36
La Mujer Falsa
Suya erró largo tiempo por el desierto y sufrió muchas penurias hasta que llegó a la puerta dragontina del palacio de Xergal, y allí estuvo al borde de la muerte. Pero Xergal el Señor de la Tierra codiciaba su belleza, y en vez de aceptarla en el reino de los muertos la obligó a ser su reina. Después de eso ella nunca dijo una palabra.
Revelaciones de Nushash,
Libro I
En todos los mercados de Sian vendían calaveras, algunas de pan horneado con miel, otras talladas en ramas de pino, e incluso algunas esculpidas en fino mármol, para que los nobles y los mercaderes ricos las pusieran en las mesas o en los altares familiares. También vendían ramillas de gamón blanco que se prendían en el cuello o el corpiño. Se aproximaba Kerneia.
Briony cayó en la cuenta de que hacía un mes que viajaba con los actores, lo cual era casi tan extraño como lo que hacía casi todos los días, representar el papel de la diosa Zoria, la hija de Perin. No, hacía algo aún más extraño: como personaje de la obra de Finn, Briony era una muchacha que fingía ser un varón que fingía ser una diosa que fingía ser un varón, una superposición de máscaras tan confusa que prefería no perder tiempo pensando en ella.
La compañía de Makewell aún no había representado la totalidad de la nueva obra de Teodoros sobre el rapto de Zoria, pero habían afinado las escenas principales y las habían puesto a prueba con la población rural del norte de Sian mientras la compañía viajaba de un lado a otro. Para Briony ya había sido bastante extraño recitar las palabras de la diosa (o las palabras que Finn Teodoros le atribuía) en el patio lodoso de una taberna de aldea. Ahora los actores habían empezado a seguir el verde curso del río Esterian y los poblados eran cada vez más grandes a medida que se internaban en el sur. El público también era cada vez mayor.
—Pero hay que recordar muchas palabras —se quejó Briony una noche cuando regresaban de su paseo de la tarde—. ¡Y sólo he memorizado la mitad de la obra!
—Lo estás haciendo muy bien —le aseguró Teodoros—. Eres una chica lista y creo que te habría ido bien en cualquier profesión. Además, la mayoría de tus parlamentos están en las partes de la obra que ya hemos representado, así que no te queda mucho por aprender.
—Aun así, es demasiado. ¿Y si me olvido? Casi me olvidé la otra noche, pero Feival me apuntó la frase.
—Y lo hará de nuevo si es necesario. Pero ya sabes cómo es la cosa, muchacha… quiero decir, muchacho. —Sonrió—. Si te olvidas, di algo que venga al caso. Hewney, Makewell y los demás son actores con experiencia. Acudirán en tu ayuda para encarrilarte.
Eran los mismos consejos que le había dado Steffens Nynor en relación con los protocolos de la corte, y al igual que con las instrucciones del castellano sobre los intrincados detalles de la Ceremonia del Humo que había tenido que aprender para el festival de la Vela de Demia, sospechaba que no resultaría tan fácil como todos le decían.
* * *
El valle del río Esterian era la zona más fértil de Eion, una vasta extensión de suelo negro que se extendía entre colinas desde la punta norte del lago Strivothol, donde se hallaba la ciudad de Tessis, y subía por el río hasta las montañas que se hallaban al noreste del Bosque Central. Briony recordaba que su padre calculaba que una cuarta parte de la población de Eion vivía en esa región, y ahora que veía las granjas que cubrían casi todas las laderas, y las ciudades (tan grandes como cualquier ciudad de los reinos de la Marca, fuera de Marca Sur) que se amontonaban a ambos lados de la ancha carretera adoquinada y a lo largo de la costa este del río, le resultaba fácil de creer.
Ugenion, otrora un pujante centro comercial, ahora muy reducido; Onir Diotrodos, con su famoso templo del agua; Doros Kallida: las carretas de la compañía pasaron por todas ellas, a veces viajando sólo unas horas por la carretera real (todavía llamada Vía Regia de Karal en algunas partes) antes de detenerse en otra próspera aldea o ciudad. Sian era tan similar y tan disímil de todo lo que Briony había conocido en su vida que sentía más nostalgia que de costumbre. La gente hablaba la lengua común con un acento resbaladizo que a veces le dificultaba la comprensión (aunque había sido la lengua de ellos primero, señalaba Finn Teodoros, así que en rigor era Briony la que hablaba con acento). Algunos espectadores se burlaban de la pronunciación de Makewell y los demás, repitiendo sus palabras con énfasis en lo que consideraban el burdo modo de hablar de los reinos de la Marca. Pero los sianeses también disfrutaban de la distracción, y un día Nevin Hewney le dijo que era porque estaban más habituados a esas cosas que las rústicas gentes de la Marca, incluso los habitantes de las ciudades de Marca Sur.
—Aquí es donde nació el arte dramático —explicó Hewney. Su ancho gesto abarcaba todo el valle circundante, aunque ese paraje desierto nunca había visto una granja, y mucho menos un teatro. Como siempre después de empinar unos tragos, el poeta disfrutaba de su perorata. Viendo la confusión de Briony, puso mala cara—. No, no aquí junto a este roble, sino en la tierra de Sian. Las obras de los festivales de Hierosol, secas historias que no hablaban de los dioses sino de mortales piadosos, en su mayoría, los oniri y otros mártires, aquí se transformaron en las pantomimas de Zosimia la Grande y la Pequeña, y las comedias de la Noche del Cantar Desenfrenado. Hace mil años que aquí tienen obras, dramaturgos y actores.
—Y nunca les pagaron lo que valían —rezongó Pedder Makewell.
—Eso es porque hay demasiados —dijo Feival—. Si hay muchos remendones, baja el precio de los zapatos.
—¿Entonces por qué vinimos… por qué vinisteis aquí? —preguntó Briony—. ¿No existen lugares a los que se pueda ir donde los actores sean una rareza sumamente apreciada?
Hewney la miró entornando los ojos.
—Nuestro Tim habla demasiado bien para ser una sirvienta. ¿Cómo aprendiste a armar una frase tan rebuscada?
Finn Teodoros carraspeó.
—¿De nuevo aburres al muchacho con tu historia del teatro, Nevin? Baste decir que los sianeses aman nuestro arte, y aquí hay mucha gente que se alegraría de vernos. Y ahora tenemos algo nuevo para mostrarles.
Ella frunció el ceño.
—¿Qué?
—Tú. Nuestra querida y dulce diosa. Se les hará agua la boca cuando te vean.
—¡Eres un puerco, Finn! —Feival Ulian rió, pero también parecía un poco ofendido. A fin de cuentas, él era la beldad de la compañía—. No te burles de ella.
—Ah, nuestro Tim es especial —dijo Teodoros—. Creedme.
La mitad del tiempo no entiendo de qué habla esta gente, pensó Briony. La otra mitad, estoy demasiado cansada para que me importe.
* * *
La ciudad de Ardos Perinous se erguía sobre un cerro. En un tiempo había sido la fortaleza de un noble, pero ahora el castillo estaba ocupado por un mero semijerarca de la iglesia, emparentado con Enander, el rey sianés, través de su familia materna. Briony había prestado atención al enterarse. Enander era el hombre que según Shaso podía ayudarla, aunque por un precio.
—¿Cómo es el rey de Sian? —le preguntó a Teodoros, que esta vez caminaba junto a la carreta, ahorrando al caballo el esfuerzo de cargar con su peso por el empinado declive. No conocía personalmente al rey Enander ni a nadie de su familia, salvo algunos sobrinos lejanos (el monarca de Sian nunca enviaría a sus hijos a un lugar tan atrasado y remoto como Marca Sur), pero conocía su reputación. Su padre sentía un renuente respeto por Enander, y nadie cuestionaba sus muchas hazañas, pero en general ella había oído historias de su juventud. Ahora debía de tener más de sesenta inviernos.
El dramaturgo se encogió de hombros.
—Tengo entendido que es un monarca amado por su pueblo. Un guerrero, pero no un amante de la guerra, y tampoco es un fanático de los dioses que hace pasar hambre al pueblo para construir nuevos templos. Pero ahora que es viejo, he oído que sólo se interesa en su amante, una baronesa jelloniana de mala fama llamada Ananka… desterrada por el rey Hesper, dicen… que encontró una posición más favorable para sí misma. —Arrugó la frente—. Allí hay tema para una obra, si uno puede conservar la cabeza pegada al cuello después de representarla… La novia cuclillo, quizá…
Briony tuvo que esforzarse para concentrarse en lo que decía Finn. La había distraído la alusión a Hesper de Jellon, el rey traidor que había vendido a su padre a Ludis Drakava. Era otro que ansiaba tener bajo la punta de una espada, pidiendo misericordia…
—Y también está el heredero: Eneas, un joven delicioso, aunque un poco maduro y robusto para mi gusto. —Teodoros puso su mejor sonrisa maligna—. Él aguarda pacientemente. Dicen que es un buen hombre, piadoso y valiente. Desde luego, dicen eso de todos los príncipes, incluso de los que resultan ser monstruos en cuanto asientan las posaderas en el trono.
Briony sabía algo sobre Eneas. Era otro joven con el que había fantaseado cuando era una niña de siete u ocho años. Nunca lo había visto, ni siquiera en retrato, pero una de las muchachas que la cuidaba era sianesa (una de las despreciadas sobrinas de Enander) y le había dicho que Eneas era un joven amable y apuesto. Durante meses Briony había soñado que un día él iría a visitar a su padre, la miraría y declararía que no quería otra prometida. Briony sabía que ahora lo vería de otro modo.
Se acercaban a la cima del cerro. Las paredes del castillo se erguían sobre ellos como la concha de una criatura enorme y antigua abandonada por la marea. Era un día extraño: aunque hacía un frío invernad, el sol era nítido y claro, aunque encima del valle el cielo estaba cubierto de nubarrones.
—¿Cuánto falta para llegar a Tessis?
Teodoros agitó la mano. Le costaba respirar, pues no estaba acostumbrado al ejercicio.
—Allá —jadeó.
—¿A qué te refieres? —dijo ella, mirando las paredes de piedra que creía pertenecían a la fortaleza de Ardos Perinous—. ¿Me estás diciendo que eso es Tessis? —Parecía imposible. Era mucho más pequeña que el castillo de Marca Sur, cuya proliferante población se había extendido a la tierra firme siglos antes.
—No —dijo el dramaturgo, tratando de recobrar el aliento—. Da la vuelta, niña tonta. Mira… detrás de ti.
Ella miró, y jadeó de asombro. Habían subido por encima de la arboleda y ahora podía ver lo que antes le tapaba la curva del río. A pocas millas el valle se abría en una cuenca tan ancha que no podía ver los confines. Por doquier había casas y algo más: muros, torres, campanarios y miles de chimeneas que lanzaban bocanadas de humo, de modo que un manto gris cubría el valle como una niebla que estuviera a gran altura. Había canales que nacían en el río Esterian, iban hacia todas partes y cruzaban el suelo del valle. El agua reflejaba la luz del atardecer, y la ciudad parecía atrapada en una telaraña de plata.
—Zoria misericordiosa —murmuró—. ¡Es enorme!
—Algunos dicen que Hierosol es más grande —respondió Teodoros, enjugándose el sudor de la frente y las mejillas—. Pero creo que ya no es cierto. —Sonrió—. Olvidaba que nunca habías visto Tessis, ¿verdad?
Briony negó con la cabeza, sin saber qué decir. Se sentía muy pequeña. ¿Cómo podía haber creído que Marca Sur era tan importante, que estaba en pie de igualdad con naciones como Sian? La idea de revelar su identidad a los sianeses para pedirles ayuda de pronto parecía tonta. Se reirían de ella, o no le prestarían atención.
—No hay otra igual —dijo Teodoros—. Bellos muros blancos amados por los dioses, y torres que batían las nubes, como escribió el poeta Vanderin. En un tiempo, dominaban el mundo entero.
—Parece que aún dominan una buena parte —dijo Briony.
* * *
Por todos los dioses, pensó mientras recorrían la ancha calzada, entre docenas de carretas y cientos de peatones. Finn dice que ésta no es la calle más grande de Tessis, que la avenida del Farol tiene el doble de tamaño… pero tiene el doble de anchura que nuestra plaza del mercado.
Nunca en su vida se había sentido así. ¿Cómo la había llamado Finn ese primer día? Un patán cubierto de paja que acaba de bajar del barco de Connord. Bien, en el momento le había molestado, pero había sido un juicio bastante certero, porque ahora miraba todo boquiabierta, como un labriego en su primera feria. Estaban a más de una milla de las puertas de la ciudad (podía ver las torres de vigilancia irguiéndose delante como gigantes de leyenda), pero ya estaban atravesando una pujante metrópolis, más grande y activa que el corazón de Marca Sur.
—¿Dónde nos alojaremos? —le preguntó a Teodoros, que había vuelto a subir a la carreta y miraba pasar todo.
—Una grata posada a la sombra de la puerta oriental —respondió él—. Ya nos hemos alojado allí. La he contratado por una decena, lo cual nos dará tiempo de sobra para afinar Zoria antes de buscar un lugar más céntrico.
Feival Ulian se acercó.
—Finn, conozco al hombre que construyó el teatro Zosimion, cerca del puente Colegio del Jerarca. He sabido que le cuesta encontrar a alguien que ponga una obra; ha tenido una rencilla con el real maestro de celebraciones, o algo así. Apuesto a que está libre.
—Bien. Quizá nos mudemos allí después de la posada.
—Quizá esté libre ahora…
—¡No! —Teodoros pareció darse cuenta de que su negativa había sido un poco brusca—. No: ya he reservado el alojamiento, buen Feival. En la posada de Agujero de Chakki. No nos devolverían el dinero.
Feival se encogió de hombros.
—Ciertamente. ¿Pero puedo averiguar para después…?
—Por supuesto. —Teodoros sonrió y asintió, como tratando de compensar su rudeza anterior.
Briony quedó intrigada por la vehemencia de Finn, pero tenía otras cosas en mente. Flotaba, dejándose llevar por esta calle en esta tierra extranjera como una hoja en la corriente. En realidad, se había dejado llevar desde que había encontrado a la semidiosa Lisiya, sólo una treintena de días atrás, pero ya parecía un sueño de su lejana infancia. Metió la mano en la camisa, palpó el amuleto que Lisiya le había dado y acarició el pequeño cráneo de ave. ¿Qué debería hacer ahora? La semidiosa la había conducido hasta los actores, pero no le había dicho lo que debía hacer o adonde debía ir a continuación. Briony sospechaba que Lisiya quería que ella tomara sus propias decisiones, que en cierto modo la ponía a prueba. ¿No era lo que hacían los dioses con los mortales?
¿Pero por qué? Nadie explicaba ese extraño capricho. ¿Por qué a los dioses les importa que los mortales sean dignos de algo? Era como si una persona recorriera un establo poniendo a prueba a los animales para ver cuáles eran puros de corazón o muy inteligentes, así podría recompensarlos y castigar a las otras bestias. Suponía que la gente podía hacer eso para descubrir cuáles eran los animales más obedientes… ¿Cuál era la motivación de los dioses?
Ya estoy divagando de nuevo, se reprochó. Lo que importa es qué hará Briony Eddon. ¿Qué viene a continuación? Antes de morir en el incendio, Shaso había hablado de reunir un ejército, o al menos un contingente de hombres armados para protegerla cuando ella revelara su identidad, una fuerza para defenderla de la traición de los Tolly. Había hablado de pedir asistencia al rey sianés, y ahora ella estaba en Sian. Ante todo, quería ir a Hierosol, donde su padre estaba prisionero (ansiaba ver su rostro, oír su voz), pero sabía que era una idea tonta, que a lo sumo podría compartir su cautiverio. Shaso le aconsejaría que probara suerte aquí, entre viejos aliados.
¿Pero sería una buena sugerencia, o simplemente era Shaso, el viejo soldado, pensando como pensaban los viejos soldados… que no había otro modo de recobrar un reino salvo por la fuerza de las armas?
Le dolía el corazón al pensar en el viejo, en la tremenda injusticia que ella y su hermano habían cometido con él, al encerrarlo durante meses como un animal… Y ahora está muerto. Por mi causa. Por mi necedad, por mis porfiados errores, mis… mis…
—¿Tim…? Tim, ¿qué pasa? —preguntó Feival, con sorprendida preocupación—. ¿Por qué estás llorando, preciosa?
Briony se enjugó airadamente las mejillas. ¿Era posible actuar más como una niña? Era una suerte que todos los actores supieran su secreto.
—Sólo pensaba en algo. En alguien.
Feival asintió comprensivamente y se alejó.
* * *
La posada La Mujer Falsa (un nombre de mal agüero, pensó Briony, teniendo en cuenta su propia impostura) estaba agazapada en la esquina de un viejo y destartalado mercado en el noreste de la ciudad, un vecindario conocido como Agujero de Chakki, por los montañeses chakkai del sur de Perikal que habían ido a ese ciudad como peones y habían hecho de ese laberinto de calles oscuras su nuevo hogar. El Agujero, como lo llamaban sus habitantes, estaba tan cerca de las murallas de la ciudad que aun en el mediodía de un día claro el sol de invierno quedaba tapado y todo el vecindario estaba en sombras. Uno de los muchos canales de la ciudad lo separaba del resto del distrito perikalés.
El letrero que colgaba encima de la puerta de la posada mostraba una mujer con dos caras, una hermosa y la otra fea, y un sombrero puntiagudo de un modelo que no se usaba desde hacía más de un siglo. El posadero, un sujeto robusto y bigotudo llamado Bedoyas, los hizo pasar al patio interior con el aire de un hombre obligado a albergar animales ajenos en su dormitorio.
—Aquí está. Enviaré al muchacho a por los caballos. No podéis clavar un solo clavo en mi madera sin mi autorización, ¿entendido?
—Entendido, buen anfitrión —dijo Finn—. Y si alguien pregunta por nosotros, dile que me vea a mí. Mi nombre es Teodoros.
Cuando Bedoyas se marchó para atender a otros huéspedes (aunque ese invierno no parecía sobrarle la clientela), Briony ayudó a armar un escenario, el más macizo que habían construido desde que estaba con ellos, porque ahora permanecerían una decena en un solo lugar. Varios de ellos eran más carpinteros que actores, y al menos tres de los actores socios, Dowan Birch, Feival y Pedder Makewell, habían trabajado en el oficio de la construcción.
Hewney sostenía que él también, pero Finn Teodoros sugería lo contrario.
—¿Qué tonterías dices, gordo? —Hewney ayudaba a Feival y otros dos a sujetar los toneles que serían los soportes del escenario. No se molestaron en traer los suyos, pues la mayoría de las posadas tenían toneles vacíos de sobra, y la Mujer Falsa no era la excepción—. ¡He construido más casas que cenas calientes has comido!
—Entonces debes haber construido Tessis por tu cuenta —dijo Pedder Makewell—. ¡Mira el tamaño de nuestro Finn!
—La broma sería más eficaz, maese Makewell —replicó Teodoros con afectación—, si tu hinchado saco de vísceras no se derramara sobre el cinturón. Dadas las circunstancias, el estiércol se ríe del olor del salitre.
Briony no sabía por qué le parecía tan gracioso, pero lanzó una carcajada a pesar (o quizá a causa) de la mirada agria de Estir Makewell. Briony y la hermana de Makewell estaban echando arena en los toneles para que sustentaran mejor el centro del escenario. Estir nunca tendría simpatía por «Tim» (no le gustaba añadir otra boca hambrienta al elenco, pues reducía los ingresos de los dueños), pero se había ablandado un poco con Briony.
—Sólo a una niña puede causarle gracia esa broma —dijo Estir, revolviendo los ojos. Miró a los demás con el ceño fruncido—. Y los hombres sois igualmente tontos. Parece que sois todos bebés que ensucian sus pañales, pues tanta gracia os causa hablar de babas, pedos y excrementos.
Briony se echó a reír de nuevo. Era lo mismo que su quisquilloso hermano Barrick decía de ella, aunque él nunca la había acusado de ser pueril.
Hacía frío y ya tenía las manos cuarteadas y doloridas por el áspero mango de la pala, pero Briony se sentía extrañamente contenta. Estaba casi feliz, comprendió, por primera vez en largo tiempo: la aflicción que rondaba sus pensamientos no se había disipado, pero por el momento podía convivir con ella, como si fuera un viejo enemigo que estaba demasiado fatigado para luchar.
Los hombres ensamblaron las piezas que formaban el escenario, instalaron el gran rectángulo encima de los toneles y sujetaron todo. Briony, siendo una de las más livianas, fue la encargada de probar su resistencia. Cuando dio suficientes saltos para tranquilizar a todos, continuaron preparando el resto del improvisado teatro. Acercaron la carreta más pequeña al fondo del escenario, donde serviría como vestuario, y también de pared para colgar telones pintados. El techo de la carreta tenía bisagras, y lo doblaron hacia arriba para que hiciera las veces de muralla o torre desde cuya altura los actores podrían recitar sus parlamentos o, como dioses, inmiscuirse en la vida de los inmaduros mortales. Briony vio el atardecer color caqui en los picos de las montañas del sureste de Tessis y se preguntó si los dioses vivirían allá como le habían enseñado, y desde allí observarían a los míseros mortales, ella incluida.
Pero Lisiya dijo que estaban… ¿durmiendo? Dijo que pueden oímos, pero ¿todavía podrán vemos?
Era extraño pensar que los dioses estaban ciegos y apenas reparaban en la existencia de los humanos, como viejos abuelos que se pasaban el día inmóviles, roncando en una silla.
Sin duda ansían regresar al mundo, como dijo Lisiya. Sintió un escalofrío, aunque no supo por qué. Se agachó y siguió colocando piedras para atascar las ruedas de la carreta.
* * *
El desayuno, un sabroso guiso de pescado que el posadero Bedoyas les había servido en una gran marmita de hierro, con un sabor picante que según Finn venía de cosas llamadas marashis, no le había sentado bien. Pero no era culpa del cocinero: Briony estaba aprensiva. El patio de la posada ya empezaba a llenarse, aunque la obra no comenzaría hasta que las campanas del templo Bendita Señora de la Noche repicaran para poner fin a las plegarias vespertinas, y faltaba casi una hora. Nunca había actuado frente a más de pocas docenas de personas en los poblados del camino, pero aquí ya había más del doble y el patio aún estaba medio vacío.
¿De qué tienes miedo, muchacha?, se preguntó. Has luchado contra un demonio y has escapado de un usurpador. Has representado el papel de reina, o de princesa reinante, en la realidad, una actuación mucho más exigente frente a mayor cantidad de personas. Los actores no pierden la cabeza por no convencer al público, y yo casi perdí la mía. Pensó en Hendon Tolly y se estremeció de furia. Ah, cómo me gustaría tener su cabeza en el tajo. Yo misma empuñaría el hacha. Briony, aunque tosca y hombruna en ciertos sentidos, como siempre le señalaban sus criadas y su familia, no era sanguinaria, pero ansiaba ver a Tolly humillado y castigado.
Es lo menos que le debo a la memoria de Shaso, pensó. No puedo compensar su encarcelamiento, pero puedo vengarlo.
Shaso era inocente del asesinato de su hermano, pero ella aún no sabía quién era culpable, al margen de lo obvio. ¿Quién había trazado el plan para asesinarlo con brujerías? Hendon Tolly, a pesar de la negrura de su corazón y de sus manos ensangrentadas, se había sorprendido de veras al ver la espantosa transformación de la criada de Anissa. Si los Tolly no habían ordenado el asesinato de su hermano, ¿quién era el culpable? Era imposible creer que esa bruja hubiera concebido y ejecutado el plan por su cuenta. ¿Sería uno de los reyes rivales de Olin? ¿O el lejano autarca? Incluso quizá los crepusculares, lanzando un primer golpe antes del ataque. En verdad, la magia y los monstruos habían descalabrado la vida de la familia Eddon en pocos meses. ¿Por qué había sucedido todo esto?
—Oye, Tim. —Feival ya se estaba poniendo la camisa en la abarrotada carreta—. Parece que te has atascado. ¿Necesitas ayuda con el vestido? —Como actor principal de la compañía, estaba más familiarizado con el acto de ponerse un vestido que la misma Briony, que siempre recibía la ayuda de sus criadas.
Ella negó con la cabeza, casi aliviada. Lo cotidiano había vuelto para ahuyentar otras preocupaciones.
—No, gracias. Sólo estaba pensando.
—Hoy tenemos mucho público —dijo él, quitándose los calzones con la indiferencia de un actor veterano. Briony desvió la mirada, pues aún no estaba habituada a ver hombres desnudos, aunque no había sido una experiencia infrecuente desde que viajaba con la compañía. Feival era esbelto y musculoso, y era interesante observar que ella podía disfrutar de mirarlo sin desear nada más.
Quizá sea un poco marimacho, como decía Barrick. O quizá sólo sea inconstante en la mirada y el corazón, como un hombre. Pero era indudable que quería algo más en la vida que un hombre guapo a su lado. Ciertas noches tenía esa sensación, diferente de la nostalgia que sentía por sus hermanos perdidos y su padre; no quería una persona específica, quería a alguien, un hombre que la abrazara sólo cuando ella deseaba, que fuera cálido y fuerte.
Pero a veces, cuando tenía esos pensamientos, veía una cara que la sorprendía: el plebeyo, el guardia fracasado, Ferras Vansen. Era exasperante. No se le ocurría una persona menos apropiada en la que pensar. Ni siquiera sabía si estaba vivo.
No, se dijo, tiene que estar vivo. Tiene que estar vivo y sano, protegiendo a mi hermano.
Pero la cara de Vansen, que ni siquiera era muy guapo, seguía aflorando en sus pensamientos, con esa nariz que parecía partida, con esos ojos entornados fijos en el suelo o en el cielo, como si la mirada de ella fuera un fuego que lo quemaría…
Dejó de pensar, se agitó. ¿Era posible?
—¿Te encuentras bien?
—No… Es decir, sí, Feival, me encuentro bien. Sólo me pinché con algo afilado.
Era una locura pensar así. Para colmo, una locura sin sentido: si Vansen vivía, estaba perdido, perdido con su hermano. La mitad de esa vida se había ido, como si le hubiera ocurrido a otra persona, y a menos que ella pudiera encontrar ayuda, nada de eso volvería. Ahora su tarea consistía en actuar, al menos hoy… y ni siquiera era dueña de la compañía, sólo una actriz de reparto que trabajaba por su comida en el patio de una posada de Tessis. Eso era todo. Tenía que aprender a aceptarlo.
* * *
—Ya no estamos en los reinos de la Marca, así que decid vuestros parlamentos con elocuencia y claridad —dijo Pedder Makewell, como si alguno ya no lo supiera—. Bien, ¿dónde está Pilney?
Los actores estaban amontonados en un callejón detrás de la posada porque no había espacio para todos en el vestuario y el patio estaba lleno de espectadores, gente de la ciudad que había terminado de trabajar y esperaba el comienzo de las celebraciones de Kerneia. Un extremo del callejón estaba cerrado, el otro bloqueado con una pila de escombros, así que el lugar era bastante íntimo, pero algunos habitantes de los edificios cuyo fondo daba al callejón se asomaban por la ventana para mirar los coloridos trajes de los actores.
—¿Dónde está Pilney? —repitió Makewell.
Pilney, más joven que Feival Ulian pero mucho más tímido y no tan bonito, alzó la mano. Este joven robusto y rubicundo desempeñaba el papel de Khors, dios de la luna, y aunque esto lo había acercado a Briony, apenas le había dirigido una palabra que Teodoros no hubiera escrito.
—Oye —dijo Makewell severamente—, en las últimas dos actuaciones me has empapado de sangre, muchacho, y ambas veces me arruinaste el traje, por no mencionar mi saludo al público. Cuando te mueras hoy, hazme el favor de alejarte un poco antes de reventar la vejiga, o la próxima vez morirás realmente a garrotazos en vez de recibir unos golpecitos con un arma falsa.
El azorado Pilney se apresuró a asentir.
—Si has terminado de aterrar al joven, Pedder —dijo Finn Teodoros—, quizá pueda señalar algunos detalles importantes.
—¡Es un traje caro! —exclamó Estir Makewell, defendiendo a su hermano.
—Sí, nuestro harapiento elenco lo ha notado.
—¿Qué nombre tiene la compañía? —preguntó Pedder—. ¿A quién vienen a ver?
—A ti, por supuesto —se burló Finn—. Y haces bien en prevenir al muchacho. De lo contrario, en todas las tabernas de Sian murmurarán que Pedder Makewell, en la obra sobre la matanza de los dioses, estaba manchado de sangre tras la cruenta muerte de su archienemigo. ¿Quién pagaría por ver una farsa tan ridícula?
—Te mofas de mí. Muy bien. Entonces encárgate de lavar la elegante armadura de Perin.
—Mejor aún, Makewell —intervino Nevin Hewney—, podemos vestirte con un mandil de carnicero, que sería muy apropiado para tu esgrima y tu actuación.
—¡Silencio! —gritó Teodoros por encima de los insultos y las carcajadas—. Me gustaría seguir con las notificaciones, por favor. Además, hay algunos cambios.
»Feival, en el primer acto, en que Zosim se acerca a Perin para describir las fortificaciones del castillo de Khors, en vez de «cubierto por brillantes cristales de hielo», debes decir «cubierto de hielo cristalino». Es más apropiado para el ritmo. Y tú, insigne Perin, la palabra es «plenilunio», no «pantalón». «Herid a mi enemigo, y partid el plenilunio». Significa luna llena, y huelga decir que da otro sentido al parlamento.
Estallaron risas, y Makewell recobró el buen humor.
—Plenilunio, plenilunio… Juro que ha inventado la palabra tan sólo para fastidiarme. Este cagatintas gordinflón ha asfixiado a muchos actores en sus tiempos.
—Sí, bien, bien —dijo Teodoros, mirando el papel donde había garrapateado sus notas—. Los tres hermanos deben regresar juntos al Castillo de la Luna cuando oigamos las trompetas, ya hablamos de eso. Ciertamente. —Dio vuelta el papel—. Ah, sí, en el segundo acto, Khors debe agarrar a Zoria con fuerza cuando ella escapa. Pilney, la has capturado y la has arrastrado a tu castillo. Ahora debes aferraría como si tuvieras la intención de conservarla, no como si ella hubiera perdido algo en la calle y tú lo hubieras recobrado. —Mientras Pilney se sonrojaba y murmuraba, Teodoros se volvió hacia Briony—. Y tú, joven Tim. No le tuerzas la muñeca cuando te agarre, por débil que sea su apretón. Eres una diosa virgen, no un pandillero.
Esta vez fue Briony quien se sonrojó. Shaso le había enseñado demasiado bien: cuando una mano le aferraba el brazo, ella se zafaba sin pensarlo. La primera vez que representaron la escena había apretado tanto la muñeca de Pilney que le había hecho daño. Sospechaba que era uno de los motivos por los que él se mantenía a distancia.
—¿Y dónde está maese Birch? Dowan, sé que te duelen las rodillas, pero cuando Zmeos abate a Volios, la tierra tiembla… así lo cuentan las historias. No puedes caer con tanta delicadeza.
El gigante frunció el ceño, pero asintió. Briony sintió pena por él. Quizá pudiera encontrar tela para hacerle almohadillas más gruesas para sus rodillas grandes y huesudas.
Teodoros hizo modificaciones en la posición de los actores al comienzo del asedio, para disimular el hecho de que Feival y Hewney tenían que quitarse sus trajes de Zuriyal y Zmeos y ponerse una armadura, y luego salir del vestuario para representar a los dioses y semidioses que Perin conducía contra la fortaleza del dios de la luna. Cambió algunos versos de Feival en el cuarto acto, cuando el joven representaba a Zuriyal, la diosa que era carcelera de Zoria mientras sus hermanos Zmeos y Khors luchaban contra Perin y los sitiadores.
Teodoros estaba haciendo cambios para evitar que la escena de la muerte de Khors se centrara en Pilney, que era propenso a callarse cuando le correspondía gritar, y ceder la mayor parte del parlamento a Hewney (que lo «ordeñaría como si fuera una ternera de Marrinswalk», como dijo Teodoros) cuando el posadero Bedoyas se asomó para preguntar si pensaban representar su mísera obra o acababan de inventar un modo complejo pero novedoso de despojarlo de su dinero.
—Zosim, Kupilas y Devona del Arpa, regocija el corazón de los que nos miran —dijo Teodoros, como de costumbre, con las manos sobre el pecho—. ¡A escena!
* * *
Las cosas fueron bien en los tres primeros actos. El patio de la posada estaba lleno pero era un día frío y gris, y las antorchas que ardían a ambos lados del escenario impedían que Briony viera bien a la multitud, salvo caras borrosas bajo capuchas y sombreros. Por lo que veía, parecía ser un grupo más próspero que el que había atraído la compañía en otras paradas, pero en general eran trabajadores, no aristócratas. Algunos grupos de jóvenes (aprendices que disfrutaban del alboroto de una tarde de embriaguez) se habían instalado en primera fila, donde silbaban y les gritaban groserías a Feival, Briony y cualquiera que se vistiera de mujer. No sentían el menor remordimiento por mirar con lascivia a esas diosas sagradas.
Briony se las apañaba mejor de lo que esperaba. Recordar los versos no le costaba tanto como había temido. De tanto repetirlos día tras día le resultaban tan familiares como los nombres de gente que veía a menudo, y la intervención de los otros actores la ayudaba a salir del apuro cuando le fallaba la memoria. Y la historia era emocionante. Se notaba en la reacción del público, sus gruñidos de preocupación y sus hurras de placer cuando la acción pasaba de una peripecia a otra. Cuando Perin condujo a sus fuerzas contra el castillo de Khors (la carreta no sólo hacía las veces de vestuario sino de fortaleza, con Pilney lanzando gritos desafiantes desde arriba), el público lo celebró, y algunos parecían dispuestos a subir al escenario para sumarse al ataque. Cuando Khors abatió a Volios, hijo de Perin, y Dowan Birch se desplomó como un abedul mientras la sangre manaba de su vientre entre sus manos entrelazadas, Briony creyó oír algunos sollozos.
En el cuarto acto, cuando la diosa virgen burlaba la vigilancia de Zuriyal y escapaba del castillo para perderse en una huracanada tormenta de nieve (con trapos ondeantes sobre varillas y el gemido del trinquete reemplazando a la naturaleza), las cosas fueron súbitamente mal. Briony recitó sus líneas:
¡La nieve! ¡Muerde como las crueles abejas de Zmeos,
y acribilla mi tez desprotegida!
Me pondré esta ropa que dejó el sirviente.
Avergüenza mi doncellez, origen de mis males,
mas me mantendrá viva en este frío mortal…
De pronto se encontró mirando un menguante túnel de luz, y las antorchas y el cielo encapotado se arremolinaron mientras la negrura se precipitaba desde los costados. Se tambaleó, y luego logró recobrar el equilibrio, y aunque el mundo aún relucía extrañamente, como si la rodearan luciérnagas, logró terminar el parlamento.
Mas aunque abrigada, estoy perdida.
Con o sin abrigo, sin alimento moriré.
Poco después, cuando tendría que haberse arrodillado delicadamente, se encontró haciendo lo que Finn le había pedido a Dowan Birch, desplomándose en el escenario con estrépito. De nuevo el mundo se oscureció. No oía nada, ni siquiera el tambor giratorio y cubierto de arpillera que hacía el ruido del viento, y sólo sentía la abrumadora cercanía de Barrick, una percepción más aguda que cualquier olor o sonido, como si estuviera dentro de los confusos y temerosos pensamientos de su hermano.
De la oscuridad surgió una sombra esquelética con un rostro gris y cadavérico. Al principio, en su desconcierto, pensó que la muerte venía a buscarla. Luego comprendió que debía estar viendo algo a través de los ojos de su hermano: una máscara impasible con ojos de luna resplandeciente, que se acercaba cada vez más. No era la muerte, pero era algo igualmente perentorio y menos piadoso.
Trató de gritar el nombre de su hermano, pero como en cien pesadillas no pudo emitir ningún sonido. La siniestra cara gris se aproximaba, tan aterradora que la negrura se desplomó de nuevo sobre ella.
—¡Zoria! —le gritó una voz al oído—. ¡Aquí yace, mi virtuosa prima! ¿Estás muerta, dulce hija del padre celestial? ¿Quién ha cometido tal atrocidad?
Comprendió que era Feival, que improvisaba para darle tiempo a que se levantara. Abrió los ojos y vio el rostro preocupado del joven actor. ¿Qué le había sucedido? ¡Ese rostro mortífero, de pesadilla…!
—¿Puedes caminar, prima? —preguntó Feival, tratando de levantarla—. ¿Deseas que te asista? —Acercándole la boca al oído, susurró—: ¿A qué juegas, muchacha?
Ella le apartó la mano y se levantó trabajosamente. Sintió la tensión que embargaba a los actores y espectadores; éstos aún no estaban seguros de que algo fuera mal, pero empezaban a sospechar. No podía pensar en Barrick en ese momento. Esto era como la vida que llevaba en el castillo, algo que conocía: debía ponerse la máscara.
—Bien, noble… —Se tambaleó, recobró el aliento—. Bien, noble primo, amable Zosim. Ahora puedo caminar… Ahora que estás aquí para alejarme de estos vientos inhóspitos.
Oyó que Finn Teodoros suspiraba de alivio en el fondo del escenario.
* * *
Los últimos rezagados caminaban por el patio de la posada, terminando su comida y su bebida. Un puñado de aprendices borrachos hablaba en voz alta sobre la diosa que preferirían besar. Estir y Pedder Makewell habían ido adentro con Bedoyas para calcular las ganancias de esa tarde, mientras Teodoros, Hewney y el resto celebraban el éxito de la producción con algunas cervezas. Briony aún estaba temblando. Se sentó a solas en el borde del escenario, sosteniendo un pichel sin beber y mirándose los zapatos. ¿Qué le había pasado? Nunca había sentido nada igual, ni siquiera al ver a Barrick en el espejo. Esta vez se había sentido como si ella fuera Barrick. ¿Y quién o qué era esa cosa siniestra y gris?
Sintió la bilis en la garganta. ¿Qué podía hacer, de todos modos? ¡Nada! Ni siquiera sabía dónde estaba él. Era como una maldición. ¡No podía hacer nada para ayudar a su hermano! Nada, nada, nada…
—Bien, milady, veo que seguisteis mi consejo a pesar de todo.
Por un instante se quedó atónita. La voz le resultaba familiar, y reconocía ese rostro oscuro, pero al principio no pudo recordar…
—¡Dawet! —Bajó del escenario, y casi derramó la cerveza. Por un momento le sorprendió tanto ver a alguien que conocía que casi le echó los brazos al cuello. Luego recordó que se habían conocido porque Dawet Dan-Faar había ido como enviado de Ludis, para negociar en nombre del secuestrador de su padre.
Él sonrió, como si su confusión le divirtiera.
—Conque me recordáis. Entonces también recordaréis que os sugerí que recorrierais el mundo, milady. No pensé que tomarías mi consejo tan a pecho. ¿Así que ahora sois actriz?
De pronto ella notó que otros estaban mirando, y no todos eran de la compañía.
—Silencio —susurró—. Se supone que no soy una mujer, y mucho menos una princesa.
—¿Os hacéis pasar por varón? —murmuró él—. Creo que nadie lo creerá. ¿Pero qué hacéis aquí, con este disfraz y con esta gente?
Ella lo miró con desconfianza.
—Os haré la misma pregunta. ¿Por qué no estáis en Hierosol? ¿Habéis dejado de servir a Ludis Drakava?
—No, milady, aunque muchos más sabios que yo ya lo han hecho… —Miró más allá de ella, entornando los ojos—. ¿Qué es esto?
El posadero Bedoyas y los dos Makewell se acercaban, pero lo que llamaba la atención de Dawet era su escolta, una docena de guardias que usaban el emblema del magistrado. Briony pronto comprendió que ella era la que más tenía que perder si la capturaban o la arrestaban por algún motivo. Trató de buscar una salida, pero los guardias ya los habían rodeado.
Un soldado de rasgos gruesos con faja de oficial sobre la túnica se adelantó.
—Los actores de la compañía conocida como Hombres de Makewell quedan arrestados, bajo la custodia de su majestad el rey. —El capitán vio a Dawet y frunció el ceño—. Ah, tú también, amigo. Me dijeron que buscara a un sureño moreno, y aquí estás.
—Le aconsejo que mida sus palabras, oficial —dijo Dawet con voz incisiva, pero no intentó resistirse.
—¿Arrestados? —chilló Finn Teodoros—. ¿Bajo qué cargo?
—Espionaje, como bien sabéis —dijo el capitán—. Ahora conoceréis la hospitalidad de su majestad, y creo que os agradará menos que la de maese Bedoyas. Y ni siquiera penséis en escapar: esto no es una obra, actores. Medio penteconto más de soldados espera afuera.
—¿Espionaje? —le preguntó Briony a Dawet—. ¿De qué hablan?
—No digáis nada —susurró él—. Sin importar lo que suceda o lo que os digan. Tratarán de engañaros.
Ella agachó la cabeza y se dejó llevar con los demás. Estir Makewell y el joven Pilney estaban llorando. Quizá los demás también, pero costaba saberlo porque había empezado a llover.
—Me temo que no puedo ir con vosotros —dijo Dawet en voz alta.
Briony se volvió, creyendo que le hablaba a ella. Él se había apoyado contra una pared del patio, y empuñaba un cuchillo con la mano enguantada.
—¿Qué hacéis? —le preguntó, pero Dawet ni siquiera la miró.
—Basta de tonterías, negro —dijo el capitán—. Aunque fueras el mismísimo Hiliometes, no podrías contra tantos.
—Juro por la ardiente cabeza de Zosim Salandros que os equivocáis de hombre —dijo Dawet. Un guardia se le acercó, pero el tuaní alzó el cuchillo para arrojarlo, con tal celeridad que el soldado quedó petrificado.
El capitán suspiró.
—Conque juras por la Salamandra. —Miró a Dawet Dan-Faar como un ama de casa tratando de decidir si comprará una tajada de carne cara que sólo se usará en el guiso—. Vosotros dos, le habéis oído —dijo, haciendo una señal a un par de guardias que aguardaban lanza en ristre—. Encargaos de él. Tengo mejor ocupación que perder más tiempo aquí.
Los dos guardias avanzaron y Briony soltó un grito de alarma. Dawet, cuya daga era demasiado corta, fingió que la arrojaba, luego se giró, saltó y se encaramó a la pared. Los dos guardias vacilaron sólo un instante, luego atravesaron la entrada trasera del patio. Algunos soldados se dispusieron a seguirlos, pero el capitán les ordenó que regresaran.
—Esos dos son tipos listos. No os preocupéis, ya se encargarán de ese tonto xandiano.
—A menos que el negro pueda volar como Strivos, tienes razón al llamarlo tonto —rió Bedoyas—. Ese callejón no tiene salida. —Briony quería golpear la cara rechoncha de ese hombre.
Pero, para su sorpresa, los guardias aparecieron poco después sin Dawet. Sonreían nerviosamente, como complacidos con su fracaso.
—Se ha ido, capitán. Se escapó.
—¿De veras? —El capitán asintió torvamente—. Hablaremos de esto después.
Los demás guardias pusieron a Briony y los demás actores en fila y los sacaron de la posada para llevarlos a la fortaleza que se hallaba en el gran palacio del centro de la ciudad. Ya era malo haber perdido un trono, pero ahora hasta su falsa y humilde vida de actriz estaba en ruinas. Briony sintió lágrimas en los ojos, y trató de secarlas. Mientras cruzaban el primer puente, le pareció que recorría un lugar aún más extraño que la capital de un país extranjero.