23
Los sueños de los dioses
La guerra se prolongó durante años frente a las murallas de la fortaleza del Señor de la Luna. Muchísimos dioses perecieron, tanto entre los Onyenai como entre los Suzaremai.
Urekh el rey lobo pereció aullando en una tormenta de flechas. Azinor de los Onyenai derrotó en combate a Strivos Señor de los Vientos, pero antes de que pudiera rematarlo, Azinor fue abatido por Immon, el escudero del gran Kernios. Birin de las Nieblas Nocturnas fue acribillado por las cien flechas de los hermanos Kulin e Hiliolin, aunque el valiente Birin destruyó a esos gemelos sanguinarios antes de morir.
El principio de las cosas,
Libro del Trígono
—Creí entender que tú estuviste ahí. —Briony no quería ofender a su anfitriona (y menos antes de que le sirviera algo de comer), pero, a pesar de la fiebre y el hambre, le costaba deshacerse de sus hábitos de princesa: no le gustaba que nadie se burlara de ella, y menos una vieja mugrienta—. Cuando los dioses fueron a la guerra.
—Estuve. Mira, echaré unas raíces de caléndula en la olla. Te sorprenderá ver qué bien saben una vez que las hierves para sacar el veneno. Hace tanto que me he encarnado que casi no recuerdo otra cosa, pero hay algo que no echo de menos de los viejos tiempos. ¡Esa carne humeante y sanguinolenta! No sé por qué lo hacían.
—¿Quién? Espera… ¿Veneno? ¿Qué? —Briony trató de evitar los movimientos bruscos. Acababa de pensar que una vieja que vivía a solas en medio del Bosque Blanco podía estar loca de remate. Creía que aun estando débil y enferma podía defenderse de esa criatura diminuta, huesuda como un gato famélico, pero… ¿cómo se protegería cuando estuviera dormida? No podría sobrevivir otra noche a solas en el lluvioso bosque.
—¡Me refiero a esos hombres sanguinarios y sus sanguinarios sacrificios! —dijo la anciana, sin dar ninguna explicación—. Invadían esta parte del bosque, cortando leña, cazando mis venados, siempre fastidiando. Aunque algunos eran guapos. —Sonrió, contrayendo las arrugas, y su cara se pareció aún más a un nudo en la corteza de un árbol muy añoso—. Les dejaba quedarse conmigo, a pesar de sus manos ensangrentadas. En mi juventud no era tan quisquillosa.
No tenía sentido tratar de entender lo que decía esa mujer. Briony tiritó, y esperó que ese fuego alcanzara para calentarla. Su anfitriona la observó mientras echaba más raíces en una olla de arcilla posada en las piedras junto al fuego, luego comenzó a envolver dos manzanas silvestres con hojas. Cuando hubo terminado, la vieja tendió las manos hacia ella. Briony se negó.
—No seas tonta, niña. Veo que estás enferma. A ver, déjame tocarte la frente. —La vieja apoyó una mano áspera como una pata de gallina en la frente de Briony—. Esa fiebre es grave. Y también tienes heridas. —Meneó la cabeza—. Veremos qué puedo hacer. Quédate quieta.
Alzó la otra mano y apoyó ambas palmas en las sienes de Briony. Briony se asustó y trató de coger la daga que guardaba en la bota, pero la mujer sólo movió las manos en círculos lentos.
—Fuera, fiebre —dijo, y se puso a canturrear en voz baja y cascada. Briony no entendía las palabras, pero empezó a sentir la cabeza cada vez más caliente y llena de vida vibrante, como una colmena en pleno verano. Era una sensación tan rara que trató de apartarse, pero el cuerpo no le obedecía. Ni siquiera respondía su corazón, que tendría que haberse acelerado cuando ella se encontraba indefensa. Seguía latiendo con dichosa calma, como si una anciana desconocida que le hacía arder la cabeza con las manos fuera lo más común del mundo.
El calor bajó de la cabeza a la espalda y se propagó por todo el cuerpo. Se sentía blanda, como si no tuviera huesos. Cuando la mujer la soltó, Briony estuvo a punto de caer de bruces.
—El resto de la curación dependerá de ti —dijo la vieja—. ¡Válgame! Hace tiempo que no gastaba tanta energía. —Unió ambas manos—. Bien, ¿has recobrado el apetito? —Briony no respondió, porque aún estaba aturdida, y la mujer insistió con brusquedad—: Briony Eddon, hija de Meriel, nieta de Krisanthe, ¿dónde están tus modales? Te hice una pregunta.
Briony la miró un largo instante mientras asimilaba lo que había oído. Se le entumecieron los dedos, y se le erizó el vello de la nuca. Desenvainó la daga pequeña y la empuñó con mano trémula.
—¿Quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre? ¿Qué me has hecho?
La anciana meneó la cabeza.
—Siempre es igual. Por el sagrado y eterno corazón del bosque, siempre pasa lo mismo. ¿Qué hice? Te curé, mocosa ingrata. ¿Cómo sé tu nombre? Tal como sé todo lo que sé. Soy Lisiya Melana del Claro de Plata, una de las nueve hijas de Birgya, y soy patrona de este bosque, como mis hermanas fueron las protectoras de los otros bosques de Eion. Mi padre fue Volios del Puño Inconmensurable, un dios. Puedes llamarme Lisiya. Soy una diosa.
—Tú eres… tú eres…
—¿No se me entiende? De acuerdo, una semidiosa. Cuando mi padre era joven, engendró una hija con mi madre, que era un espíritu arbóreo. Fue todo muy romántico, a su manera brutal… pero mi padre no se quedó para ayudar a criarnos. No lo llamaba papá, como tú hacías con el tuyo, ni me sentaba en sus rodillas mientras él me hacía cosquillas bajo el mentón. Los dioses no son así. No lo eran entonces ni lo son ahora. —Se rió de alguna broma que sólo ella entendía—. Son como gatos en celo, y las diosas no se quedaban atrás.
Briony bajó la daga, pero no la guardó. Aunque la mujer estuviera loca de remate, tenía ciertas habilidades. Briony se sentía mucho mejor. Aún tenía frio, cansancio y hambre, pero el malestar que le causaban la enfermedad y sus muchas heridas se había disipado.
—No sé… no sé…
—No sabes qué decir. Claro que no, hija. Crees que estoy loca pero no quieres ofenderme. Eres cautelosa porque tienes frío, te sientes sola y tienes hambre, pero tienes la idea correcta. No conviene irritar a un dios. En los viejos tiempos, si un mortal nos causaba la más mínima ofensa… bien, lo transformábamos en un arbusto o un cangrejo. —La vieja suspiró y se miró las manos arrugadas—. Creo que no podría lograr nada parecido, pero sé que al menos podría devolverte la fiebre y añadir un molesto dolor de vientre.
—¿Dices que eres una diosa? —No era posible. Una bruja del bosque, quizá, pero las diosas no podían tener ese aspecto.
—Sólo una semidiosa, como ya he confesado, pero no me lo refriegues por la cara. Ya no quedan diosas verdaderas. No seas insolente. —Lisiya frunció el ceño—. Oigo algunos pensamientos tuyos y no son agradables. Muy bien. Odio hacer esto, y más después de haber consumido tantas fuerzas para curarte… ¡Mañana me dolerá mucho la cabeza! Pero no podremos seguir adelante con aquello que la música ha dispuesto a menos que lo haga. —La mujer se puso de pie, no sin dificultad, y extendió los brazos delgados como un ave de presa mal alimentada que tratase de echar a volar—. Entrecierra los ojos, hija.
Antes de que Briony pudiera aspirar el aire, el fuego onduló con colores nuevos y el cielo oscuro pareció curvarse hacia abajo, como si fuera el techo de una tienda y algo pesado hubiera caído en ella. La anciana creció y se estiró y sus harapos se volvieron transparentes como humo, pero en el centro los ojos de Lisiya resplandecían como llamas detrás de un vidrio volcánico.
Briony cayó sobre los codos, aterrada. La doncella Selia había cambiado así, cobrando la forma siniestra de una criatura con zarpas y pinchos negros, y por un instante la princesa creyó que había caído en una trampa. Luego, fascinada por el fulgor que aureolaba el suelo, alzó los ojos y vio un rostro de belleza tan sorprendente y serena que su miedo se disipó.
La diosa era una cabeza más alta que un hombre alto, y su cara y sus manos, las únicas partes visibles en la bruma de su túnica oscura, eran doradas. Tenía un halo de enredaderas y ramas, y la corona de hojas plateadas que le ceñía la cabeza se movía suavemente en un viento que no se sentía. Los ojos negros no habían cambiado, pero ahora brillaban con una luz mágica y titilante. ¡La ira sería aterradora en semejante rostro! Briony pensó que su corazón no soportaría la conmoción de verla.
Esa máscara de perfección aparentemente inmóvil se movió: los labios se curvaron en una sonrisa blanda y autocomplaciente.
—¿Has visto suficiente, hija?
—Por favor… —gimió Briony. Era como tratar de mirar el sol de frente—. ¡Sí, suficiente!
La diosa se encogió, como pergamino rizándose en una llama, hasta que la vieja reapareció tal como antes, arrugada y encorvada. Lisiya se llevó un nudillo deforme a los ojos y se quitó algo.
—Ah —dijo—. Duele ser hermosa de nuevo. Mejor dicho, duele dejar de serlo.
—Eres… Realmente eres una diosa.
—Te lo dije. Por mi fuente sagrada, hoy los hijos de los hombres son todos escépticos, ¿verdad? Sólo sacan las estatuas en los días festivos y murmuran algunas palabras. Bien, espero que estés conforme, porque yo he quedado exhausta. Tendrás que cuidar las raíces. —La vieja se acomodó trabajosamente junto al fuego—. Cada temporada me cuesta más recobrar mi antiguo aspecto, y cada vez me agota más. Llegará la hora en que seré sólo lo que ves ante ti, y entonces cantaré mi última canción y me dormiré hasta que termine el mundo.
—Gracias por ayudarme. —Briony se sentía mucho mejor, eso era innegable. La bruma de la fiebre se había despejado y su aliento ya no rechinaba en sus pulmones—. Pero no entiendo nada de esto.
—Yo tampoco. La música decretó que yo debía encontrarte y alimentarte, y quizá darte algunos consejos… aunque no tengo muchos que ofrecer. Hace tiempo que este mundo no es el que conocí.
Briony miró fijamente a la anciana, tratando de ver la forma terrible y gloriosa de la diosa, nuevamente oculta bajo esas carnes arrugadas y fibrosas.
—¿Tu nombre es Lisiya?
—Así me llaman, sí. Pero sólo mi madre conoce mi nombre verdadero, y sólo está escrito en el gran libro, así que ni sueñes con darme órdenes.
—¿El gran libro? ¿Te refieres al Libro del Trígono?
La diosa lanzó una carcajada estremecedora.
—¡Estupendo! ¡Qué broma tan graciosa! ¿Ese compendio de mentiras? Ni siquiera los arrogantes hermanos tratarían de hacer pasar esas patrañas por la verdad. No, la historia de todo lo que es y será: el Libro del Fuego en el Vacío. Es la fuente de la música que gobierna incluso a los dioses.
Briony se sentía como si la hubieran abofeteado.
—¿Dices que el Libro del Trígono es una mentira?
Lisiya movió la mano despectivamente.
—No siempre son mentiras deliberadas. Y supongo que también contiene muchas verdades, pero tan distorsionadas como algo que permaneció sepultado en el suelo demasiado tiempo. —Miró la olla con ojos entornados—. Saca esas piedras calientes con la cuchara, niña, antes de que se evapore toda el agua, y trataré de explicártelo.
La noche había avanzado y Briony, a pesar de la rareza de su situación, sentía el tirón del sueño. Se había asustado al ver lo que Lisiya llamaba su verdadero aspecto, pero también sentía una extraña tranquilidad. No podía sufrir ningún daño en el campamento de una diosa del bosque, ¿verdad? A menos que lo causara la misma diosa, y Lisiya no parecía mal predispuesta hacia ella.
—Está buena —dijo, probando la sopa de raíz de caléndula.
—Es el romero. Le da sabor. Ahora bien, esa canción que cantabas… Ahí tienes un ejemplo de patrañas modernas, en parte robadas de otros poemas, algunos del canon del Trígono, sobre todo esa tontería sobre Zosim ayudando a Zoria. Zosim el Embaucador nunca le hizo un favor a nadie. Lo sé bien: éramos primos.
Briony sólo pudo asentir y seguir comiendo. Era magnífico volver a sentirse bien, por absurdas que fueran las circunstancias. Pensaría en todo ello al día siguiente.
—Y Zoria no fue secuestrada como siempre dijeron los Surazemai. Se fue con Khors porque quiso. La muy tonta lo amaba.
—¿Lo amaba?
—Sólo te enseñan tonterías tendenciosas, ¿eh? El heroísmo de los Surazemai, la maldad de los Onyenai, todas esas pamplinas. Le echo la culpa a Perin el Tronador. Era un fanfarrón, y querría haber sido el único monarca de los dioses. Lo llamaban Tronador no sólo por el ruido de su martillo, sino por sus gritos. Ah, ¿por dónde empezar?
Briony la miró desconcertada. Mordió la raíz de caléndula y se preguntó cuánto tiempo podría mantener los ojos abiertos mientras Lisiya hablaba de cosas que ella no entendía.
—¿Por el principio…? —Quizá pudiera cerrar los ojos sólo un poco, para que descansaran.
—Por mi amado bosque, no. Por cierto, ése no es un juramento vacío: el lugar donde te encuentras era mi bosque sagrado. —Lisiya agitó los dedos nudosos señalando el claro—. ¿No te das cuenta? Las piedras de esta fogata eran mi altar, cuando los hombres aún me rendían homenaje. Todo se fue al traste hace cientos de años, como ves: un rayo calcinó mis mejores árboles. Otro magnífico trabajo del Tronador, y no creo que haya sido un accidente. Un perro dormido puede gruñir. Ah, qué hermoso era el círculo de abedules que crecía aquí. La corteza blanca como nieve, pero en el claro de luna relucían como mercurio… —Lisiya tosió—. Válgame, estoy tan vieja…
Briony eructó. Había comido demasiado deprisa.
La diosa frunció el ceño.
—Qué encanto. Ahora bien, ¿dónde estaba? Ah, el principio. Ni se me ocurriría subsanar todas las lagunas de tu conocimiento, niña, y para ser franca, no recuerdo todos los disparates que Perin y sus hermanos querían que enseñaran sus sacerdotes. He aquí todo lo que necesitas saber sobre los tiempos de antaño. Zo, el Sol, desposó a Sva, el Vacío. Tuvieron cuatro hijos, y el mayor, Rud el Cielo Diurno, pereció en la batalla contra los demonios de la Antigua Oscuridad. Todos saben estas cosas, incluso los mortales. Sveros, a quien llamamos Crepúsculo, desposó a su sobrina Madi Onyena, viuda de Rud, y ella concibió a Zmeos Fuego Blanco y Khors Señor de la Luna. Luego Sveros Crepúsculo fue seducido por Surazem, gemela de Madi Onyena, que había nacido del mismo huevo dorado. Surazem le dio a Perin, Erivor y Kernios, los tres hermanos, y de estos cinco hijos de Crepúsculo (y algunas hermanas y hermanastras que nadie recuerda) nacieron los grandes dioses y sus eternas rivalidades. Ya debes saber todo esto, ¿no?
Briony procuró mantenerse erguida y aparentar que no se estaba durmiendo.
—Más o menos…
—Y sabrás que Perin y sus hermanos se rebelaron contra su padre Sveros y lo expulsaron del mundo a los espacios intersticiales. Pero los tres hermanos no se convirtieron en monarcas de los dioses entonces, como enseña tu gente. Fuego Blanco, el que llamáis Zmeos, era el hijo mayor de Sveros, y creía merecer ese privilegio.
—¿Zmeos el Comúpeto? —Briony tiritó, y no sólo por su ropa húmeda. Toda su infancia le habían hablado de la Antigua Serpiente, que acechaba para secuestrar a los niños malvados o mentirosos, para llevarlos a su siniestra caverna.
—Así lo llaman los sacerdotes de Perin, sí. —Lisiya frunció los labios—. Yo nunca tuve sacerdotes. Con franqueza, no me agradan. En los días en que la gente me ofrendaba sacrificios, me contentaba con un panal o un ramillete de flores. ¡Esa carne roja y sangrante…! Carne de animal para alimentar a los sacerdotes, no a una diosa. Y ni muerta me habrían pillado en sus templos de piedra, en todo caso. Bien, excepto una vez, pero esa historia no es para esta noche… —La vieja entornó los ojos—. Te estás durmiendo, niña. Empiezo a contarte la verdadera historia de los dioses y no puedes mantener los ojos abiertos.
—Lo lamento —murmuró Briony—. Es que hace tanto tiempo que…
—Duerme, entonces —dijo Lisiya—. Te esperé un día, y hace años que tuve mi última suplicante. Puedo esperar unas horas más.
—Gracias. —Briony se estiró, y puso el brazo bajo la cabeza—. Gracias, mi señora.
Ni siquiera oyó si la diosa decía algo, porque en instantes el sueño la devoró como el mar devora a un náufrago que está demasiado exhausto para nadar.
* * *
Al despertar, permaneció un instante inmóvil con la luz del sol en los párpados cerrados, tratando de recordar dónde estaba y qué había sucedido. Se sentía asombrosamente bien. ¿Se le había pasado la fiebre? Pero también tenía el estómago lleno, como si los sueños hubieran sido reales.
Briony se incorporó. Si los acontecimientos de anoche habían sido sueños, todavía estaba soñando: a poca distancia la fogata ardía sobre las piedras, y algo se estaba cocinando, con un olor dulzón que le hizo la boca agua. Pero no había nadie en el claro, salvo ella. No sabía qué pensar. Podría haber imaginado a esa anciana que afirmaba ser una diosa, pero el resto… El fuego, la pila de ramillas, el olor a… ¿manzanas asadas? ¿A finales del invierno?
—Hola, niña, al fin te despiertas —dijo una voz a sus espaldas, sobresaltándola—. No comiste postre anoche, así que puse un poco más en la brasa.
Al volverse, vio que la menuda Lisiya, con su túnica negra, bajaba cojeando a la hondonada. Un par de venados la seguían como mascotas. Los dos animales, un macho y una hembra, se detuvieron al ver a Briony, pero no huyeron. Tras examinarla con sus ojos pardos y líquidos, se inclinaron y empezaron a comer la hierba que asomaba entre las hojas y ramas caídas.
—Eres real —dijo Briony—. Es decir, no eres un sueño. ¿Entonces todo fue real?
—Qué sé yo. —Lisiya dejó caer el saco que llevaba y alzó los brazos sobre la cabeza para estirarse—. En general me mantengo al margen de las mentes mortales… En todo caso, pasé la noche caminando. ¿Qué recuerdas que podría ser un sueño o no?
—Que me diste de comer y un lugar donde dormir. —Briony sonrió tímidamente—. Que me curaste. Y que eres una diosa.
—Sí, todo eso coincide con mi recuerdo. —Lisiya terminó de desentumecerse—. ¡Ah, estos viejos huesos! Pensar que en un tiempo podía correr de un extremo al otro de mi Bosque Blanco en una sola noche, y todavía tenía fuerzas para seducir a un joven leñador o dos y llevarlos a la cama. —Miró a Briony y frunció el ceño—. ¿Qué estás esperando, niña? ¿No tienes hambre? Hoy tenemos que andar un largo trecho.
—¿Andar? ¿Para ir adonde?
—Come y te explicaré. Cuidado con los dedos cuando saques esas manzanas. Ah, me olvidaba… —Metió la mano en el saco y sacó una jarra tapada con cera—. Crema. Un granjero me la deja cuando su vaca tiene mucha leche. Como ves, no todos me han olvidado. —Parecía tan complacida como una solterona con un pretendiente.
La comida era rústica pero sabrosa. Briony lamió hasta la última gota de crema y de pulpa de manzana.
—Si nos quedáramos, prepararía pan —dijo Lisiya.
—¿Adónde vamos?
—Tú irás adonde debes ir. En cuanto a lo que sucederá allí, no tengo idea. La música dice que te has desviado de tu rumbo.
—Lo dijiste antes y no entendí. ¿Qué música?
—Niña, pides respuestas como un pichón que gorjea para que le arrojen gusanos en el pico. La música es… la música. La cosa que enciende el fuego en el corazón del Vacío. Aquello que infunde orden al cosmos; el orden que sea necesario, y el caos cuando se requiere. Es lo único que los dioses sienten y que deben obedecer. Nos habla, nos canta, y palpita en nosotros en vez de la sangre del corazón. A menos que estemos encarnados, porque entonces debemos prestar mucha atención para escuchar la música por encima del monótono redoble de estos tontos órganos. ¡Qué incómodo es usar un cuerpo! —Sacudió la cabeza y suspiró—. Aun así, la música me dice que te has extraviado, Briony Eddon. Mi tarea consiste en ponerte de nuevo en camino.
—¿Eso significa que todo estará bien? ¿Los dioses nos ayudarán a burlar a nuestros enemigos y regresar a Marca Sur?
Lisiya la miró con sorna.
—No quieres poco, ¿verdad? No, no significa nada de eso. La última vez que ayudé a alguien a recobrar el rumbo, una manada de lobos lo devoró un día después de que nos despidiéramos. Su rumbo era ése, ¿entiendes? —Se rascó el brazo—. Si yo no hubiera intervenido, quién sabe cuánto tiempo habría errado de un lado a otro… tanto él como los lobos, supongo.
Briony la miró boquiabierta.
—¿Entonces voy a morir?
—Con el tiempo sí, niña. Es el destino de los mortales… Por eso se llaman mortales, ¿no? Créeme, quizá sea mucho más agradable que mil años de creciente decrepitud.
—Pero… ¿cómo pueden los dioses hacerme esto? He perdido todo… y a toda la gente que amaba.
Lisiya perdió los estribos.
—¿Tú has perdido todo? Niña, cuando hayas visto que no sólo desaparece toda la gente que amas sino toda la gente que conoces, cuando hayas renunciado a todo lo que yo he renunciado, belleza, poder, juventud, y eso se haya disipado siglos atrás, entonces podrás quejarte.
—Pensé… Pensé que tú podrías…
—¿Ayudarte? Por mi bosque, te estoy ayudando. Ya no te mueres de hambre, ¿verdad? Más aún, creo ver mi sagrada ofrenda de crema en tu barbilla, y el cielo sabe que no la recibo con frecuencia últimamente. También has dormido a salvo de la lluvia, y ya no estás tosiendo hasta perder las entrañas. Algunos dirían que son unos dones realmente generosos.
—Pero no quiero que me devoren los lobos… Mi familia me necesita.
Lisiya suspiró con exasperación.
—Sólo dije que la última persona que guie fue devorada por lobos… Era una pequeña broma (aunque creo que el tipo que se las vio con los lobos no lo vería del mismo modo). No sé qué sucederá contigo. Quizá la música te envíe a un apuesto príncipe y cabalgues hacia el ocaso en su corcel blanco. —Frunció el ceño y escupió—. Como en esos ineptos versos de Gregor.
Briony también frunció el ceño.
—No quiero ningún príncipe. Quiero de vuelta a mi hermano. Quiero de vuelta a mi padre, y nuestro hogar. ¡Quiero que todo vuelva a ser como antes!
—Me alegra que seas humilde con tus exigencias. —Lisiya meneó la cabeza—. En todo caso, deja de pensar en lobos: no son relevantes. Hay un arroyo colina abajo, más allá de esa loma. Ve a lavarte, bebe agua, o haz aguas, o lo que hagan los mortales por la mañana. Yo empacaré, y si necesitas más explicaciones, te las daré mientras caminamos. Y no pierdas tiempo.
Briony siguió las instrucciones de la diosa, y cuando se dirigía al arroyo pasó tan cerca de los venados que pacían que uno de ellos la tocó con el hocico. Fue un detalle inesperado y tranquilizador, y cuando terminó de lavarse la cara y se pasó los dedos por el cabello varias veces, volvió a sentirse casi como una persona.
* * *
Aplacados sus peores temores, con un poco de comida en el estómago y en compañía de una persona (si se podía decir que una diosa tan antigua como el tiempo era una persona), Briony descubrió que había mucho que admirar en el Bosque Blanco. Muchos árboles eran tan añosos y tan grandes que entre sus raíces crecían árboles más jóvenes, a su vez gigantescos. El silencio del lugar, una paz más vasta y majestuosa que la de cualquier edificio humano, por monumental que fuera, combinado con la luz suave que se filtraba entre las hojas y las ramas enmarañadas, le hacía sentir que nadaba en el reino submarino de Erivor, como en uno de esos hermosos frescos de color azul verdoso que adornaban la capilla de Marca Sur. Si entornaba los ojos, Briony casi podía ver las enredaderas como algas flotantes, imaginar que las bandadas de aves eran cardúmenes de peces.
—Ah, otro más —dijo Lisiya cuando Briony mencionó tímidamente las pinturas de la capilla—. ¿Tu gente no se considera descendiente del viejo arponero?
—¿Erivor? ¿Por qué? ¿También es una mentira?
—No seas tan quisquillosa, niña. ¿Quién sabe si es verdad o no? Perin y sus hermanos anduvieron de juerga muchos años, y había muchas mujeres mortales que deseaban acostarse con un dios. ¡Y éstas eran sólo las que participaban por propia voluntad!
—Todo esto es… tan difícil de creer. —La expresión de Lisiya intimidó a Briony—. No, no me cuesta creer que seas una diosa, pero es difícil de entender. ¡Que conozcas al resto de los dioses tal como yo conozco a mi familia!
—No es lo mismo —dijo Lisiya, ablandándose un poco—. Nosotros éramos centenares, y rara vez estábamos juntos. La mayoría andaba por su cuenta, sobre todo mi familia. Nuestros hogares eran los bosques, no la cumbre del Xandos. Pero les conocí, sí, y aunque no nos veíamos con frecuencia, nos reuníamos en ciertas ocasiones. Y muchos dioses eran viajeros… Zosim, y Kupilas en sus años posteriores, y Devona de las Piernas Brillantes… así que con el tiempo siempre nos enterábamos de lo que hacían los demás. Claro que no podías confiar en lo que dijera Zosim, ese pedazo de excremento.
—Pero… es el dios de los poetas.
—Y es adecuado que sea así. —Alzó la cabeza, moviéndola de un lado a otro como un antiguo pájaro—. Hemos doblado mal. ¡Malditos sean estos ojos débiles!
—¿Doblado mal? —Briony miró los árboles incesantes, el dosel ininterrumpido de verdor húmedo y el laberinto de tierra y hojas entre los troncos—. ¿Cómo puedes saberlo?
—Porque tendría que ser una hora más tardía —resopló Lisiya—. Tendríamos que haber perdido tiempo, luego recobrado un poco, pero lo hemos ganado todo. Apenas ha pasado una hora desde que partimos.
Briony sacudió la cabeza.
—No lo entiendo.
—Claro que no lo entiendes. Eres una niña mortal que nunca ha viajado por las sendas de los dioses. Créeme, hemos doblado mal. Debo detenerme a pensar. —Lisiya pasó de la palabra al acto, sentándose en una piedra redonda y apoyándose los dedos en las sienes. Briony, que no tenía la suerte de contar con una piedra propia, tuvo que acuclillarse a su lado.
—Debemos esperar a que pasen las nubes —anunció al fin Lisiya, justo cuando a Briony empezaban a dolerle las piernas.
—¿Preparamos una fogata?
—Buena idea. Quizá no podamos volver a viajar hasta mañana. Encuentra un poco de madera seca: facilita las cosas.
Cuando Briony regresó a ese sitio con una pila de ramas razonablemente secas, Lisiya las apiló en una loma, cogió una rama con su mano huesuda y dijo algo que Briony no entendió, una ristra de consonantes ásperas y vocales cantarinas. Brotó humo entre los dedos de Lisiya. Cuando puso la rama entre las demás, estaba ardiendo.
—Buen truco —dijo Briony con aprobación.
Lisiya resopló.
—No es un truco, niña, son los lamentables restos de un poder que otrora podía derribar este bosque y transformar el resto en ruinas humeantes. El dominio sobre las ramas y las raíces, sobre el nudo y la corteza… todo eso era mío. Podía lograr que un árbol floreciera al instante, y que un río cambiara de curso. Ahora apenas puedo encender un fuego sin quemarme la mano. —Alzó la palma chamuscada—. ¿Ves? Ampollas. Tendré que ponerme un poco de aceite de lavanda.
Mientras la diosa hurgaba en su morral, Briony vio que el fuego comenzaba a cobrar fuerza, aunque las llamas apenas eran visibles en la intensa luz de la tarde. Era extraño estar en ese lugar intermedio, ese empalme atemporal entre la vida anterior y lo que vendría a continuación, y ser la invitada de una diosa. ¿Qué le deparaba el futuro? ¿Qué sería de ella?
—¡Barrick! —exclamó de pronto.
—¿Qué? —Lisiya alzó la cara con irritación.
—Barrick… mi hermano.
—Ya sé quién es tu hermano, niño. Soy vieja, no idiota. ¿Por qué gritaste su nombre?
—Acabo de recordar que cuando estaba en… Antes de encontrarte a ti…
—¿Tú me encontraste a mí?
—Antes de que tú me encontraras a mí, entonces. ¡Por la piadosa…! Para ser una diosa, tienes la piel bastante blanda.
—Mírame, niña. ¿Blanda? Es dura como cuero y está cada vez más arrugada, aunque apenas impide que asomen mis huesos. Continúa.
—Estaba mirándome en un espejo y lo vi. Estaba encadenado. ¿Esa visión fue real?
Lisiya enarcó las huesudas cejas.
—¿Un espejo? ¿De qué tipo? ¿Un espejo de adivinación?
—Un espejo. No estoy segura… Sólo un espejo de mano. Pertenecía a una de las mujeres con las que me alojaba en Puerto Lander.
—Mmm. —La diosa guardó su frasco de pomada balsámica en su enorme morral—. O bien alguien usaba un potente artefacto como si fuera una chuchería o bien tu hermano y tú os halláis en una situación tan extraña que ni siquiera yo la entiendo.
—¿Artefacto? ¿Hablas de un espejo mágico, como en un poema? No era nada por el estilo. —Formó un círculo con los dedos—. Sólo tenía este tamaño.
—Claro, y tú eres una experta en esas cosas. —Briony agachó la vista, avergonzada—. Aun así, parece improbable que un mosaico tan poderoso estuviera en manos mortales sin que nadie se diera cuenta, y que fuera de mano en mano como un mero elemento del tocador femenino.
Briony se atrevió a alzar la vista. Parecía que Lisiya estaba pensando, los ojos en el vacío. Briony procuró tener paciencia. No quería que la diosa volviera a enfadarse con ella. ¡Por Zoria, no quería que la dejaran sola en el bosque! Pero cuando el fuego hubo consumido la mitad de las ramas, ya no pudo contenerse.
—Dijiste mosaico… ¿Qué es eso? ¿Te refieres a las cosas que tenemos en el suelo de la capilla? ¿Y cómo es Zoria? ¿Es como en sus representaciones? ¿Es bondadosa? —Recordó que una vez Rose Trelling, su dama de compañía, había vuelto a Finisterra para el Día del Huérfano y sus parientes le habían hecho muchas preguntas sobre Briony y su familia, sobre la vida en Marca Sur, mil cosas. Nos intrigan los que están por encima de nosotros, los famosos, ricos o poderosos. ¿Son como nosotros? Era raro pensar que la gente del común pensaba en ella tal como ella pensaba en los dioses. ¿A quién envidiaban los dioses? ¿Quién les llamaba la atención con sus actos? Briony quería saber muchas cosas… ¡y ahí estaba, sentada con una semidiosa viviente!
Lisiya suspiró.
—Parece que has resuelto salvarme de esta dolorosa inmortalidad, ¿verdad? Y tu arma homicida consiste en un caudal interminable de preguntas.
—Lo lamento. Lo lamento, pero… es imposible no preguntar.
—No me molesta que preguntes, niña, sino lo que preguntas. Pero siempre es así con los mortales. Cuando tienen la oportunidad, rara vez buscan respuestas importantes.
—De acuerdo. ¿Qué es importante, entonces? Por favor, dímelo, Lisiya.
—Te daré algunas respuestas, pero deprisa, porque tengo mis propias preocupaciones y debo escuchar la música con atención. Primero, los mosaicos que se utilizan en los espejos de adivinación más potentes son fragmentos de la torre de Khors, esas cosas que el tonto poema que estabas gritando por el bosque llamaba «cristales de hilo» o una tontería por el estilo. Los fabricó Kupilas el Artífice; el Torcido, como lo llamaban los Onyenai.
—¿Onyenai?
—¡Basta de divagaciones, niña, presta atención! Los Onyenai: Zmeos, Khors y su hermana Zuriyal, los dioses engendrados por Madi Onyena. Ya conoces a los Surazemai: Perin y sus hermanos, los dioses engendrados por Madi Zurazem. Los Onyenai y los Surazemai eran los dos grandes clanes de dioses que fueron a la guerra. Pero el viejo Sveros fue el padre de todos.
Avergonzada, Briony asintió en silencio.
—Bien, Torcido ayudó a Khors a fortalecer su gran morada, y las cosas que usó para ello permitían que la casa de Khors no se encontrara sólo en el cielo, ni tampoco en la tierra, sino que se abriera a muchos lugares. Para eso Kupilas se valió de los mosaicos, aunque algunos decían que los mosaicos sólo enmascaraban su auténtica naturaleza y su ubicación con una falsa apariencia. De un modo u otro, después de la devastación causada por la Guerra de los Dioses, una vez que el iracundo Perin derribó las torres de Khors, algunos restos se salvaron. Ésos son los mosaicos de que hablamos ahora. Parecen espejos, pero son mucho más: espejos de adivinación de gran potencia.
—Pero no crees que es así como vi a Barrick…
—Soy vieja, niña, y ya no soy tan necia como para creer que sé algo con certeza. Pero lo dudo. En todo el mundo sólo sobreviven una veintena de mosaicos. Me cuesta creer que después de tanto tiempo otro terminara en el baúl de cosméticos de una dama de… ¿Dónde dijiste? ¿Puerto Lander?
Briony asintió.
—Lo más probable es que contigo y con tu hermano suceda otra cosa. En ti no percibo nada fuera de lo común, nada mágico… aparte de tu virginidad, que siempre cuenta para algo. —Soltó una risotada áspera—. ¡Por las piedras sagradas, piensa en Zoria! ¡Han pasado milenios, y todavía la llaman virgen!
—¿A qué te refieres?
—Una posesión muy infrecuente entre los Surazemai y los Onyenai, te lo aseguro. Aparte del Artífice (hay cierta ironía en ello, ¿verdad?), sólo nuestra Devona permaneció pura, y creo que fue por vocación, además de otros factores. Al igual que los mortales, los dioses venían en toda clase de tamaños y apetencias. Pero Zoria… Claro que no, pobrecilla.
—¿Estás diciendo que la bendita Zoria no es… no era… ella no es…?
Lisiya revolvió los ojos.
—Muchacha, te lo he dicho. Khors era su amante y ella le correspondía. ¿Por qué crees que huyó de los prados y las colinas xandianas? ¡Para estar con él! Y si su padre no hubiera ido con su ejército de parientes para defender su propio honor (¡los estúpidos hombres y su honor!), ella se habría casado de buena gana con el Señor de la Luna y le habría dado muchos hijos más. Pero el destino no lo quiso así, y el mundo cambió. —Por un momento la piel quebradiza pareció ablandarse; la tristeza de la diosa era tan profunda que su rostro enjuto parecía consumido por el dolor—. El mundo cambió.
Su expresión era demasiado desnuda, demasiado íntima. Briony miró el fuego.
—Por responder a tu pregunta inconclusa… —dijo Lisiya, aclarándose la garganta—. No, Zoria no era virgen. Y ahora simplemente no existe… No existe ninguno de ellos, salvo nosotros, los patéticos nietos y monstruos, parias del cielo. Como insectos que salen del suelo calcinado cuando ha pasado el incendio de un bosque, sólo nosotros sobrevivimos a la última Guerra de los Dioses.
—¿Quieres decir que los otros dioses están muertos?
—Muertos no. Están durmiendo, niña. Pero el sueño de los dioses comenzó hace milenios, y continuará hasta que termine el mundo.
—¿Durmiendo? ¿Entonces los dioses se han ido?
—No del todo, pero ésa es otra historia. Y no dudo que otros semidioses achacosos como yo todavía siguen cuidando sus bosques, o lagos que antaño eran pequeños mares. Pero hace tanto tiempo que no hablo con mis parientes en el mundo de la vigilia que no logro recordarlo.
—¿No hay dioses? ¿Se fueron?
Lisiya sonrió hurañamente.
—No por elección, niña mortal. Pero han dormido desde que tus antepasados apilaron una piedra sobre otra para construir las primeras ciudades, así que nada ha cambiado.
—¡Pero les rezamos! Yo siempre he rezado, sobre todo a Zoria…
—Y puedes seguir rezándole si deseas, a ella y a todos los demás. Incluso es posible que respondan. Cuando duermen, sueñan, y sus sueños no son como los de tu especie. Es un sueño inquieto, ante todo… pero ahora no es momento para hablar de eso. Ya nos hemos demorado bastante. Venga, levántate.
—¿Qué? ¿Caminaremos de nuevo?
—Sí. Sígueme. —Y sin mirar atrás para ver si Briony le había obedecido, Lisiya se internó cojeando en el bosque.
* * *
El sol del atardecer se ocultaba tras las distantes colinas cuando llegaron a la linde del Bosque Blanco. Con la gran cerca de árboles a sus espaldas, Briony contempló las praderas de lo que debía de ser Argentia. Las verdes llanuras se extendían al norte y al oeste, bellas, apacibles y desiertas.
—¿Por qué hemos venido aquí? —preguntó.
—Porque la música te llama aquí. —Lisiya hurgó en su túnica holgada y extrajo algo colgado de un cordel, alzándolo sobre su cabeza con sorprendente agilidad—. Ah, qué agradable es sentir un poco de sol en los huesos. Ten, hija. Lamento que no hayamos tenido más tiempo. Echo de menos la posibilidad de hablar con un ser menos lerdo que los árboles, y para ser mortal no eres tan dura de entendederas. —Alzó la mano nudosa—. Llévate esto.
Briony lo aceptó. Era un tosco talismán hecho con un cráneo de pájaro y un ramillete de flores blancas y secas, envuelto con hilo blanco.
—Estoy demasiado vieja para acudir cuando me llaman —dijo Lisiya—, y demasiado débil para darte mucha ayuda, pero quizá esto te allane el camino en ciertas situaciones difíciles. Me quedan un par de adoradores.
Al ponerse el cordel de cuero alrededor del cuello, Briony preguntó:
—¿Hemos llegado al lugar del que hablabas? Aún no te irás, ¿verdad?
Lisiya sonrió.
—Eres una niña buena. Me alegra haber tenido la oportunidad de ayudarte. Y espero que esta senda te conduzca a cierto grado de felicidad.
—¿Senda, qué senda? —Briony miró en torno pero no vio nada, sólo hierba húmeda ondeando en el fresco viento del atardecer. Estaban en medio de la nada. No había carretera ni camino, y mucho menos un poblado—. ¿Adónde debo ir?
Pero cuando se volvió, la anciana no estaba. Briony regresó corriendo al bosque, llamándola, buscando rastros de la túnica negra, pero la Señora del Claro de Plata había desaparecido.