4: El Hada-d’in-Mozan

4

El Hada-d’in-Mozan

El mayor vástago del Vacío y la Luz fue Astro Diurno, y gracias a su brillo todo se conocía mejor y las canciones adquirían formas nuevas. Y en esta nueva luz Astro Diurno encontró a Madre Ave y juntos engendraron muchas cosas, hijos, música e ideas. Pero todo comienzo contiene su propio final.

Cuando la Canción de Todos era mucho más vieja, Astro Diurno perdió su canción y se fue al cielo para cantar sólo sobre el sol. Madre Ave no murió, aunque su pesadumbre fue inmensa, pero puso un gran huevo, y de allí nacieron los hermosos mellizos Brisa y Humedad para propagar las semillas del pensamiento vivo, para nutrir y fecundar la tierra.

Cien lucubraciones

del Libro de la Lamentación

Una tormenta llegó desde el mar después de la puesta del sol, pero aunque una lluvia helada los castigaba y el vaivén del bote provocaba náuseas, el aire era más cálido que en su primer viaje por la bahía de Brenn. Aun así, Briony sentía frío y desolación.

El invierno, pensó con abatimiento. Sólo una tonta perdería el trono y emprendería la fuga en esta estación fatal. Los Tolly no tendrán que matarme. Quizá muera ahogada o congelada. Le preocupaba que Shaso se empapara con esa lluvia fría cuando hacía tan poco que había bajado la fiebre, pero como de costumbre el viejo permanecía imperturbable como una estatua. Eso era tranquilizador: si había recobrado su porfiado orgullo, sin duda se sentía mejor.

En cambio, Ena, la muchacha acuana, no parecía preocupada por la tormenta y no necesitaba valentía para afrontarla. Apenas reparaba en ella. Se había puesto la capucha y remaba con la tranquilidad de alguien que guía una batea por las serenas aguas de un lago en verano. Le debían mucho a esa muchacha, y Briony lo sabía: sin su conocimiento de la bahía y sus mareas no habrían podido escapar.

La recompensaré bien. Claro que en ese momento la hija de la familia real de Marca Sur no tenía nada para dar.

Lo peor de la tormenta pasó pronto, aunque el oleaje aún estaba encrespado. La monotonía del viaje, el continuo tamborileo de la lluvia sobre su capa y el vaivén de las olas sumieron a Briony en una ensoñación en que fantaseaba con el día en que regresaría a Marca Sur y sería recibida con alegría por su pueblo y… ¿y quién más? Barrick se había ido y aún no podía pensar mucho en su ausencia; era como si hubiera sufrido una herida espantosa y no se atreviera a mirarla hasta que la hubieran curado, por temor a desmayarse y morir a la vera del camino sin encontrar ayuda. ¿Pero quién más quedaba? Su padre estaba preso en la lejana Hierosol. Su madrastra, Anissa, aunque quizá no fuera su enemiga, si la traición de su criada no tenía nada que ver con ella, aún no era una amiga, y ciertamente no era una madre. ¿Qué otras personas valoraba o estimaba Briony? ¿Avin Brone? Era demasiado severo, demasiado parco. ¿Quién más?

Pensó en Ferras Vansen, el capitán de la guardia. ¡Tonterías! ¿Qué significaba él para ella, con su cara ordinaria y su vulgar pelo castaño y su postura tan estudiada que rayaba en la arrogancia? Aunque Briony concedía que no era tan culpable de la muerte de su hermano mayor como ella había creído, él no era nada para ella. Un mero soldado, un oficial, un hombre que sólo pensaría en el cuartel y la taberna, y que debía pasar el tiempo libre manoseando mujerzuelas.

Aun así, era extraño que ahora viera su rostro pensativo, que pensara en él tan súbitamente, y casi con afecto…

Merolanna. ¡Desde luego, la querida tía Lanna! La tía abuela de Briony estaría allí para recibirla en su regreso triunfal. ¿Pero cómo se sentiría ahora? Briony sintió pánico. ¡Pobre tía! Debía estar loca de pesadumbre y preocupación, pues ambos mellizos se habían ido, todo el orden de las cosas estaba trastocado. Pero Merolanna no cejaría. Conservaría la compostura por el bien de los demás, por el bien de la familia, incluso por el bien del nuevo hijo de Olin, el hijo de Anissa. Briony luchó contra una punzada de celos. ¿Qué otra cosa podía hacer su tía abuela? Haría lo posible por proteger a los Eddon.

¡Ah, tía, cuando regrese te abrazaré con tal fuerza que te partiré los huesos! ¡Y te besaré las mejillas hasta inflamarlas! ¡Estarás tan asombrada! La duquesa lloraría, desde luego. Siempre lloraba en las ocasiones felices, rara vez en las tristes. Y estarás tan orgullosa de mí. «Muchacha sabia», me dirás. «Hiciste lo mismo que habría hecho tu padre. ¡Y fuiste muy valiente!»

Briony cabeceó y se adormiló, pensando en ese día futuro, tan fácil de imaginar en todo, salvo en cómo llegaría a ocurrir.

* * *

Llegaron a la escarpada costa norte de Marrinswalk cuando el sol naciente pintaba de gris los negros nubarrones, y atravesaron la caleta desierta hasta acercarse a la costa. Briony se sujetó la falda que le había dado Ena a la altura de los muslos y ayudó a la muchacha acuana a arrastrar el bote hasta la arena húmeda. El viento era muy frío, y la hierba y el brezo de las dunas ondeaban como imitando las olas de la bahía.

—¿Dónde estamos? —preguntó.

Shaso escurrió el agua de su ropa mojada. Así como Briony llevaba ropa de Ena, él usaba una de esas camisas abolsadas y manchadas de sal de Turley, y un par de pantalones del acuano, largos hasta las rodillas. Mientras escrutaba las colinas circundantes, con el rostro consumido por el largo encierro, Shaso Dan-Heza parecía un espíritu antiguo vestido con la ropa descartada de un niño.

—A poca distancia de Kinemarket, diría yo, y a tres o cuatro días de marcha de Castelhueso.

—Kinemarket está hacia allá —dijo Ena, señalando el este—. Al otro lado de estas colinas, al sur de la carretera de la costa. Podríais llegar allá antes de que el sol llegue al cénit.

—Sólo si empezamos a caminar —dijo Shaso.

—¿Qué haremos en Kinemarket? —Briony nunca había estado ahí, pero sabía que era una ciudad pequeña con una feria anual que aportaba un decente ingreso anual al trono. También recordaba que un río la atravesaba o pasaba cerca. En todo caso, bien se podría haber llamado Diminuta o Irrelevante en lo que a ella concernía—. ¡Allí no hay nada!

—Salvo comida… y necesitaremos algo de eso, ¿no os parece? —dijo Shaso—. No podemos viajar sin comer y todavía no estoy en condiciones de cazar algo para alimentarnos. Para eso tendré que recobrarme un poco más.

—¿Adónde iremos después?

—A Castelhueso.

—¿Por qué?

—Basta de preguntas. —Le dirigió una mirada que habría intimidado a cualquiera, pero Briony no era fácil de amedrentar.

—Dijiste que tú tomarías las decisiones, y acepté. No dijiste que no podía preguntar por qué, y no dijiste que no responderías.

—Volved a preguntarme cuando estemos en marcha —gruñó él. Se volvió hacia Ena—. Dale las gracias a tu padre, muchacha.

—Su padre no nos trajo aquí. —Briony aún estaba avergonzada por haber discutido con la joven antes de desembarcar en Peñón de M’Helan—. Estoy en deuda contigo —le dijo, tratando de portarse como una reina—. No lo olvidaré.

—Estoy segura de que no, milady. —Ena hizo una rápida reverencia, nada servil.

Bien, me ha visto dormir, y babear. Supongo que sería demasiado esperar que me tratara como Zoria la Bella. Aun así, Briony no estaba segura de que le agradara ser una princesa sin trono ni castillo ni cualquiera de esos privilegios a que estaba acostumbrada y que se había apresurado a subestimar.

—Gracias, en todo caso.

—Buena suerte a ambos. —Ena se alejó un paso, se detuvo y se giró sobre los talones—. Que el Santo Buzo me eleve, casi me olvido. ¡Mi padre me habría hecho despellejar, estirar y ahumar! —Extrajo un pequeño saco de un bolsillo de su voluminosa falda y se lo entregó a Shaso—. Aquí hay algunas monedas para ayudaros en vuestro viaje, milord. —Miró a Briony casi con lástima—. Quizá para comprarle una comida decente a la princesa.

Antes de que Briony o Shaso pudieran responder, la muchacha acuana empujó el bote hasta el agua y se internó en la caleta. Trepó al banco con la gracia de un jinete que hace acrobacias con un caballo, y un segundo después los remos estaban en el agua y el bote avanzaba contra el viento, cabalgando sobre las olas.

Briony se quedó mirando mientras la muchacha y el bote desaparecían. De pronto se sentía muy sola y fatigada.

—Una cosa que sé con certeza sobre las aldeas, e incluso sobre las ciudades —dijo Shaso agriamente—, es que no caminarán hasta nosotros. —Señaló las dunas y colinas cubiertas de arbustos y arbolillos—. ¿Empezamos, o tenéis una razón convincente para que nos quedemos aquí hasta que alguien nos vea?

Briony sabía que debía agradecer que él estuviera recobrando su viejo carácter, pero ahora no estaba agradecida.

* * *

Ese arrebato de mal humor también pareció cansar a Shaso. Mantuvo la cabeza gacha y no habló mientras caminaban por las frías dunas hasta un sendero que bordeaba las colinas.

Briony quería preguntar por qué iban a Castelhueso, que era la principal ciudad de Marrinswalk pero aun así no era gran cosa, y qué planes tenía para cuando llegaran allí, pero prefirió reservar sus fuerzas para caminar. El viento, que al principio les soplaba en la espalda, había cambiado y les azotaba la cara con fuerza irritante, frenándolos a cada paso. Los nubarrones estaban tan bajos que Briony tenía la impresión de que podía clavarles los dedos si estiraba el brazo. Agradecía las gruesas capas de lana que les habían dado los acuanos, pero aún estaban mojadas por la lluvia y pesaban como plomo. Sus vestidos cortesanos, a pesar de sus incomodidades, de pronto no parecían tan odiosos: al menos eran secos y cálidos.

Al cabo de una hora Briony empezó a ver indicios de habitantes: chozas en las cimas, rodeadas por árboles. Echaban humo por los orificios del techo o las torcidas chimeneas, y Briony rompió su largo silencio para preguntarle a Shaso si no podían detenerse en alguna para calentarse.

Él negó con la cabeza.

—Cuanta menos gente haya, mayor será el peligro de que alguien nos recuerde. Hendon Tolly y sus hombres ya sospecharán que nos hemos alejado del castillo, y pronto harán preguntas en todos los poblados costeros de la bahía de Brenn. Somos una pareja inusitada, un hombre de tez negra y una muchacha de tez clara. Es sólo cuestión de tiempo hasta que alguien que nos haya visto se encuentre con agentes de Hendon.

—¡Pero nos habremos ido!

—Tenemos que escondernos en alguna parte. ¿Queréis informar a los Tolly que pueden dejar de buscar en el castillo y las demás tierras circundantes y concentrarse en un solo lugar, como Marrinswalk?

Al pensar en un contingente de hombres armados que batían la campiña, Briony tembló y apresuró el paso.

—Pero al fin alguien tendrá que vemos si vamos a Castelhueso u otra ciudad. Las ciudades están llenas de gente.

—Por suerte. Quizá sea nuestra única esperanza. Es más improbable que se fijen en nosotros en un lugar muy poblado, alteza, sobre todo si hay gente de mi raza. Y basta de charla por ahora.

* * *

Bajaron por el borde de un valle. Cuando llegaron al ancho río que zigzagueaba en el fondo, Shaso decidió que podían tomarse un tiempo para beber. También encontraron algunas casas más, sencillos edificios de piedra sin argamasa y con techo de paja, pero tan desperdigados que Briony dudaba que un hombre pudiera ver la casa de su vecino a plena luz del día y con cielo despejado. Una cabra balaba en un corral, quizá protestando por el frío, y comprendió que era el primer sonido familiar que oía en largo tiempo.

Con el transcurso de las horas pasaron por varias aldehuelas pero no se detuvieron en ninguna, y llegaron a Kinemarket al terminar la mañana, cruzando por un sitio donde el río se angostaba y el trabajo de los lugareños había transformado un afortunado amontonamiento de piedras en un puente. Kinemarket era un poblado próspero de respetable tamaño, y la forma de nabo de la cúpula de un templo asomaba sobre sus murallas bajas. Shaso decidió permanecer escondido en los árboles de las afueras mientras Briony iba a comprar comida con una de las monedas que les había dado Turley, una pieza de plata con la efigie del rey Enander de Sian, una moneda tan pequeña que Briony estaba segura de que le habían rebanado la mitad del metal original. Lamentó recordar que una vez había declarado que no sólo había que apalear en la plaza pública a los que envilecían las monedas, sino infligir el mismo castigo a los que contribuían a hacerlas circular. Ahora lo veía de otro modo, pues otra persona se había encargado de envilecer la moneda y ella la necesitaba para comprar comida.

—Primero ensuciaos un poco más. —Shaso le dibujó una línea de mugre en la cara. Ella trató de apartarse—. Adelante, hacedlo vos. Parte del trabajo ya está hecho, de todos modos, gracias a la caminata de esta mañana.

Se frotó un poco más, pero al recorrer el lodoso sendero que conducía a las puertas del poblado, esperando perderse en la multitud que se dirigía al mercado, comenzó a temer que hubieran pensado poco en el modo de ocultar su identidad. ¡Ese vestido remendado y unas manchas de roña en las mejillas no podían engañar a mucha gente! Su rostro, pensó con extraño orgullo, debía ser más famoso que el de cualquier otra mujer en el norte. Pero ahora sería fatal que la reconocieran.

Y aunque trataba de agachar la cabeza, las primeras personas con que se cruzó al ir hacia la puerta la miraron despacio y con desconfianza, pero al cabo comprendió que ese hombre y esa mujer se fijaban en ella sólo porque la mayoría de los viajeros estaban bien vestidos y limpios para el mercado: Briony era una forastera sucia, no una forastera común.

—Que los Tres te brinden un buen día —dijo la mujer. Aferraba con fuerza a su hijo boquiabierto, como si Briony pudiera robarlo—. Y feliz Día del Huérfano.

Igualmente. El saludo la sorprendió. Casi se había olvidado de los festivos, pues en Víspera de Invierno su mundo se había desmoronado. No había tenido festejos ni regalos de año nuevo, y ahora debía faltar sólo una decena para Kerneia. ¡Qué extraño era haber perdido no sólo el hogar sino una vida entera!

No se volvió para mirar al hombre y la mujer cuando se alejaron, pero supo que ellos se habían vuelto para mirarla a ella, preguntándose qué clase de bicho raro era.

Susurrad a gusto, pues. Ni siquiera podéis imaginar la extraña verdad. Temiendo llamar la atención, decidió no seguir hacia el mercado, sino que atravesó la puerta y se sumergió en el ajetreo de la muchedumbre de la avenida principal antes de entrar en una angosta calleja lateral. Se detuvo ante la primera casa destartalada donde vio a alguien: una mujer envuelta en una gruesa manta de lana que desparramaba grano en el suelo lleno de charcos, mientras los pollos correteaban alrededor como si ella fuera la mamá gallina.

Al principio la mujer parecía recelosa, pero cuando vio la pieza de plata y oyó la historia de Briony, sobre una madre y un hermano menor que estaban enfermos en la carretera de la costa, se mordió el labio pensativamente y asintió. Entró en la alta casa, que se apretujaba contra las vecinas de ambos lados como si fueran miembros de un coro compartiendo un pequeño banco, pero no invitó a Briony a seguirla. Al rato reapareció con un trozo de queso duro, media hogaza de pan y cuatro huevos, además de varios niños que trataban de esquivar sus anchas caderas para echar un vistazo a Briony. No parecía mucha comida, aun para tratarse de una moneda envilecida, pero tenía que admitir que lo que sabía sobre el dinero se relacionaba con montos mucho mayores, y que estaba más familiarizada con el precio que costaban los alimentos de una guarnición de guardias. Estudió a la mujer un instante, preguntándose si era un trato justo, y comprendió que debía ser la primera persona que conocía que no tenía idea de quién era ella, la primera persona que en su ignorancia no le debía respeto ni pleitesía. Briony se conmocionó al comprender que esa criatura descuidada cargada de hijos, esa mamá gallina de cara roja y curtida y ojos desconfiados, no era mucho mayor que ella. Con humildad, le dio gracias y le deseó la bendición de los Tres, y luego regresó hacia la puerta y el lugar donde la esperaba Shaso.

Comprendió que no sólo no la habían reconocido sino que era improbable que eso ocurriera, a menos que se tratara de soldados de Hendon que la estuvieran buscando: en todo Marrinswalk sólo un puñado de personas reconocería su rostro aunque usara su vestido cortesano: algunos nobles, un par de mercaderes que hubieran ido al castillo de Marca Sur en busca de favores. En la campiña era un fantasma: como no podía ser Briony, no era nadie.

Era una sensación humillante pero tranquilizadora.

* * *

Briony y Shaso comieron queso y pan para fortalecerse, y luego reanudaron la marcha. Siguieron la línea de la costa, que a veces estaba a una pedrada de distancia, y otras era invisible y sólo se detectaba por el rumor del oleaje. Las paredes de los valles y los árboles los protegían del viento helado. Se apartaban del camino cuando oían que se acercaban grupos de viajeros y agachaban la cabeza cuando no podían evitar cruzarse con otros en el camino.

—¿Cuánto falta para Castelhueso? —le preguntó a Shaso mientras descansaban. Acababan de escalar una ladera húmeda y resbaladiza para rodear un árbol caído que bloqueaba la carretera, y ambos estaban cansados.

—Tres días o más —dijo Shaso—. Pero no iremos allá.

—Pero allí vive Lawren, el viejo conde de Marrincrest, y él…

—Y él no sabría guardar el secreto de vuestra presencia, en efecto. —El viejo se frotó la cara curtida—. Me alegra que empecéis a pensar con lucidez. —Frunció el ceño—. Por la Gran Madre, no puedo creer que esté tan cansado. Un espíritu maligno me monta como un asno.

—El espíritu maligno soy yo —dijo Briony—. Fui yo quien te tuvo encerrado tanto tiempo… No me extraña que estés cansado y enfermo.

Él desvió la cara y escupió.

—Hiciste lo que tenías que hacer, Briony Eddon. Y, a diferencia de tu hermano, querías creer que yo era inocente del asesinato de Kendrick.

—Barrick también creía que hacía lo que tenía que hacer. —Sintió una punzada de dolor y soledad, tan fuerte que la dejó sin aliento un instante—. Bah, no quiero hablar de él. Si no vamos a Castelhueso, ¿adónde vamos?

—A Puerto Lander. —Shaso se levantó, sin la mortífera agilidad y celeridad de antes—. Un nombre rimbombante para una ciudad que nunca vio al rey Lander, sino sólo uno de sus barcos, que fondeó en sus costas al regresar de Brezal Gris. —Shaso casi sonrió—. Un pueblo pesquero, nada más, pero adecuado para nuestras necesidades.

—¿Cómo sabes todo esto sobre los barcos de Lander y Brezal Gris?

Él dejó de sonreír.

—¿La mayor batalla en la historia del norte? Recuerda que yo era el maestro de armas de Marca Sur. Si no supiera nada de historia, entonces sí que tendrías un motivo para hacerme engrillar en la fortaleza, niña.

Briony sabía cuándo era conveniente callarse, pero no siempre hacía lo que era conveniente.

—Sólo preguntaba. Y feliz Día del Huérfano, por cierto. ¿Disfrutaste del desayuno?

Shaso meneó la cabeza.

—Estoy viejo y tengo el cuerpo dolorido. Perdonadme.

Ahora había logrado hacerla sentir mal de nuevo. A su manera, era tan difícil discutir con él como con su padre. Y eso agudizó su sensación de soledad.

—Estás perdonado —fue todo lo que dijo.

* * *

Al caer la tarde, cuando habían dejado Kinemarket muy atrás y pasaban frente a cabañas que despedían olor a humo, Briony volvió a sentir hambre. Ya habían sorbido los huevos, pero Shaso había conservado la mitad del pan y del queso y a ella le costaba pensar en otra cosa que no fuera comer. A lo sumo, pensaba en taparse con un abrigado cubrecama en el castillo, y escuchar el viento y la lluvia que ahora le estropeaban el día. Se preguntó dónde dormirían esa noche, y si Shaso reservaría la última porción de queso para la cena. No sería motivo para alegrarse.

¡Mírame! Soy una niña consentida, se reprochó. Piensa en Barrick, que se encuentra en un frío campo de batalla o algo peor. Piensa en tu padre, encerrado en una mazmorra. Y mira a Shaso. Hace tres días estaba encadenado, muerto de hambre, sangrando por culpa de los grilletes de hierro. Ahora está exiliado por mi causa, caminando a mi lado, y tiene cuarenta años más que yo.

Eso sólo contribuyó a abatirla más.

El camino que habían seguido por tanto tiempo, apenas una huella trazada por los caminantes, se ensanchó un poco y comenzó a alejarse de la costa. Ahora las casas estaban tan apiñadas que era evidente que se aproximaban a otro poblado. Veía la vida del lugar aun en el crepúsculo, los hombres que regresaban de los campos con sus chaquetones de lana, llevando leña para el fuego, mujeres llamando a los niños, jóvenes arreando ovejas hacia los corrales. Todos parecían ocupar un lugar en el cuidadoso orden de los dioses, y sus hogares y sus vidas, aunque humildes, tenían sentido. Por un instante Briony pensó que rompería a llorar.

Pero Shaso no se detuvo para cavilar sobre las certidumbres de la vida rústica, y andaba deprisa, como un caballo que regresa a la cuadra para recibir su forraje de la noche, así que tuvo que apresurarse para seguirle el paso. Ambos se ocultaban la cara con la capucha, pero así lo hacían todos con ese tiempo. La gente que entraba o salía del asentamiento ribereño apenas los miraba al pasar.

El sendero subía por el costado del valle, y el río ya era sólo un murmullo entre los árboles. Briony empezaba a preguntarse cómo caminarían sin una antorcha en esa noche oscura y lluviosa, cuando llegaron a la parte superior del valle y vieron las maravillosas luces de una ciudad.

No, una ciudad no, comprendió Briony tras un momento de deslumbramiento, pero al menos un pueblo próspero de cierto tamaño. En los pliegues de las colinas veía media docena de calles donde brillaban las antorchas, y muchas ventanas iluminadas por dentro. Con su trasfondo de profunda oscuridad, ese cuenco de luces parecía un precioso tesoro.

—Allá está el mar —dijo Shaso, señalando la oscuridad más allá de Puerto Lander—. Hemos dado un rodeo para regresar a él. Aquí el camino es ancho, pero cuidado: es zona de pantanos.

A pesar de que el terreno era peligroso a ambos lados del camino, anduvieron deprisa para aprovechar la menguante luz. Briony sentía un súbito optimismo, la esperanza de llenarse el estómago y escapar de la lluvia. Esa garúa persistente era una cosa cuando sólo tenías que cruzar un patio o, a lo sumo, la plaza del mercado, y rara vez le habían permitido hacer siquiera eso sin que un guardia la cubriera con una capa. Pero al descampado, con gotas que le taladraban la coronilla todo el día como una lluvia de guijarros y la calaban hasta los huesos, la lluvia no era un mero contratiempo sino un enemigo paciente y cruel.

—¿Nos alojaremos en una posada? —preguntó, deseando que pudieran detenerse en la cómoda casa de un noble, a pesar de los riesgos—. Eso también parece peligroso. ¿Crees que nadie reparará en un hombre de piel negra y una muchacha joven?

—Quizá la gente repare menos de lo que pensáis —resopló Shaso—. Aunque Puerto Lander nunca haya visto al viejo rey de Sian, es una activa ciudad pesquera y todos los días llegan barcos de todas partes de Eion. Aun así, no nos alojaremos en una taberna llena de chismosos y holgazanes. Sería como anunciar nuestra llegada desde la escalinata del templo.

—Zoria misericordiosa —dijo ella, sabiendo que sólo quedaba como una niña mimada, pero sin importarle—. Entonces será otra chabola. Una choza de pescador que apestará a caballa, con un techo lleno de goteras.

—Si no dejáis de quejaros, es posible que os busque ese tipo de alojamiento —dijo él, ciñéndose la capa para guarecerse de la lluvia.

* * *

Era plena noche y estaban cerrando la puerta de la ciudad, y los guardias insultaban a los rezagados. En esa masa de capuchas y capas de lana mojada, con el ajetreo de personas y animales, Briony y Shaso no llamaban la atención, pero ella contuvo el aliento mientras los guardias de la puerta los examinaban y no respiró hasta que estuvieron intramuros.

El viejo le cogió el brazo, apartándola de la muchedumbre de recién llegados para internarse en un callejón, con las casas tan amontonadas que los pisos superiores parecían dispuestos a embestirse como carneros en primavera. Briony olió pescado, fresco y ahumado, e incluso el aroma de pan reciente. Su estómago se revolvía de ansiedad, pero Shaso la condujo por calles sólo iluminadas por los fuegos que cocinaban la comida y se veían por las puertas abiertas. Oía voces que eran como un sueño por efecto del hambre y el frío, y había muchas palabras que no entendía, porque el acento era extraño o no conocía el idioma.

Obviamente se hallaban en el barrio más pobre de la ciudad, y no había cuerno ni vidrio en ninguna ventana, y ninguna luz salvo los magros fuegos de las abarrotadas habitaciones de la planta baja, y Briony se desanimó. Esa noche dormiría en una cama de paja apestosa, y los bichos se arrastrarían sobre ella en la fría oscuridad. Por suerte tenían un poco de dinero. No se conformaría con sobras de queso y pan de la mañana. Podía ordenar, o al menos pedir, que él comprara algo caliente: un tazón de sopa, tal vez carne si había un carnicero limpio en esta parte de la ciudad.

—Ahora guardad silencio —advirtió Shaso, deteniéndola con el brazo. Estaban en las sombras más profundas que habían encontrado hasta ahora, y la única iluminación era la luna enturbiada por las nubes, y tardó un instante en comprender que se encontraban junto a una alta pared de piedra. El viejo escuchó un momento (Briony sólo oía su propia respiración y el incesante tamborileo de la lluvia), se acercó a la pared y, para asombro de ella, golpeó con los nudillos algo que sonaba como una puerta de madera. Ignoraba cómo había hallado semejante cosa en la oscuridad, y cómo sabía que estaba allí.

Hubo un largo silencio. Shaso llamó de nuevo, esta vez con un sonido reconocible. Poco después un hombre dijo algo en voz baja y Shaso respondió, aunque Briony no comprendía el idioma en que hablaban. La puerta se abrió con un crujido y una luz se derramó en el lodo de la calle.

En la entrada había un hombre con una túnica extraña y abolsada, y le hizo una reverencia cuando Shaso retrocedió para ceder el paso a Briony. Ella se preguntó si esa túnica era de mantis, si no se trataría de un templo, a pesar de lo que había dicho Shaso, pero pronto vio que el hombre era un joven barbado de tez tan oscura como Shaso.

—Bienvenida, huésped —le dijo—. Si acompañas a lord Shaso, eres una flor en la casa de Effir Dan-Mozan.

* * *

Entraron en la parte principal de la casa por un pasaje cubierto, junto a un patio (Briony atinó a ver un árbol frutal desnudo en el centro) que conducía a un edificio bajo de gran tamaño. Un corrillo de mujeres se le acercó y la rodeó, murmurando, diciendo sólo algunas palabras en el idioma de Briony. Tenían una encantadora fragancia a violeta, agua de rosas y otros perfumes menos conocidos; por un instante se alegró de respirar mientras le asían las manos y la arrastraban hacia un pasillo. Miró a Shaso confundida y alarmada, pero él ya había trabado conversación con el joven barbado y le indicó que siguiera adelante. Fue la última vez que lo vio por el resto de la noche, y tampoco vio a ningún otro hombre.

Había mujeres jóvenes y mayores, pero todas eran sureñas de tez oscura y pelo negro como el hombre de la puerta. La llevaron a una suntuosa estancia azulejada con docenas de velas, tan cálida que había vapor en el aire. Briony estaba tan asombrada de haber encontrado ese lujo palaciego en el barrio más pobre de una ciudad pesquera que tardó en comprender que algunas mujeres intentaban quitarle la ropa. Alarmada, se resistió, y estaba a punto de asestar un puñetazo (una habilidad que había adquirido en la infancia, para lidiar con un par de hermanos pendencieros) cuando una de las mujeres más pequeñas se le acercó, alzando las manos en un gesto de súplica.

—Por favor, ¿cómo te llamas? —preguntó.

Briony la miró atentamente. Era una mujer agraciada de huesos menudos, pero aunque el pelo era lustroso y negro como la brea, era evidente que tenía edad suficiente para ser la madre de Briony, incluso su abuela.

—Briony —dijo, recordando demasiado tarde que era una fugitiva. Aun así, Shaso la había entregado a las mujeres como si fuera una alforja que debían abrir: era imposible mantener la cautela mientras era atacada por esa bandada de palomas murmurantes.

—Por favor, Briony-zisaya —dijo la mujer menuda—, tienes frío y estás cansada. Eres nuestra huésped, ¿sí? No puedes comer en el hadar a menos que te bañes, ¿sí?

—¿Baño? —Briony comprendió que el rectángulo oscuro del centro de la habitación, que ella había considerado un desnivel del suelo, era una bañera, y mucho más grande que su enorme cama de la residencia real de Marca Sur—. ¿Allí? —preguntó estúpidamente.

Las mujeres, intuyendo que su resistencia había menguado, la rodearon para quitarle el resto de la ropa mojada, murmurando entre apiadadas y risueñas cuando la piel pálida y temblorosa de Briony quedó expuesta. La llevaron al borde de la bañera (¡tenía escalones!) y luego, asombrándola aún más, varias mujeres se desnudaron y entraron con ella. Ahora entendía por qué la bañera era tan grande.

El contacto del agua caliente casi le provocó un desmayo, pero cuando se adaptó y se acostumbró fue presa de una profunda languidez, y casi se durmió. Las mujeres rieron, enjabonándola y fregándola de un modo que habría considerado indebidamente íntimo si hubieran sido Rose y Moina, que la conocían hacía años, pero por algún motivo no le dio importancia. Hacía calor en el baño, y el calor era una bendición, y el aroma de los óleos perfumados en el aire húmedo la hacía sentir como si flotara en una nube estival.

Fuera del baño, envuelta en una gruesa bata blanca como la que usaban las mujeres, la llevaron a una habitación llena de cojines. En el centro había un brasero con fuego. También aquí ardían muchas velas, y las llamas ondulaban mientras las mujeres iban y venían, hablando en voz baja, riendo, algunas cantando.

¿He muerto?, se preguntó, sin creerlo de veras. ¿Así será la corte de Zona en el cielo?

La sentaron entre los cojines y la mujer mayor le llevó comida; las demás susurraron fascinadas, como si fuera un honor inusitado. El cuenco estaba lleno de fruta y un cereal cocido que no reconoció, con trozos de ave asada encima, y Briony se acordó de la mujer de Kinemarket, con sus corros de pollos y niños. Se preguntó si esa mujer, en su casa humosa y húmeda, podía siquiera imaginar un lugar como éste, a menos de un día de caminata.

La comida, excelente y picante, estaba condimentada con especias que Briony no conocía y que en otros momentos le habrían desagradado, pero que ahora sólo se sumaban a ese sueño en la vigilia. Al fin se tendió en los cojines, ahíta y gloriosamente seca. Las mujeres más jóvenes se llevaron el plato de Briony y la copa vacía con la que había bebido vino aguado, y la mujer mayor se sentó junto a ella.

—Gracias —dijo Briony, aunque eso no bastaba.

—Estás cansada. Duerme. —La mujer hizo una señal y una de las otras llevó una manta con la que envolvieron a Briony, que se quedó tendida entre los cojines bordados.

—¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar?

—El hadar de Effir Dan-Mozan —dijo la mujer—. Mi… ¿casado?

—¿Tu marido?

—Sí, eso es. —La mujer sonrió. Tenía un diente cubierto de oro—. Y tú eres nuestra honrada huésped. Ahora duerme.

—Pero ¿por qué…? —Quería preguntar por qué esa casa era tan extraña, por qué el baño, por qué esas hermosas mujeres de tez oscura en medio de Marrinswalk, pero sólo pudo repetir esas palabras—. ¿Por qué?

—Porque lord Shaso te trajo aquí —dijo la mujer—. Es un gran hombre, primo de nuestro viejo rey. Él honra esta casa.

Ni siquiera sabían quién era ella. Aquí el aristócrata era Shaso.

Briony se durmió inquieta, entre confusos sueños de ríos cálidos y lluvia helada.