27: Actores

27

Actores

Temiendo por la seguridad de su prometida Suya, Nushash la llevó a Colmillo de Luna, la casa de su hermano Xosh, una gran fortaleza construida con el marfil de la luna (que se convierte en colmillo cada mes y luego cae del cielo). ¡Pero oídme! Shoshem el Embaucador reveló su paradero a Argal, Xergal y Efiyal, que reunieron un gran ejército para atacar.

Revelaciones de Nushash,

Libro I

Sola de nuevo, perdida de nuevo. Maldita, perdida y sola

Briony se enjugó las mejillas con el dorso de la otra mano, apartando las lágrimas. ¡Levántate, muchacha estúpida! ¿Qué hacía, llorando como una niña? ¿Cuánto tiempo había estado sentada en la linde del bosque mientras se ponía el sol? ¿Qué clase de tonta se sentaría a lloriquear mientras despuntaba la luna y salían los lobos?

Se puso de pie, con las rodillas flojas y exhausta, aunque hacía rato que no se movía. ¿Entonces todo había sido un sueño, la semidiosa Lisiya, la comida, las historias sobre los dioses y sus batallas? ¿Sólo el sueño de alguien que erraba sin rumbo?

Pero Lisiya le había dado algo, un amuleto. ¿Dónde estaba? Briony palpó los bolsillos de las mangas de la andrajosa blusa del muchacho que había matado, salpicada con su sangre seca y parda…

Sólo me defendía, pensó, notando que se enfurecía. ¡Me defendía del secuestro y la violación!

No encontró ninguna chuchería entregada por una diosa. Su corazón estaba pesado y frío como una piedra en el fondo de un pozo. Debía de haber imaginado todo.

Pero aún le quedaba un resabio de la Briony Eddon que había sido reina en todo menos en nombre, la joven que durante meses se había despertado todas las mañanas preocupada por el bienestar de su pueblo, la Briony que había aprendido a confiar en sí misma en medio de consejeros aduladores e intrigantes. Esa Briony heredaba la famosa y porfiada fuerza de su familia, y no cedería fácilmente. Comenzó a desandar sus pasos, notando con alarma que las únicas pisadas eran las suyas, buscando en la linde del bosque algún vestigio de sus horas con Lisiya, alguna prueba concreta de lo que había ocurrido.

Al fin encontró el amuleto, casi por casualidad: los hilos blancos se habían prendido de una rama en el interior del bosque, y colgaba como una diminuta luna oblonga. Briony liberó el cráneo de pájaro, agradeciendo a Zoria, y luego a Lisiya, esta prueba de que no lo había imaginado todo. Se lo acercó a la nariz y olió las flores secas, cuyo aroma almizclado le recordó los frascos con especias de las cocinas del castillo, y se lo guardó en el bolsillo. Tendría que encontrar un cordel para sujetarlo.

¿Serían ciertas, pues, todas las palabras de Lisiya, sus extrañas historias?

Briony tuvo un pensamiento aterrador: si el amuleto existía, Lisiya la había llevado a la linde del bosque por un motivo, pero ella ya no estaba allí.

A tientas en la creciente oscuridad, apresuró el paso por ese suelo húmedo, desparejo y cubierto de hojas, entre los árboles esqueléticos.

Salió del bosque al brumoso anochecer de esos parajes despoblados, y por un momento no vio nada. Cuando estaba a punto de arrojarse al suelo húmedo para recobrar el aliento, vio una luz oscilante que se alejaba en la oscuridad a la izquierda, el farol de una carreta que se dirigía a Sian y la lejana Hierosol. La bruja, la diosa, lo que fuera, había llevado a Briony allí por un motivo. Corrió tras la luz que se alejaba, rogando que esos desconocidos no fueran bandidos y preguntándose cómo explicaría que estaba caminando a solas en los campos desiertos de la linde del Bosque Blanco.

* * *

Las dos carretas que estaban a ambos lados de la fogata formaban una especie de aldea: por momentos Briony podía creer que había vuelto a la civilización. El hombre que le hablaba era ciertamente civilizado, y su lenguaje era tan redondo y puntilloso como su apariencia. Ella lo conocía de oídas, aunque no se había dado cuenta hasta que él le dio su nombre, Finn Teodoros, y ella se felicitó de no haberle conocido personalmente. Era un poeta y dramaturgo que en el pasado había compuesto obras para Brone y otros cortesanos, y un par de veces había escrito bonitos discursos para las ceremonias del Día del Huérfano y el día de Perin. Los demás viajeros eran actores (a juzgar por las cosas que decían) que realizaban una gira de invierno por las provincias. Mientras Teodoros la interrogaba, algunos escuchaban con interés, pero la mayoría se dedicaba a comer o a beber la mayor cantidad posible de vino. Entre éstos había otro cuyo nombre resultaba conocido para Briony, Nevin o Hewney, otro poeta y (como sus damas Rose y Moina le habían informado con un tono que combinaba el horror con cierta fascinación indecente) un hombre muy perverso.

—Conque dices que te llamas Timoid, jovencito —le dijo Finn Teodoros con voz irónica—. Hace pensar en un patán cubierto de paja que acaba de bajar del barco de Connord. Quizá debamos llamarte Tim.

Briony, que había tomado el nombre del sacerdote de la familia Eddon, se limitó a asentir.

—Pero resulta raro, porque el barco del canal no hace escala en medio del Bosque Blanco. Y no tienes acento de Connord. ¿Cuánto tiempo dices que has errado por aquí?

—Días, quizá semanas, mi señor —dijo Briony, tratando de hablar con la voz gruesa de un varón y el lenguaje sencillo de un campesino—. No lo sé con certeza. —Esta parte era cierta, pero le alegró que su cara sucia ocultara su sonrojo de temor—. Y no soy de Connord, sino de Marca Sur. —Había querido pasar por un aprendiz errante, pero esperaba encontrar a un mercader, no a este astuto integrante de su corte.

—No lo fastidies —dijo el hombre alto llamado Dowan, un gigante tan grande que Briony no le llegaba al hombro, aunque no era una muchacha menuda—. El muchacho está cansado y hambriento, y tiene frío.

—Y ansia suplir esas deficiencias a costa nuestra —dijo la mujer que los demás llamaban Estir. Su cabello oscuro estaba salpicado de gris, y aunque alguna vez su cara habría sido bonita, tenía el aire amargo de alguien que recordaba todas las trastadas que le habían hecho.

—No nos vendría mal cierta ayuda con las sogas —sugirió un joven apuesto de tez parda, uno de los pocos que tenía la edad aproximada de Briony. Hablaba con indolencia, como si estuviera acostumbrado a salirse con la suya, y ella se preguntó si estaría relacionado con el dueño de la compañía. Finn Teodoros la había presentado como Hombres de Makewell, que era un nombre habitual para una troupe de actores ambulantes. Quizá el joven fuera hijo de Makewell, o Makewell en persona.

—Bien, al principio eso es fácil de lograr sin pérdidas, Estir —dijo Teodoros—. Esta noche él recibirá mi porción, pues me duele un poco el estómago. Y dormirá conmigo en la carreta, a menos que no me corresponda otorgarle eso.

Estir frunció el ceño, pero agitó la mano como si no le importara.

—Ven entonces, Tim el vagabundo —dijo Teodoros, levantándose de la angosta escalinata de la carreta. No era mayor que el padre de Briony, y su escaso cabello no tenía muchas canas, pero se movía como un anciano—. Puedes quedarte con mi comida y podemos hablar más, y quizá descubra para qué puedes servirnos, pues nadie viaja con nosotros si no sabe ganarse el sustento.

—Apuesto a que no es lo único que descubrirás —dijo uno de los bebedores. La voz gangosa sugería que había empezado a beber mucho antes del ocaso. Era apuesto, con mandíbulas grandes, y un mechón de pelo oscuro.

—Gracias, Pedder —dijo Teodoros con irritación—. Estir, encárgate de que tu hermano coma algo para equilibrar el efecto de la bebida. Si en esta decena vuelve a enfermar, me temo que tendremos otro desastre con Xarpedon, porque Hewney no lo conoce.

—¡Yo lo escribí, maldición! —bramó Hewney, un hombre barbado y calvo con el aire de un cortesano de edad que todavía se aferraba al recuerdo de su agraciada juventud.

—Escribir y recordar son dos cosas distintas, Nevin —respondió Teodoros—. Ven, joven Tim; hablaremos mientras comes.

Dentro de la carreta, el dramaturgo se acomodó en el camastro y señaló un tazón cubierto que estaba en el anaquel plegadizo que oficiaba de escritorio, a juzgar por las plumas y los frascos de tinta que colgaban en un morral de cuero.

—No te traje cuchara. Hay un cuenco de agua que puedes usar para lavarte las manos.

Mientras Briony comía el guiso caliente, Teodoros la miró con una sonrisa agradable.

—Vendrías bien para algunos papeles femeninos. Perdimos a nuestro segundo muchacho en Argentia: se enamoró de una lugareña, y ésa es la maldición de las compañías ambulantes. Feival no puede representar a todas las mujeres, Pilney es demasiado feo para esos papeles, salvo que sean nodrizas y viudas, y no tendremos dinero para contratar a otro actor hasta que estemos instalados en un teatro.

Briony tragó saliva.

—¿Yo… actuar? No, mi señor. No puedo. No tengo formación.

Teodoros enarcó las cejas.

—¿No tienes entrenamiento en la impostura? Un extraño argumento, viniendo de una muchacha que finge ser varón, ¿no crees? ¿Qué más da si damos un nuevo giro al engaño y finges que eres un varón que finge ser una mujer?

Briony casi se ahogó.

—Una muchacha…

Teodoros se rió.

—Venga, niña. No pretenderás hacerte pasar por hombre, y menos entre actores. He maquillado a actores y les he ceñido el corsé desde antes de que tú nacieras. Pero depende de ti… No obligaré a nadie a subir a escena contra su voluntad. Dormirás en la carreta conmigo y te encontraremos otra ocupación.

De pronto el guiso le pareció pastoso, pegajoso e insípido. Nunca había pasado mucho tiempo entre escritores, pero había oído historias sobre sus hábitos perversos.

—¿Dormir con usted…?

Teodoros le palmeó la rodilla. Ella se alarmó y estuvo a punto de volcar el tazón.

—Niña tonta —dijo—. Si fueras un verdadero muchacho, guapa como eres, podrías tener motivos para temerme. Pero no quiero nada de ti, y si Pedder Makewell piensa que eres mía, también te dejará en paz. Le gustan los mozos encantadores, pero no se atreve a ofenderme. La compañía tiene el nombre de él, pero son mis contactos en Tessis los que nos permitirán sobrevivir y ejercer nuestro oficio.

—¿Tessis? ¿Vais hasta Sian? —Briony se meció un poco en su diminuto asiento, mareada de alivio. Bendita seas, Lisiya, y también tú, querida Zoria.

—Con el tiempo llegaremos allá, sí. Quizá pongamos a prueba nuestro nuevo material en los poblados de las inmediaciones. El rapto de Zoria nunca ha tenido un público y me gustaría que respire libremente antes de ser sofocado por los expertos de Tessis.

—El rapto… no entiendo.

El rapto de Zoria. Es una obra mía, nueva, sobre el secuestro de Zoria por Khors y su encarcelamiento, y el fatídico comienzo de la guerra entre los dioses. ¡Auténticas tormentas, rayos, trucos mágicos y el temible trueno de los dioses en sus corceles inmortales, todo por dos cobres! —Volvió a sonreír—. A decir verdad, estoy bastante orgulloso de ella. Pero sólo el tiempo y el populacho de Sian dirán si es mi mejor obra.

—Pero todos sois de los reinos de la Marca, ¿verdad? ¿Por qué vais a Sian? ¿Por qué no representáis vuestras obras en Marca Sur?

—Por lo visto, sabes poco sobre los quehaceres de los artistas y los nobles —dijo Teodoros, sin sonreír—. Éramos los actores del conde Rorick, y el conde nos heredó de su padre, que tenía el mismo nombre. También éramos los actores más talentosos y respetados de Marca Sur; lo que hayas oído sobre los actores del lord castellano son patrañas. El Firmamento (es un teatro, niña) era nuestro hasta que se incendió, y luego la sala Odeion del castillo y el Tesoro de la ciudad rivalizaban por nuestras obras. Pero el joven Rorick ha muerto.

—¿Muerto? ¿Rorick Longarren? —Sólo después de decirlo comprendió que podía parecer raro que supiera el nombre completo.

Teodoros asintió.

—Lo mataron las hadas, según dicen. En todo caso, no regresó de la batalla de Kolkan y no tiene heredero, así que nos hemos quedado sin mecenas. El guardián del país, el bondadoso lord Tolly, no quiere a los actores, o al menos no quiere actores relacionados con la monarquía anterior. Ha dado su respaldo a un grupo de actores… ¡Bah, actores! Son unos malhechores, tan criminal es su escritura y su declamación, bajo el mecenazgo de un barón joven e idiota llamado Crowel. Así que nosotros no tenemos más remedio que morirnos de hambre o viajar. —Rió con amargura—. Decidimos que viajar sería más elegante y menos doloroso.

Cuando Teodoros fue a reunirse con sus colegas junto al fuego, Briony se ovilló en el suelo de la carreta. Decidió no poner a prueba el presunto desinterés de Finn Teodoros en las mujeres y se cubrió con la capa del dramaturgo. La noticia de que su primo Rorick había muerto la había perturbado, aunque él nunca le había agradado. Había participado en la misma batalla que Barrick y no había sobrevivido. Trató de buscar solaz en el sonido de la charla y el canto de los que estaban fuera. Se hallaba entre personas, aunque fueran gente tosca, y ya no estaba sola. Se durmió rápidamente. Si soñó, no lo recordaba por la mañana.

* * *

El médico estaba bastante cómodo. Además de una cama y una silla, los maestros del gremio le habían dado una mesa y muchos libros de la biblioteca. A Sílex le dolía la cabeza de sólo pensar en leer todo eso. Salvo para hacer algunas consultas sobre ciertos problemas específicos, no había abierto un libro desde que lo habían iniciado en los Misterios. Sílex Cuarzo Azul sentía un profundo respeto por el conocimiento, pero no era un gran lector.

—Tendría que haber venido aquí hace años —dijo Chaven, casi sin mirar a Sílex cuando entraba—. ¿Cómo pude haber sido tan necio? Si hubiera sabido que aquí tenían estos tesoros…

—¿Tesoros?

Chaven alzó con reverencia el libro que tenía en las manos.

—¡El tratado de Bistrodos sobre el cultivo de los cristales! Todos mis colegas de Eion creen que este libro se perdió cuando cayó Hierosol por primera vez. Y si puedo encontrar a alguien que me ayude a traducir del cavernero, tiemblo de pensar en los conocimientos que tus antepasados han conservado en estos otros volúmenes.

—Chaven, yo…

—Sé que no te crees a la altura de ese desafío, Sílex, pero quizá pueda hacerlo un metamorfo. Sin duda tendrán eruditos que pueden ayudarme…

La idea de que los conservadores Hermanos Metamorfos accedieran a permitir la traducción de antiguos escritos cavemeros a una lengua de la gente alta era absurda, y ni hablar de pedirles que colaborasen con el proyecto. En todo caso, Sílex tenía asuntos más importantes de que ocuparse.

—Chaven, yo…

—Lo sé, yo debo resolver mis propios problemas… y ahora los que he traído aquí también son los problemas de tu gente. —Sacudió la cabeza—. Pero es difícil pasar por alto todo esto…

—Chaven, escúcheme, por favor.

El médico alzó la vista, sorprendido.

—¿Qué sucede, amigo?

—Trato de hablarle, pero usted insiste en hablar sobre libros. Ha sucedido algo… algo perturbador.

—¿Qué? Espero que no le pase nada a Pedernal.

—No —dijo Sílex. Al menos eso era algo que debía agradecer: Pedernal no había recobrado sus recuerdos, pero parecía más normal después de su sesión con los espejos de Chaven. Ahora prestaba atención, y aunque todavía hablaba poco, al menos participaba en la vida de la familia. Ópalo estaba mucho más contenta—. No, nada de eso. Hemos recibido un mensaje del castillo.

—¿Y?

—Del hermano Okros. Pide la ayuda de los cavemeros.

Chaven entornó los ojos.

—¿Qué quiere ese traidor?

Sílex le entregó la carta, y el médico buscó las gafas en sus bolsillos. Dejó el libro de Bistrodos para ponérselas y leer la carta, que decía así:

A los estimados ancianos del gremio de picapedreros, salud

Del honorable Okros Dioketian, médico real de Olin Alessandros, príncipe heredero de Marca Sur y los reinos de la Marca, y de su madre la reina Anissa.

Chaven se enfureció tanto que estuvo a punto de soltar la carta.

—¡Ese truhan! Mira, pone su nombre delante del nombre de la reina y su hijo. ¿No tiene el menor sentido de la humildad? —Tardó un instante en calmarse para seguir leyendo.

Requiero la ayuda de vuestro augusto gremio en un asunto de importancia menor, pero que no obstante os valdrá mi gratitud y la de la reina, guardiana del príncipe heredero. Enviad al castillo a cualquiera de vosotros que sea versado en el arte de los espejos, su fabricación, su reparación y el estudio de su sustancia y sus propiedades.

Os agradezco de antemano esta ayuda. Por favor, no habléis de ello fuera del gremio, pues es expreso deseo de la reina que se mantenga en secreto, para no provocar rumores entre los ignorantes, que profesan muchas supersticiones en lo concerniente a los espejos y cosas similares.

—Y aquí está la firma… ¡Con un sello! —exclamó Chaven con voz helada de repulsión—. Ha ascendido en el mundo.

—¿Qué piensa de esto? ¿Qué debemos hacer?

—¿Qué debemos hacer? Lo que corresponde, desde luego. Enviarle a alguien. Y debes ser tú, Sílex.

—Pero no sé nada sobre espejos…

—Sabrás más cuando leas a Bistrodos. —Chaven volvió a coger el libro y lo apoyó en la mesa. El libraco hizo tanto ruido como el colapso de un túnel mal apuntalado—. Y yo te enseñaré a hablar como un experto en captromancia.

Esto era tan ridículo que Sílex ni siquiera discutió.

—¿Por qué?

—Porque Okros Dioketian está tratando de aprender los secretos de mi espejo… y tú debes averiguar qué se propone —dijo Chaven con apasionamiento—. Debes hacerlo, Sílex. Sólo confío en ti. ¡Es imposible saber qué males podría causar ese espejo en manos de alguien como Okros!

Sílex sacudió la cabeza consternado, aunque no dudaba que la tarea recaería en él. Ya se imaginaba qué opinaría Ópalo de este nuevo despropósito.

* * *

A pesar de las manos curativas de Lisiya, Briony aún sentía dolor en muchos lugares, pero se sentía mucho más contenta que cuando estaba sola. Era mucho mejor andar en compañía al recorrer esas extensiones desiertas, sólo interrumpidas por algún asentamiento, aldea o mercado. Hablaba poco, pues no quería poner en peligro su disfraz, aunque en la segunda noche Estir Makewell se le había acercado en la fogata y había dicho en voz baja:

—No te culpo por viajar como varón en estos territorios salvajes. Pero si me causas problemas a mí o al elenco, muchacha, te arrancaré los pelos y te moleré a palos.

Era una extraña bienvenida por parte de la única otra mujer de la partida, pero en todo caso Briony no había pensado que serían amigas.

Quizá pudiera seguir con ellos hasta Sian. ¿Qué haría después? Agradecía la camaradería, pero no creía que los actores pudieran ayudarla en Tessis. A pesar de Teodoros, con su voz suave y su mirada aguda, la compañía se llamaba así por Pedder Makewell, hermano de Estir, el actor al que le gustaba el vino (y, según Teodoros, también los jóvenes guapos). Los hombres de Makewell lo habían escogido como galán porque tenía fama de representar los grandes papeles con elocuencia. Según Teodoros, los espectadores amaban a Makewell por su altisonancia, pero también por sus muertes trágicas. Su Xarpedon exhala la vida con una flecha en el corazón, había dicho Teodoros con aprobación, y aunque este poderoso autarca ha pasado a cuchillo media Xand, la gente llora al oírle susurrar sus últimas palabras.

El dramaturgo Nevin Hewney era tan conocido como Makewell, aunque no por su actuación. Teodoros decía que Hewney era a lo sumo un actor mediocre, indiferente a ese arte salvo como modo de atraer al bello sexo. En cambio, gozaba de negra fama por sus obras, entre ellas La terrible conflagración, que algunos consideraban blasfema. Pero nadie lo descalificaba como poeta: hasta Briony había oído hablar de La muerte de Karal, que según Chaven, el médico real, redimía la dramaturgia de sus sórdidos y sensacionalistas crímenes contra el lenguaje.

—Cuando descubrió su voz poética, Hewney irrumpió en el mundo como un fuego de artificio —le dijo Finn Teodoros mientras caminaban una mañana. El aludido cojeaba delante de ellos, maldiciendo los efectos de la bebida de la noche anterior—. Recuerdo cuando vi por primera vez El éidolon de Devonis y comprendí que las palabras dichas en un escenario podían abrir un mundo jamás visto. Pero entonces él era joven. La bebida y su mal temperamento han mellado su genio, y yo debo encargarme de escribir la mayoría de las cosas. —Teodoros sacudió la cabeza—. Es una vergüenza derrochar semejante talento, pues los dioses rara vez conceden esos dones.

Estir, la hermana de Makewell, era la única otra mujer del grupo, y aunque no actuaba en el escenario realizaba muchas otras tareas útiles como costurera y vestuarista, y también recaudaba el dinero en las representaciones y llevaba los libros contables. El gigante Dowan Birch tenía el ceño fruncido y penetrante de un salvaje del bosque, pero era amable e inteligente en su modo de hablar. Teodoros decía que era «un sorbo de caballerosidad decantado en un barril en vez de una botella». A pesar de su tamaño y su aspecto, parecía inadecuado para representar los demonios y monstruos que le tocaban en suerte. El otro actor protagonista era el apuesto joven Feival, que aunque había terminado sus romances con Teodoros y Makewell años antes, aún era tan bonito y juvenil como para tratarlos como viejos enamorados. No se aprovechaba de ello salvo en pequeñeces, y a Briony le caía simpático: su actitud despreocupada y sus frases mordaces le recordaban a Barrick.

—Tu otro nombre es Ulian —le dijo un día mientras caminaban al lado de los caballos—. ¿Eres de Ulos?

—Sólo hasta que me di cuenta de que era un muladar —rió él—. Veo que tú tampoco pasaste mucho tiempo respirando los aires de Marca Sur.

A Briony no le gustó el comentario.

—Amo Marca Sur. No me fui porque me disgustara.

—¿Por qué, entonces?

Comprendió que se estaba internando en un territorio que prefería evitar.

—Alguien me trató mal. ¿Qué edad tenías tú cuando dejaste Ulos?

—No más de diez, supongo. —Él reflexionó—. Sé contar, pero no muy bien. Creo que tengo dieciocho o diecinueve años, así que debo estar en lo cierto.

—¿Y viniste a Marca Sur y te convertiste en actor?

—No fue tan sencillo. —Él sonrió—. Si has oído decir que los actores y los teatros son las heces de la civilización, debes saber que el que así opina no ha visto las verdaderas inmundicias de un lugar como Marca Sur… y ni hablar de Tessis, que supera a Marca Sur en vicio y depravación. —Feival rió entre dientes—. Ansió verla de nuevo.

—En Marca Sur había un médico —dijo Briony, preguntándose si no iba demasiado lejos—. Creo que vivía en el castillo. Se llamaba Chaven, y algunos decían que era de Ulos. ¿Sabes algo sobre él?

Él la miró extrañado.

—¿Chaven Makaros? Claro que sí. Pertenece a una de las familias aristocráticas de Ulos. Los Makari serían reyes, si hubiera reyes en Ulos.

—¿Entonces es famoso?

—Tan famoso donde me crie como los Eddon en Marca Sur. —Feival hizo una pausa para hacer la señal de los Tres—. Ah, pobres Eddon. Que los dioses los guarden. Salvo por nuestro querido rey cautivo, he oído que todos han muerto. —La miró intensamente—. Si acaso eras sirviente de palacio, entiendo que hayas huido. Allí pasan por tiempos difíciles. Tiempos escalofriantes. No es lugar para una muchacha joven.

—¿Muchacha…?

—Sí, muchacha, primor. Podrás engañar a los demás, pero no a mí. Me he pasado la vida haciendo papeles femeninos, y reconozco las imitaciones buenas y las malas. Tú no eres ninguna de las dos, sino la moneda auténtica. Además, como varón eres muy poco convincente. —Le palmeó el hombro—. De un modo u otro, aléjate de Hewney. Siente hambre de juventud, y quiere poseerla dondequiera la encuentre.

Briony tembló y tuvo que contenerse para no hacer también la señal de los Tres. El hecho de que otro actor hubiera descubierto su disfraz la contrariaba menos que la afirmación de que todos los Eddon habían muerto…

No todos, se dijo, y encontró cierto coraje en esa adusta negación.

* * *

Caminaron varios días y acampaban al raso todas las noches hasta que llegaron a la finca de un terrateniente, un caballero que les había brindado su hospitalidad en años anteriores y de nuevo les dio la bienvenida. La compañía no tuvo que representar una obra para pagar el alquiler, pero Pedder Makewell (tras ser obligado a bañarse en un arroyo frío, contra su voluntad, en aras de su higiene y su sobriedad) fue a declamar para el caballero, su esposa y la gente de la casa. Estir fue para vigilarlo… pero también, pensó Briony, para aprovechar la oportunidad de comer mejor que los demás actores, que se quedaban en los establos. No podía culparla. Si ella no hubiera temido que la reconocieran, habría aceptado con gusto una velada junto al fuego en una casa, comiendo algo más que cebollas y zanahorias hervidas. Aun así, las cebollas y zanahorias y un par de hogazas para compartir eran mejores de lo que ella había comido el último mes, así que trató de no sentir lástima de sí misma. Estaba aprendiendo que la mayoría de sus súbditos estarían encantados con esa comida.

Teodoros abandonó la reunión temprano, y regresó con su tazón de sopa a la carreta porque decía que había pensado en algunas excelentes revisiones para su nueva obra, prometiendo que luego se las mostraría a Briony.

—Quizá te entretenga —le dijo— y sin duda te instruirá, y en cualquiera de los dos casos serás mejor compañera de viaje.

No entendió bien qué quería decirle. Tuvo que quedarse con los demás actores, pero se había pasado la tarde ayudando a sacar las carretas de un surco lodoso, y se había despellejado las manos, así que esa noche estaban dispuestos a tratarla como uno de los suyos.

—Pero somos una cofradía desesperada, joven Tim —le dijo Nevin Hewney, sirviendo generosamente cerveza del tonel que el caballero les había enviado como pago adicional por la declamación de Makewell, aparte del alojamiento en los establos—. No debes ingresar en ella, ni siquiera provisionalmente, si no deseas atraer la ira de la gente temerosa de los dioses.

Briony, que en las últimas semanas había sobrevivido al fuego, el hambre y los intentos de asesinato (incluida la magia demoniaca), no se dejó impresionar por el ebrio discurso del dramaturgo, pero asintió con la cabeza.

—La gente temerosa de los dioses tiene miedo de ti, Hewney —dijo el joven Feival, y le guiñó el ojo a Briony—. Pero no porque seas actor, sino porque apestas.

El gigante Dowan Birch soltó una carcajada, así como los tres hombres cuyos nombres Briony aún no había aprendido de memoria, sujetos silenciosos y barbados que hacían su trabajo sin quejarse, y le parecían demasiado comunes para ser actores. Nevin Hewney fulminó con la mirada al joven ulosiano, luego se levantó de un brinco, con los ojos desorbitados y una mueca de furia. Sacó algo de su jubón mugriento y se abalanzó sobre Feival para clavárselo en la garganta. Briony lanzó un grito ahogado.

—Eso debe estar en la olla, no en mi gaznate —dijo Feival, apartando la zanahoria. Hewney lo miró con ferocidad un instante, luego se llevó la hortaliza a la boca y le dio un mordisco.

—Pero el muchacho nuevo se asustó —dijo jovialmente—. Fue un chillido muy poco viril. —El sudor le perlaba la alta frente. Ya estaba borracho, pensó Briony, todavía agitada—. Con lo cual queda demostrado lo dicho, y con creces. —Se volvió hacia ella—. Creíste que asesinaría a nuestro dulce Feival, ¿verdad?

Briony iba a encogerse de hombros, pero asintió lentamente.

—¿Y si en cambio hubiera representado a un caballero, de este modo, y rogara un beso a esta tierna doncella…? —Adecuó la acción a las palabras, frunciendo los labios como un cerdo enamorado. Feival, el actor, alzó la mano y fingió agitar un abanico, manteniendo a raya al pretendiente inoportuno—. ¿O si tratara de seducirte a ti, joven agraciado —dijo Hewney, inclinándose hacia Briony—, con ese rostro de delicado mancebo de Zosim…?

—Deja al chico en paz, Nev —rugió Dowan Birch antes de que Briony tuviera que defenderse. No quería que nadie se acercara para comprobar que era mujer, y menos un borracho imprevisible como Hewney—. Estás de mal humor porque Makewell fue invitado a la casa y tú no.

—¡No es cierto! —Hewney hizo un gesto atolondrado, perdió el equilibrio e hizo lo posible para transformar su tropezón en algo similar al intento de sentarse junto a la fogata. La tierra congelada estaba resbaladiza, y tuvo que hacer un giro acrobático para aterrizar en el tronco que compartían los demás—. No, como decía antes de que me interrumpiera la princesa de Ulos, sólo explicaba por qué los actores somos una cofradía tan temible. Ponemos de manifiesto lo que otros ocultan, incluso los sacerdotes. Mostramos lo que dicen los sacerdotes, pero también mostramos que son disparates. La entrada de un teatro es el umbral del inframundo, como la puerta que guarda el mismo Immon, pero allende la nuestra conviven la aterradora verdad y el engaño más descarado, y nadie distingue el uno del otro. Sólo los actores, que están detrás del telón y se visten con la ropa y las máscaras que se requieren para contar la historia. —Hewney alzó su vaso de cerveza y bebió un largo trago, satisfecho con su discurso.

—Ah, maese Nevin está locuaz esta noche —rió Feival—. Predigo que antes de que ese barril esté vacío nos habrá explicado una vez más que es el mayor dramaturgo vivo del mundo entero.

—O caerá redondo en su propia saliva —dijo otro actor.

—Sed amables —dijo el gigante Birch—. Tenemos un visitante, y quizá Tim tenga una educación más fina que la vuestra, patanes.

—Eso sospecho —dijo Hewney, mirándola de un modo que a Briony le revolvió el estómago. El dramaturgo se puso penosamente de pie—. Por favor, mi gigantesco amigo, sólo digo la verdad. Los dioses mismos, Zosim y Zoria y el artero Kupilas, que fueron los primeros actores y dramaturgos, conocen la sabiduría de mis palabras. —Bebió otro largo trago de cerveza, y se enjugó la boca con la manga. Su barba húmeda brillaba a la luz del fuego y sus ojos titilaban—. Cuando el labriego cae de rodillas, temiendo que después de la muerte lo lleven al palacio de Kernios, ¿qué ve? ¿Acaso son las burdas pinturas de las paredes del templo, con el dios rígido como un espantajo? ¿O recuerda a nuestro compañero del alma, Altos Bolsillos Birch, imponente con su túnica ondeante y negra, enmascarado y fantasmal, tal como cuando reclama el alma de Dandelon en Vida y muerte del rey Nikolos?

—¿Se tratará de una obra de Nevin Hewney? —se burló Feival.

—Desde luego, y ninguna de las otras obras históricas es tan buena —dijo Hewney—, pero parece que no habéis entendido adonde quiero llegar, y estáis tan sumidos en la ignorancia como antes. —Encaró a Briony—. ¿Tú me entiendes, joven? ¿Qué ve la gente cuando piensa en las cosas grandes y temibles de la vida… el amor, el asesinato, la ira de los dioses? Piensa en las palabras de los poetas, los ensayados gestos de los actores, los trajes, el rugido del trueno que hacemos con nuestros tambores resonantes. Siempre que Waterman se acuerde de tocar el suyo a tiempo, claro.

Los demás se rieron de buena gana, y uno de los hombres barbados sacudió la cabeza con vergüenza. Obviamente se trataba de un error que no le permitían olvidar.

—Así pues —continuó Hewney, vaciando el vaso y volviéndolo a llenar—, cuando ven dioses, nos ven a nosotros. Cuando piensan en demonios o hadas, recuerdan nuestras máscaras e imposturas… aunque eso puede cambiar, ahora que esos bellacos qar han venido del norte para complicar la vida de los actores honrados. —Hewney hizo una pausa para aclararse la garganta, como reconociendo que había arrojado una sombra en su diversión—. Pero no es sólo por eso que los actores y poetas somos el gremio más peligroso. ¡Pensad! Cuando escribimos sobre cosas que no pueden existir, o las decimos, ¿no metemos ideas en la cabeza de la gente, ideas que a veces asustan incluso a reyes y reinas? Los poderosos siempre son los que tienen más miedo, ahora que lo pienso, porque son los que más tienen que perder. —Se enjugó la boca con brusquedad, como si no sintiera sus propios labios—. Más aún, la falsificación, en sus otras manifestaciones, es un delito que se castiga en los tribunales más altos. El artesano que falsifica una moneda puede ganarse el calabozo, o un hierro candente, incluso la soga del verdugo. No es de extrañar que nos teman, pues nosotros podemos falsificar no sólo a reyes y príncipes, sino a los dioses mismos. Y hay algo más. Falsificamos los sentimientos, e incluso el ser. ¡No hay mayor mentiroso que un actor!

—O un escritor ebrio —dijo Feival de buen humor, pero también un poco irritado—. Al que le gusta ver las cosas brillantes que salen de su boca, como un niño que hace burbujas de saliva.

—Muy bien, joven Ulian, muy bien —dijo Hewney, y bebió otro trago—. Quizá tengas pasta de poeta.

—¿Para qué molestarme, cuando puedo lograr que los demás hagan poesía cuando desee, con sólo mostrarles el trasero?

—Porque un día esas posaderas de alabastro estarán viejas y enrojecidas, arrugadas como el cogote de un pavo —dijo Hewney—. Lo sé muy bien, pues en un tiempo fui el mozo más bonito de Mar del Timón.

—Y ahora eres un comprador, no un vendedor, y cualquier pelandusca puede tener tu poesía con sólo fingir un poco, maese Hewney —se burló Feival—. Conque también la mentira está en venta: eso es lo que estás diciendo. A mi entender, estás describiendo el mercado, y cualquier campesino sabe cómo funciona un mercado.

—Pero nadie lo sabe tan bien como los actores —insistió Hewney. Briony notó que le patinaba la voz.

Los demás parecían reconocer que éste era un juego repetido. Lo azuzaron, sirviéndole más cerveza y haciéndole preguntas en broma.

—¿Qué temen los actores? —gritó uno.

—¿Y qué es lo que saben los actores? —preguntó el hombre llamado Waterman.

—Los actores tienen miedo de ser interrumpidos —rezongó Hewney—. Y lo que saben es… todo aquello que merece la pena. ¿Por qué creéis que la gente común os manda a preguntar en la taberna cuando algo les parece un misterio? Porque allí encontráis a los actores. ¿Por qué dicen que es mejor preguntarle a la máscara qué rostro encubre? Porque saben que la vida consiste en secretos, y que los actores los conocemos todos y los representamos todos, si el precio es atinado.

»Pensad en el viejo lord Brone, o en nuestro nuevo lord Havemore. Ellos saben quién lo oye todo y quién conoce los secretos más sucios… —La cabeza de Hewney osciló. Parecía haber perdido el hilo del discurso—. Ellos saben quién huele la verdad en los callejones. Y quién, por unas monedas, dirá esa verdad en los salones de los grandes y poderosos.

—Quizá sea hora de que vayas a pasear, Nevin —dijo una voz detrás de Briony, sobresaltándola tanto que estuvo a punto de gritar de nuevo. Finn Teodoros estaba en la escalinata de la carreta, y su forma redonda tapaba la puerta pintada—. O de que vayas a acostarte. Mañana nos espera una larga marcha.

—Y yo estoy hablando de más —dijo Hewney—. Sí, hermano Finn, te oigo. Los dioses saben que no quiero ofender a nadie con mi activa lengua. —Le sonrió a Briony con toda la dulzura que era posible en un hombre sudoroso con los ojos entrecerrados—. Quizá nuestro nuevo actor quiera venir a caminar conmigo. Hablaré de temas más seguros: los primeros días del teatro, cuando los actores eran delincuentes y no podían acampar en el mismo sitio dos noches consecutivas…

—No, creo que maese Tim vendrá conmigo. —Teodoros lo miró con severidad—. Eres un necio, Nevin.

—Pero no lo oculto —dijo Hewney, siempre sonriendo—. Un necio honrado.

—Si las serpientes son honradas —dijo Feival.

—Honradamente son serpientes —respondió Hewney, y todos rieron.

* * *

—¿De qué hablaba? —preguntó Briony—. Casi no le entendí.

—No te preocupes —dijo Teodoros, y se apresuró a añadir, como si no quisiera demorarse en ese tema—: Dime, Tim… mi niña… ¿cuánto hace que te fuiste de Marca Sur?

—No lo sé con exactitud. —No quería contar las cosas tal como habían sido. No era conveniente que alguien la asociara con la desaparición de la princesa Briony—. Poco antes del Día del Huérfano. Escapé. Mi amo me pegaba —dijo, esperando que sonara más razonable.

—¿Ya habían llegado las hadas?

Ella asintió.

—Pero nadie sabía demasiado. El ejército salió a combatirlas, pero he oído que los crepusculares vencieron. —Contuvo el aliento. Barrick—. ¿Alguien sabe algo más sobre lo que sucedió?

Teodoros sacudió la cabeza.

—No hay mucho que decir. Hubo una gran batalla al oeste de Marca Sur, en los labrantíos de las afueras, y menos de un tercio de los soldados pudo regresar, con informes sobre una gran masacre y actos atroces. Luego los crepusculares tomaron la ciudad, y parece que todavía están allí. Nuestro mecenas Rorick Longarren pereció, como muchos otros caballeros: Mayne Calough, lord Aldritch, más de los que podemos contar, la mayor matanza de caballeros desde los tiempos de Kellick Eddon.

—¿Y el príncipe… Barrick? ¿Alguien ha tenido noticias de él?

Teodoros la miró un largo rato, y suspiró.

—Ni una palabra. Lo dan por muerto. Nadie se puede acercar demasiado al campo de batalla: todos sienten terror de las hadas, aunque no han cometido más actos de violencia desde entonces, y se contentan con aguardar en la oscura ciudad, esperando algo. —Se encogió de hombros—. Pero ya nadie viaja hacia el oeste. La carretera de Setia está desierta. Nadie atraviesa la ciudad. Nosotros tuvimos que ir por barco a Castelhueso para iniciar nuestro viaje.

Briony tuvo la sensación de que le estrujaban el corazón entre dos manazas. Le costaba respirar, incluso pensar.

—¿Quién hubiera creído que llegarían tiempos así?

—Es verdad. —Teodoros se inclinó hacia delante—. Aun así, debes recobrar el ánimo, joven Tim. La vida continúa, y me has dado una idea espléndida.

—¿A qué se refiere?

—Sólo esto. Aquí tienes el sucio manuscrito de El rapto de Zoria. Creía que estaba concluida, pero me has inspirado tanto que estoy añadiendo una página tras otra. Te debo muchas alabanzas tan sólo por las bromas; a fin de cuentas, conviene que haya mucho humor en una obra donde se libran tantas batallas sangrientas. Una cosa hace que el público pida la otra, como lo dulce y lo picante.

—¿De qué idea habla? —¿Todos los dramaturgos deliraban así? ¿Ninguno podía hablar con claridad y sencillez?

—Es muy simple. Tu… situación me hizo pensar en ello. En muchas obras vemos una muchacha que se disfraza de varón. Es un viejo truco: una hija de la nobleza que quiere hacerse pasar por rústica y dice que es una pastora o algo así. ¡Pero nunca ha sido una diosa!

—¿Una qué?

—¡Una diosa! Mi Zoria escapaba de las garras de Khors el Señor de la Luna disfrazada de sirvienta, y así se mezclaba con los mortales. Pero contigo como inspiración mundana, he decidido disfrazarla de muchacho. La diosa no sólo se hace pasar por mortal, sino por varón… ¿No entiendes la riqueza de la situación, cuántos matices añade al asunto de su fuga y su estancia entre los mortales?

—Supongo que sí. —Briony estaba cansada y soñolienta para seguir conversando. Recordó lo que Lisiya había dicho, y no pudo resistirse a provocar un poco a Teodoros—. He aquí otra idea para tener en cuenta. ¿Y si Zoria no fue violada por Khors? ¿Y si lo amaba de veras, y escapó con él?

Teodoros la miró, extrañamente alarmado para ser un hombre de ideas.

—¿A qué te refieres? ¿Cuestionas la autoridad del Libro del Trígono?

—No cuestiono nada. —Le costaba mantener los ojos abiertos—. Sólo digo que si quiere encarar las cosas de otro modo, ¿por qué seguir el camino fácil?

Bajó de la cama de Teodoros y se acurrucó en el suelo bajo la manta que él le había prestado, mientras el dramaturgo escrutaba las sombras adonde no llegaba la luz de la única vela, con una expresión de asombro y suspicacia.