3
Ruidos nocturnos
¡Escuchad, hijos míos! En el principio todo era seco y vacío y estéril. Luego apareció la luz e infundió vida a la nada, y de esta luz nacieron los dioses, y todas las alegrías y las penas del mundo. Creed en la verdad de mis palabras.
Revelaciones de Nushash,
Libro I
Era un rostro frío e impasible, con la piel pálida y descolorida como mármol de Akars, pero lo más aterrador eran los ojos, que brillaban con un fuego interior, como un crepúsculo rojo abriendo una fisura en el techo del mundo.
¿Quién eres para inmiscuirte en los asuntos de los dioses?, le preguntó a Sílex. Eres lo más bajo entre tu gente, menos que un hombre. Traicionas los Misterios sin disculpas, plegarias ni rituales. Ni siquiera puedes proteger a tu propia familia. El día en que Urrigijag Mil Ojos despierte, ¿qué explicación le darás? ¿Por qué querrá acompañarte para que seas juzgado y acogido por el Señor de la Piedra Húmeda y Caliente, como son acogidos los justos cuando dejan sus herramientas? Quizá te arroje al vacío de los Espacios Sin Piedra para tu eterna lamentación…
Y ya tenía la sensación de caer rodando por ese vacío sin fin. Trató de gritar, pero ningún sonido salía de su garganta sin aire.
Sílex se incorporó en la cama, jadeando, con la cara perlada de sudor aun en esa noche helada. Ópalo gruñó, tironeó de la manta y dio la espalda a su inquieto y fastidioso esposo.
¿Por qué ese rostro rondaba su sueño? ¿Por qué esa adusta guerrera que había comandado el ejército crepuscular, que había mirado a Sílex como si fuera un molesto escarabajo, le daría sermones sobre los dioses? Ni siquiera le había hablado, y mucho menos le había hecho esas acusaciones que le dolían tanto como si las hubieran cincelado en su corazón y no pudiera borrarlas.
Ni siquiera puedo proteger a mi familia, es verdad. Mi mujer llora todas las noches cuando Pedernal se ha dormido, pues el niño ya no nos reconoce. Y todo porque dejé que se fuera por su cuenta y no pude hallarlo hasta que fue demasiado tarde. Al menos, eso cree Ópalo.
Ella no había dicho semejante cosa. Su esposa sabía que tenía una lengua afilada, y desde ese extraño episodio de un decena atrás, ni una vez le había echado la culpa. Quizá el único que se echa la culpa sea yo, pensó. Quizá el sueño signifique eso. Ojalá pudiera creer que era así.
Un ruido súbito le llamó la atención. Contuvo el aliento para escuchar. Comprendió que no lo había despertado su temible sueño sino la vaga percepción de que sucedía algo inusitado. Allí estaba de nuevo: un ruido rechinante y sordo, como un ratón en la pared. Pero las paredes de las casas caverneras eran de piedra, y aunque hubieran sido de madera como las endebles moradas de la gente alta, un ratón tenía que ser muy valiente para internarse en el territorio soberano de Ópalo Cuarzo Azul.
¿Será el niño? El corazón de Sílex dio un vuelco. ¿Estará muriendo por causa de esos extraños vapores que inhalamos en las profundidades? Pedernal no se había sentido bien desde su regreso, y se pasaba casi todo el día durmiendo y permanecía mudo como un recién nacido cuando estaba despierto, mirando a sus padres adoptivos como si fuera un animal atrapado y ellos fueran sus captores. Eso era lo que más desgarraba el corazón de Ópalo.
Sílex salió de la cama, tratando de no despertar a su esposa. Fue con sigilo a la otra habitación, sintiendo apenas la piedra fría en las gruesas plantas de sus pies. El niño tenía el aspecto de siempre. Dormía con la boca abierta y los brazos estirados, boca abajo como si nadara, y había apartado las mantas. Sílex le tocó las costillas para ver si respiraba bien, y luego le palpó la frente para ver si había vuelto la fiebre. Al inclinarse en la oscuridad, volvió a oír el ruido: una raspadura lenta, como si un antiguo ancestro cavernero de los días anteriores al fuego escarbara la tierra para subir hacia los vivos.
Sílex se detuvo, agitado. El ruido venía de la habitación delantera. ¿Un intruso? ¿Uno de esos crepusculares de ojos ardientes, un asesino enviado por esa pétrea guerrera, que se arrepentía de haberlo dejado en libertad? Temía que se le detuviera el corazón, pero sus pensamientos seguían acelerados. Todo el castillo estaba en vilo por lo que había sucedido en Víspera de Invierno, y en Cavernal cundía la desconfianza. ¿Sería alguien que temía al extraño niño que Sílex y Ópalo habían llevado a casa? Parecía improbable que fuera un ladrón. El delito era casi inexistente en Cavernal, pues todos se conocían, las puertas eran gruesas y los cerrojos estaban hechos con toda la habilidad de generaciones de artesanos de la piedra y del metal.
La habitación delantera estaba vacía, y no había nada fuera de lugar salvo los platos que aún estaban sobre la mesa, claro testimonio de la infelicidad y la apatía de Ópalo. En endekamene, el mes anterior, ella se habría arrastrado por la casa con las dos piernas rotas antes que permitir que un visitante matinal viera la vajilla de la noche anterior sin lavar, pero desde la desaparición y el retomo de Pedernal, su esposa apenas tenía fuerzas para hacer otra cosa que sentarse junto al lecho del niño, con los ojos inflamados.
Sílex oyó de nuevo esos rasguños secos, y esta vez distinguió que venía de la puerta del frente: algo o alguien intentaba entrar.
Mil temores supersticiosos le cruzaron la cabeza mientras iba al lugar donde colgaba sus herramientas y cogía su pico más afilado, llamado hocico de musaraña. Nada pasaría por esa puerta a menos que él la abriera. Él y el hermano de Ópalo habían trabajado durante días para dar forma al grueso roble, y los goznes de hierro eran el producto más refinado de los artesanos de la Casa del Metal. Incluso pensó en volver a la cama, postergando el problema para la mañana, o para la siguiente víctima del ruidoso ladrón, pero no podía liberarse del recuerdo del pequeño Escarabajel, el techero que había arriesgado la vida para ayudarlo a encontrar a Pedernal. El castillo estaba sumido en el caos, con soldados con librea de los Tolly dispersándose por doquier en busca de información sobre el asombroso secuestro de la princesa Briony. ¿Y si ahora Escarabajel necesitaba su ayuda? ¿Y si el hombrecillo estaba en el umbral, tratando desesperadamente de dar a conocer su presencia en un mundo de gigantes?
Alzando el arma, Sílex Cuarzo Azul aspiró y abrió la puerta. Estaba muy oscuro, una oscuridad que nunca había visto en las calles nocturnas de Cavernal. Apretó el mango del pico hasta que le dolió la palma. Le temblaba la mano para empuñar una herramienta que normalmente podía aferrar con firmeza durante una hora.
—¿Quién anda ahí? —susurró—. Muéstrate.
Oyó un gruñido o un rugido, y el aterrado Sílex comprobó que las calle no estaba oscura porque los faroles de Cavernal se hubieran apagado, sino porque una silueta enorme bloqueaba la entrada de su casa, sumiendo todo en sombras. Retrocedió, alzando el hocico de musaraña para atacar al monstruo, pero erró el golpe cuando la criatura traspuso la puerta y lo apartó de un empellón. Pero aunque no había logrado pegarle, el intruso se derrumbó en la entrada. Volvió a gruñir, y Sílex alzó el pico, con el corazón palpitante de terror. Un rostro pálido y redondo lo miró, manchado de suciedad pero reconocible a la luz que ahora se derramaba por la puerta.
Chaven, el médico real, alzó las manos transformadas en garras mugrientas por unos vendajes ennegrecidos y endurecidos.
—¿Sílex…? —jadeó—. ¿Eres tú? Me temo… me temo que te he manchado la puerta de sangre.
* * *
Era una mañana gélida, y las piedras de la plaza del mercado estaban resbaladizas. La gente silenciosa reunida frente al gran templo del Trígono de Marca Sur parecía una masa congelada, abarrotada frente a la escalinata, envuelta en capas y mantas para protegerse de los crudos vientos del mar.
Matty Tinwright observó a los nobles y dignatarios de rostro solemne que salían del templo. Necesitaba un trago. Una copa de vino con especias (mejor aún, dos o tres copas)… algo para calentar sus huesos y su corazón helados, algo para volver más tolerable ese día frío. Pero las tabernas estaban cerradas y habían vaciado las cocinas del castillo, pues habían ordenado a cada señor, dama, criada y pinche que aguardara al aire libre para escuchar las proclamas de sus nuevos amos.
Aunque no todos eran nuevos: el condestable Avin Brone estaba con los demás en la escalinata, corpulento como siempre… o más corpulento aún, pues la ropa oscura y la gruesa capa le daban el aspecto de algo que debiera desplazarse sobe crujientes ruedas de madera en vez de botas, una máquina monstruosa para derribar las murallas de castillos sitiados. La presencia de Brone había disipado las dudas que tenía Tinwright sobre los asombrosos acontecimientos de los últimos días. El gran amigo y fiable servidor del rey Olin no estaría junto a Hendon Tolly si la desaparición de la princesa Briony se debiera a una maniobra artera, como susurraban algunos. Tinwright no había olvidado su encuentro con Brone. ¡Ni siquiera los Tolly de Estío se atreverían a enfadar a ese hombre!
El trino de las flautas de los músicos del templo se extinguió, se meció el último incensario (el humo ya se disipaba, deshilachado por la brisa cruda y fría) y, tras un estridente trompetazo de los temblorosos heraldos, Avin Brone avanzó unos pasos hacia el borde de la escalinata y miró a la gente reunida.
—Habéis oído muchos rumores en estos últimos días. —El bramido de su voz de toro llegaba a toda la multitud—. Los tiempos confusos generan rumores confusos, y ésta es una de las épocas más confusas que hemos visto en nuestra vida. —Brone alzó su ancha mano—. ¡Silencio! ¡Escuchad bien! Primero, es verdad que la princesa Briony Eddon ha sido capturada, aparentemente por el criminal Shaso Dan-Heza, el traidor que antaño fue maestro de armas. Hemos buscado durante días, pero no hay rastro de ninguno de los dos dentro de las murallas de Marca Sur. Rezamos para que la princesa regrese sana y salva, pero os aseguro que no nos limitamos a dejar el asunto en manos de los dioses.
Los murmullos se reanudaron, más fuertes.
—¿Dónde está el príncipe? —gritó alguien desde el frente—. ¿Dónde está el hermano de la princesa?
Brone irguió los hombros y apretó los puños.
—¡Silencio! ¿Debéis parlotear como salvajes de Xand? Oíd mis palabras y os enteraréis de algo. El príncipe Barrick estaba con Tyne de Costazul y los demás, luchando contra los invasores en el campo de Kolkan. Hace días que no tenemos noticias de Tyne, y los supervivientes que han regresado no pueden decimos mucho. —Varios integrantes de la multitud miraron hacia la ciudad que estaba allende el estrecho, ahora silenciosa y aparentemente vacía. Todos habían oído los cantos y los tambores que retumbaban allí por la noche, y habían visto los fuegos—. Aún abrigamos esperanzas, pero debemos suponer que nuestro príncipe está perdido, muerto o capturado. Eso está en manos de los dioses. —Brone hizo una pausa ante el alboroto, gritos e imprecaciones que empezaron en voz baja pero pronto cobraron intensidad. Cuando volvió a hablar, su voz aún era estentórea, pero no tan clara ni compuesta como antes. Eso contribuyó a calmar a la multitud—. ¡Por favor, recordad que Olin todavía es rey de Marca Sur! Está preso en el sur pero sigue siendo el rey, y su linaje aún sobrevive. —Señaló a una joven que estaba de pie junto a Hendon Tolly, rechoncha y fea, una nodriza que sostenía lo que debía ser un bebé, aunque para Matt Tinwright bien podía haber sido una pila de sábanas vacías—. Ved, aquí está el vástago del rey —declaró Brone—, un nuevo hijo varón, nacido en Víspera de Invierno. La reina Anissa vive. El niño es saludable. El linaje de los Eddon continúa.
Brone agitó las manos, implorando a la muchedumbre que se callara, en vez de ordenarlo, y Tinwright se preguntó cómo ese hombre aterrador podía haber cambiado tanto, como si algo se hubiera rasgado por dentro y no lo hubieran remendado bien.
¿Pero de qué me sorprendo? Briony, nuestra grácil y maravillosa princesa, ha desaparecido, y el joven Barrick sin duda ha perecido a manos de esos monstruos sobrenaturales. El alma poética de Tinwright comprendía la justicia romántica, la simetría de los mellizos perdidos, pero no sentía gran compasión por el hermano. Extrañaba sinceramente a Briony, y temía por ella, que había sido su defensora. Barrick, por su parte, nunca había ocultado su desprecio.
Brone cedió la palabra a Hendon Tolly, que estaba vestido con una indumentaria inusitadamente oscura: calzas negras, túnica gris, y capa negra forrada de piel, con algunos toques de oro y esmeralda. Hendon era conocido como uno de los árbitros de la moda al norte de la gran corte en Tessis. Tinwright, que lo admiraba sin tenerle simpatía, siempre había sido sensible a los matices de la vestimenta entre los que ocupaban un rango superior, y pensó que el joven Tolly disfrutaba de su nuevo papel de circunspecto guardián de la plebe.
Hendon alzó la mano, oculta por el largo volante de la manga. Su rostro delgado y expresivo era una máscara de pena refinada.
—Los Tolly compartimos la antigua sangre de los Eddon. El rey Olin es mi tío, además de mi señor. A pesar del toro que engalana nuestro escudo, la sangre del lobo corre por nuestras venas. Juramos que protegeremos al joven heredero con cada gota de esa sangre. —Hendon bajó la cabeza como si rezara, o quizá para aparentar humildad ante el peso de su tarea—. Todos hemos sufrido pérdidas dolorosas en este terrible invierno, y los Tolly más que nadie, pues también hemos perdido a nuestro hermano, el duque Gailon. ¡Pero no temáis! Mi otro hermano, Caradon, nuevo duque de Estío, ha jurado que los vínculos entre ambas casas serán aún más fuertes. —Hendon Tolly se enderezó—. Muchos de vosotros estáis asustados por las alarmantes noticias que han llegado del campo de batalla y la presencia de nuestro enemigo del norte. El enemigo aguarda a nuestras puertas, allende la bahía. He oído rumores sobre un asedio. ¿De qué asedio hablan? —Señaló la ciudad silenciosa, y la manga se agitó como el ala de un cuervo—. Ni una flecha ni una piedra han atravesado nuestras murallas. Yo no veo a ningún enemigo. ¿Vosotros lo veis? Es posible que un día esos duendes nos ataquen, pero es más probable que nuestras imponentes murallas los hayan descorazonado. De lo contrario, ¿por qué no dan indicios de su presencia?
Un murmullo recorrió la multitud, pero ahora parecía expresar cierta esperanza. Hendon Tolly lo notó y sonrió.
—Y aunque lo hicieran, ¿cómo podrían derrotamos, compatriotas? No pueden matamos de hambre, mientras tengamos nuestro puerto y buenos vecinos. Y mi hermano el duque ya está enviando hombres para proteger este castillo y a sus habitantes. ¡No temáis, el heredero de Olin un día ocupará el trono de Olin con orgullo!
La esperanzada multitud lanzó algunas ovaciones, aunque el sonido no era muy heroico en la plaza barrida por el viento. Aun así, hasta Matt Tinwright se sintió más tranquilo.
Ese hombre no me agrada, pero estaríamos en aprietos si Hendon Tolly y sus soldados no hubieran estado aquí. Tendríamos disturbios y todo tipo de locura. Aun así, no había dormido bien desde que había tenido noticias sobre las criaturas sobrenaturales que estaban a las puertas, y notó que Tolly, pese a su aplomo, no había hablado de expulsar a los crepusculares que ocupaban la ciudad.
El jerarca Sisel se adelantó para bendecir a la muchedumbre en nombre de los dioses del Trígono. Mientras el jerarca entonaba el rito del Perdón de Perin, lord Tolly, nuevo protector del castillo, entabló una animada conversación con Tirnan Havemore, el nuevo castellano. Nynor, el viejo consejero del rey, había abandonado su puesto, y Havemore, ex asistente de Avin Brone, era su inesperado sucesor. Tinwright no pudo contener su envidia. ¡Ascender tan pronto, y a un puesto de tal importancia! Brone debía de estar muy complacido con él para otorgarle semejante honor. Pero mientras Avin Brone miraba a Tolly y Havemore, Tinwright sospechó que no estaba complacido ni orgulloso. Tinwright se encogió de hombros. Siempre había intrigas en la corte. Así era el mundo.
Y quizá también haya un lugar para mí, pensó esperanzado, aun sin mi amada protectora. Quizá yo también ascienda si me hago notar.
Girando, olvidando la bendición, Matty Tinwright se abrió paso entre la multitud, pensando en modos de revelar su luz esplendorosa a la gente de la nueva Marca Sur que supiera reconocer su brillo.
* * *
Ópalo tuvo el mérito de reaccionar con gran calma ante el descubrimiento de un hombre sangrante y quemado del doble de su tamaño tendido en el suelo de su casa.
—¡Vaya! —dijo, asomándose desde el dormitorio—. ¿Qué sucede? No estoy vestida. ¿Te encuentras bien, Sílex?
—Yo me encuentro bien, pero mi amigo no. Tiene heridas que necesitan atención.
—¡No lo toques! Saldré enseguida.
Al principio Sílex pensó que ella temía que su querido esposo pudiera contagiarse algo del visitante herido, o que el herido, en medio del dolor y del delirio, pudiera atacar como un animal agonizante. Al cabo de cierta reflexión, sin embargo, comprendió que Ópalo no confiaba en él y temía que empeorase las cosas.
—El niño aún duerme —dijo al salir, envolviéndose en su abrigo—. Tuvo otra mala noche. ¿Qué sucede, pues? ¿Quién es este corpulento sujeto y por qué está aquí a estas horas?
—Es Chaven, el médico de la corte. Te he hablado de él. En cuanto al porqué…
—Me arrastré —dijo Chaven con una carcajada seca y lastimera—. Me arrastré por el castillo en la oscuridad… hasta aquí. Necesito ayuda con… con mis heridas. Pero no puedo quedarme. Os pondría en peligro.
—Nadie corre más peligro que usted, a juzgar por esas quemaduras —dijo Ópalo, mirando con el ceño fruncido las manos vendadas del médico—. Deprisa, tráeme agua y mi cesto de hierbas, viejo, y no hagas ruido. No necesitamos que el niño también se entrometa.
Sílex obedeció.
El médico estaba dormido cuando Ópalo terminó de limpiarle las quemaduras con salmuera, de cubrirlas con emplastos de pasta de musgo, y de ponerles vendas limpias, y su barbilla chocaba contra el pecho cada vez que ella ceñía una venda.
Ópalo miró su trabajo.
—¿Es de fiar? —preguntó en voz baja.
—Es la mejor persona alta que conozco.
—Eso no responde a mi pregunta, viejo tonto.
Sílex no pudo contener una sonrisa.
—Me alegra comprobar que las dificultades que hemos afrontado últimamente no han mellado tu talento para las frases cariñosas, tesoro. ¿Quién lo sabe? El mundo de arriba está desquiciado. Y no sólo el de arriba. En nuestra casa tenemos a un niño de la gente alta que desempeña un papel en esta guerra con los crepusculares. Todos han enloquecido, arriba y aquí.
—Aunque esté herido, no recibiré a ese hombre en mi casa si no me dices que es de fiar. Tenemos que pensar en el niño.
Sílex suspiró.
—Es uno de los mejores hombres que conozco, comunes o altos. Y quizá entienda lo que le ha pasado a Pedernal.
Ópalo asintió.
—De acuerdo. Dormirá varias horas. Bebió una copa entera de mosto de musgo, y no puede quedarle mucha sangre con la cual mezclarlo. Será mejor que nosotros también durmamos.
—Eres maravillosa —le dijo Sílex mientras volvían a acostarse—. Después de tantos años, aún no puedo creer que haya tenido tanta suerte.
—Yo tampoco puedo creerlo —replicó ella, pero parecía complacida. Más aún, Sílex le había visto en los ojos, mientras sanaba las heridas del médico, algo que no había visto desde que había llevado a Pedernal de regreso: determinación. Valía la pena correr un gran riesgo con tal de ver que su buena esposa volvía a ser la de antes.
* * *
Chaven apenas podía sostener el pan, pero comió como un perro que hubiera estado encerrado durante días en una casa abandonada. Y esto no estaba muy lejos de la verdad, según la historia que les contó a Sílex y Ópalo.
—Me oculté en los túneles que están fuera de mi casa. —Hizo una pausa para enjugarse la cara con la manga, tratando de secar el agua que había derramado en su torpeza—. La puerta secreta, Sílex, la que tú conoces; hay un panel que sale de la pared del pasillo interior y oculta la puerta a los fisgones. La cerré y me encerré en los túneles como un zorro perseguido. Logré llevar una botella de agua que me había acompañado en mi último viaje, pero no tuve tiempo de encontrar comida.
—Coma más, entonces —dijo Sílex—, pero despacio. ¿Por qué se ocultaba usted? ¿Qué ha sucedido con el mundo? Oímos rumores, y aunque no todos sean ciertos, son asombrosos y aterradores: los crepusculares derrotando a nuestro ejército, la princesa y su hermano muertos o en fuga…
—Briony no se ha fugado —dijo Chaven, frunciendo el ceño—. Apostaría mi vida. De hecho, ya la he apostado.
Sílex meneó la cabeza, sin entender.
—¿De qué habla?
—Es una larga historia, y tan descabellada como lo que hayas oído sobre los ejércitos de las hadas.
Ópalo se levantó al oír un ruido a sus espaldas. Pedernal, pálido y legañoso, estaba en la puerta.
—¿Qué haces fuera de la cama? —preguntó ella.
El niño la miró con alarmante indiferencia. A pesar de todas las cosas extrañas y temibles que hubiera en él, Sílex pensaba que esa mirada apática era lo peor.
—Tengo sed.
—Te traeré agua, niño. Aún no estás en condiciones de levantarte. Apenas te recobras de la fiebre. —Miró significativamente a Sílex y Chaven—. Hablad en voz baja —les advirtió.
Sílex apenas había empezado a describir los extravagantes sucesos de Víspera de Invierno cuando Ópalo regresó de acostar a Pedernal, así que empezó de nuevo. Su historia habría resultado poco convincente aun en labios de alguien que regresara de tierras exóticas y no del entorno familiar de Marca Sur, pero habría sido totalmente increíble si no la hubiera contado Chaven. Sílex sabía que ese hombre no sólo era sincero, sino muy cauto en sus apreciaciones, y muy meticuloso para distinguir entre lo que se podía demostrar y lo que sólo se podía sospechar. Construido sobre roca, como decía el padre de Sílex al hablar de alguien digno de confianza, no como esos edificios hechos sobre arena, que se inclinan hacia un lado u otro cada vez que los Ancianos se encogen de hombros.
—¿Usted piensa que este canalla de Tolly tuvo algo que ver con Selia, la bruja sureña? —preguntó Sílex—. ¿Con la muerte del pobre príncipe Kendrick y el ataque contra la princesa? —Después de un breve encuentro con ella, Sílex sentía un afecto protector por Briony Eddon, y ya detestaba a Hendon Tolly y toda su familia con un odio implacable.
—No lo sé, aunque por las conversaciones que le oí entablar con sus guardias, parecían tan sorprendidos como yo. Pero su traición a la familia real es indiscutible, así como su intención de asesinarme por ser testigo de lo que ocurrió.
—¿De veras lo habrían matado? —preguntó Ópalo.
—Sin duda, si me hubiera quedado para que me mataran —dijo Chaven con una dolorosa sonrisa—. Al ocultarme en la Torre de la Primavera, oí que Hendon Tolly les decía a sus esbirros que yo no debía sobrevivir a mi captura, que recompensaría al hombre que acabara conmigo.
—¡Por los Ancianos! —jadeó Ópalo—. ¡El castillo está en manos de forajidos y asesinos!
—En este momento, sin duda. Sin la princesa Briony o su hermano, no veo el modo de cambiar las cosas. —La conversación había fatigado al médico, que apenas podía mantener la cabeza erguida.
—Debemos llevarlo a ver a un lord poderoso —dijo Sílex—. Alguien que aún sea leal al rey y lo proteja hasta que usted cuente su versión de los hechos.
—¿Quién queda? Tyne Aldritch murió en el campo de Kolkan, Nynor se retiró a su casa de campo, atemorizado —dijo Chaven—. Y parece que Avin Brone ha hecho las paces con los Tolly. No confío en nadie. —Sacudió la cabeza como si fuera una pesada piedra que había llevado demasiado tiempo—. ¡Para colmo, los Tolly han tomado mi casa, mi espléndido observatorio!
—¿Por qué? ¿Creerán que aún está escondido allí?
—No. Desean algo, y creo saber qué es. Están destrozando todo… Los oí a través de las paredes de mi escondrijo. Buscan algo…
—¿Por qué? ¿Para qué?
Chaven gruñó.
—Aunque creo saber lo que buscan, no sé para qué lo quieren… pero estoy asustado, Sílex. Aquí hay algo más que una mera lucha por el trono de los reinos de la Marca.
Sílex cayó en la cuenta de que Chaven no sabía la historia de sus propias aventuras, los hechos inexplicables que rodeaban al niño que dormía en la otra habitación.
—Hay mucho más —declaró—. Ahora debe descansar, pero luego le contaré nuestras propias experiencias. Conocí a los crepusculares. Y el niño entró en los Misterios.
—¿Qué? ¡Cuéntamelo ahora!
—Deja dormir al pobre hombre —dijo Ópalo, también fatigada o quizá sólo abatida por la desdicha—. Está débil como un animal destetado.
—Gracias —dijo Chaven con un hilo de voz—. Pero debo escuchar esta historia… de inmediato. Una vez dije que temía lo que podía significar el desplazamiento de la Línea de Sombra. Pero ahora creo que temía demasiado poco. —Bajó la vista y cabeceó—. Demasiado poco —suspiró—, y demasiado tarde… —Pronto se quedó dormido, y Sílex y Ópalo se miraron con ojos llenos de miedo y confusión.