28: Secretos de la Tierra Negra

28

Secretos de la Tierra Negra

El hijo de Hija Pálida alcanzó la madurez en pocas temporadas. Lo llamaron Torcido, no por su corazón, que era recto como el vuelo de una flecha, sino porque su canto no era esto o lo otro sino que fluía en direcciones inesperadas. Poseía muchos dones, y cuando cumplió un año ya había alcanzado tanta sabiduría que creó los mosaicos que le regaló a Destello de Plata, y que harían que su morada fuera más fuerte que las demás.

Pero luego estalló la guerra y muchos perecieron. Las voces más viejas recuerdan que el Pueblo tomó partido por los hijos de Brisa, aunque murieron como hormigas bajo la furia de Trueno y sus hermanos. Y aun después los primogénitos de Humedad odiaron al Pueblo por oponerse a ellos, y lo persiguieron. Pero en días posteriores, los partidarios de Trueno medrarían gracias a su fidelidad a la progenie de Humedad.

Cien lucubraciones

del Libro de la Lamentación

Al principio Vansen no tenía voluntad para sentarse. El recuerdo de ese pozo lleno de cadáveres le oprimía el pecho.

Lo repetiré: levántate, Ferras Vansen.

Lo que resonaba en su cabeza no era su nombre sino una imagen de él, aunque parecía una visión distorsionada, con la tez demasiado oscura, los rasgos toscos como los de esas familias endogámicas de los altos valles que veía en el mercado de Gran Stell cuando era niño. Quizá fuera la visión que Farol de Tormentas tenía de él.

¿Qué quieres? Déjame dormir.

Debemos tratar de analizar lo que hemos visto, mortal… y además hay otra cosa.

Vansen abrió los ojos con un rezongo, y se obligó a sentarse, rascándose la espalda y los hombros en la áspera pared de la celda. Barrick aún estaba durmiendo, pero se movía y gemía como atrapado en una pesadilla.

Déjalo tranquilo por ahora. Quiero conversar contigo.

El recuerdo del pozo no se disipaba.

Los dioses nos protejan. ¿Qué están haciendo ahí abajo para que todas esas criaturas se mueran trabajando?

Gyir asintió.

Conque has notado que la mayoría no presentaba indicios de por qué habían muerto. Sí, quizá los mató el trabajo. El crepuscular unió la palma de una mano con el dorso de la otra. En todo caso, el Libro de la Lamentación tiene una nueva página. Las palabras no sugerían un libro concreto sino una especie de tormenta petrificada de ideas, imágenes y sentimientos demasiado complejos y extraños para Vansen.

¿Qué otra cosa podría ser? Parecía que habían caído redondos. La mayoría no tenía marcas. Vansen estaba más familiarizado con los cadáveres de lo que hubiera deseado, después de su experiencia en el campo de batalla, y cada uno era su propio Libro de la Lamentación, con un final escrito en heridas crueles que todos podían leer.

No cometamos el error de suponer algo que no sabemos con certeza, dijo Gyir. A veces las aguas de estos lugares profundos son venenosas. O quizá los exterminó una peste. O podría ser otra cosa.

Aunque se le puso la piel de gallina al pensar que podía estar encerrado en una enorme prisión asolada por la peste, Vansen quedó impresionado por la lucidez de Farol de Tormentas. La criatura que había considerado poco más que una bestia, un lobo sediento de sangre, razonaba como un erudito de Marca Este.

¿Otra cosa? ¿Qué?

No lo sé. Pero temo la respuesta más de lo que temo al veneno o a la peste. Gyir miró a Barrick, que aún murmuraba en su sueño inquieto. No quería que el muchacho oyera hablar de los muertos que hemos visto. Sus pensamientos ya son presa del terror y otras cosas que no entiendo del todo. Pero ahora debemos despertarlo. Os quiero decir algo a ambos, algo importante.

¿Más importante que la peste?

Gyir se agachó junto al príncipe y le tocó el hombro. Barrick, que aún se movía, se calmó de inmediato; poco después abrió los ojos. El crepuscular extrajo del jubón un puñado de pan que había guardado, fue a la ventana enrejada de la puerta y, mientras Vansen miraba asombrado, lo arrojó al centro de la celda externa.

Tras un titubeo, los demás prisioneros se abalanzaron sobre el pan desmigajado como palomas, y el más grande se lo arrebataba al más pequeño, y los que tenían igual tamaño o salud luchaban ferozmente para conservar lo que habían cogido o robar lo que no habían agarrado a tiempo. En pocos segundos la celda dejó de ser un lugar de desdicha silenciosa para ser un nido de criaturas alborotadas.

Ahora podemos hablar, al menos por un momento, dijo Gyir. Siento que alguien escucha en las cercanías, Ueni’ssoh o uno de sus lugartenientes, pero así como el ruido cubre el sonido de las voces, la furia y el miedo impiden que nuestra conversación llegue a quien pueda oír palabras no habladas.

A Vansen no le gustó eso.

¿Los demás pueden oír nuestra charla mental?

Hablar de este modo no es ningún secreto, mortal, sólo cuestión de habilidad o nacimiento; quizá, en tu caso, de extraña fortuna. El nocturnal Uein’ssoh puede hacerlo cuando está cerca. Ahora préstame atención. Miró a Barrick, que todavía estaba soñoliento. Ambos.

Gyir sacó otra cosa del jubón, pero esta vez mantuvo la mano cerrada.

No os mostraré esta cosa que sostengo, dijo. No me atrevo a exponerla, ni siquiera en este caos, pero así conoceréis el tamaño por si debéis tomarla después.

Vansen clavó los ojos. Lo que estaba oculto en la mano del crepuscular era pequeño como un huevo.

¿Qué…?

Gyir meneó la cabeza.

Sólo debéis saber que es un objeto sumamente valioso. Mi señora me encomendó el deber de llevarlo a la Casa del Pueblo. Si no lo reciben, la guerra y cosas peores volverán a estallar entre nuestros pueblos, y el sufrimiento no parará allí. Si esto no llega a la Casa del Pueblo, el Pacto del Cristal será derogado y mi ama Yasammez destruirá vuestro castillo con sus habitantes. Con el tiempo, despertará a los dioses. El mundo cambiará. Mi gente perecerá y la vuestra será esclavizada.

Vansen miró a Barrick, que no parecía tan desconcertado como Vansen se sentía. El muchacho miraba el puño de Gyir sin mayor interés.

Te lo digo a ti, Ferras Vansen, porque el príncipe sobrelleva otras cargas, luchas que no puedes conocer. Yasammez también le ha encomendado una tarea. No la conozco ni entiendo su propósito, pero lo ha enviado al mismo lugar que voy yo, la Casa del Pueblo. El Pacto del Cristal debe completarse, y te lo digo a ti porque sé que seguirás al príncipe dondequiera que vaya, aunque no creas lo que digo. ¡Escucha!

Clavó sus ojos rojos en Vansen, exigiendo, suplicando; sus palabras nadaban en pensamientos temerosos como peces en una corriente fría.

Comprende esto: si muero aquí, vosotros dos debéis llevar este objeto a la Casa del Pueblo. Debéis hacerlo. De lo contrario, todo estará perdido: vuestro pueblo, el mío, todos se ahogarán en sangre y tinieblas. La Gran Derrota tendrá un final más rápido y desagradable del que nadie podría haber creído.

Vansen miró ese rostro extraño e inexpresivo.

¿Me estás pidiendo que realice una tarea… para ti? ¿O para tu señora, como la llamas… la que ha embrujado al príncipe? ¿Para tu gente, que masacró a cientos de mis guardias, incendió poblados, mató a inocentes? Se volvió hacia Barrick, pero el príncipe lo miró como tratando de recordar dónde se habían visto antes. Esto es una locura.

No puedo obligarte a nada, Ferras Vansen, dijo el crepuscular. Sólo puedo pedirte este favor. Entiendo muy bien tu odio por mi especie; créeme, siento lo mismo por tu gente. Gyir alzó la cabeza para prestar atención. Ya no podemos hablar de esto. Pero te lo ruego, si llega el momento… ¡recuérdalo!

¿Cómo podría olvidarlo?, se preguntó Vansen, pero esta vez sus pensamientos eran sólo para sí mismo. Me han pedido que ayude a los asesinos de mi gente. Y, los dioses me guarden, creo que tendré que hacerlo.

* * *

Después de la confusa conversación entre Gyir y Vansen, de la que recordaba muy poco y entendía menos, Barrick se durmió de nuevo. Las pesadillas que lo acuciaron en las horas siguientes eran muy parecidas a las que había tenido en su vida anterior, sueños de furia y persecución, de un mundo que él no reconocía pero que lo reconocía a él y le temía, pero ahora parecían más intensas y profundas. Una cosa había cambiado, sin embargo: la muchacha del pelo y los ojos oscuros aparecía en todos los sueños, como si fuera tan melliza suya como Briony, su propia sangre. Barrick no la conocía, ni siquiera en la ilógica realidad del sueño, y ella no participaba activamente en sus funestas fantasías, sino que actuaba como un pastor en un cerro lejano: una presencia pasiva y remota, pero inequívoca y bienvenida.

* * *

Barrick se despertó pestañeando. Sus compañeros lo habían trasladado a la única franja de luz (si algo tan débil merecía ese nombre) que atravesaba las rejas y caía en la celda, iluminando las piedras y la tosca argamasa.

Se incorporó, pero la celda giraba en torno y tuvo la sensación de que el pozo de cadáveres que habían visto había subido para aferrarlo, para arrojarlo al hedor y la viscosidad. Logró arrastrarse hasta el retrete que estaba en el extremo de la celda antes de vomitar, pero una convulsión le impidió apuntar bien. Aunque tenía el estómago casi vacío, el olor agrio pronto llenó el pequeño espacio, sumando vergüenza a su desdicha. Ferras Vansen miró hacia otro lado mientras Barrick volvía a vomitar, esta vez sólo bilis, pero el acto de cortesía del capitán sólo logró que Barrick se sintiera peor. Aún no había olvidado que Vansen le había pegado. ¿Encima ese hombre tenía que tratarlo con paternalismo? ¿Tratarlo como un niño?

Trató de hablar, pero no pudo reunir las fuerzas. Sentía calor donde no debía y frío donde no debía, y un dolor insoportable en el brazo malo. Vansen y Gyir lo observaban, pero Barrick rechazó la mano que le tendía el capitán y se sobrepuso al dolor para regresar a rastras a la pared de la celda. Quería decirles que sólo estaba cansado, pero la debilidad lo venció. Dejó que le dieran un trozo de pan remojado en agua y volvió a caer en un sueño febril y desdichado.

* * *

¿Qué día era? Era un pensamiento discordante: los nombres de los días se habían convertido en un recuerdo brumoso, al igual que el cielo y el olor de cosas agradables como las agujas de pino y la comida cocida. De pronto el silencio le llamó la atención. Barrick se incorporó con pánico, seguro de que se habían llevado al qar y al capitán y lo habían dejado solo. Apretó los dientes para combatir el mareo y las chispas que volaban ante sus ojos, pero cuando las chispas se disiparon vio que Vansen y Gyir estaban a poca distancia, acostados contra la pared, durmiendo.

—Loados sean los dioses —susurró. Al oír la voz del príncipe, Gyir abrió los ojos rojos. Vansen también despertaba. El soldado tenía la cara demacrada y la barba crecida. ¿Cuándo había adelgazado tanto?

—¿Cómo os sentís, alteza? —preguntó Vansen.

Barrick se aclaró la garganta.

—¿Qué importancia tiene? Moriremos aquí. Todo lo que he pensado y dicho… ya no importa. Moriremos aquí.

No te dejes vencer por la desesperación, dijo Gyir con asombrosa energía. No todo está perdido. Algo en este lugar ha fortalecido mi… Barrick no entendió la palabra, pero evocaba una llama pequeña e intensa. Mis facultades, se podría decir; aquello que hace de mí un Farol de Tormentas.

Es raro, me siento peor que nunca desde que salí del castillo. Era verdad: Barrick había experimentado cierta atenuación de las pesadillas y los pensamientos extraños después de irse de su hogar, sobre todo cuando cabalgaba con Tyne Aldrich y los demás soldados, pero desde que él y sus compañeros habían entrado en ese agujero infernal las viejas desdichas habían vuelto con más poder que nunca. Sentía que la perdición lo perseguía como una sombra. ¿Crees que ese horrible Jikuyin me ha hecho esto, ese gigante? Me pareció que su voz… me lastimaba…

Gyir meneó la cabeza.

No lo sé. Pero hay algo extraño en este lugar, más extraño que la presencia del semidiós. He pasado gran parte de estos días arrojando mi red, tratando de captar los pensamientos de los demás prisioneros y de algunos guardias, aunque la mayoría son meras bestias.

¿Puedes hacer eso?

Ahora puedo. Es raro, pero este lugar no sólo me ha devuelto las fuerzas, sino que me ha hecho más fuerte que antes.

Barrick se encogió de hombros.

¿Tan fuerte como para sacamos de aquí?

Pensó que Gyir habría sonreído agriamente si hubiera tenido una boca humana.

Creo que no: la mera fuerza no alcanzará para enfrentarse a los poderes de Ueni’ssoh y el gran Jikuyin. Pero no desesperes. Dame tiempo para pensar en algo. Necesito aprender más sobre el gran secreto de este lugar.

¿Secreto? Barrick vio que Vansen escuchaba atentamente, y quizá entablara su propia conversación con Gyir. Esta vez no tuvo los celos de costumbre, sino que se sintió extrañamente vinculado con ese hombre. Había momentos en que odiaba al capitán, pero en otros se sentía más cerca de Ferras Vansen que de ningún otro mortal, salvo Briony. Los dioses te protejan, pensó de pronto con afecto. Oh, cabeza de paja, qué no daría por ver tu rostro, tu verdadero rostro, frente a mí

No he perdido el tiempo mientras estabas sumido en tus sueños febriles, dijo Gyir. He encontrado a un guardia que a veces trabaja en el pozo, vigilando a los prisioneros que apilan los cadáveres en la plataforma y los envían a los esclavos que trabajan con el carro.

¿Puedes ver sus pensamientos? ¿Puedes ver lo que hay debajo de nosotros?

No. El guardia tiene un extraño vacío donde deberían estar sus recuerdos.

¿Entonces de qué nos sirve? Barrick volvió a sentir fatiga. ¡Qué absurdo, cuando hacía tan poco que estaba despierto!

Puedo seguirlo, meterme en él tal como me metí en los pensamientos y sentimientos de la criatura del bosque. Puedo ver lo que él ve en las profundidades.

Entonces volveré a acompañarte, como la última vez, dijo Barrick. Quiero ver. Gyir y Vansen se miraron, y eso lo irritó. Sé que me consideráis débil, pero no quiero ser excluido.

No te consideramos débil, Barrick Eddon, pero creo que corres peligro. En este lugar hay algo que te perturba y que empeoró cuando llevé tus pensamientos conmigo la última vez. Y Ferras Vansen y yo sólo nos iremos con la mente. No estarás solo.

A pesar de su debilidad, Barrick se enfureció.

No hables en mi cabeza para decirme mentiras. ¿Solo? ¿Cómo podría estar más solo que aquí con vuestros cuerpos vacíos? ¿Y si os sucede algo y vuestra mente se pierde, o algo por el estilo? Preferiría que me pasara lo mismo, y no quedarme aquí con vuestros cadáveres.

Gyir lo miró largo rato.

Pensaré en ello.

—Yo tampoco creo que sea buena idea —dijo Vansen en voz alta.

Barrick hizo lo posible por conservar la compostura.

—Sé que usted no acata las órdenes que no le gustan, capitán Vansen, pero a menos que haya renunciado a su lealtad por completo, su juramento aún lo compromete a obedecerme. Soy el príncipe de Marca Sur. ¿Piensa ordenarme lo que debo hacer?

Vansen lo miró fijamente, y varias expresiones le cruzaron la cara como aceite desparramándose en un charco de agua.

—No, alteza —dijo al fin—. Haréis lo que os parezca. Como de costumbre.

Vansen tenía razón, y Barrick odiaba eso. Era un tonto al correr ese riesgo, pero había dicho la verdad: lo aterraba mucho más quedarse a solas.

* * *

—Doirrean, ¿qué estás haciendo? Está demasiado lejos del fuego… El niño se enfriará y enfermará. —La reina Anissa se inclinó en la cama para mirar con severidad a la nodriza, una muchacha robusta y huraña de pálidos rasgos connordianos.

—Sí, alteza. —La joven recogió al bebé con su cojín, procurando demostrar cuánto se esmeraba, y luego usó el pie para acercar la silla al hogar. La hermana Utta se preguntó si para un bebé sano las chispas voladoras no serían más peligrosas que unos momentos de desnudez en una habitación caldeada. Claro que yo no tuve hijos, aunque he presenciado muchos nacimientos. Quizá sea distinto cuando es tuyo.

—No entiendo por qué debo repetir las cosas una y otra vez —declaró Anissa. Su cuerpo delgado se había rellenado un poco durante el embarazo, pero ahora la piel parecía floja—. ¿Nadie me escucha? ¿No he tenido bastante dolor y sufrimiento?

—No te preocupes tanto, querida —le dijo Merolanna—. Lo has pasado muy mal, sí, pero tienes un hermoso hijo. Su padre estará muy orgulloso.

—Sí que es hermoso, ¿verdad? —Anissa le sonrió al bebé, que miraba con embeleso a su nodriza con esa inocencia conmovedora que hacía que a veces Utta lamentara las decisiones que había tomado en la vida. Sería grato y satisfactorio, pensaba, tener un alma joven e inocente a su cuidado, llenarla sólo con cosas buenas, como un joyero, con amabilidad y pensamientos reverentes de amor y amistad—. Ah, ojalá su padre regrese pronto para verlo, para ver lo que he hecho, qué niño agraciado le he dado.

—¿Qué nombre le pondréis? —preguntó Utta—. Si no os molesta decirlo antes de la ceremonia.

—Olin, desde luego, como el padre. Bien, Olin Alessandros… Alessandros era el nombre de mi abuelo, el gran vizconde de Devonis. —Anissa parecía un poco irritada—. Olin. ¿Qué otro nombre podría ponerle?

Utta no comentó que el rey ya había tenido dos hijos varones y ninguno de ellos llevaba su nombre. Anissa era una persona insegura, pero tenía motivos para serlo: su esposo estaba en prisión, sus hijastros se habían ido, y ese bebé era el único respaldo de su autoridad. Era natural que deseara recordar a todos quién era el padre y qué representaba el niño.

Alguien llamó a la puerta. Una criada abandonó el susurrante grupo de mujeres, abrió, e intercambió unas palabras con un guardia vestido con la librea del lobo.

—Es el médico, alteza —anunció.

Merolanna y Utta se miraron sobresaltadas cuando se abrió la puerta, pero no era Chaven sino el hermano Okros. El erudito, vestido con la túnica color vino de la Academia de Marca Este, hizo una profunda reverencia y se hincó sobre una rodilla.

Saludó a la reina, la condesa, Utta y las demás mujeres.

—Acércate, Okros —dijo Anissa—. Estoy preocupada porque tengo poca leche. Si no tuviera a Doirrean, no sé qué haría.

A Utta le llamaba la atención que Anissa amamantara al bebé, pues no era común entre las clases altas, y pensaba que la reina se habría alegrado de entregar el bebé a una nodriza. Se alejó para dejar que el médico hablara con la paciente. Las otras damas de compañía se acercaron a la cama para escuchar.

—Aún no hemos hablado con Okros —murmuró Merolanna—, y ésta sería una buena oportunidad.

—¿Hablarle de qué?

—Podemos preguntarle sobre las cosas extrañas que dijo esa criaturilla, esa cháchara sobre la Casa de la Luna. Si se relaciona con Chaven, quizá Okros sepa qué significa. Quizá es algo que todos estos doctores saben.

Utta sintió una punzada de temor, aunque no sabía por qué.

—¿Queréis decírselo a él? ¿Y qué hay de lo que dijo Oídos?

Merolanna agitó la mano.

—No todo; no soy idiota. Ciertamente no le contaré a nadie que supimos esto por un techero, una personilla del tamaño de mi dedo.

—Pero… ¡estos asuntos son secretos!

—Ha pasado una decena y aún no he averiguado qué ocurrió con mi hijo. Okros es buen hombre… y es listo. Él nos dirá si sabe algo de todo esto. Déjalo de mi cuenta, Utta. Te preocupas demasiado.

El hermano Okros había terminado de atender a la reina y estaba anotando una lista de instrucciones para sus damas.

—Recordad que es demasiado pequeño para el pan remojado.

—Pero le encanta sorber el azúcar y la leche de mis dedos —dijo Anissa, frunciendo los labios.

—Podéis darle leche de vuestro dedo, pero no azúcar. No la necesita. Y decid a vuestras nodrizas que no le ciñan tanto la ropa.

—Pero así mi apuesto Sandro tendrá un hermoso cuello.

—Y hombros encorvados, y un pecho deforme. No, la ropa debe estar tan floja como para que él ni la sienta.

—Pamplinas. Claro que así ha de ser, si usted lo dice… —Parecía que Anissa olvidaría sus consejos en cuanto el médico se hubiera ido.

Okros se inclinó, con una sonrisa en su rostro delgado y correoso.

—Gracias, alteza. Bendiciones del Trígono para vos… y también de Kupilas y nuestra buena Madi Surazem. —Hizo la señal de los Tres y se giró hacia Merolanna y Utta, inclinándose de nuevo.

Merolanna le apoyó una mano en el brazo.

—¿Puedes esperarnos un momento, hermano Okros? Deseo preguntarte algo. ¿Nos excusas, querida Anissa? Perdón… vuestra alteza. Debo ir a descansar… Ya sabéis, la edad.

Anissa volvía a mirar con embeleso a su bebé, mientras Doirrean lo envolvía con ropa de lino.

—Desde luego, querida Merolanna. Eres muy amable al visitarme. Espero que vengas a la ceremonia del nombramiento… Es dentro de poco, el día antes de Kerneia… ¿Cómo lo llamáis aquí?

—El día de los profetas —dijo Merolanna.

—Sí, el día de los profetas. Sor Utta, tú también estás invitada.

—Gracias, alteza —dijo Utta.

—Oh, no me lo perdería ni por un saco de delfines dorados, Anissa —la tranquilizó Merolanna—. ¿Cómo voy a perderme la bienvenida de mi nuevo sobrino a la familia? Claro que iré.

* * *

Okros las esperaba en la antecámara. Sonrió y se inclinó de nuevo, luego bajó con ellas la escalera de la torre. Utta notó que la duquesa estaba realmente cansada: caminaba despacio, y cojeaba un poco porque le dolía la cadera.

—¿Qué os puedo ofrecer, vuestra gracia? —preguntó Okros.

—Un poco de información, para ser franca. Entiendo que aún no tienes noticias de Chaven.

Él meneó la cabeza.

—Lamentablemente, no. Hay muchas cosas que me gustaría preguntarle. Al asumir sus deberes, me encuentro con muchas preguntas, mucha confusión. Echo de menos su consejo, y también su presencia. Hace muchos años que somos amigos.

—¿Sabes algo sobre la luna?

El cambio de tema sorprendió a Okros, pero se encogió de hombros.

—Todo depende. ¿Os referís al objeto que surca los cielos de noche y a veces durante el día…? Sí, ahí está, pálida como una caracola. ¿O a la plateada diosa Mesiya? ¿O al efecto de la luna sobre el ciclo femenino y las mareas?

—Ninguna de esas cosas —dijo Merolanna—. No lo creo, al menos. ¿Alguna vez oíste hablar de la Casa de la Luna?

Él guardó silencio tanto tiempo que Utta pensó que lo habían contrariado, pero luego habló con la misma voz de antes.

—¿Os referís al palacio de Khors? ¿El antiguo demonio lunar conquistado por el Trígono? El palacio se menciona en algunos poemas y relatos de la antigüedad, y lo llaman así, la Casa de la Luna.

—Podría ser. ¿Chaven poseyó alguna vez algo que pudiera considerarse un fragmento de la Casa de la Luna?

Él la miró atentamente, como si no hubiera reparado en la duquesa hasta ese momento. No tenía sentido, desde luego. Utta sabía que sus nervios le hacían ver fantasmas.

—¿Qué os lleva a hacer esa pregunta? —dijo al fin—. Nunca pensé que vuestra gracia se dedicaría a esa polvorienta erudición.

—¿Por qué no? —dijo Merolanna con fastidio—. No soy tonta, ¿verdad?

—En absoluto, vuestra gracia. —Okros se echó a reír, quizá con cierta ansiedad—. No quise decir eso. Es sólo que esas antiguas leyendas, esas historias triviales… Me sorprende que vos habléis de esas cosas, más apropiadas para mis colegas de la biblioteca de Marca Este. —Inclinó la cabeza, reflexionando—. No recuerdo nada que relacionara a Chaven con la Casa de la Luna, pero pensaré en ello, y quizá eche un vistazo a las cartas que Chaven me envió a través de los años; quizá se trate de una investigación suya que yo he olvidado. —Se frotó la barbilla—. ¿Puedo preguntar por qué os interesa?

—Es sólo algo que oí —dijo Merolanna—. Un error, sin duda. Me pareció recordar que él lo había mencionado, nada más.

—¿Y es importante para vos, vuestra gracia? ¿Se trata de algo que yo, con mi humilde sapiencia y mis amigos de la academia, os podamos ayudar a descubrir?

—No, no tiene la menor importancia. Si descubres algo sobre Chaven y la Casa de la Luna, quizá podamos hablar más. Pero no te preocupes demasiado.

Cuando se despidieron de Okros, las mujeres se dirigieron a la residencia a través de la fortaleza interior. Había remolinos de nieve en el aire, pero sólo unos montones polvorientos se habían acumulado en los senderos adoquinados. Aun así, el cielo estaba oscuro como un budín quemado y Utta sospechó que por la mañana la capa de blancura sería más gruesa.

—Eso fue bastante bien —dijo Merolanna, frunciendo el ceño. Su cojera era más pronunciada—. Parecía dispuesto a ayudar.

—Él sabe algo. ¿No lo habéis notado?

—Claro que sí. —Merolanna frunció aún más el ceño—. Estos hombres, sobre todo los estudiosos, se creen que esos conocimientos son propiedad exclusiva de ellos. Pero ahora también sabe que tendrá que dar algo para obtener algo.

—¿Habéis pensado que ese juego puede ser peligroso?

Merolanna miró a Utta con sorpresa.

—¿Te refieres al hermano Okros? El castillo está plagado de peligros, querida… Los Tolly bastan para darnos pesadillas. Pero el hermano Okros es inofensivo como la leche. Créeme.

—Qué remedio me queda —dijo Utta, pero no podía seguir enfadada con su amiga mucho tiempo. Cogió el brazo de Merolanna, dejando que la anciana se apoyara en ella mientras regresaban por la nieve polvorienta en el oscuro atardecer.

* * *

Aunque esta criatura sea bestial, esto no resultará tan fácil como espiar pensamientos desprotegidos, dijo Gyir. Necesito silencio para traerla a la puerta de nuestra celda.

Barrick aceptó con sumo gusto. Ya estaba lamentando su insistencia. El recuerdo de estar atrapado en la obtusa mente de la criatura del bosque, de manipular cadáveres como si fueran ropas caídas, aún le revolvía el estómago y le causaba mareos.

Un rostro fibroso y bestial apareció en la reja, con una frente tan huesuda y baja que Barrick ni siquiera podía verle los ojos. Gruñó y rugió, enfurecido por algo, pero estaba obligado a permanecer donde estaba.

Gyir lo miró a los ojos largo rato, en un silencio sólo interrumpido por el lejano grito de dolor de un prisionero. La bestia se resistió pero no pudo liberarse de Gyir. El crepuscular permanecía inmóvil, pero Barrick pudo percibir las mareas de compulsión y resistencia que fluían entre ambos. Al fin la criatura soltó un jadeo gutural. Gyir se enjugó el sudor de la frente y se giró hacia ellos.

Ya lo tengo.

Barrick miró al guardia, cuyos ojos diminutos ahora eran astillas blancas bajo los párpados entornados.

Pero si lo has dominado, ¿no podría liberamos, ayudamos a escapar?

Es sólo el esbirro que trae comida. No tiene las llaves de esta celda. Sólo Ueni’ssoh las tiene. Pero este salvaje obtuso puede ser más útil que una llave. Sentaos. Os mostraré parte de sus pensamientos, su visión, mientras lo mando en su camino.

Mientras Barrick se acomodaba en el suelo de piedra, el guardia echó a andar por la celda externa. Los prisioneros se apresuraban a eludirlo, pero él pasó de largo como si fueran invisibles.

Barrick sentía la presencia de Gyir en sus pensamientos. Cerró los ojos. Al principio sólo veía una oscuridad roja, pero poco a poco reconoció contornos: una puerta que se abría, un corredor.

Barrick no percibía los pensamientos de la criatura, salvo un remolino de percepciones, visiones y sonidos, y se preguntó si era porque los guardias eran sólo bestias obtusas.

No. La voz del crepuscular resonaba con claridad: era verdad que Gyir había recobrado la fuerza. Barrick sentía también la presencia de Vansen, como si alguien le respirase en el hombro. No es un mero animal. Ni siquiera los animales son como tú crees. Pero he sofocado su mente con la mía, para que haga nuestra voluntad y no lo recuerde después.

El guardia se internó en las profundidades, un largo viaje que lo llevó bajo el nivel de la sala de los cadáveres. A pesar del extraño andar impuesto por el control de Gyir, los prisioneros lo eludían y los demás guardias no parecían reparar en su existencia. Quizá no fueran bestias, decidió Barrick, pero demostraban poca vitalidad aun entre los de su especie. Por primera vez pensó que esos guardias simiescos podían ser prisioneros, como él y sus camaradas.

Cada tanto algo retumbaba en las profundidades, un ruido que Barrick podía sentir más que oír a través de la percepción ahogada de la criatura.

¿Qué es ese ruido? Suena como un trueno… o cañonazos.

Lo segundo es más acertado. Gyir calló un momento mientras la criatura se tambaleaba, se enderezaba. Nosotros lo llamamos fuego de Torcido. Tu gente lo llama «harina de cañón».

¿De veras están disparando cañones ahí abajo?

No. Sospecho que lo están usando para excavar. Ahora deja que me concentre.

Bajaron cada vez más, hasta que el guardia llegó a un recinto donde cargaban los cadáveres en el enorme cesto que esos hombres color hongo que no tenían cuello enviarían arriba con la cabria. Los muertos eran descargados de carros empujados por esclavos, y el guardia siguió la huella de los carros en la oscuridad.

Seguían descendiendo, pero este declive era más gradual, para que los obreros pudieran empujar los carros. Y los carros no sólo trasladaban cuerpos: muchos llevaban tierra y piedras, pero por otro ramal del túnel.

Barrick notó que Vansen y Gyir trataban de interpretar el sentido de todo esto, pero ya se sentía mareado por la profundidad, el calor y el estruendo constante. Si me pusieran a trabajar aquí, pensó, no duraría mucho. Barrick Eddon se había pasado la vida tratando de evitar que lo llamaran frágil o enfermizo, pero el brazo tullido le había enseñado a no engañarse, y también detestaba que los demás le mintieran para consolarlo. No podría hacer lo que hacen estas criaturas, trabajar casi sin agua en este lugar atroz y polvoriento. Moriría en pocas horas.

El guardia siguió bajando en medio de un creciente revuelo de actividad. El fragor esporádico de lo que Gyir llamaba «fuego de Torcido» era mucho más fuerte, y hacía tambalearse al guardia. Cientos de prisioneros empujaban carros por el largo y ancho pasaje en declive, pero siempre se apartaban del guardia, por monstruosa que fuera su carga.

Al fin Barrick vio el final del pasaje, un arco que tenía el doble de anchura de la Puerta del Basilisco del castillo. El guardia lo atravesó y se internó en una caverna aún más vasta que aquélla donde se hallaba el pozo con los cadáveres, y Barrick sintió el aire caliente que tironeaba de la pelambre sucia, empañando con lágrimas la visión de la criatura. Una fila de antorchas marcaba el ancho camino que descendía por la tierra arremolinada y destacaba los cruces donde otros guardias y prisioneros trajinaban con el peso de los carros de mineral. Para Barrick cada paso representaba un esfuerzo tremendo. La ráfaga de aire caliente que había sentido al entrar seguía azotando al guardia a cada paso, como si caminara por la garganta de un dragón jadeante. Trituraba los pensamientos de Barrick como una mano vigorosa, y Barrick pensó que se desmayaría como una niña frágil.

¿Podéis sentirlo?, les gritó a los demás. ¿No podéis? Este lugar es maligno… ¡No lo soporto más!

Ánimo. El pensamiento de Gyir tenía el peso de su poder y conocimiento, y Barrick recordó que debía confiar en él.

Lo intentaré. Oh, dioses, ¿no podéis sentirlo?

No con tanta fuerza como tú, creo.

Barrick odiaba ser débil. Durante toda su infancia, lo exasperaba la mera sugerencia, por bienintencionada que fuera, de que su brazo tullido o su corta edad eran excusa para eludir una tarea. Pero ahora tenía que conceder que no soportaría mucho más tiempo. Ninguna palabra tranquilizadora eliminaría ese paralizante dolor de estómago, esa sensación de náuseas a la que no se acostumbraba, aunque había sido constante desde que habían llegado a ese lugar.

¿Por qué me siento así? ¡En realidad no estoy aquí! ¿Qué cosa me hace esto? No era sólo dolor y fatiga. Lo atravesaban oleadas de temor. Había dicho una verdad que sentía en los huesos, en el alma: este lugar era maligno, perverso. No deberíamos estar aquí. No sabía si los otros le habían oído. No lo sabía ni le importaba. Ya ni siquiera sentía vergüenza.

El aire estaba más caliente y los ruidos eran más fuertes. El guardia estaba familiarizado con todo esto, pero aun así parecía casi tan asustado como Barrick. La creciente pestilencia no era la de cuerpos putrefactos y esclavos mugrientos, aunque eso no faltaba. Barrick los reconocía aun a través de los extraños pensamientos del guardia. Pero había un olor más extraño que no podía identificar, una mezcla de metal con fuego y aire marino, e incluso aroma de flores, si las flores crecieran en medio de la sangre.

Ahora estaba frente al borde del pozo, donde cientos de antorchas ardían en el aire brumoso y polvoriento. Si hubiera podido rezagarse mientras los otros dos avanzaban, lo habría hecho. Habría reconocido que era un cobarde y un tullido, cualquier cosa con tal de no ver lo que había en aquel abismo. Pero no podía abandonarlos. Ya no sabía cómo. Sólo podía aferrarse a la idea de Gyir y la idea de Vansen, aferrarse a la criatura que los había llevado como un caballo desbocado y esperar a que todo terminara. Ahora el caos de su cabeza era constante, pero no se relacionaba con aquello que lo rodeaba: sonidos rabiosos, voces irreconocibles, sombras movedizas, pensamientos fragmentarios que no tenían sentido, todo zumbando en su cráneo como avispas furiosas.

La luz era brillante. Algo cantaba triunfalmente en su cabeza, sin palabras y sin voz, pero cantaba. La criatura avanzó tambaleándose, como un ciego que entrara en una caverna llena de murciélagos chillones. Se detuvo en el borde y miró abajo.

El gran agujero era casi vertical. El fondo del pozo, donde pululaban los atareados esclavos, parecía un cadáver lleno de gusanos: cientos de cuerpos desnudos y sudorosos con trapos en la cabeza y la cara. En el centro, a cincuenta pies más abajo, hundida en la piedra de la pared y sólo descubierta a medias por la excavación, había una forma que al principio Barrick no logró entender, un objeto erguido y gigantesco. Relucía en su matriz de roca, un monstruoso rectángulo de piedra negra con orlas doradas y verdosas bajo la mortaja de tierra y piedra que se adhería a la superficie expuesta. Era asombrosamente alto, casi tanto como la torre Diente de Lobo, y mucho más ancho. Alguien había tallado una runa en la piedra negra, un pino que cubría casi toda la superficie. Encima del árbol había otra figura, un pájaro tosco con dos ojos enormes. Parecía un objeto muy antiguo, algo que hubiera caído a la tierra desde las altas estrellas. En el caos de sus pensamientos, Barrick procuró comprenderlo, y al fin vio lo que era.

Una entrada, una gigantesca puerta de piedra que tenía escritos los antiguos signos del pino y el búho. Los símbolos de Kernios, dios de la muerte y la tierra negra.

Su mero tamaño causaba vértigo. Barrick se desprendió de Gyir, se desprendió de los obtusos y aterrados pensamientos de ese guardia bestial, y cayó en el vacío. No podía mirar un instante más ese objeto blasfemo.