque las puertas no daban al frente de la casa sino al lluvioso patio. Shaso aguardaba junto a tres sillas, dos vacías, y una ocupada por un hombre menudo y calvo con una sencilla túnica blanca que parecía un poco mayor que el padre de Briony, con una piel un poco más clara que la de Shaso. Los cortos dedos del hombre estaban cubiertos de suntuosos y brillantes anillos.

—Gracias, Idite, mi flor —dijo. A diferencia de su esposa, hablaba con muy poco acento—. Ahora puedes irte.

Idite y la muchacha hicieron reverencias y se retiraron, mientras el hombrecillo se levantaba y se inclinaba ante Briony.

—Soy Effir Dan-Mozan —dijo—. Bienvenida a mi casa, princesa. Nos honráis.

Briony asintió y se sentó en la silla que él señalaba.

—Gracias. Todos han sido muy amables conmigo.

Shaso se aclaró la garganta.

—Lamento haberos dejado súbitamente, alteza, pero tenía mucho que hablar con Effir.

—¡No tenía idea de que existían estos lugares en Marrinswalk! —Briony no pudo dejar de reírse de su propia sorpresa.

—Si por «estos lugares» os referís a los hadami tuaníes, las casas de nuestra gente, las encontraréis en muchos sitios, incluso aquí en el norte. Hasta en vuestra ciudad.

—¿En Marca Sur? ¿De veras?

—Ah, sí… Pero es una grosería pretender que una huésped entable conversación cuando no le han dado de comer. Perdonadme. —Hizo sonar la campanilla que tenía en el brazo del sillón. El hombre barbado que había abierto la puerta la noche anterior salió de detrás de una cortina. Era aún más joven de lo que ella había pensado, quizá apenas un par de años mayor que Briony.

—Por favor, Tal, trae comida y gawa para nuestros huéspedes, y también para mí. Esta mañana me levanté temprano y empiezo a sentir la necesidad de un bocado.

El joven se inclinó y salió, pero no sin dirigir a Briony una mirada larga e inescrutable.

—Mi sobrino Talibo —explicó Dan-Mozan—. Buen muchacho, aunque demasiado enamorado de estas ciudades norteñas y sus costumbres. Aun así, aprende deprisa y quizá estas ideas nuevas que tanto valora traigan algo útil a la casa de Mozan. Ahora, mi niña, quiero preguntarte si todo ha sido satisfactorio. ¿De veras las mujeres te trataron bien? Lord Shaso me pidió que no escatimáramos amabilidades… aunque siempre habrías sido una huésped de honor.

—Sí, gracias, lord Dan-Mozan. Todos fueron muy amables.

Él rió de placer.

—No, princesa, no soy ningún lord. Sólo un mercader. Llamadme Effir y para mis oídos será como la miel en la lengua. Me alegra que os trataran bien. Un huésped es algo sagrado. —Alzó la vista cuando Talibo regresó con un anciano que parecía ser un sirviente, y ambos llevaban grandes bandejas. Era evidente que habían preparado la comida previamente y sólo aguardaban la llegada de Briony. El joven y el anciano acomodaron platos y bandejas en la mesa baja y ancha, sirviendo pan sin levadura, fruta, trozos de pescado frío y sazonado, setas remojadas en vinagre y otros manjares que Briony no reconoció. Talibo sirvió un líquido oscuro y humeante en tres tazas. Cuando Briony terminó de llenar un plato con cosas para comer, imitó a Shaso y Effir Dan-Mozan, curvando las piernas y apoyándose el plato en el regazo. Bebió un sorbo del líquido caliente, pensando que sería té, que ella había aprendido a beber con su tía abuela Merolanna, pero era algo mucho más extraño, muy amargo, y tuvo que hacer un esfuerzo para no escupirlo.

—No os gusta el gawa, ¿eh? —Dan-Mozan no pudo ocultar una sonrisa—. ¿Demasiado caliente?

—Demasiado amargo.

—Entonces debéis añadirle crema y miel. Yo lo hago a menudo, sobre todo de noche, después de la cena. —Señaló una pequeña bandeja con dos jarras—. ¿Queréis que yo lo haga por vos?

Briony no estaba muy convencida, pero asintió por cortesía.

—Teneros en mi casa no es sólo una sorpresa sino un privilegio —dijo Dan-Mozan mientras indicaba al joven Tal que pusiera cosas en la taza de gawa de Briony—. Lord Shaso me contó parte de lo que sucedió. Sabed que seréis bienvenida aquí mientras necesitéis quedaros, y que nada… —Hizo una pausa y miró a su sobrino, que había terminado con el gawa de Briony y aguardaba—. Ya puedes irte, Tal —dijo con cierta frialdad—. Tenemos cosas de que hablar.

—¿Ella se quedará? —Talibo reparó en su impertinencia y cerró la boca, pero la pregunta molestó a su tío.

—Sí. Es una compañera de lord Shaso y ante todo es nuestra huésped… Mi huésped. Tú y yo hablaremos más tarde.

—Sí, tío. —Talibo hizo una reverencia, echó una mirada furtiva a Briony, y salió.

Dan-Mozan suspiró y extendió las manos en un gesto de resignación.

—Como decía, es buen muchacho, pero ha absorbido demasiadas ideas nuevas demasiado pronto, como un niño travieso al que le dan un cuenco lleno de golosinas. Ha perturbado su carácter y se ha olvidado de cómo comportarse.

—Estas tierras norteñas pueden envenenar a un joven —dijo Shaso con cara adusta, apilando setas en su plato.

—Desde luego, desde luego —dijo Dan-Mozan con una sonrisa—. Pero los jóvenes son sumamente susceptibles en todas partes. Después de pasar un año aquí irá de vuelta a Tuan, se casará con una buena muchacha y volverá a ser el de antes. Ahora, bendigamos nuestra comida. —Musitó unas palabras.

—De vuelta a Tuan —dijo Shaso sombríamente. Parecía tenso y fatigado, aunque era temprano—. Hubo momentos en que yo deseaba hacerlo, pero ya no es la Tuan que conocí. No puede serlo, pues pertenece a Xis. —Frunció los labios como si fuera a escupir en el suelo, pero lo pensó mejor. Effir Dan-Mozan, que por un instante pareció temer por sus hermosas alfombras, volvió a sonreír, aunque con tristeza.

—Tenéis razón, mi señor. Aunque algunos seres indignos debemos mantener nuestros vínculos a causa de nuestro oficio, no es el lugar que amábamos, y no lo será mientras esos cabrones xixianos (con perdón, milady, olvidé que estabais aquí) tengan las llaves de nuestras puertas. Pero eso cambiará. Todas las cosas cambian si la Gran Madre lo desea. —Unió las manos con una expresión piadosa, y se volvió hacia Briony—. Vuestra comida, alteza… ¿no es de vuestro agrado?

—Sí… sí, es muy sabrosa. —Estaba comiendo despacio para no portarse como un cerdo frente a ese hombre menudo y pulcro, pero tenía mucha hambre y la comida era excelente, llena de sabores picantes y desconocidos.

—Bien. De acuerdo, lord Shaso, deseabais hablar conmigo y aquí estoy, a vuestras órdenes. Estoy muy complacido de veros en libertad, y sorprendido por vuestra historia. —El mercader le sonrió a Briony—. Huelga decir que vuestra valentía ha ocupado una parte descollante del relato de lord Shaso.

Ella tenía la boca llena; asintió cautelosamente. Ella era la persona que había encarcelado a Shaso, y temía que ese hombre menudo y amable se burlara de ella.

—Necesito información —dijo Shaso—, y quería que la princesa estuviera aquí para no tomarme el trabajo de repetirla. —Ella reparó en su expresión de enfado—. Y desde luego tiene derecho a estar aquí, pues es la heredera del trono de su padre.

—Ah sí —dijo gravemente Dan-Mozan—. Todos rogamos para que el rey Olin regrese sano y salvo, y que los dioses le den salud.

—Información —repitió Shaso con impaciencia—. Tus barcos van a todas partes por la costa, Dan-Mozan, y tienes muchos ojos y oídos en los ríos de tierra adentro. ¿Qué sabes sobre la invasión de los crepusculares, sobre el autarca, sobre cualquier cosa que yo deba saber? Haz como si no supiera nada.

—Nunca cometería la tontería de pensar que no sabéis nada —dijo Dan-Mozan—, pero entiendo. Bien, seré tan claro como la Madre me lo permita. El norte es pura confusión, a causa del ejército de d’shinna que ha atravesado la Línea de Sombra. —Asintió, como si esto fuera algo que había predicho largo tiempo atrás—. El gran ejército de Marca Sur fue desbaratado… Me disculpo por decirlo, estimada princesa, pero es la verdad. Los que sobrevivieron pero no pudieron regresar al castillo se han dispersado. Algunos huyeron al sur, hacia Muro de Kerte y Argentia. Dicen que las calles de Velo de Onsilpia están llenas de soldados que lloran. Mucho otros se dirigen a Setia o descienden a Brenia, convencidos de que el norte caerá, esperando hallar refugio en esos lugares o embarcarse hacia el sur. Pero quizá descubran que las tierras meridionales tampoco ofrecen un refugio seguro…

¡Barrick, Barrick…! Briony trató de imaginarlo libre y vivo, quizá dirigiéndose a Setiana con un grupo de supervivientes. Su amada otra mitad… ¡Sin duda sabría si alguien que había conocido y amado como parte de sí misma hubiera muerto!

—¿Qué hay de la ciudad y del castillo de Marca Sur? —preguntó—. ¿Todavía está en pie? ¿Y cómo descubriste esto tan rápidamente?

—Gracias a los barcos que pescan en la bahía de Brenn y abastecen al castillo con provisiones del sur, muchos de los cuales me pertenecen —dijo Dan-Mozan, sonriendo—. Y mis capitanes también se enteran de muchas cosas en el puerto, por los hombres del río que bajan de otras partes de los reinos de la Marca. Aun en tiempos de guerra, la gente debe enviar su lana y su cerveza al mercado. Sí, el castillo de Marca Sur sigue en pie, pero la ciudad ha caído. La campiña está desierta. El lugar está lleno de demonios.

Parecía una situación sombría y desesperada. Briony apretó las mandíbulas. No quería llorar frente a esos hombres mayores, no quería frases tranquilizadoras ni mimos. Era su reino. El reino de su padre, sí, pero Olin estaba preso en Hierosol. Marca Sur la necesitaba, y necesitaba que ella fuera fuerte.

—Mi padre, el rey… ¿Hay noticias de él?

El mercader asintió serenamente.

—Nada que sugiera que no está a salvo, alteza, ni que algo haya cambiado, pero he oído que Drakava ya no es tan poderoso en Hierosol. Y otros rumores, meros susurros, dicen que el autarca está preparando una gran flota, que quizá desee apoderarse de Hierosol.

—¿Qué? —Shaso se incorporó, y casi derramó su taza de gawa. Obviamente no conocía esta noticia—. El autarca no puede estar preparado para eso. Acaba de pacificar a sus vasallos de Xand. La mitad de su ejército debe estar acantonada en Mihan, Marash y nuestro desdichado país. ¿Cómo podría avanzar tan pronto contra Hierosol y sus fuertes murallas?

Dan-Mozan meneó la cabeza.

—No tengo la respuesta, mi señor. Sólo puedo repetir lo que oigo, y se comenta que Sulepis ha formado una flota con gran premura, como si algo hubiera acelerado sus planes. —Miró a Briony como pidiendo disculpas—. Todos sabemos que los xixianos desean mayores conquistas en Eion, y que la toma de Hierosol les permitiría dominar el mar Osteyano y los océanos meridionales de ambos lados.

Briony restó importancia a estos detalles con un gesto furioso.

—¿El autarca planea atacar Hierosol? ¿Dónde está mi padre?

—Sólo rumores —dijo Dan-Mozan—. No os alarméis, princesa. En estos tiempos inciertos, muchos mueven la lengua aunque no tengan nada que decir.

—Debemos ir a rescatar a mi padre —le dijo ella a Shaso—. ¡Si nos embarcamos ahora, podríamos estar allí antes de la primavera!

Él frunció el ceño y meneó la cabeza.

—Disculpad mi franqueza, alteza, pero eso es una tontería. ¿Qué podríamos hacer allí? Acompañarlo en su cautiverio, nada más. Más aún, os obligarían a desposar a Drakava y yo iría a la horca. En Hierosol hay muchos que desean mi muerte, entre ellos mi ex discípulo, Dawet.

—Pero si viene el autarca…

—Si el autarca viene a Eion, tendremos muchos problemas, y vuestro padre es sólo uno de ellos.

—¡Por favor, estimados huéspedes! —Effir Dan-Mozan alzó las manos y batió las palmas—. Bebed más gawa, y también tenemos unos apetecibles pastelillos de almendra. No os dejéis asustar, princesa. Insisto en que son meros rumores, y es probable que no sean ciertos.

—No estoy asustada. Estoy furiosa. —Guardó un torvo silencio mientras Talibo, el sobrino de Dan-Mozan, regresaba para servir más comida y bebida caliente. Briony se miró las manos, aunque le costaba mantenerlas decorosamente quietas: si el joven la estaba observando de nuevo, no le daría el gusto de reparar en él.

Shaso, en cambio, lo miró con ojos calculadores mientras el joven volvía a salir.

—¿Crees que tu sobrino tendrá ropa que pueda prestarnos? —preguntó.

—¿Ropa? —repitió Dan-Mozan, desconcertado.

—Ropa tosca, no fina. Ropa de trabajo.

—No entiendo.

—Creo que la ropa de su tamaño sería adecuada para la princesa. Podemos subir las mangas. —Se volvió hacia Briony—. Eso os permitirá hacer algo útil con vuestra furia esta tarde.

* * *

—No puedes dejar de venir —dijo Acertijo—. Pedí tu presencia, Matty. Les dije que eras poeta, un poeta muy talentoso.

Comúnmente, la oportunidad de actuar ante la mesa de los amos de Marca Sur habría sido lo primero y lo último que Matt Tinwright habría pedido en sus plegarias nocturnas (si hubiera sido una de esas personas que rezaban), pero no sabía si quería ser conocido por los Tolly y sus amigos de la corte, viejos y nuevos. En la última decena las cosas habían cambiado, como si las oscuras nubes que últimamente se cernían sobre la ciudad que estaba allende la bahía también cubrieran el castillo.

Quizá sea demasiado sensible, se dijo. Mi naturaleza de poeta. Los Tolly sólo han hecho el bien en estos malos tiempos. Aun así, había empezado a oír historias de los empleados de la cocina y otros sirvientes con los que compartía aposentos en el fondo de la residencia, y esos rumores lo ponían nervioso: hablaban de personas que desaparecían y de otras que eran apaleadas o ejecutadas por errores insignificantes. Un pinche de cocina había visto cómo Berkan Hood, lugarteniente de Tolly, le cortaba los dedos a un paje por derramar vino, y Tinwright sabía que era cierto porque había visto al pobre joven en cama, con una venda sobre los muñones ensangrentados.

—No sé si estoy preparado para actuar ante ellos —le dijo a Acertijo—. Pero te ayudaré. ¿Una canción nueva, quizá?

—¿De veras? ¿Algo que podría dedicar a lord Tolly? —Mientras Acertijo reflexionaba sobre esto y los posibles resultados, Tinwright reparó en un movimiento en la muralla de la fortaleza interior, cerca de la torre Diente de Lobo, a tiro de flecha del jardín donde él y Acertijo se habían reunido para compartir un poco de vino que el bufón había birlado de la despensa. Por un momento pensó que era un fantasma, una presencia transparente y brumosa, pero luego comprendió que la mujer que caminaba sobre la muralla usaba velos y un chal de red sobre el vestido negro, y supo de inmediato quién era.

—Hablaremos después, ¿sí? —le dijo a Acertijo, dándole una palmada en la espalda que casi lo tumbó—. Tengo que hacer algo.

Tinwright corrió por el jardín, esquivando ovejas y cabras como en un juego de aldea. Acertijo pensaría que estaba loco, pero en todo caso esa locura era algo muy dulce, algo que un hombre querría contagiarse para no perderlo jamás.

Aminoró el paso cerca de la armería, se enjugó la frente transpirada con la manga, y se acomodó los pantalones y las calzas. Era extraño: casi se sentía avergonzado, como si traicionara a su protectora Briony Eddon, pero desechó ese sentimiento. Aunque no deseara recitar sus poemas ante los Tolly, eso no significaba que no tuviera ninguna ambición.

Rodeó la torre Diente de Lobo y subió por la escalera externa, de modo que cuando llegara a la muralla diera la impresión de que se encontraba con ella por casualidad. Le alegró que ella se hubiera detenido, pues de lo contrario habría tenido que fingir que no apresuraba el paso para alcanzarla. Ella miraba la fortaleza externa desde una almena, y sus velos ondeaban en el viento.

Cuando consideró que estaba a distancia suficiente para ser oído a pesar del viento, se aclaró la garganta.

—¡Ah! Mis disculpas, milady. No sabía que alguien más caminaba por la muralla. Es algo que me agrada hacer: meditar, sentir el aire. —Esperaba que eso sonara poético. La verdad era que hacía un frío húmedo en el borde de la fortaleza interior, con la bahía a sus pies. De no ser por esa mujer, él preferiría estar bajo techo y junto al fuego, con una buena copa para calentarse las entrañas.

Ella se giró y apartó el velo para mirarlo con ojos fríos y grises. Su tez siempre era pálida, pero en ese día húmedo y encapotado, con esa ropa y ese sombrero negro, su rostro casi desaparecía excepto por los ojos y la boca rojiza.

—¿Quién es usted?

Él reprimió un grito de exaltación. ¡Le había preguntado el nombre!

—Matthias Tinwright, milady. —Hizo su mejor reverencia y se dispuso a besarle la mano, pero esa mano no emergió de los oscuros pliegues de la capa—. Un humilde poeta. Yo era el bardo de la princesa Briony. —Cayó en la cuenta de que ese modo de describir las cosas podía parecer desleal, además de sugerir que estaba sin trabajo—. Soy el bardo de la princesa Briony —corrigió, cobrando su aspecto más piadoso—. Porque, con la misericordia de Zoria y los Tres, ella regresará.

Una expresión inescrutable cruzó la cara de Elan M’Cory mientras se volvía lentamente hacia el paisaje. ¿Por qué usaba esa ropa de viuda, cuando él sabía con certeza (lo había investigado) que no estaba casada? ¿De veras vestía luto por Gailon Tolly? Por lo que decía la servidumbre, ni siquiera estaban comprometidos. Muchos la consideraban un poco loca, pero a Tinwright no le importaba. Lo había atrapado con ese cabello cobrizo contra el cuello blanco, con esos ojos grandes y tristes que miraban el vacío mientras los demás se divertían con un número de Acertijo.

Titubeó, sin saber si debía irse.

—Un poeta —dijo ella—. ¿De veras?

Él reprimió un alarde, sorprendiéndose a sí mismo.

—Por mucho tiempo me he presentado así. A veces dudo de mi talento.

Ella lo miró con más interés.

—Pero sin duda éste es un mundo de poetas, maese…

—Tinwright.

—Maese Tinwright. Sin duda ésta es su época de gloria. Leyendas de antaño caminan bajo el sol. Los hombres mueren y nadie sabe por qué. Los fantasmas recorren las almenas. —Sonrió, pero no era una sonrisa agradable. Tinwright retrocedió un paso—. Incluso he oído que los marineros han traído noticias de un continente nuevo en el oeste, allende las Islas Humeantes, una gran tierra inexplorada llena de salvajes y oro. ¡Piense en ello! Quizá haya lugares donde la vida todavía es vigorosa, donde la gente está llena de esperanza.

—¿Por qué no decir lo mismo de este lugar, lady Elan? ¿De veras estamos tan débiles y desesperanzados?

Ella se rió, el ruido de un tijeretazo.

—¿Este lugar? Nuestro mundo es viejo, maese Tinwright. Viejo y achacoso, y hasta los críos jadean en sus cunas. El final llegará pronto, ¿no cree?

Mientras él pensaba cómo responder a esa extraña afirmación, oyó ruidos y vio que dos mujeres jóvenes se acercaban deprisa por las almenas, resbalando en las piedras húmedas en su precipitación. Reconoció a las damas de compañía de la princesa Briony: la rubia era Rose, u otro nombre de flor. Miraron a Tinwright con suspicacia, y él lamentó no tener mejor ropa. Curiosamente, esto no le había ocurrido durante su conversación con Elan M’Coiy.

—Lady Elan —gritó la muchacha morena—, no debéis caminar a solas por aquí, y menos después de lo que le pasó a la princesa.

Ella rió.

—¿Acaso crees que alguien escalará la muralla de la fortaleza para secuestrarme? Te aseguro que no tengo nada que ofrecer al secuestrador.

Ah, te equivocas, pensó Tinwright: si Briony Eddon era el radiante sol de la mañana, Elan M’Cory era la esquiva y seductora luna. Tan pálida y misteriosa como Mesiya, la diosa que recorre el cielo nocturno con su cortejo de nubes, pensó, saltando como de costumbre a los tropos del mito y la narrativa.

Pero recordó que Mesiya era esposa de Erivor y madre del linaje de los Eddon, o eso afirmaban, y el lobo de la diosa era su estandarte. Cuán pronto esos pensamientos poéticos se enturbiaban…

—Venid con nosotros —dijeron las dos damas, tirando suavemente de las mangas negras de Elan—. Aquí hay humedad; pillaréis la muerte.

—¡Ah! —exclamó una voz desde abajo, indolente y jovial—. Allí estás.

—No temáis —dijo Elan M’Cory, pero en voz tan baja que sólo Tinwright la oyó—. En cambio, ella me ha pillado a mí.

Hendon Tolly estaba al pie de la muralla del lado de la fortaleza interior, y una pequeña multitud de guardias con librea de los Tolly lo acompañaba a respetuosa distancia.

—Bajad, gentil dama. Os estaba buscando.

—Os convendría acostaros —dijo la rubia Rose, casi en un susurro—. Dejadnos cuidar de vos, lady Elan.

—No, mi cuñado me llama, debo ir. —Se volvió hacia Tinwright—. Ha sido agradable conversar con usted, maese poeta. Si piensa alguna respuesta para mi pregunta, me agradaría conocerla. Me parece que cada día las cosas avanzan más deprisa hacia el final.

—¡Estoy esperando, milady! —Hendon Tolly parecía a punto de reírse, aunque de una broma que sólo él entendía—. Hay cosas que deseo mostraros…

Ella echó a andar detrás de las damas, dirigiéndose hacia la escalera por donde había subido Tinwright y hacia el amo de Marca Sur. Antes de llegar a ellos, cuando Tolly se volvió para hablar con los guardias, ella se volvió hacia Tinwright un instante. Él creyó que movería la cabeza en un gesto de despedida, pero ella sólo lo miró con una expresión tan extraña, tan llena de vergüenza y emoción, como un perro al que han pillado atiborrándose con la cena de la familia, y sabe que será apaleado pero ni siquiera puede correr.

Matt Tinwright volvería a ver esa cara una y otra vez en sus pesadillas.

* * *

Briony se retorció, tratando de acomodarse. La bufanda que le había prestado una hija de Idite le aplastaba los pechos, pero dejaba un incómodo nudo en el centro de su espalda.

—¿Os conviene la ropa? —Shaso se había puesto algo similar a las prendas holgadas que un sirviente le había llevado a Briony. Los pantalones eran largos. Ella los había arremangado para que no se arrastraran por el suelo y la hicieran tropezar, pero le agradó descubrir que la tosca camisa, aunque amplia, no le entorpecía los movimientos.

—Creo que bastante bien —dijo ella—. ¿Por qué la estoy usando?

—Porque aprenderéis algo nuevo. —Él sostenía un paquete de tela encerada. Se lo caló bajo el brazo y la condujo al patio. La lluvia había cesado pero el cielo aún estaba cubierto de nubes oscuras y las piedras del patio estaban mojadas. Le indicó que se sentara en el borde de una maceta de piedra que albergaba un solitario membrillo, ahora desnudo salvo por los últimos y arrugados frutos que las aves no se habían llevado—. Ahí debe estar seco.

—¿Qué aprenderé?

Él frunció el ceño.

—Lo primero que debéis aprender, como todos los Eddon, es a ser paciente. En eso sois mejor que vuestro hermano, pero no mucho. —Alzó la mano—. No, no penséis en él. No debí haberlo mencionado. Roguemos que esté a salvo.

Ella asintió, conteniendo las lágrimas. ¡Pobre Barrick! Zoria, vela por él. Protégelo con tu escudo, dondequiera que esté.

—No habría optado por enseñaros esgrima, si vos no lo hubierais querido y vuestro padre no hubiera accedido a vuestro capricho. —Shaso volvió a alzar la mano—. Recordad: paciencia. Pero os enseñé, y habéis aprendido a pelear bien, para ser mujer. A fin de cuentas, la lucha no está en la naturaleza de las mujeres.

De nuevo ella intentó hablar, pero sabía cuál sería la reacción del viejo y no tenía fuerzas para otra discusión. Cerró la boca.

—Suceda lo que suceda en los días venideros, creo que no portaréis una espada. Aquí no la necesitaréis, y si nos vamos de este lugar lo haremos en secreto.

Apoyó el paquete en el suelo, metió la mano y sacó una clavija de madera que era un poco más corta que el antebrazo de Briony.

—Os he enseñado algo sobre el manejo del puñal, pero sobre todo para usarlo en combinación con una espada. Así que ahora os enseñaré cómo pelea un tuaní sin espada. De pie. —Cogió la clavija—. Fingid que esto es un cuchillo. Protegeos.

Dio un paso hacia ella, bajó la clavija. Ella alzó las manos y retrocedió.

—Mal hecho, niña. —Le entregó la clavija de madera—. Haz lo mismo conmigo.

Ella lo miró con incertidumbre, luego avanzó, tratando de acertarle en el pecho, pero con cierta timidez. Shaso alzó la mano.

—No. Ataca con fuerza. Te prometo que no me lastimarás.

Ella cobró aliento y embistió. Él sacó la mano con fulminante rapidez, le desvió el brazo, avanzó, le puso la pierna detrás y le empujó el cuello con la otra mano. Le cogió la manga de la camisa para impedir que se cayera. Suavemente le quitó la clavija de la mano.

—Ahora intenta hacer lo que yo hice.

Tuvo que intentarlo varias veces para dominar el truco de avanzar al mismo tiempo que desviaba el ataque. Era diferente de la esgrima, mucho más íntimo, pues la pequeñez del arma y el hecho de que ella no estuviera armada afectaban a los ángulos y la velocidad. Cuando el viejo quedó satisfecho, le mostró otras tretas para detener el ataque y trabar la pierna, varios movimientos destinados no sólo a desviar o frenar el embate del adversario sino a arrebatarle el arma.

Ya era casi mediodía, y el sol asomó entre las nubes. Briony estaba sudando, y se había caído tres o cuatro veces en las duras piedras del patio, magullándose la rodilla y la cadera. En cambio, Shaso estaba tan fresco como cuando habían iniciado la lección.

—Tómate unos momentos para recobrar el aliento —dijo—. Lo estás haciendo bien.

—¿Por qué me enseñas esto? —preguntó ella—. ¿Por qué ahora?

—Porque ya no eres una princesa. Al menos no tendrás los privilegios de una princesa. No hay hombres para custodiarte, ni murallas para mantener a raya a tus enemigos. ¿Lista para empezar de nuevo?

Ella se frotó la cadera dolorida, y se preguntó si estaba mal pedirle a Zoria que le infligiera a Shaso un doloroso calambre. Quizá Zoria ni siquiera pudiera oírle, en esta casa de la Gran Madre de Tuan.

—Lista —dijo.

* * *

Hicieron una pausa para tomar agua y para que Briony comiera las frutas secas y el pan que un azorado sirviente había llevado al patio. Más tarde, varias mujeres de la casa se reunieron bajo un alero para mirar, riendo, fascinadas por el espectáculo. Shaso le mostró más maniobras defensivas, patadas y otros métodos para defenderse y desarmar a un atacante, modos de romper el brazo de un hombre del doble de su tamaño, o patearlo de tal modo que no luchara más ese día. Cuando el viejo quedó satisfecho con su progreso, sacó una segunda clavija de madera y se la entregó, y luego comenzó a practicar la lucha de cuchillo contra cuchillo.

—No permitas que tu enemigo ponga su arma entre tú y él una vez que se ha acercado —dijo Shaso—. Aun una puñalada corta puede ser fatal. Siempre desvía la mano que sostiene el puñal. ¡Así! Si tu enemigo se acerca demasiado, puedes cortarle los tendones del dorso de la mano o de la muñeca. Pero no dejes que coja tu arma con la otra mano.

Cuando el sol comenzó a ponerse detrás del techo del patio, y las mujeres del hadar ya habían satisfecho su curiosidad y habían ido adentro, Shaso le dio otro descanso. Briony temblaba de fatiga.

—Por hoy hemos concluido —dijo él, secándose el sudor con la manga—. Pero lo repetiremos mañana y los días siguientes, hasta que yo pueda dormir de noche. —Guardó las clavijas en la tela encerada. Otra cosa hizo ruido en su interior, pero él cerró el paquete y Briony no vio qué era—. Éste no es el mundo que conocías, Briony Eddon. Éste es un mundo que nadie conoce, y aún está por verse en qué se transformará. Tu papel puede ser grande o pequeño, pero he jurado lealtad a tu familia y quiero que vivas para desempeñar ese papel.

Briony no sabía bien a qué se refería, pero al observarlo vio que a pesar de su aparente invulnerabilidad también le temblaban las manos y respiraba entrecortadamente, y sintió aflicción y afecto.

—Lamento que te hiciéramos encarcelar, Shaso. Estoy avergonzada.

Él le dirigió una mirada extraña, no furiosa, sino distante.

—Hiciste lo que tenías que hacer. Como todos, desde los más grandes hasta los más pequeños. Aun el autarca en su palacio es sólo un muñeco de arcilla en manos de la Gran Madre. —Se puso el paquete bajo el brazo—. Puedes irte. Lo has hecho bien… Para ser mujer, muy bien.

El momento de afecto desapareció en un estallido de irritación.

—De nuevo sales con eso. ¿Por qué una mujer no puede pelear tan bien como un hombre?

—Algunas mujeres pelean tan bien como algunos hombres, niña —dijo él con una sonrisa agria—. Pero los hombres son más corpulentos y más fuertes, Briony. ¿Sabes qué es un león? Es un gran felino que vive en el desierto cerca de mi país.

—He visto uno.

—Entonces conoces su tamaño y su fortaleza. La hembra es una gran cazadora, feroz y peligrosa, una poderosa asesina. Abate a la gacela y destroza a los chacales que tratan de devorar a sus crías. Pero cede ante el macho.

—No quiero ser un león macho —dijo Briony—. Me conformaría con ahuyentar a los chacales.

La sonrisa de Shaso fue más conciliadora.

—Al menos puedo tratar de enseñarte eso. Ahora vete, y nos veremos por la mañana.

—¿No te veré en la cena?

—En esta casa, los hombres y las mujeres no comen juntos por la noche. Es la tradición de Tuan. —Giró y se alejó, cojeando apenas, por el patio.

* * *

El sobrino de Dan-Mozan la aguardaba en el pasillo. Ella se sobresaltó cuando él se apartó de la pared en que estaba apoyado, desviando los ojos como si no la hubiera visto, como si no la hubiera estado esperando. Briony sólo quería darse un baño caliente, para que el vapor aliviara sus músculos doloridos y le quitara la suciedad de las rodillas y los pies raspados.

—Estás usando mi ropa —dijo Talibo.

—Sí, gracias. Tu tío me la prestó.

—¿Por qué?

—Porque lord Shaso deseaba que practicara el uso del cuchillo. —Él puso una cara de arrogante incredulidad, y Briony tuvo que contener la lengua. ¿Cómo se atrevía a mirarla así? ¡A Briony Eddon, princesa de todos los reinos de la Marca! No era mayor que ella. Claro que no era mal parecido, pensó al mirarle los ojos castaños y líquidos, el bigote ralo, pero exhibía sus sentimientos como un niño. Viéndolo a él, se podía imaginar cómo habría sido en su juventud Dawet Dan-Faar, el enviado de Ludis, imaginar ese mismo aire de orgullo juvenil. Un orgullo injustificado e irritante, pensó. ¿Qué había hecho ese muchacho de tez parda, que vivía en una casa, rodeado por mujeres que le rendían pleitesía sólo porque no era mujer?—. Tengo que irme. Una vez más, gracias por la ropa.

Pasó de largo, notando que el joven quería decir algo más pero sin ganas de quedarse allí mientras él se armaba de coraje para decirlo. Le pareció sentir los ojos de él mientras regresaba fatigada a los aposentos de las mujeres.