2: Ahogado

2

Ahogado

En el principio los cielos eran tinieblas, mas Zo ahuyentó la oscuridad. Cuando las tinieblas se disiparon, sólo quedó Sva, la hija de lo oscuro. Zo la juzgó agraciada, y juntos se dispusieron a reinar sobre todo, e imponer un orden.

El principio de las cosas,

Libro del Trígono

La lluvia incesante repiqueteaba sobre las piedras musgosas y goteaba de las ramas de los árboles, que se erguían sobre ellos como viejos malhumorados, pero el muchacho no intentaba cubrirse. Apenas parpadeaba mientras las gotas le rebotaban en la frente y le bajaban por la cara. Al mirarlo, Ferras Vansen se sintió más solo que nunca.

¿Qué hago aquí? Ningún poder celestial ni terrenal habría podido traerme de vuelta a este lugar descabellado. Pero la vergüenza y el deseo, combinados de un modo devastador, habían sido más poderosos que los dioses, porque había vuelto a cruzar la Línea de Sombra y andaba perdido en un bosque diabólico de árboles de hojas curvas y enredaderas cubiertas de capullos pesados, negros y goteantes, temiendo que si perdía al muchacho provocaría más dolor a los Eddon. Ante todo, a la hermana de Barrick, la princesa Briony.

Los rayos centelleaban encima de las nubes y el trueno rugía mientras el frío torrente arreciaba. Vansen frunció el ceño. Esta tormenta era demasiado, pensó: no debían seguir adelante, aunque eso significara otra batalla campal con el apático príncipe. Si no eran presa del rayo o de una fiebre mortífera, sus caballos caerían por un barranco y morirían así. Incluso el extraño y feérico caballo oscuro de Barrick daba señas de angustia, y el de Vansen estaba a punto de desplomarse. Ninguna persona en su sano juicio recorrería caminos desconocidos con semejante temporal.

Claro que Barrick Eddon no estaba en su sano juicio; el príncipe no parecía dispuesto a reducir el paso, y casi lo había perdido de vista.

—¡Alteza! —llamó Vansen en medio del susurro de la lluvia—. Si seguimos avanzando, mataremos a los caballos, y sin ellos no sobreviviremos. —El tiempo era confuso tras la Línea de Sombra, pero parecía que hacía un día que atravesaban ese crepúsculo incesante. Después de un feroz combate y una noche de insomnio que habían pasado ocultos detrás de las rocas en la linde del campo de batalla, Ferras Vansen estaba tan exhausto que temía perder el equilibrio y caerse de la silla. El príncipe no podía estar menos agotado que él—. ¡Por favor, alteza! No sé adónde vais, pero no llegaremos con esta tormenta. Busquemos un refugio para descansar y esperemos a que amaine.

Para su sorpresa, Barrick tiró de las riendas y lo aguardó bajo la dura llovizna. Ni siquiera se resistió cuando Vansen lo alcanzó y con cierta brusquedad lo ayudó a apearse, y luego se sentó en silencio en una roca como un niño obediente mientras el capitán, escupiendo maldiciones, hacía lo posible por armar un refugio con unas ramas mojadas. Era como si sólo parte del príncipe estuviera presente, como si viviera en lo profundo de su propio cuerpo como un hombre enfermo en una casa enorme. Barrick Eddon ni siquiera alzó la vista cuando Vansen accidentalmente le raspó la mejilla con una rama de pino, y sólo respondió a la disculpa del guardia con un lento parpadeo.

Durante su estancia en el castillo, Vansen pensaba a menudo que la nobleza vivía en un mundo diferente del que habitaban él y los de su clase, y ahora eso era más cierto que nunca.

* * *

¿Por qué eres tan idiota? El pequeño fuego de Vansen, sólo parcialmente protegido por una protuberancia de roca, siseaba y luchaba contra la lluvia horizontal. Un animal (Vansen rezó para que fuera un animal) aulló a lo lejos, un alarido tartamudo que le puso los pelos de punta. Que el Trígono nos guarde, ¿estás dispuesto a dar la vida por un muchacho que apenas repara en tu presencia?

Pero en realidad no lo hacía por Barrick. No tenía nada contra el joven, pero Vansen temía a la hermana del muchacho, cuyo desconsuelo por la pérdida de su mellizo partiría el alma de Ferras Vansen para siempre. Le había jurado que trataría a Barrick como si fuera de su propia familia, un juramento cuya estupidez desafiaba la imaginación.

El príncipe comía una de sus últimas raciones de tasajo, mascando con la mirada ausente de una vaca en un prado. Barrick no sólo estaba distraído, sino incomprensiblemente perdido. A veces oía lo que decía Vansen, pues de lo contrario no se habría detenido, y en ocasiones lo miraba a los ojos como si lo viera. A veces decía cosas, y el guardia casi nunca le entendía. Hablaba en lo que él empezaba a llamar idioma élfico, la misma jerigonza que usaba Collum Dyer cuando las tierras de las sombras le habían sorbido el seso. Pero aun en sus mejores momentos, el príncipe no estaba presente del todo. Era como si Barrick Eddon se estuviera muriendo con apacible lentitud.

Con un escalofrío, Vansen recordó algo que le había contado uno de sus guardias de Marca Sur: Geral Kelty, que se había perdido en estas tierras en la anterior visita de Vansen, y había desaparecido junto con el mercader Raemon Beck y los demás. Kelty era hijo de una familia de pescadores de Finisterra, y cuando era niño, una borrasca súbita lo había sorprendido en la bahía con su padre y su hermano menor. El bote volcó, fue empujado por una ola y se hundió con horrible celeridad, llevándose a su padre. Kelty y su hermano menor se habían aferrado uno al otro, nadando despacio hacia la costa por largo tiempo, luchando contra el viento y el oleaje embravecido.

Luego, cuando la playa del Cabo del Acuñador estaba a poca distancia, le había contado Kelty a Vansen, su hermano menor lo había soltado y se había hundido.

—Cansado, quizá —había dicho Kelty, meneando la cabeza, con ojos extraviados—. Acalambrado. Pero me miró apaciblemente y luego se dejó deslizar como si se cubriera con la manta al acostarse. Creo que hasta sonrió. —Kelty también sonreía al contarlo, aunque tenía los ojos cubiertos de lágrimas. Vansen no había podido mirarlo. Ambos estaban bebiendo, otro día de paga gastado en Las Botas del Tejón o algún tugurio de la plaza del mercado, y era esa hora de la noche en que se contaban cosas extrañas, cosas que a veces eran difíciles de olvidar, aunque la mayoría hacía lo posible.

Mirando la lluvia que se filtraba por su patético refugio de ramas entrelazadas y le goteaba por el cuello de la capa, Ferras Vansen se preguntó si Kelty había visto en los ojos de su hermano menor lo mismo que Vansen veía en el príncipe Barrick, ese distanciamiento inexplicable. ¿El hermano de Briony también estaba a punto de morir? ¿Iba a entregarse y perecer ahogado en las tierras de las sombras?

¿Y entonces qué será de mí? Apenas había logrado salir de las tierras de las sombras la primera vez, guiado por esa muchacha desquiciada, Sauce. Nadie podía tener tanta suerte dos veces, y Ferras Vansen menos que nadie.

* * *

Habían encontrado un sendero que atravesaba el bosque. Vansen corría delante del príncipe, tratando de hallar un sitio donde pudieran detenerse para descansar unas horas en el incesante crepúsculo gris.

Tras varios días de cabalgada, las provisiones de sus alforjas se habían reducido a casi nada; si tenían que cazar para alimentarse, quería hacerlo aquí, donde los pálidos fantasmas del sol y la luna aún rondaban el cielo detrás de la niebla. No podía estar seguro de que los animales que atrapara aquí fueran menos extraños que las presas capturadas mucho más allá de la Línea de Sombra, pero estaba dispuesto a correr el riesgo.

El caballo de Vansen relinchó y se encabritó, y casi lo arrojó de la silla. Al principio pensó que los atacaban, pero el bosque estaba quieto. Su corazón se calmó un poco. Mientras dominaba al caballo, pidió al príncipe que se detuviera. Al encorvarse para acariciar el pescuezo del animal, tratando de tranquilizarlo, vio la cosa muerta en el suelo.

Al principio el asco y la alarma se mezclaron con el alivio, pues la criatura no era mayor que un niño de cuatro o cinco años y no estaba en condiciones de causar ningún daño: tenía la cabeza casi arrancada, y una sangre negra relucía sobre el pecho y el vientre y en la hierba húmeda donde yacía, desperdigándose y diluyéndose bajo la lluvia pertinaz. Cuanto más miraba el cadáver, sin embargo, más perturbador lo encontraba. Era como un simio, pero con dedos largos y una tosca y escamosa piel de lagarto. Protuberancias de hueso gris sobresalían en las articulaciones y en la espalda. No eran lesiones, sino parte de la criatura, como los cuernos de una vaca o las uñas de un hombre. Al examinar el cuerpo, Vansen vio que la cara era perturbadoramente humana, tan parda como el resto de la piel escamada pero cubierta con una especie de cuero liso. Los ojos oscuros estaban abiertos de par en par en medio de una red de carne arrugada, y si sólo hubiera visto esos ojos habría pensado que era un viejo, aunque la boca con colmillos daba un cariz diferente a las cosas.

Vansen le clavó la espada pero la criatura no se movió. Dio un rodeo para eludir el cadáver, y observó mientras la montura de ojos lechosos de Barrick hacía la misma maniobra. El príncipe ni siquiera miró hacia abajo.

Al cabo Vansen vio un par de criaturas más, tan muertas y ensangrentadas como la primera, abatidas a estocadas o zarpazos. Tiró de las riendas, preguntándose qué clase de bestia había vencido tan fácilmente a esos seres desagradables. ¿Sería uno de esos gigantes esqueléticos que se habían llevado a Collum Dyer? ¿O quizá algo peor, algo inimaginable? Quizá en ese momento los observara desde las sombras del bosque con ojos relucientes…

—Andad despacio, alteza —le dijo a Barrick, pero el joven le prestó tanta atención como si le hubiera hablado en xixiano.

A pocos pasos yacía otro montón de cadáveres pequeños y nudosos en medio del camino. El caballo de Vansen frenó, resoplando. No quería pasar por encima de esas criaturas, aunque el espectral caballo de Barrick no tuvo esos escrúpulos. Vansen gruñó y se apeó para despejar el camino. Estaba empujando uno de los cuerpos con la espada, reacio a tocarlo, cuando la cosa cobró vida de repente. Con un silbido espantoso (luego Vansen comprendió que era el aire pasando por el tajo mortal que tenía en el pecho), logró aferrarse a la espada e hincarle los dientes en el brazo, y apenas le dio tiempo a soltar un gruñido de alarma. Había pensado muchas veces en quitarse la cota de malla, pues el frío húmedo la transformaba en un lastre más que en una ventaja, pero ahora agradecía a los dioses haberla conservado. Los dientes de la criatura no perforaron los anillos forjados por los caverneros, y pudo apartar de un golpe esa cara marchita. La criatura cayó pero no escapó, sino que reptó hacia él, todavía silbando como una gaita de montañés con el saco reventado.

—¡Barrick! —gritó, preguntándose cuántas criaturas más estarían vivas y al acecho—. ¡Alteza, ayudadme!

Pero el príncipe ya se había perdido de vista camino abajo.

Vansen se alejó del caballo, pues no quería arriesgarse a herirlo con una estocada, y cuando el pequeño engendro saltó hacia su garganta logró desviarlo con el plano de la espada. Ese arma pesada no era ideal, pero no osaba tomarse el tiempo de desenvainar la daga. Antes de que la criatura susurrante pudiera levantarse, avanzó y la clavó al suelo húmedo, atravesando músculo, entrañas y huesos crujientes hasta que la empuñadura quedó al alcance de las garras de la criatura, que agitó débilmente los brazos y luego se retorció de agonía.

Vansen se tomó un momento para recobrar el aliento y limpiar la espada en la hierba húmeda antes de encaramarse a la silla, preocupado por el príncipe, pero también irritado. ¿Acaso el muchacho no había oído sus gritos?

Encontró a Barrick a poca distancia. Había desmontado y miraba a una docena de esas criaturas velludas, al parecer todas muertas. En medio de ellas yacía un caballo con el pescuezo desgarrado. Al lado estaba tendido de bruces lo que Vansen al principio consideró su jinete muerto. El cuerpo de pelo negro tenía forma bastante humana, envuelto en una rasgada capa negra y una armadura de extraño material con un acabado gris azulado que semejaba el carey. Vansen se apeó y cautamente le apoyó la mano en la nuca, en una rendija entre el yelmo y la armadura. Para su sorpresa, sintió movimiento bajo los dedos, un vaivén lento y esforzado: el jinete respiraba. Cuando dio vuelta a la víctima y le quitó el perturbador yelmo con forma de calavera, tuvo su segunda sorpresa. El hombre no tenía cara.

No, comprendió al cabo de un instante, aún asqueado. Tiene cara, pero no es humana. Hizo la señal de los Tres mientras combatía un ataque de náuseas. En esa pálida membrana de carne que se estiraba entre la frente y el angosto mentón había ojos, pero como estaban cerrados sólo había visto un par de grietas, oscurecidas por la sangre que manaba de un corte. La sangre, al menos, era tan roja como la de un hombre común. Pero el resto de la cara era liso como el parche de un tambor, sin nariz y sin boca.

El hombre sin cara abrió los ojos, rojos como su sangre. Procuró fijarlos en el capitán y el príncipe, luego rodaron y los fibrosos párpados volvieron a cerrarse.

Vansen se levantó con repulsión y temor.

—Es uno de ellos. Uno de los asesinos crepusculares.

—Pertenece a mi ama —dijo Barrick con calma—. Lleva su marca.

—¿Qué?

—Está herido. Atiéndalo. Nos detendremos aquí. —Barrick se apeó del caballo y se quedó esperando como si lo que había dicho tuviera sentido.

—Perdón, alteza… ¿en qué estáis pensando? Éste es uno de los demonios que intentaron matarnos… que intentaron mataros a vos. Han destruido nuestros ejércitos y nuestras ciudades. —Vansen envainó la espada y sacó la daga de su vapuleada funda—. No, retroceded y le cortaré la garganta. Es una muerte más piadosa que la que han recibido muchos de los nuestros…

—Alto. —El príncipe Barrick avanzó como para interponerse entre la criatura herida y el golpe mortal. Ferras Vansen no podía creer lo que veía. Barrick lo miraba con calma (parecía más normal que nunca desde que habían cruzado la Línea de Sombra), pero aún actuaba como un demente.

—Alteza, os suplico que os apartéis. Esta cosa ha asesinado a gente nuestra. Vi a esta misma criatura matando a hombres de Aldritch y Muro de Kerte como un perro entre ratas. No puedo dejarla vivir.

—Debe dejarla vivir —declaró Barrick—. Cumple una importante misión.

—¿Qué? ¿Qué misión?

—No lo sé. Pero conozco las señas que lleva y oigo las voces que hablan en mi cabeza. Si no lo ayudamos, más gente de… nuestra especie morirá. Mortales. —El titubeo del príncipe regente era extraño, como si por un momento hubiera olvidado a qué bando pertenecía.

—¿Pero cómo podéis saberlo? ¿Y quién es esa «ama» que mencionáis? No es vuestra hermana, sin duda. La princesa Briony no querría que hicierais estas cosas.

Barrick meneó la cabeza.

—No, no es mi hermana. Es la gran dama que me halló y me dio órdenes. Es una de las supremas. Ella me miró y me reconoció. Ahora ayúdelo, por favor. —Por un momento la mirada del príncipe se volvió más clara, pero también apareció una capa de dolor y de pérdida, como hielo formándose sobre una laguna de poca profundidad—. No sé qué hacer. Ni cómo hacerlo. Usted debe encargarse.

Vansen clavó los ojos en Barrick, y Barrick le sostuvo la mirada. El muchacho no le permitiría matar al monstruo sin oponer resistencia. Vansen ya había intentado varias veces arrancar a Barrick de esos trances, pero no había encontrado un modo de hacerlo sin causarle daño, tan tenaz era su resistencia. Ya sería bastante malo tener que vérselas con Briony Eddon si permitía que el príncipe sufriera daño. Sería mucho peor si fuera Vansen mismo quien lastimara al príncipe.

Maldijo entre dientes, envainó la espada y comenzó a despojar a la criatura de su extraña armadura. Teniendo en cuenta ese día frío y húmedo, era más cálida que si hubiera sido de metal o cualquier otro material aceptable. Maldita magia negra. No tendría que haber vuelto aquí. Parecía que a cada hora debía lidiar con una elección desagradable. En vez de soldado, tendría que haber sido el catador de un rey, y exponerme al veneno, pensó torvamente. Al menos así no habría sobrevivido para ver el resultado de mis fracasos.

* * *

Había errado tanto tiempo en las profundidades de su propio ser que sólo ahora, al emerger, Barrick Eddon comprendía hasta qué punto se había extraviado.

Desde el momento en que esa mujer crepuscular le había mirado, había perdido el hilo de todo. Desde ese asombroso instante en que yacía aturdido e indefenso, cuando el gigante había alzado el garrote pero no lo había matado, todos los momentos de su vida, engarzados en una secuencia ordenada como perlas de Kanjja en un collar, se habían desparramado, como si alguien hubiera roto el cordel y arrojado esas preciosas perlas al agua arremolinada. Su infancia, sus sueños, rostros apenas reconocibles e incluso todos los momentos compartidos con Briony, su padre y su familia, el ejército de demonios de la Línea de Sombra, un millón de instantes rutilantes, todo se había vuelto discontinuo y simultáneo, y Barrick había flotado entre ellos como un ahogado que ve pasar sus últimas burbujas.

Durante un tiempo, su parte más lúcida había tenido la certeza de que estaba muerto, de que el garrote del gigante había caído, de que la dama Puerco Espín y su mirada intensa y penetrante eran sólo un atisbo final del mundo de los vivos, un atisbo que se había expandido en una fantasmagórica imitación de la vida, otra burbuja, otra perla suelta.

Ahora sabía que no era así. Ahora podía volver a pensar. Pero aunque sintiera el viento y la lluvia en la cara una vez más, aunque de nuevo percibiera la vida como una secuencia de instantes y no como un torbellino caótico, todo seguía siendo muy extraño.

Aunque ya no recordaba las importantes palabras de la mujer crepuscular, sabía que no podía oponerse a sus deseos, así como no podía tener alas y echar a volar, así como había sabido que su servidor, el monstruo sin rostro que habían descubierto, debía ser salvado. ¿Cómo era posible que alguien pudiera darle una orden y él no supiera el motivo ni recordara la orden?

Las pocas cosas que antes reconfortaban a Barrick estaban lejos: su hogar, su familia, sus pasatiempos, las cosas a las que se había aferrado en su juventud, cuando a menudo temía volverse loco. En este momento, sólo Briony parecía real: ella estaba en su corazón y parecía que ni siquiera su propia muerte podría desalojarla de allí. Pensaba que llevaría su recuerdo aun a la morada más tenebrosa, hasta los pies del trono de Kernios, pero todas las otras cosas que le habían enseñado a considerar importantes eran meros abalorios en un cordel deshilachado.

* * *

Ferras Vansen no notó que el monstruo herido despertaba. La criatura había yacido varias horas con los ojos cerrados, y de pronto Vansen descubrió la mirada roja que lo escrutaba desde ese rostro espantoso.

Sintió una presión detrás de los ojos, una intrusión dolorosa que le zumbaba en la cabeza como una avispa encerrada. Retrocedió un paso, preguntándose con qué magia lo atacaba esa cosa fantasmagórica, pero los ojos rojos se ensancharon y el zumbido cesó abruptamente, dejando sólo un rastro de confusa interrogación, como una voz oída en los últimos momentos del sueño.

—No puedo decirlo —dijo el príncipe Barrick—. ¿Usted puede?

—¿Decirlo…? ¿A qué os referís? —Vansen miró al crepuscular, que yacía con la cabeza apoyada en una silla de montar, débil y apático. Si se preparaba para atacar, lo disimulaba bien.

—¿Usted no le ha oído? —Pero ahora Barrick parecía confundido, y se frotaba la cabeza, haciendo muecas como si le doliera—. Dijo que quiere saber por qué lo salvamos, ya que es nuestro enemigo. Pero no sé por qué lo hicimos; no puedo recordarlo.

—Vos me dijisteis que lo hiciéramos, alteza… ¿No lo recordáis? —Vansen hizo una pausa. También él era arrastrado a la locura justo cuando no podía permitirse el lujo de perder el juicio, detrás de la Línea de Sombra—. ¿Por qué decís que lo dijo? Él no dijo nada, príncipe Barrick. Se acaba de despertar y no dijo nada.

—Dijo algo, aunque no pude entenderle todo. —Barrick se inclinó hacia delante, mirando intensamente al desconocido—. ¿Quién eres? ¿Por qué te conozco?

El crepuscular lo miró a su vez. Vansen volvió a sentir una presión detrás de los ojos y los oídos empezaron a dolerle como si hubiera contenido el aliento demasiado tiempo.

—Sin duda habrá oído eso. —Barrick había cerrado los ojos, como si escuchara una música fascinante.

—¡Alteza, no dijo nada! ¡Por el amor de Perin Padre Celestial, no tiene boca!

El príncipe abrió los ojos.

—Aun así, habla y yo le oigo. Se llama Gyir Farol de Tormentas. Su misión es ver al rey de su pueblo, los que llamamos hadas o crepusculares. La dama Yasammez, su ama, lo ha enviado. —Barrick sacudió la cabeza—. Yo no conocía su nombre hasta ahora, pero Yasammez también es mi ama. —Se le nubló la cara como si recordara un terrible dolor—. Tendría que amarla, pero no la amo.

—¿Amarla? ¿De qué habláis? ¿Esa virago que dirigía al enemigo? ¿Esa zorra erizada de espinas que empuñaba la espada blanca? Los dioses nos guarden, príncipe Barrick, os debe haber embrujado.

El chico pelirrojo volvió a sacudir la cabeza, esta vez enérgicamente.

—No. No es así. No sé cómo lo sé, ni siquiera sé bien qué sé, pero sé que no es la verdad. Ella me reveló cosas. Me clavó los ojos y me encomendó una tarea. —Se volvió hacia Gyir, que miraba con los ojos brillantes y adustos de un zorro enjaulado. Por un momento, Barrick pareció ser el mismo de antes—. Dime, ¿por qué me ha escogido? ¿Qué desea tu ama?

Vansen no oyó la respuesta, pero volvió a sentir la presión en la cabeza, más suave esta vez.

—Pero tú gozas de su confianza —dijo Barrick, como si entablara una conversación normal—. Eres su mano derecha.

La respuesta, fuera cual fuese, no satisfizo al príncipe. Agitó la mano con frustración y se volvió hacia el fuego, negándose a hablar más.

Ferras Vansen miró a esa criatura imposible. Gyir, si realmente se llamaba así y no era una locura del príncipe, no parecía dispuesto a moverse, y menos a tratar de escapar. El enorme verdugón de la frente aún rezumaba sangre, y tenía otras heridas feas que parecían mordeduras de esos extraños simios lagarto, pero aun así el capitán no podría dormir mientras ese engendro yacía al otro lado del fuego. ¿De veras el príncipe hablaba con él? ¿Y cómo sobrevivía esa cosa sin boca y sin nariz? Era descabellado. ¿Cómo respiraba, cómo comía?

Estoy atrapado en una pesadilla, pensó, y empeora a cada momento. Ahora hemos invitado a un enemigo despiadado a compartir nuestro fuego. Se apoyó en una incómoda raíz de árbol con la esperanza de que lo mantuviera despierto y alerta. Una pesadilla en la vigilia, y lo único que quiero es dormir…

La lluvia amainaba cuando Vansen despertó, pero aún goteaba agua de los árboles, tamborileando en la gruesa alfombra de hojas y agujas caídas como mil pisadas sofocadas. La única luz era ese difuso fulgor gris.

Vansen gruñó. Odiaba ese lugar. Había esperado no volver a ver ese lado de la Línea de Sombra, pero en cambio (como si los dioses hubieran escuchado su deseo y decidieran gastarle una broma cruel) parecía que no podía alejarse de allí.

Se despabiló de golpe, comprendiendo que se había adormilado contra su voluntad, con uno de esos mortíferos crepusculares en su campamento. Se puso de pie, pero la extraña criatura llamada Gyir estaba dormida: con la cabeza sin rostro envuelta en su capa oscura, casi parecía un hombre verdadero.

El príncipe también dormía, pero un temor supersticioso instó a Vansen a arrastrarse por la húmeda alfombra de hojas muertas que los separaba para mirarlo mejor. Todo estaba bien: el pecho de Barrick subía y bajaba. Vansen estudió la pálida cara del joven, con esa piel tan blanca que aun a la luz del fuego se le veían las venas azules bajo la superficie. Se sintió fatigado y derrotado. ¿Cómo podía cuidar de un joven frágil, y para colmo loco, en medio de tanta extrañeza, de tantas amenazas?

Se lo prometí a su hermana, le di mi palabra. Aun aquí, en el fin del mundo, un juramento significaba algo, quizá todo. De lo contrario, el mundo se tambaleaba, los cielos se desmoronaban, todo perdía sentido.

* * *

—Gyir cabalgará conmigo —anunció Barrick.

El crepuscular se movió, despertándose, o al menos revelando que estaba despierto. Vansen se acercó al príncipe para hablarle en voz baja.

—Alteza, os ruego que recapacitéis. No sé qué magia os posee, pero ¿qué motivo podéis tener para llevar con nosotros a este enemigo cuya raza está empeñada en destruir a nuestra especie?

Barrick sacudió la cabeza.

—No puedo explicarlo, Vansen. Sé lo que debo hacer, y es más importante de lo que usted cree. Yo tampoco lo entiendo, pero sé que es verdad. —El príncipe parecía más animado que nunca desde que habían salido de Marca Sur semanas antes—. Y también sé que este hombre, Gyir, debe cumplir su misión. Cabalgará conmigo. Ahora devuélvale su armadura y su espada. Estas tierras son peligrosas.

—¿Qué? No, alteza, no le devolveré la espada, aunque me acuséis de traición.

Gyir se había despertado. Vansen vio que la cara lisa de la criatura tenía una expresión que parecía burlona: bajaba los párpados y giraba lentamente para eludir la mirada de Vansen. Eso lo enfureció, pero también le hizo preguntarse cómo vivía esa criatura, cómo comía y respiraba. Si no podía formar una expresión reconocible en la piel curva de la cara, ¿cómo se comunicaba con los demás? El príncipe ciertamente parecía creer que lo comprendía.

* * *

Gyir conservó su peto azul nube y su yelmo, pero dejó el resto de la armadura donde había quedado. La hierba ya parecía cubrirla. El alto crepuscular se sentó detrás de Barrick en el extraño caballo oscuro que el príncipe había llevado desde el campo de batalla. Ese demonio podía desnucar al muchacho en un santiamén, pero Barrick no estaba atemorizado de tenerlo tan cerca. Juntos parecían un engendro bicéfalo salido de un viejo friso, y Vansen hizo la señal de los Tres, pero si esta invocación a los dioses verdaderos molestaba a Gyir, no dio indicios de ello.

—¿Adonde vamos, alteza? —preguntó Vansen fatigosamente. Hacía tiempo que había perdido toda autoridad en ese viaje, y no tenía sentido fingir lo contrario.

—Por allá —dijo Barrick, señalando—. Hacia las alturas de M’aarenol.

Ferras Vansen ignoraba cómo el príncipe podía distinguir algún detalle en ese eterno crepúsculo. Gyir volvió los ojos rojos hacia Vansen, y por un instante el capitán oyó una voz dentro del cráneo, como si el viento hubiera soplado un puñado de palabras sin que él las oyera al principio, palabras que eran casi imágenes.

Un largo trayecto, parecían decir. Un largo y peligroso trayecto.

Ferras Vansen se resignó a sacudir las riendas, volver grupas y cabalgar siguiendo el rumbo que Barrick había señalado. Una vez Vansen había sido presa de la locura en ese lugar, o al menos había estado muy cerca de ella. Quizá tuviera que aprender a convivir con la locura, tal como un pez vivía en el agua sin ahogarse.