24: Tres hermanos

24

Tres hermanos

¡Escuchad, hijos míos! Ahora Argal y sus hermanos tenían la excusa que necesitaban, y su maldad floreció. Fueron entre los dioses clamando que Nushash había secuestrado a Suya, y muchos dioses se encolerizaron y dijeron que derrocarían a Nushash, su monarca legítimo.

Revelaciones de Nushash,

Libro I

—No me parece buena idea —susurró Utta—. ¿Qué quiere de nosotras? ¡Él es peligroso!

Merolanna sacudió la cabeza.

—Confía en mí. No sé muchas cosas, pero sé cómo encarar estos asuntos.

—Pero…

Guardó silencio cuando entró el nuevo castellano, Tirnan Havemore. Llevaba un libro en las manos e iba seguido por un paje con más libros que traía una bandeja precariamente apoyada en ellos. Havemore estaba peinado al estilo sianés que hacía furor en el castillo, cortado encima de las orejas, y como estaba perdiendo el pelo parecía un sacerdote. Una semejanza, pensó Utta, que Havemore deseaba cultivar. Cuando era sólo el asistente de Avin Brone, se consideraba un filósofo, un sabio entre mentes inferiores. Ella nunca le había tenido simpatía, y no conocía a nadie que se la tuviera fuera del círculo de los Tolly.

Havemore se detuvo como si acabara de reparar en la presencia de las mujeres.

—Vaya, duquesa —dijo, mirándolas por encima de las gafas posadas sobre su angosta nariz—, me honráis. Y también es un placer verla a usted, hermana Utta. Me temo que mis nuevos deberes como castellano me han tenido muy atareado últimamente y no he podido visitar a mis viejas amistades. Quizá podamos remediar eso ahora. ¿Os puedo ofrecer vino? ¿Té?

Utta notó que Merolanna se erizaba ante la mera sugerencia de que hubiera una vieja amistad entre ella y ese advenedizo. Apoyó la mano en el brazo de la duquesa.

—Para mí no, gracias, lord Havemore.

—Yo tampoco tomaré nada, excelencia —dijo la duquesa, con más discreción de la que Utta habría esperado—. Y aunque nos encantaría entablar una conversación con vos, sabemos que sois un hombre ocupado. No os quitaremos mucho tiempo.

—Ah, pero sería una gran alegría recibir una visita. —Havemore chasqueó los dedos y agitó la mano—. Vino. —El paje dejó los libros y la vacilante bandeja en el alto y angosto escritorio del castellano. Ese escritorio había pertenecido a Nynor Steffen durante años y había parecido tan parte de él como su piel y sus manos nudosas. El paje se fue de la habitación—. Una gran alegría —repitió Havemore, como si le gustara el sonido de esas palabras—. En todo caso, yo beberé algo, porque esta mañana he tenido mucho trabajo, preparándome para la visita del duque Caradon. Sin duda estaréis enteradas… Muy emocionante, ¿eh?

Era una novedad para Utta. ¿El hermano mayor de Hendon, el nuevo duque de Estío, vendrá aquí? Sin duda llevaría todo su séquito: otros cientos de simpatizantes de los Tolly en la casa, y para colmo durante los ominosos días del festival de Kerneia. Se le cayó el alma a los pies al pensar en lo que sería ese lugar cuando se llenara de soldados ebrios.

—Bien, gráciles damas —dijo Havemore—, ¿en qué cosa os puedo ayudar?

Utta sabía que Tirnan Havemore no las ayudaría en nada sin informar de inmediato a Hendon Tolly, así que mantuvo la boca cerrada. Esta idea era de Merolanna; Utta le dejaría la iniciativa a la duquesa. Zoria, protégenos, aquí en el baluarte de nuestros enemigos, rezó. Aunque no supiera nada sobre el asombroso asunto en que se habían metido ella y Merolanna, la facción reinante sólo sentía desprecio por ambas, por una razón clave: ninguna de las dos tenía nada con qué negociar, ninguna fuerza, ni tierras, ni dinero. Bien, salvo que Merolanna forma parte de la familia real y está vinculada con Olin. Supongo que los Tolly querrán mantenerla conforme hasta que hayan hincado bien las zarpas en Marca Sur.

—Pero, lord Havemore, vos sabréis en qué podéis ayudamos —dijo Merolanna—, ya que vos nos mandasteis llamar. Como decía, no quiero robaros vuestro tiempo, que es valioso para toda Marca Sur, y sobre todo para el conde Hendon, nuestro abnegado guardián.

Cuidado, pensó Utta. Merolanna se había movido y no estaba a su alcance para darle un pellizco de advertencia en el brazo. No seas demasiado obvia. Él no espera que le tengas simpatía, pero no hagas gala de tu aversión.

—Hendon Tolly es un gran hombre —dijo Havemore con una sonrisa aún más lobuna que antes. Disfrutaba de esto—. Y todos agradecemos que esté contribuyendo a salvaguardar el trono del rey Olin para su heredero legítimo.

El paje regresó con vino y varias copas. Utta y Merolanna negaron con la cabeza. El paje sirvió una y se la dio al castellano, luego retrocedió hacia la pared e hizo lo posible por parecer un mueble. Havemore se sentó en su angosta silla, pero no invitó a la duquesa a tomar asiento.

—Queréis decir para el rey Olin —dijo jovialmente Merolanna, pasando por alto ese calculado desliz—. Salvaguardar el trono para el rey Olin. Está muy bien que haya un heredero, pero mi cuñado Olin todavía es el rey, aunque esté ausente.

—Desde luego, vuestra gracia, desde luego. Me expresé mal. Sin embargo, el rey está prisionero y sus herederos se han ido; quizá hayan muerto. Sería una necedad negar la importancia del niño.

—Ciertamente —dijo Merolanna—. En todo caso, aparte de estos escarceos sobre la sucesión, que no creo que resulten de interés para un erudito como vos, fuisteis vos quien nos llamó. ¿Qué hemos hecho para merecer vuestra amable invitación?

—Ah, ahora sois vos quien finge inocencia, vuestra gracia. Vos pedisteis hablar con Avin Brone, pero debéis saber que él se ha retirado. Yo he heredado sus funciones, junto con lord Hood, el nuevo condestable. Nuestro querido Brone ha trabajado con empeño por Marca Sur, y merece un descanso. Así, pensé que podía evitarle el trabajo innecesario de resolver el problema que tengáis vosotras, ofreciendo mi propia intervención. —Su sonrisa parecía dibujada con una pluma muy afilada.

—Muy amable por vuestra parte, lord Havemore —dijo Merolanna—, pero en realidad nosotras queríamos, o yo quería, ver a lord Brone sólo por amistad. Para recordar viejos tiempos. ¡Vaya, creo que Avin Brone y yo nos hemos conocido durante más tiempo del que vos habéis vivido!

—Ah. —A Havemore, como a muchos jóvenes ambiciosos, le disgustaba que le recordaran lealtades que eran anteriores a su llegada—. Entiendo. ¿Entonces no puedo hacer nada por vos?

—Podéis recordar vuestro amable ofrecimiento de tener mayor contacto con el resto de la gente del castillo —dijo la duquesa, con una sonrisa seductora—. Un hombre de vuestros conocimientos, un hombre tan elocuente, debería mostrarse un poco más.

Él entornó los ojos, sin saber cómo tomar ese comentario.

—Muy amable. Pero queda una cuestión pendiente, vuestra gracia. Entiendo vuestro deseo de evocar viejos tiempos con vuestro amigo lord Brone, pero ¿por qué la hermana Utta os acompaña en esta misión? Sin duda ella y Brone no son viejos amigos. Por lo que sé, el conde Avin nunca fue un entusiasta de la religión, salvo en lo que era necesario por las apariencias. —Havemore festejó con una sonrisa esta broma que compartía con amigos, y por primera vez la hermana Utta sintió un escalofrío. Ese hombre no sólo era ambicioso, sino peligroso.

—Considero que Brone es un amigo —dijo Utta, ignorando el sobresalto de Merolanna—. Fue amable conmigo en el pasado. Y tiene buen corazón, aunque no pase mucho tiempo en el templo.

—Me alegra que diga eso. —Tirnan Havemore estudió a Utta—. Trabajé para él muchos años y siempre pensé que sus mejores cualidades eran ignoradas, o al menos subestimadas.

Merolanna dio un paso adelante, como para impedir que la conversación se internara en zonas peligrosas.

—Yo le pedí a la hermana que me acompañara, lord Havemore. Últimamente no me siento muy bien. Me siento más tranquila en compañía de una mujer sensata como Utta que con una de mis distraídas doncellas.

—Desde luego. —Havemore sonrió de oreja a oreja—. Desde luego, vuestra gracia. Vuestro espíritu es tan admirable, vuestros modales son tan encantadores, que me temo que me había olvidado de vuestra edad. Desde luego, necesitáis una acompañante. —Ahora la sonrisa era una mueca de burla.

¿En qué está pensando? Utta prefirió no detenerse mucho en esta pregunta.

—Por favor, id a ver a vuestro amigo, el conde Avin. Me temo que se ha mudado de aposento. Yo necesitaba más espacio, así que ocupé los de él. Cuando Brone no está en su propiedad de Finisterra, lo encontraréis en la vieja oficina contigua al aposento de la Guardia Real. Todavía viene, aunque últimamente tiene poco que hacer. —La sonrisa había cambiado de nuevo cuando Havemore se levantó: la satisfacción de haberse deshecho de un enemigo—. ¿Vendréis a verme de nuevo? Ha sido un auténtico placer.

—Para todos —le aseguró Merolanna—. Nos honra vuestro interés en dos ancianas como nosotras, lord Havemore, ahora que sois un hombre tan importante en Marca Sur.

* * *

—¿No os pasasteis de la raya? —preguntó Utta mientras cruzaban el jardín de la residencia, protegiéndose de la lluvia helada con la capucha—. No os conviene que sea vuestro enemigo.

—Ya es un enemigo, Utta —resopló Merolanna—, no lo dudes ni por un instante. Si yo no estuviera emparentada con Olin, ya se habrían deshecho de mí. Los Tolly y sus secuaces no me tienen el menor afecto, pero todavía no pueden permitirse el lujo de despacharme. Quizá, si logran sostenerse todo el invierno, empiecen a pensar en un modo de alentarme a morir. A fin de cuentas, soy muy vieja.

Sobresaltada, Utta hizo la señal de los Tres.

—Los dioses nos protejan. ¿Por qué insinuasteis que no gozabais de buena salud? ¡No les deis ninguna excusa!

—Me matarán cuando quieran. Ahora estoy convencida de que tuvieron algo que ver con el asesinato de Kendrick. Al recordárselo a Havemore, sólo le sugería que no seré un obstáculo por mucho tiempo, a pesar de todo. —Tropezó y aferró el brazo de Utta—. Y lo cierto es que últimamente no me siento bien. Me siento débil, y a veces mi mente divaga…

—Silencio. No habléis más de eso. —Utta cogió el codo de la anciana y lo aferró con fuerza—. Me habéis asustado con estas intrigas, vuestra gracia, toda esta charla sobre complots y confabulaciones. Soy sólo una hermana zoriana y no me encuentro en mi elemento. ¡Además os necesito, así que no podéis estar enferma ni débil, y ciertamente no os podéis morir!

Merolanna rió.

—Díselo a tu diosa inmortal, no a mí. Si los dioses deciden llevarme, o transformarme en una vieja chocha, es cosa de ellos. —Aminoró el paso cuando entraron en el angosto pasaje que unía la torre Diente de Lobo con la armería. La pintura estaba desleída, y crecían mechones verdes en las fisuras de las paredes—. Por la gracia de los Hermanos, hace años que no visito esta parte del castillo. ¡Se está desmoronando!

—Un lugar adecuado, pues, para los que ya no son necesarios… Brone, vos y también yo.

—Bien dicho, querida. —Merolanna le apretó el brazo con aprobación—. Cuanto más inútiles seamos, menos sospecharán qué diabluras planeamos.

* * *

—Vuestra gracia, qué sorpresa —dijo Brone con voz un poco gruesa. Aparte de un par de guardias jóvenes y cautelosos que actuaban más como si vigilaran a un prisionero que como si protegieran a un noble, la oficina estaba vacía—. Sor Utta… Vaya, hermana, hace mucho tiempo que no la veo. ¿Cómo está usted?

—Bien, lord Brone.

—Me disculparéis si no me levanto. —Señaló su pierna izquierda desnuda, apoyada en un cojín, con el tobillo hinchado como un jamón—. Esta maldita gota.

—No es la gota lo que os retiene en esa silla, sino la bebida —dijo Merolanna—. Apenas es mediodía. ¿Cuánto vino habéis bebido hoy, Brone?

—¿Qué? —exclamó él, sorprendido—. Casi nada. Un vaso o dos, para aliviar el dolor.

—Conque un vaso o dos. —Merolanna hizo una mueca.

En verdad, estaba bastante avejentado. Hacía tiempo que Utta no lo veía, así que no era raro encontrarle nuevas arrugas, pero tenía los ojos hundidos y la piel descolorida, como un hombre que ha pasado varias semanas en cama. Costaba identificar a esa criatura macilenta con el hombre fornido que poco tiempo atrás recorría el castillo como un galeón de guerra a toda vela.

Merolanna golpeó la mesa y señaló a uno de los guardias.

—Lord Brone necesita pan con queso, para tener algo en el estómago. Ve a traerlos.

El guardia se quedó boquiabierto.

—Vuestra gracia…

—Y tú —le dijo ella al otro—. Estoy vieja y me enfrió fácilmente. Trae un brasero. ¡Andando, ambos!

—Pero… pero no debemos alejarnos de lord Brone —dijo el segundo guardia.

—¿Temes que la hermana zoriana y yo lo asesinemos mientras no estás? —Utta lo miró y se volvió hacia el conde—. ¿Creéis que os atacaremos, Brone? —Sin darle tiempo a responder, se acercó a los guardias, chasqueando los dedos como si echara gallinas de un jardín—. Andando, pues. Daos prisa.

Cuando los desconcertados guardias se marcharon, el conde se aclaró la garganta.

—¿A qué vino eso?

—Necesito vuestra ayuda, Brone —dijo ella—. Está sucediendo algo muy grave, y no podemos resolverlo sin vos… y menos frente a los espías de Havemore, por eso eché a esos simios.

Él la miró un instante, pero sus ojos parecían muertos.

—No os puedo ayudar, duquesa, y lo sabéis. He perdido mi puesto. Me han… retirado. —Su risa era un ladrido catarroso—. Me he replegado.

—Así que os dedicáis a la bebida y la autocompasión. —Estas palabras de Merolanna alarmaron a Utta, que se preguntó cómo la duquesa podía hablarle a Avin Brone con esa desdeñosa familiaridad—. No vine aquí a ayudaros con eso, Brone, y agradeceré que os enderecéis y prestéis atención. Me conocéis. Sabéis que no pediría ayuda si no la necesitara… No soy una de esas mujeres que corre llorando a buscar a un hombre ante el primer problema.

El espectro de una sonrisa cruzó la cara de Brone.

—Es verdad.

—La situación parecía bastante grave —dijo Merolanna— cuando Briony y Barrick se fueron y los Tolly empezaron con su prepotencia… pero tengo noticias que son aún más extrañas. ¿Qué sabéis sobre los techeros?

Brone la miró como si de pronto ella se hubiera puesto a bailar, cantar y esparcir flores por la habitación.

—¿Techeros? ¿La gente pequeña de los viejos cuentos?

—Sí, esos techeros. —Merolanna le clavó los ojos—. ¿De veras no sabéis nada?

—Por mi honor, Merolanna, no sé de qué estáis hablando.

—Mirad esto, pues, y decidme qué pensáis. —Sacó un pergamino del corpiño del vestido y se lo entregó. Él lo miró inexpresivamente un momento, y luego estiró el brazo con esfuerzo para bajar una vela del estante de la pared que tenía a sus espaldas.

—Es una carta de Olin —dijo al fin.

—Es la última carta de Olin, como bien sabéis; la que Kendrick recibió antes de que lo asesinaran. Ésta es una página de ella.

—¿La página faltante? ¿De veras? ¿Dónde la encontrasteis?

—Conque sabéis de qué se trata. Contadnos. —Ahora Merolanna parecía otra mujer, una espía consumada como había sido Brone, en vez de la vieja achacosa que decía ser.

—Después del asesinato de Kendrick faltaba toda la carta —dijo—. Alguien la puso entre mis papeles varios días después, pero aún faltaba una página. —Examinó el pergamino con creciente interés—. Creo que es ésta. ¿Dónde la encontrasteis?

—Ah, es una historia muy interesante. Quizá necesitéis otro trago, Brone —dijo Merolanna—. O quizá sea mejor un sorbo de agua, para despejaros. No será fácil entenderlo, y esto es sólo el principio.

* * *

—¿Entonces los techeros existen?

—Los vimos con nuestros propios ojos. Si hubiera sido yo sola, podría atribuirlo a mi edad, pero Utta estaba presente.

—Todo lo que ella dice es cierto, lord Brone.

—Esto es increíble. ¿Cómo pudieron estar en el castillo tantos años sin que supiéramos…?

—Porque no querían que supiéramos. Y el castillo es grande, Brone. Pero he aquí la cuestión. ¿Cómo encontraré ese trozo de la luna, o lo que fuere? La hermana Utta cree que la mujercilla hablaba de Chaven, pero ¿dónde está? ¿Lo sabéis?

Brone miró la pequeña y abarrotada habitación. No había indicios de los guardias, pero aun así bajó la voz.

—No lo sé, pero sospecho que está con vida. Si los Tolly sólo quisieran ejecutarlo, les resultaría fácil inventar una acusación. Aún tengo informadores en el castillo, y he oído que los hombres de Hendon todavía lo están buscando.

—Bien, decid a vuestros informadores que lo encuentren. Cuanto antes. Y tampoco vendría mal averiguar qué es esa piedra lunar.

—Pero no entiendo… ¿Por qué esa gente pequeña acudió a vos? Dijisteis que querían negociar con vos. ¿Cómo? ¿Qué os ofrecieron?

—Ah. —Merolanna sonrió, y esta vez era casi una sonrisa afectuosa—. Una vez cortesano, siempre cortesano, por lo que veo. ¿No creéis que acudieron a mí porque me consideran una persona amable y bien predispuesta?

Brone enarcó una ceja.

—Tenéis razón. Me dijeron que me darían noticias sobre mi hijo.

Avin Brone abrió los ojos como platos.

—¿Vuestro… vuestro…?

—Hijo. Así es. No os preocupéis por Utta… Conoce toda esa deprimente historia.

Él palideció.

—¿Le contasteis…?

—Hoy no habláis muy bien, Brone. Me temo que la bebida está haciendo estragos. Sí, le hablé de mi adulterio con ese amante que murió hace años. —Se volvió hacia Utta—. Como ves, Brone ya lo sabe todo. Tengo pocos confidentes en el castillo, pero él lo es desde hace largo tiempo. Fue uno de los que se encargó de que el niño tuviera padres adoptivos. —Se volvió hacia Brone—. También se lo conté a Barrick y Briony.

—¿Qué?

—Se lo conté, pobres criaturas. Tenían derecho a saberlo. El día del entierro de Kendrick vi al niño. A mi hijo.

Brone sacudió la cabeza.

—Merolanna, uno de los dos se está volviendo loco.

—No soy yo. Por un tiempo pensé que era así, pero ya no lo creo. Decidme, pues, ¿qué haréis?

—¿Hacer? ¿Respecto de qué?

—De todo esto. Se trata de encontrar a Chaven y averiguar por qué las hadas se llevaron a mi niño. —Vio la expresión de Avin Brone—. Ah, no os conté esa parte, ¿verdad? —Refirió rápidamente las palabras de la reina Murciélago del Campanario y la oracular Oídos—. ¿Y bien? ¿Qué pensáis hacer?

Brone estaba perplejo.

—Puedo preguntar discretamente cuál es el paradero de Chaven, pero supongo que el rastro se ha perdido hace tiempo.

—Podéis hacer algo más. Podéis ayudamos a Utta y a mí a llegar al campamento de las hadas… ¿Cómo los llaman ahora? Los qar. Siempre los hemos llamado crepusculares, no sé para qué cambiar. En todo caso, quiero ir a verlos. A fin de cuentas, están al otro lado de la bahía.

Esta vez fue Utta quien se asombró.

—Vuestra gracia, ¿qué estáis diciendo? ¿Ir a ver a los qar? Son asesinos… Han matado cientos de personas.

La duquesa agitó las manos, desdeñando la preocupación de Utta.

—Sí, sin duda son terribles, pero si no me dicen dónde está mi hijo, no me importa lo que hagan conmigo. ¿Por qué robaron a mi hijo? ¿Por qué me sometieron a años de tortura, sólo para devolverlo tan pequeño como el día en que se lo llevaron? Lo vi en el entierro de Kendrick. Pensé que realmente me había vuelto loca. ¿Y por qué esto sucede ahora? No me cabe duda de que se relaciona con todo lo demás.

—¿Estáis segura de que lo visteis? —preguntó Utta.

—Era mi hijo —replicó Merolanna con frialdad—. ¿No reconocerías a tu adorada Zoria si apareciera en tu capilla? Lo vi, mi pobre y querido niño. —Se volvió hacia Brone—. ¿Y bien?

Él respiró entrecortadamente, soltó el aire.

—Merolanna… duquesa… Me confundís con alguien que todavía tiene poder, pero sólo soy un achacoso caballo de guerra al que han mandado a pastar.

—¿De veras? —Merolanna se volvió hacia la hermana Utta—. Puedes irte, querida. Si tienes la amabilidad de visitar mis aposentos esta tarde, podremos hablar más. Tenemos mucho que decidir. En el ínterin, debo encargarme de persuadir a alguien. —Miró a Brone con ojos afilados—. Y dile a ese paje que espera en el pasillo que su amo necesitará un baño y comida cuando yo haya terminado. El conde tiene una tarea por delante.

Utta salió, apabullada por la fuerza y la determinación de Merolanna. De algún modo sometería a Brone a su voluntad, sin duda, pero ¿esa fuerza de carácter sería suficiente cuando tuviera que lidiar con todos sus enemigos, con el cruel Hendon Tolly o el inmortal y extraño pueblo crepuscular?

De pronto el castillo ya no parecía un refugio, sino una fría caja de piedra en medio de un mundo helado.

* * *

—¿No te conozco? —le preguntó el guardia a Tinwright. Avanzó un paso y acercó su cara redonda y mal rasurada a la cara del poeta—. ¿No te había dicho que te rompería la crisma?

Matt Tinwright tenía las rodillas flojas. La situación ya era inquietante, y para colmo éste era el mismo guardia que había objetado a que Tinwright tuviera una pequeña aventura con su amiga hacía unos meses, en un callejón de atrás de Las Botas del Tejón.

—No, me confundes con otro —dijo, tratando de poner una sonrisa tranquilizadora—. Pero si puedo hacer algo por ti, aparte de dejarme aplastar el cráneo…

—Déjalo pasar —dijo el otro guardia, aunque no por compasión—. Si lord Tolly le tiene inquina, pronto le harán cosas peores de las que podrías imaginar. Además, quizá prefiera que este fulano esté intacto.

El guardia de cara gorda miró al poeta tembloroso como un toro miope que trata de decidir si embestir contra algo.

—Vale. Si su señoría no te despelleja a latigazos, tú y yo todavía tenemos una cita pendiente.

—¡Por los dioses, qué sensato! —Tinwright se alejó, apoyando la espalda contra la pared—. Nadie quiere interferir con los planes de su señoría, por supuesto. Bien pensado.

Y se habría alegrado de haber escapado por un pelo, pero Tinwright no creía que estuviera vivo para evitar futuros encontronazos con el guardia vengativo. No podía ser coincidencia que Hendon Tolly lo hubiera citado tan pronto después de ese momento de locura en el jardín con Elan M’Coiy, besándole las manos, proclamando su amor. Antes, Tolly no le había prestado más atención que a uno de sus perros.

Piensa matarme. Esta idea volvió a aflojarle las rodillas y tuvo que hundir los dedos en las fisuras de la pared para mantenerse erguido. Apenas logró resistir el impulso de correr. Por los dioses, quizá sea algo inofensivo. ¡Correr sería declararse culpable!

Un paje del castellano Havemore le había entregado la citación por la mañana. Tinwright pensó que el niño lo miraba extrañamente cuando le entregaba el mensaje. Al leerlo, supo por qué.

Matthias Tinwright debe asistir a la sala del trono hoy, después de las plegarias matinales.

Estaba firmada con la T de Tolly, y sellada con el emblema de Estío, el jabalí con las lanzas. En cuanto el paje se fue, Tinwright se dedicó a vomitar en la bacinilla.

Ahora se aferraba a la pared y miraba al guardia gordo y su amigo, que hablaban de sus cosas. ¿Ellos o alguien más lo recordaría cuando hubiera muerto? El gordo lo celebraría. Y a nadie más del castillo le importaría, salvo a la pobre y afligida Elan y quizá el viejo Acertijo. Qué destino para alguien que aspiraba a hacer grandes cosas…

Pero no hice grandes cosas. Y, para ser sincero (y será mejor que practique si pronto he de comparecer ante los dioses), tampoco lo he intentado. Pensé que ser poeta de la corte me traería grandeza, pero no hice ningún trabajo notable. Unos versos sobre Zoria para la princesa, pero nada desde dekamene… Pensé que ese poema sería mi consagración, pero al irse Briony todo se frenó. Y no es mi mejor obra, a decir verdad. ¿Y qué más? Algunas composiciones para Acertijo, canciones, pasatiempos. Un par de encargos para jóvenes nobles que necesitaban unas palabras que pusieran a sus enamoradas en estado afectuoso. En definitiva, nada. He desperdiciado mi vida y mi talento, si alguna vez lo tuve.

Aún sentía un frío glacial detrás de las costillas, pero el entumecimiento de encima de la cintura se combinó con una súbita necesidad de orinar.

Así se porta un hombre en su última hora, pensó Tinwright, consternado. Pensando en poesía, buscando el retrete.

Abrieron la puerta de la sala del trono.

—¿Dónde está el poeta? —preguntó un guardia musculoso—. Ah, ahí estás. Ven, no huyas… Todo terminará pronto.

La sala del trono estaba atestada como de costumbre. Un penteconto de guardias leales con armadura completa y la librea de los Eddon, el lobo y las estrellas, estaba pegado a las paredes, junto con igual cantidad de hombres de Hendon Tolly, que se distinguían de los nobles y los mercaderes ricos por la frialdad de su mirada y porque al hablar nunca miraban a la persona a la que se dirigían, sino que vigilaban el recinto con los ojos. Los otros cortesanos se dedicaban a ocupaciones más convencionales, y discutían en voz baja o chismorreaban. Casi nadie alzó la vista cuando Tinwright cruzó la estancia, pues estaban enfrascados en sus asuntos. En la actual corte de Marca Sur, con tantas propiedades sin dueño y tantos cientos de nobles desaparecidos en la guerra contra las hadas, abundaba el botín. Un hombre de cuna dudosa podía transformarse rápidamente en un hombre de fortuna.

Aun así, la corte siempre había sido un lugar alborotado, una colmena de ambición y vanidad, pero algo había cambiado en los últimos meses: durante la breve regencia de Barrick y Briony, la sala del trono era bulliciosa, menos discreta y ordenada que en tiempos de Olin (así le habían dicho a Tinwright, pues él nunca había estado en la sala del trono ni en la fortaleza interior en tiempos de Olin), pero aun en sus momentos más solemnes, la sala del rey faltante había sido un lugar de conversación clamorosa. Ahora reinaba el silencio. Mientras el guardia conducía a Tinwright, y nudos de gente se separaban para dejarlos pasar, el ruido nunca se elevaba por encima de un murmullo. Era como un palomar de noche: sólo arrullos.

Como un viento frío entre hojas secas, pensó, y sintió un vuelco en el estómago. ¡Por los dioses de los cerros y los valles, van a matarme! Hacía años que no pronunciaba ese juramento de su madre, y no le trajo ningún consuelo. Zosim, el más astuto de los dioses, ¿estás escuchando? Sálvame de este monstruoso destino y… te construiré un templo. Cuando tenga el dinero. Hasta él sabía que era una promesa vana. ¿Qué más podía desear el patrón de los poetas y los borrachos? Pondré una botella del mejor tinto xandiano en tu altar. ¡No dejes que Hendon Tolly me mate! Pero Zosim era famoso por su inconstancia. Tinwright estaba mareado, y procuró no llorar. Zoria, virgen bendita, si alguna vez amaste a la humanidad, si alguna vez te compadeciste de los tontos que no tenían malas intenciones, ayúdame ahora. Seré mejor hombre. Prometo que seré mejor hombre.

Hendon Tolly no ocupaba la silla que usaba habitualmente. Tirnan Havemore estaba de pie junto al asiento vacío, mirando un fajo de papeles, con las gafas sobre la nariz.

—¿Quién es este infeliz? —preguntó Havemore, mirando al poeta por encima del borde de las gafas—. Tinwright, ¿verdad? —Se volvió y extendió la mano. El paje que estaba detrás de él le entregó un pergamino. Havemore lo miró con ojos entornados—. Ah, sí. Aquí dice que debemos ejecutarlo.

Matty Tinwright gritó. El mundo giró desbocado, pero luego comprendió que era él mismo… No, no. Era el mundo, en efecto: él estaba tumbado de espaldas y el mundo no sólo giraba sino que se contoneaba como un trompo, y él estaba a punto de vomitar. Apenas logró tragar la bilis.

Mientras estaba tendido con la mejilla contra las piedras, con el sabor amargo del vómito en la boca, oyó las furiosas palabras de Havemore.

—¡Mira lo que has hecho, imbécil! No es Tinwright el que debe ser ejecutado, sino un tal Wainwright… Un sujeto que estranguló a un magistrado. —El castellano abofeteó al paje, que chilló de dolor—. ¿No sabes leer, niño idiota? Pedí la orden para Tinwright, no Wainwright. —Matt Tinwright oyó más susurros de pergamino y el murmullo de los cortesanos volvió a elevarse como una bandada de murciélagos echando a volar—. Aquí está. Debe esperar a su señoría.

—No hace falta, estoy aquí —dijo una nueva voz. Un par de botas negras orladas con cadenas de plata se detuvo junto a la cara de Tinwright, que estaba apoyada en el suelo—. Y aquí está el poeta. Pero parece un lugar raro para esperar. —Tinwright tuvo el buen tino de levantarse. Hendon Tolly lo observó y luego enfiló hacia la silla del regente, donde se acomodó con la practicada facilidad de un gato que salta de un parapeto—. Tinwright, ¿verdad?

—Sí, señoría. Yo… Me dijeron que deseabais verme.

—Así es, pero no necesariamente en esa posición extraña. ¿Qué hacías en el suelo?

—Me… me dijeron que iban a ejecutarme.

Hendon Tolly rió.

—¿De veras? Y te desmayaste, ¿no? Sería amable de mi parte, pues, aclararte que no planeamos nada de eso. —Sonreía, pero sus ojos eran fríos—. A menos que decida ejecutarte de todos modos. No hemos tenido mucha diversión en el día de hoy.

Oh, dioses misericordiosos, pensó Tinwright. Juega conmigo como si yo fuera un ratón. Tragó saliva, y trató de respirar sin romper a llorar.

—¿Entonces pensáis matarme, lord guardián?

Tolly ladeó la cabeza. Estaba vestido con las finas ropas de un petimetre de la corte sianesa, con una túnica escarlata plisada y mangas negras abullonadas por encima del codo, y su cabello estaba peinado en mechones afectados que le llegaban hasta los ojos, pero Tinwright sabía con certeza que ese lechuguino emperifollado era muy capaz de asesinarlo a él o cualquier otro con la misma facilidad con que un hombre común pateaba una silla.

El guardián de Marca Sur entornó los ojos, pero su mirada aún relucía.

—Me han dicho que eres… ambicioso.

Elan. Está enterado.

—No sé bien a qué os referís, señoría.

Tolly agitó los dedos como si estuvieran húmedos.

—No te hagas el exquisito conmigo. Sabes lo que significa «ambicioso». ¿Lo eres? ¿Acaso ansias elevarte por encima de tu condición, poeta?

—Deseo mejorarme a mí mismo, señoría. Como la mayoría de los hombres.

Tolly se inclinó hacia delante, sonriendo como si al fin hubiera encontrado algo digno de cazar, apresar o matar.

—¿De veras? Creo que la mayoría de los hombres son ganado, poeta. Creo que sólo desean no llamar la atención de los lobos, y cuando éstos capturan a uno de sus congéneres, se amontonan más y vuelven a abrigar esa esperanza. Los hombres ambiciosos son los lobos. Debemos alimentamos del ganado para sobrevivir, y por eso somos más listos. ¿Qué piensas, Tinwright? ¿Es eso una… cómo se llama… una metáfora? ¿Es una buena metáfora?

El intrigado Tinwright estaba a punto de negar con la cabeza en su confusión, pero comprendió que se interpretaría como una negación de las palabras de Tolly. ¿Acaso el guardián se consideraba un poeta? ¿Qué significaría eso para Tinwright?

—Sí, señoría, desde luego. Es una metáfora, y yo diría que muy buena.

—Ja. —Tolly jugó con la empuñadura de la espada. Aparte de los guardias, era el único de la sala que tenía un arma a la vista. Tinwright había oído muchas historias sobre su destreza, y tuvo que hacer un esfuerzo para no mirar mientras Tolly acariciaba el mango—. Tengo un encargo para ti. Oí tu canción sobre Caylor y me pareció un buen trabajo, así que he decidido encomendarte una tarea honrada.

—¿Cómo habéis dicho? —Matt Tinwright no podía imaginarse palabras más inesperadas.

—Un encargo, tonto… A menos que te consideres demasiado bueno para aceptarlo. Pero he oído lo contrario. —Tolly volvió a dirigirle esa mirada fría y analítica—. He oído que pasas gran parte del tiempo hablando con gente que está por encima de ti.

De nuevo Tinwright pensó incómodamente en Elan M’Coiy. ¿Esa charla sobre un encargo era sólo una treta? ¿Tolly lo sometía a un juego abstracto y cruel antes de hacerlo matar? Aun así, tenía que portarse como un hombre inocente.

—Sería un placer, señoría. Nunca he recibido mayor honor.

Su nuevo mecenas sonrió.

—No es cierto. He oído que una dama de alcurnia te encomendó una tarea importante. ¿No es así?

Tinwright sabía que debía tener el aspecto de un conejo mirando a una serpiente al acecho.

—No entiendo vuestras palabras, señoría.

Tolly se reclinó en la silla, sonriendo.

—No habrás olvidado tu poema en alabanza de nuestra amada princesa Briony.

—Oh, no, señoría. No, pero… confieso que mi corazón no ha estado en ello últimamente…

—Desde que ella desapareció. Sí, un sentimiento que todos compartimos. Pobre Briony. ¡Una muchacha valiente! —Tolly ni siquiera se molestó en fingir pena—. Todos esperamos noticias de ella. —Se inclinó hacia delante. Havemore había reaparecido junto a su silla y hacía crujir sus papeles ostentosamente—. Escúchame bien, Tinwright. Me parece buena idea mantener ocupado a un hombre de tu talento, así que deseo que compongas un poema épico para mí, para una ocasión especial. Mi hermano Caradon vendrá y estará aquí el primer día de Kerneia… Caradon, duque de Estío. ¿Conoces el nombre?

Tinwright comprendió que estaba boquiabierto, sin saber si sobreviviría a esta entrevista.

—Sí, desde luego, señoría. Vuestro hermano mayor. Un hombre extraordinario…

Hendon interrumpió la adulación con un gesto.

—Quiero algo especial en honor de su visita, y de nuestra familia como protectora de Marca Sur. Debes presentarme un poema en un estilo adecuado. Debes componer versos sobre la caída de Sveros.

—¿Sveros, el dios del cielo nocturno? —preguntó Tinwright con asombro. No pensaba que los hermanos Tolly fueran aficionados a la poesía religiosa.

—El mismo. Me gustaría la historia de su gobierno tiránico… y de cómo lo derrocaron los tres hermanos.

Era el mito del Trígono, desde luego, Perin y sus hermanos Erivor y Kernios destruyendo a su cruel padre.

—Si es lo que deseáis, señoría… por supuesto.

—Verás, lo encuentro muy apropiado. —Tolly volvió a sonreír, mostrando los dientes y recordando al poeta que ese hombre era un lobo entre lobos—. Tres hermanos, uno de ellos muerto (ya que Kernios murió antes de volver a la vida), que deben derrocar a un rey viejo e inservible. —Movió un dedo—. Manos a la obra, pues. Mantente ocupado. No queremos que un hombre talentoso como tú se entregue al ocio. El ocio es peligroso para los jóvenes.

Tres hermanos, uno de ellos muerto, derrocan al rey, pensó Tinwright mientras se inclinaba ante su nuevo mecenas. Los Tolly adueñándose del trono de Olin. ¡Quiere que escriba una celebración de él robando el trono de Marca Sur!

Pero aunque esta idea le revolvía las entrañas, otra se insinuó. Prácticamente ha dicho que me matará si le causo problemas… si me acerco a Elan. Astuto Zosim, protector de los tontos como yo, ¿qué puedo hacer?

—Lo recitarás en el banquete de la primera noche de Kerneia —dijo Tolly—. Ahora puedes irte.

Antes de regresar a sus aposentos, Tinwright salió al jardín para estar solo mientras vomitaba en un seto de boj.

* * *

—¿Qué haces, mujer? —Brone trató de levantarse, hizo una mueca de dolor y volvió a desplomarse en la silla.

—No me habléis así. Aún debéis interpelarme como «vuestra gracia».

—Ahora estamos solos. ¿No es por eso que le pediste a la sacerdotisa que se fuera?

—No para que me insultaras o me trataras como una criada. Nosotros dos tenemos un problema, Brone.

—¿Por qué lo hiciste? Mantuviste el secreto durante años, y ahora parece que todo el castillo debe enterarse.

—No exageres. —Merolanna miró en torno—. Ya es bastante malo que permanezcas sentado en presencia de una dama, pero ¿ni siquiera me ofreces una silla? Eres casi tan grosero como Havemore.

—Ese hijo de puta traicionero… —gruñó Brone—. Hay un taburete al otro lado del escritorio. Disculpa, Merolanna. Es una tortura ponerme de pie. Mi gota…

—Sí, tu gota. Siempre hubo algo; tu edad, tus deberes. Siempre hubo algo. —Encontró el taburete y se sentó con cautela en el pequeño asiento. Su vestido se desparramó alrededor de ella como la cola de un faisán desaliñado—. Bien, esta vez no habrá ninguna excusa, Brone. Las hadas están en la otra margen de la bahía. Olin y los mellizos se han ido y el trono corre peligro… Recuerda que los Eddon son tus parientes, aunque lejanos.

—No necesitas recordarme que le he fallado a mi familia y a mi rey, mujer —gruñó Brone—. Todas las noches me duermo al son de esa canción. —No parecía tan aturdido como un rato antes.

—Entonces escucha. Los Tolly se disponen a controlar el reino. Y mi hijo está relacionado de algún modo, aunque no sé cómo. Nuestro hijo.

—No puedo creer que se lo hayas contado a Barrick y Briony.

Ella frunció el ceño.

—No soy tonta. Dije que el padre había muerto.

Él la miró con expresión más blanda.

—Merolanna, hice lo posible. Nunca te di la espalda.

—Demasiado poco y demasiado tarde, siempre.

—Te propuse matrimonio. ¡Te supliqué…!

—Después de la muerte de tu esposa. Para entonces yo ya me había acostumbrado a la viudez, gracias. Veinte años después de cometer la tontería de enamorarme de ti. Demasiado tarde, Avin, demasiado tarde.

—Eras la esposa del hermano del rey. ¿Qué querías que hiciera, pedirle que te diera un acta de divorcio?

—Y además yo era mayor que tú. Pero recuerdo que ninguna de las dos cosas te impidió solicitar mis favores. —Ella hizo una pausa, respiró entrecortadamente—. Suficiente. También es demasiado tarde para estas riñas. Estamos viejos, Brone, y cometimos errores terribles. Ahora hagamos lo posible para reparar algunos, pues lo que está en juego es mucho más que nuestra felicidad personal.

—¿Qué quieres que haga, Merolanna? Aquí me ves: viejo, enfermo, despojado de mi poder. ¿Qué quieres que haga?

—Encuentra a Chaven. Encuentra esa piedra lunar. Y ayúdame a cruzar la bahía para que pueda reunirme con esas hadas y preguntarles qué hicieron con mi hijo.

—¿Lo dices en serio? Estás realmente loca. Aun así, no puedo ayudarte.

Ella se levantó trabajosamente.

—¡Cobarde! Los Tolly te roban aquello por lo que trabajaste toda tu vida, y te quedas sentado sin hacer nada. —Se inclinó sobre la mesa y alzó la mano como para pegarle. Brone alzó la suya para detenerla.

—Calma, Merolanna —dijo—. No sabes tanto como crees. ¿Sabes qué le sucedió a Nynor?

—Claro que sí. Lo quitaron de en medio para entregar sus honores y deberes a tu servil asistente, Havemore. Nynor regresó a su residencia campestre.

—No, maldición, está muerto. Los hombres de Hendon lo mataron y arrojaron su cuerpo al mar.

La duquesa se tambaleó, y se habría caído si Brone no le estuviera aferrando la mano. Se zafó y se sentó.

—¿Nynor ha muerto? —dijo al fin—. ¿Steffens Nynor?

—Asesinado, sí. Hablaba en contra de los Tolly, y habló con quien no debía. Hendon se enteró. Berkan Hood sacó a Nynor de la cama en medio de la noche y lo asesinó. —Brone apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos—. Se lo oí decir a alguien que estuvo presente. Cortaron a ese buen anciano en trozos y sacaron su cuerpo del castillo en un barril de grano. Aún no pueden eliminar a sus enemigos con una parodia de juicio.

—Por todos los dioses, ¿es cierto? ¿Lo asesinaron? —Merolanna rompió a llorar—. ¡Pobre Steffens! Los Tolly son demonios… ¡Estamos rodeados por demonios! —Hizo la señal del Trígono, se enjugó la cara con la manga y trató de recobrar la compostura—. ¡Es otro motivo más para que me ayudes, Avin! Están sucediendo cosas…

—No. —Él volvió a negar con la cabeza—. Claro que están sucediendo cosas, y no las sabes todas, Merolanna. —De nuevo miró en torno. Los guardias no habían regresado, pero bajó la voz aún más—. Por favor, entendedme, vuestra gracia: he procurado convencer a Hendon y sus secuaces de que no soy una amenaza, para poder llevar a cabo mis propios planes. No puedo permitir que sospechen lo contrario. Haré lo posible para encontrar a Chaven, porque eso no llamaría la atención; el médico y yo nos conocíamos bien. Pero no puedo hacer nada más. No arriesgaré las pocas posibilidades que tenemos de salvar el trono de Olin. Todo pende de un hilo.

La duquesa lo miró largo rato.

—Conque ésa es tu defensa. —Sonrió, pero sus palabras eran amargas—. Así que ya estás trabajando en otras cosas más importantes. Perfecto, pero descubriré esa piedra lunar por mi cuenta, si es preciso, y averiguaré qué sucedió con mi hijo… nuestro hijo… aunque tenga que derribar este castillo piedra por piedra.

—No eres ninguna espía, Merolanna —murmuró Brone.

—No, pero soy madre. —Se llevó una mano trémula a la cara—. Por Zoria, debo tener un aspecto desastroso. Me has hecho llorar, Brone. Tendré que maquillarme antes de hablar con Utta. —Miró la habitación abarrotada, lenta y fatigosamente, casi sin energías—. Mira esto. Nos hallamos en la capital de los reinos de la Marca, pero ni siquiera tienes un espejo para que una anciana se arregle la cara. ¿Cuán difícil puede ser hallar un simple espejo?