16
Fuegos nocturnos
Hija Pálida dijo a su padre Trueno que había visto a un apuesto caballero vestido con armadura perlada, con un cabello que era como el claro de luna sobre nieve, y que su corazón ahora cabalgaba con él. Trueno supo que era su medio hermano Destello de Plata, uno de los hijos de Brisa, y le prohibió salir de la casa. La música entre padre e hija perdió su nota más pura. El cielo de la casa del dios se llenó de nubes.
Cien lucubraciones
del Libro de la Lamentación
Al cabo de tantos siglos, a Yasammez le costaba acostumbrarse de nuevo a la luz del día. Aun ese tímido sol invernal tapado por las nubes la deslumbraba desde que despuntaba hasta que se ocultaba tras las colinas. Le disgustaba, pero también la maravillaba: ¿así había sido antaño, caminar por estas tierras meridionales, moviéndose bajo la esfera de Fuego Blanco todos los días, en una luz tan brillante que transformaba las sombras en franjas negras? No lo recordaba.
Había tomado la ciudad de los mortales, pero no servía de nada sin el castillo. Era peor que nada, porque el tiempo jugaba contra ella. Yasammez se había preparado para el fuego y la sangre, para su postergada muerte, para una victoria sin sentido o la contundencia de la derrota, pero no se había preparado para esperar. Parecía que esta larga pausa se prolongaría hasta que ese sol olvidado se consumiera y el mundo quedara a oscuras. Maldijo el Pacto del Cristal y su necedad por aceptarlo. Nunca debió permitir que le ataran las manos. Aunque diera resultado, le compraría sólo unas lunas de vida a la persona que amaba, y la pérdida final sería aún más desgarradora.
Como de costumbre, el traidor la aguardaba en la escalinata del salón que ella había ocupado, un mercado o corte donde los mortales otrora habían practicado las insignificantes rutinas de su breve y ajetreada vida. Cuando ella se acercó, el hombre que los soleados habían llamado Gil, el mozo, alzó la vista y puso su sonrisa lenta y triste. Su rostro, ahora tan humano que ella apenas podía reconocer al que había sido antaño, parecía tan inexpresivo y opaco como la masilla.
—Buenos días, mi señora —dijo él—. ¿Me matarás hoy?
—¿Tenías otros planes, Kayyin?
El rey le había hecho algo que aún le impedía hablar mente a mente, así que habían adoptado el lenguaje cortesano de Qul-na-Qar, la lengua común de cien pueblos. Yasammez, que nunca había derrochado ni siquiera palabras silenciosas, pensó que éste era otro modo en que el ciego Ynnir atentaba contra sus planes, privando a su mente de reposo.
Kayyin se levantó para seguirla al interior, con las manos en la túnica. Dos guardias la miraron, esperando que ella ordenara que le cerraran el paso a esa extraña criatura, pero ella se dejó seguir.
—Hoy no deseo hablar contigo —le advirtió.
—Entonces no hablaré, mi señora.
Sus pisadas resonaron en el salón. No había nadie en esa habitación de madera, salvo los dos o tres servidores silenciosos, vestidos con ropa oscura, que aguardaban en la galería. Yasammez prefería que fuera así. Su ejército contaba con una ciudad entera para instalarse. Este lugar era de ella, con lo cual la presencia del traidor era aún más irritante.
Yasammez, la dama Puerco Espín, se acomodó en su dura silla de respaldo alto. Su indeseado visitante se sentó a sus pies con las piernas cruzadas. Un sirviente oriundo de Shehen apareció como si surgiera de la nada, y esperó hasta que Yasammez le dio la señal de marcharse. Ella no quería nada. Tampoco tenía nada. La habían burlado y ahora pagaba el precio.
—No te mataré hoy, Kayyin —dijo al fin—. Por mucho que me fastidies. Lárgate.
—Es interesante —dijo él, como si no hubiera oído la última parte—. Ese nombre aún no me parece real, aunque durante siglos consideré que yo era esa persona. Pero mientras vivía en tierras de los mortales me transformé en Gil, y aunque en cierto modo pasé esos años en letargo, es como tratar de olvidar un sueño poderoso.
—Conque primero me traicionas y ahora estás dispuesto a renunciar a tu pueblo.
Él sonrió, pues había logrado que ella se prestara a conversar. En los tiempos en que eran íntimos, o tan íntimos como Yasammez podía permitirlo, siempre había disfrutado del deporte de hacerle hablar. Ya nadie se interesaba en esas cosas. Era uno de los motivos por los que ella sentía inquietud al ver ese rostro alterado y ahora ajeno.
—No renuncio a nada, mi señora, y lo sabes. He sido un títere, primero tuyo, luego del rey, y nadie puede culparme por mi deslealtad. Hace sólo una luna que recordé quién era realmente. ¿Por qué me consideras un traidor?
—Tú lo sabes. Me fiaba de ti.
—¿Te fiabas de mí? Aún eres cruel, mi señora, aunque el tiempo te haya cambiado en otros sentidos. —Sonrió, pero la burla estaba mezclada con auténtica aflicción—. El rey fue más sabio de lo que pensabas. Y más fuerte. Me hizo suyo. Me envió a vivir entre los mortales. Y eso ha rendido sus frutos, ¿verdad? Por el momento, nadie está muriendo.
—Sólo tendrían que haber muerto los soleados. Habíamos ganado.
—¿Ganado qué? ¿Una muerte más gloriosa para todo el Pueblo? Parece que el rey tiene otras ambiciones.
—Es un necio.
Kayyin alzó la mano.
—No intento inmiscuirme en las rencillas de los altísimos. Tú me elevaste, pero no lo suficiente. —La miró por el rabillo del ojo, quizá preguntándose si esa pequeña provocación la había avergonzado, pero Yasammez no se inmutó. Ya era vieja cuando el padre de Kayyin había luchado junto a ella contra el hijo bastardo de Umadi Sva, y ella lo había abrazado mientras él agonizaba presa de sus quemaduras en el Llano Tembloroso. Si hubiera sido capaz de llorar la muerte de alguien, habría llorado entonces. No, no estaba avergonzada. Al menos, no por lo que hubiera pasado con Kayyin.
Al cabo de un largo silencio, el traidor rió.
—Era extraño vivir entre los mortales. No son tan diferentes de nosotros.
Ella no se dignó honrar esa blasfemia con una respuesta.
—He meditado mucho desde que regresé a ti, mi señora, y creo entender parte del pensamiento del rey. Quizá esté menos dispuesto que tú a destruir a los mortales porque cree que no son del todo culpables.
Ella le clavó los ojos.
—Incluso es posible que nuestro rey, en su laberíntica sabiduría, apuntalada por la voz de sus ancestros, que también son los tuyos, haya llegado a creer que quizá hayamos contribuido a provocar nuestra lamentable situación.
Yasammez se levantó con ciega furia, y su figura vibró, erizándose de espinas. En ese momento Kayyin se aproximó más que nunca a la muerte que le habían prometido. Pero ella alzó un dedo helado y trémulo y señaló la puerta.
Él se levantó con una reverencia.
—Sí, mi señora. Necesitas tu soledad, desde luego, y con las cargas que sobrellevas, te la mereces. Aguardaré nuestra próxima conversación.
Mientras salía, el recinto se pobló de sombras fluctuantes.
* * *
Hacía rato que ese sol cegador se había puesto. Yasammez permanecía en la oscuridad.
Una voz suave floreció dentro de su cabeza.
¿Puedo hablar contigo, mi señora?
Ella dio su autorización.
La puerta se abrió. La visitante entró, deslizándose como una hoja en un arroyo. Era casi tan alta como Yasammez, y esbelta como un sauce joven. Su túnica blanca parecía moverse más despacio que ella, ondeando como si estuviera bajo el agua.
¿Han cambiado las cosas, Aesi’uah?, preguntó Yasammez.
La mujer se detuvo ante la silla e hizo una reverencia ritual, extendiendo las manos mientras erguía la cara. Sus ojos azules destellaron como la luz de sol en un vitral, dando al rostro cierta animación: salvo por eso, esa mirada fulgente podría haber pertenecido a una estatua antigua.
Han cambiado, pero apenas. Aun así, pensé que debía informarte.
Alguien que no fuera Yasammez, alguien que no fuera la imperturbable dama Puerco Espín, habría suspirado. Ella se limitó a asentir.
Su principal eremita extendió de nuevo los brazos, esta vez en la postura de revelar la verdad. Aesi’uah era de sangre nocturnal, y aunque su ascendencia qar había diluido esa sangre, había heredado algo de esos antiguos antepasados, aparte de la mirada pétrea: sentía un absoluto desinterés por las mentiras y los discursos políticos, y por eso era la favorita de Yasammez en la orden eremita.
El contacto del cristal del rey lo ha inquietado.
¿Ya está despertando?
No, mi señora. El rostro era plácido, pero no las palabras. Pero siente agitación, y hay algo distinto, aunque ignoro qué. Está como afiebrado, nervioso, lleno de sueños perturbadores.
Yasammez quiso fruncir el ceño, pero había perdido el hábito de demostrar sus emociones.
No sabemos nada sobre sus sueños.
En efecto. Aesi’uah inclinó la cabeza. Pero no son sueños comunes. Además, contagia su inquietud a los demás durmientes.
Estaba a punto de preguntar a la eremita cuánto faltaba para que todo concluyera de una vez por todas cuando otra voz le habló en la cabeza, débil como un viento moribundo.
¿Dónde estás…? ¿Me oyes? ¿Me reconoces?
Claro que te reconozco, mi corazón. Yasammez sintió terror, pero intentó excluirlo de sus pensamientos. ¿Cómo pudiste dudarlo?
La persona que amaba se fue por un instante, regresó, suspirando, en jirones.
Tanto frío. Tanta oscuridad.
Yasammez hizo una señal para dar por concluida la audiencia. La impasible Aesi’uah extendió las manos y abandonó la sala como un barco fantasma navegando bajo la luna.
Háblame, corazón, dijo Yasammez.
Temo… que pronto caeré… en el largo sueño…
No. Estás recobrando las fuerzas. He enviado el cristal.
¿Dónde está? Me temo que no llegará nunca. Eran pensamientos tímidos y sencillos como los de un niño. Esto era lo que más atormentaba a Yasammez.
Gyir lo llevará, prometió. Es joven y fuerte y sus pensamientos son claros. Llegará a tiempo.
¿Y si no llega…?
Ni pienses en ello. Yasammez expresó enfáticamente este pensamiento. Él llegará y tú recobrarás tu fuerza. Llevaré las piedras calcinadas de las ciudades de los soleados para hacerte un collar.
Aun así… aun así…
Calma, corazón mío. Ni siquiera los dioses pueden deshacer lo que existe. Descansa. Me quedaré contigo hasta que concilies el sueño; no el sueño largo, sino el corto. No temas. Gyir llegará.
Luego se aferró a ese pensamiento tenue y lo alentó, aunque aleteaba en la oscuridad como un pájaro moribundo, entre aterrado y exhausto. Las sombras volvieron a fluctuar en el salón, ondulando en la noche mientras ella recobraba su aspecto, pero esta vez con mayor suavidad: zarcillos en vez de espinos, manos protectoras en vez de garras mortíferas, mientras la dama Puerco Espín intentaba tranquilizar al único ser viviente que había amado de veras.
* * *
Era un día frío y gris, con ráfagas de lluvia, y aunque las puertas de la sala de Effir Dan-Mozan estaban abiertas al patio como de costumbre, habían encendido un gran brasero para caldearla. Cuando Briony entró, el mercader estaba inclinado (una tarea ardua, dada su barriga de hombre rico) para calentar sus manos enjoyadas ante las brasas.
—Ah, Briony-zisaya —dijo—. ¿No habéis dejado la comida demasiado pronto? No quise interrumpir.
—Ya había terminado, maese Dan… Effir. Gracias. El sirviente dijo que tú y Shaso deseabais hablar conmigo.
—Sí, pero lord Dan-Heza aún no ha llegado. Poneos cómoda, por favor. —Señaló unas sillas dispuestas en semicírculo alrededor del brasero—. Es un día pésimo, pero no soporto tener las puertas cerradas. —Se rió—. Me gusta ver el cielo. Cuando lo miro, es como si estuviera en casa. —La sonrisa se agrió—. Bien, hoy no. En Tuan no tenemos un cielo así. Cuando llegan las lluvias, vamos al templo para dar gracias. Sospecho que aquí ocurre lo contrario.
Briony sonrió.
—Nunca he visto una casa como ésta, tan baja, con el jardín en el centro. ¿Así vive la gente en Tuan?
—Más o menos. Así son las casas más bonitas, sí. Aunque lamento no poder mostrarte el hogar de mi familia en Dagardar. Mucho más amplio, con muebles más finos… hasta que fue saqueado y quemado por los soldados del viejo autarca. Aun así, no me quejo. Los reinos de la Marca han sido generosos con un exiliado.
—De todos modos, es una casa muy bonita.
—Sois muy amable. Y tenéis la cortesía de no preguntar por qué un hombre rico vive en una zona tan insalubre de Puerto Lander.
Briony se sonrojó. Se había hecho esa pregunta muchas veces.
—En lo alto de la colina tienen mejor vista.
—Así es, princesa. Y eso despierta envidia. Un hombre como yo puede construir una hermosa casa entre otras gentes de tez oscura y nadie lo toma a mal. Pero si quisiera construirla en un barrio donde un aristócrata como Iomer M’Sivon o los mercaderes nativos tuvieran que verme todos los días, el vecindario pronto me resultaría más desagradable que éste. —Sonrió con cierta picardía—. Lo importante en esta vida no es sólo saber quién eres sino dónde estás.
Entró Shaso, vestido como si hubiera salido, con la cabeza oculta por una bufanda y un sombrero mojado. Se sacudió la lluvia de la capa y la arrojó sobre una silla. A Effir Dan-Mozan no le gustó que salpicaran sus suelos alfombrados.
Shaso se quitó el sombrero y se sentó.
—Llegó un barco de Hierosol —dijo a modo de explicación—. Los marineros bebían y hablaban. Y yo escuchaba.
—¿Y qué has averiguado? —preguntó Effir, que había recobrado su buen humor.
—Hierosol se está preparando. Están acelerando la reparación de varios dromones (así llaman a sus barcos de guerra, princesa) que esperaban en dique seco. Drakava también ha llamado a sus capitanes, que recorrían la frontera kracia castigando a los que se negaban a pagar sus impuestos. Parece que esperan un asedio.
—¿Y mi padre?
Shaso meneó la cabeza.
—Éstas son noticias traídas por marineros, alteza. No tienen el menor interés en la política ni en los prisioneros. Como suele decirse, la falta de noticias es buena noticia. Pero ignoramos qué sucederá cuando Drakava comprenda que ahora Marca Sur no le enviará ningún rescate.
—¿A qué te refieres? —dijo ella acaloradamente, pero comprendió que Shaso tenía razón: Hendon Tolly no tendría el menor interés en que regresara el rey Olin—. ¡Ah, esos… cerdos! ¿Ludis Drakava tomará represalias?
—No lo creo. —Shaso meneó la cabeza, pero no la miró a los ojos. Por falta de práctica, no era ducho en el arte del engaño—. No tiene nada que ganar y mucho que perder: se quedaría sin la ayuda de los países del norte si es atacado por Xis.
Como intuyendo las dudas y temores de Briony, Effir batió las palmas.
—¡Bebamos algo caliente! Un día helado como éste te cala los huesos si no tienes cuidado. ¡Talibo! Ah, no espera, hoy no está en casa; salió a atender un asunto personal. —Volvió a batir las palmas, y al fin uno de sus servidores más viejos y achacosos entró con paso lento. Tras pedirle vino con especias, Effir se frotó las manos y se puso a hablar, quizá con la intención de impedir que la conversación volviera al terreno incierto de unos instantes atrás—. Os hemos traído aquí porque ha llegado el momento de trazar planes, princesa.
—¿Qué planes?
—Ya veréis, ya veréis. —Effir se volvió a Shaso—. ¿Mi señor?
—No podemos quedarnos aquí para siempre —dijo el viejo tuaní—. Vos misma me lo habéis dicho, alteza.
—¿Adónde iremos? —Briony sintió que su corazón daba un vuelco—. ¿A ver a mi padre?
—No. —Él frunció el ceño—. De ninguna manera, Briony. Te he dicho que no podemos hacer mucho por él, y sería una necedad injustificable ahora que el autarca planea un ataque contra Hierosol. Necesitamos aliados, pero hay poca gente en la que podamos confiar.
—Pero debe quedar alguien que crea en el honor. —Briony apretó los puños—. Por el santo Trígono, ¿todos se quedarán de brazos cruzados mientras nos roban el trono? ¿Qué hay de Brenia y Setia…? ¡Les hemos enviado ayuda infinidad de veces!
—Los otros monarcas harán lo que les convenga a ellos y a su pueblo. Yo os daría el mismo consejo. —Shaso alzó la mano para contener su réplica indignada—. No es tan malo como parece, alteza. Las alianzas que podamos pactar serán más claras si no las enturbiamos con ideas como el «honor». Mientras podamos brindar algún beneficio a nuestro nuevo aliado, seguirá siendo nuestro aliado: un convenio sencillo y limpio. Y la situación no es tan desesperada como la pinté antes. No necesitamos un ejército entero para recobrar Marca Sur. Sólo necesitamos la fuerza suficiente para impedir que Tolly os aprese y os mate, o que os denuncie por impostora… Nos las podríamos apañar con un contingente pequeño. Si evitamos que nos venzan de inmediato, podremos revelar vuestra existencia al pueblo de Marca Sur y denunciar a los Tolly como asesinos y usurpadores. Ése es el primer paso.
Briony frunció el ceño.
—¿Por qué es sólo el primer paso? Si podemos llevar a cabo ese plan, se resolvería el problema.
Shaso chasqueó la lengua.
—¡Pensad, alteza! ¿Creéis que Hendon Tolly se rendirá sin más, aunque lo denuncien como usurpador? No, él y su hermano Caradon saben que deberán retener lo que han robado o morir como traidores. Hendon se atrincherará en Marca Sur como un tejón en un agujero y Caradon lo reforzará. Cualquiera que intente expulsar a Hendon se encontrará atrapado entre los muros del castillo y el ejército de Estío.
—¿Conque necesitamos un ejército pero no necesitamos un ejército? No tiene sentido.
—Reflexionad, alteza —dijo Shaso.
Odiaba que la gente mayor le hablara así. Lo que decía era: Ya conozco la respuesta porque soy mayor y sé sobre estas cosas, pero tú necesitas aprender a pensar, y entonces serás sabia y maravillosa como yo.
—No sé.
—¿Qué es lo que necesitamos?
Effir Dan-Mozan, entre tanto, observaba el diálogo con vivo interés, como si fuera el espectador de una competición fascinante. Briony recordó algo.
—¿Qué dice mi padre siempre cuando juega al cuadrado del rey? —le preguntó a Shaso—. Es una cita de uno de esos antiguos filósofos, creo.
—Ah, sí. «Al trazar planes estudiamos más los errores de la cautela que los errores de la audacia, pero casi nunca los estudiamos después de una victoria». Dicho de otro modo, si uno es demasiado cauto tiene más probabilidades de vivir, pero menos probabilidades de ganar. Es uno de sus epigramas favoritos, y uno de los motivos por los que lo admiro.
—¿De veras? —Le complacía que alguien, y sobre todo Shaso, hablara de su padre como una persona viva y no como si ya estuviera muerto, así que perdonó al viejo su actitud profesoral.
—Sí, es uno de los hombres más reflexivos que he conocido, pero no teme moverse con rapidez y audacia cuando es necesario correr riesgos. Así me derrotó en Hierosol.
—Cuéntamelo.
—Ahora no. Debemos encarar nuestra situación actual, no evocar antiguas batallas. —¿Estaba esbozando una sonrisa?—. Ahora pensad. ¿Qué necesitamos en verdad?
—Hacer algo audaz, supongo; recobrar nuestro castillo.
—Sí. Y sólo lo recobraréis cuando los Tolly sean expulsados o muertos. Pero, como decía, no necesitamos un ejército. Podemos reclutar hombres de los reinos de la Marca e incluso dentro de los muros de Marca Sur, si podemos conservaros con vida el tiempo suficiente.
—Así que necesitamos un aliado que cuente con una pequeña tropa. —Reflexionó—. ¿Pero quién? Dijiste que no podíamos confiar en nadie.
—Debemos crear esa confianza, encontrar un aliado que quiera negociar con nosotros. Y debemos hacer algo audaz para encontrar a ese aliado. Sin duda Hendon ha llenado los caminos de Brenia y Setia de espías y asesinos. Sin duda tiene gente en todas las cortes de los reinos de la Marca, que quizá se presenten como emisarios de la corte del infante.
—Voy a matarlo.
—Dominad vuestra furia, alteza. Pero creo que podemos hacer algo que Hendon no sospecha. Como decía, dudo que los otros monarcas os ayuden por bondad.
»Creo que Sian es nuestra mayor esperanza. Ante todo, el rey Enander no siente aprecio por la corte de Estío, desde los días en que Lindon Tolly, el viejo duque, intentaba casar a su hermana con vuestro padre. Cuando vuestro padre eligió a vuestra madre, Lindon estaba tan empeñado en crear un lazo con el trono de los reinos de la Marca que despreció a un sobrino de Enander y desposó a su hermana Ethna con el hermano menor de vuestro padre, Hardis…
Briony sacudió la cabeza.
—Los dioses nos ayuden. Recuerdas la historia de mi familia mejor que yo…
Shaso la miró con severidad.
—No se trata de la historia de la familia, y lo sabéis muy bien… Así es como se urden las alianzas… y las traiciones. —Frunció el ceño, reflexionando—. En todo caso, Enander de Sian puede simpatizar con vuestra causa, pues nunca perdonó del todo a los Tolly, pero se cobrará un precio.
—¿Un precio? ¿Qué clase de precio? Por los dioses, ¿acaso el tratado de Brezal Gris no significa nada? Anglin los salvó a todos, y Sian y los demás prometieron que siempre acudirían en nuestra ayuda. —Reprimió varias palabras muy poco femeninas: Shaso había oído lo peor de su vocabulario mientras la adiestraba, pero le daba vergüenza maldecir frente a Dan-Mozan—. Además, mientras no recobremos Marca Sur no podemos ofrecer nada a esa gente codiciosa…
—Enander de Sian no es demasiado codicioso, pero ese tratado tiene siglos de antigüedad, por mucho que lo reverencien en los reinos de la Marca. Quizá se conforme con oro cuando recobremos vuestro trono, pero creo que también tiene un hijo casadero, y dicen que es un hombre agraciado…
—¿Así que debo venderme para recobrar el trono? —Se sentía tan acalorada que se alejó del brasero—. ¡Daría lo mismo que casarme con Ludis Drakava!
—Creo que el príncipe sianés será un cónyuge mucho más agradable, pero esperemos que haya otro camino. —Shaso frunció el ceño y asintió—. Y si nos excusáis, alteza, quizá Effir y yo podamos iniciar averiguaciones en Sian. En todo caso, tenemos que apresuramos.
Briony estaba furiosa y afligida, pero procuró no demostrarlo.
—Desde luego, me casaré para salvar el trono de mi familia… si es la única manera.
—Entiendo, alteza. —Shaso la miró con algo que se podía interpretar como afecto paternal, aunque ella sabía que el viejo evitaría esa emoción como un picor irritante—. No venderé vuestra libertad si puedo evitarlo, pues me he pasado la vida luchando para conservar la mía.
* * *
Triste y confusa, Briony bebió más que de costumbre de ese vino dulce que tanto gustaba a Idite y las otras. En consecuencia, cuando se despertó en la oscuridad se encontraba aturdida y tardó en recordar dónde estaba y qué sucedía.
Una de las muchachas más jóvenes, cubierta de la cabeza a los pies con una manta, como una nómada del desierto, estaba en la puerta.
—Señora Idite, hay hombres a las puertas, y exigen que los dejemos entrar —exclamó—. Su esposo el Dan-Mozan está discutiendo con ellos, pero dicen que la derribarán si no los deja pasar.
—Por la Gran Madre, ¿quiénes son? ¿Ladrones? —Aunque Idite estaba asustada, trataba de mantener la misma voz que cuando contaba historias por la noche.
La muchacha de la puerta se tambaleó.
—Dicen que son hombres del barón Iomer. ¡Dicen que estamos asilando a gente peligrosa!
Briony se levantó, pero se le aflojaron las rodillas y casi cayó al suelo. Gente peligrosa: sólo podían referirse a una fugitiva como ella. Y a Shaso, recordó. Aún podían acusarlo de asesinato.
—Vestíos, muchachas —dijo Idite, elevando la voz en un intento de aplacar los asustados murmullos—. Debemos prepararnos para afrontar problemas, y debemos estar vestidas con decencia si irrumpen extraños.
Briony no se preocupaba tanto por su decencia como por su capacidad para defenderse. Vaciló sólo un instante antes de ponerse la túnica holgada y los pantalones del sobrino de Effir, luego cogió el único calzado práctico que Idite le había dado, sandalias de cuero que le permitirían correr o luchar si era necesario. Metió las dagas yisti en el cinturón de tela de la túnica y se puso la bata para ocultar la ropa masculina y las dagas, con la intención de mezclarse con las otras mujeres.
Mientras voces airadas resonaban en la casa, Briony vio que Idite se proponía mantener ocultas a las mujeres, con la esperanza de que todo se resolviera felizmente sin que ellas tuvieran que entrar en contacto con los hombres del barón. Briony no quería aguardar pasivamente. Los aposentos de las mujeres tenían pocas salidas, y si las cosas salían mal quedaría atrapada como una rata en un tonel.
Pasó junto a la joven Fanu, que intentó aferrarle el brazo mientras Briony salía al corredor.
—¡Regresa! —gritó Idite—. ¡Br… querida!
Mientras corría hacia el frente del hadar, Briony agradeció que Idite hubiera tenido el buen tino de no llamarla por el nombre. Los pasillos estaban llenos de voces clamorosas y luces oscilantes, y por un momento tuvo la sensación de haber caído en un remolino temporal que la había llevado de vuelta a esa espantosa noche en que habían asesinado a Kendrick en la residencia.
Se tambaleó un poco al llegar a la sala principal, y se detuvo para apoyarse en la jamba de la puerta. Flotaba un denso humo y se oían voces de hombres que discutían. Miró la sala atestada y vio una docena de hombres con armadura que empujaban a media docena de sirvientes de Dan-Mozan, gritándoles como si pudieran obligarlos a entender una lengua desconocida por la fuerza. Varios cuerpos con túnica yacían al pie de los soldados.
Mientras Briony miraba horrorizada, tratando de ver si alguno de ellos era Shaso, un hombre con armadura pateó un brasero, desparramando rescoldos por todas partes. Los sirvientes descalzos gritaron e hicieron piruetas para eludir las brasas mientras se alejaban de las armas de los soldados.
—¡Si no habláis —gritó un soldado con barba—, incendiaremos este nido de traidores! —Se agachó, recogió una antorcha que humeaba sobre una cara alfombra y la acercó a una colgadura. Los sirvientes gimieron mientras las llamas trepaban por el antiguo tapiz y comenzaban a lamer las vigas del techo.
Briony hurgó en la túnica buscando la daga, aunque no tenía idea de lo que podía hacer, cuando alguien le cogió el cinturón de la túnica y la alejó de la puerta, llevándola hacia el pasillo.
Le dio un vuelco el corazón. ¡Atrapada! ¡Apresada sin siquiera tener un arma preparada para resistirse! Pero no era un soldado del barón.
—¿Qué estás haciendo? —jadeó Talibo, el sobrino de Effir—. ¡Te he buscado por todas partes! ¿Por qué te fuiste de los aposentos de las mujeres? —Le aferró el brazo antes de que ella pudiera responder y comenzó a arrastrarla por el pasillo hacia el fondo de la casa.
—¡Suéltame! ¿No lo has visto? ¡Están matando a los sirvientes!
—¡Para eso están los sirvientes, mujer estúpida! —La sala se llenaba de humo. Al cabo de unos pasos él se arqueó para toser, pero antes de que ella pudiera zafarse recobró el aliento y comenzó a arrastrarla de nuevo.
—¡No! —Briony logró liberar el brazo—. ¡Tengo que encontrar a Shaso!
—Tonta, ¿quién crees que me envió? —La cara de Tal estaba tan llena de rabia y temor que parecía que rompería a llorar o se caería en pedazos—. La casa está llena de soldados. Él quiere que te esconda.
—¿Dónde está él? —Briony vaciló, pero los gritos de esos hombres desarmados que eran sacrificados como animales de granja eran aterradores.
—Él vendrá a ti, sin duda. ¡Date prisa! ¡Los soldados no deben encontrarte!
Se dejó arrastrar por el pasillo. El rugido hambriento del fuego que se propagaba era tan aterrador como los alaridos de los sirvientes.
Volvió a zafarse de él cuando llegaron a la parte de la residencia que estaba frente a la sala principal, con el jardín de por medio.
—¿Qué hay de tu tía y las demás mujeres?
—¡Los sirvientes las sacarán de aquí! Maldición, muchacha, ¿nunca haces lo que te dicen? ¡Shaso te está esperando! —Se puso detrás de ella y le aferró ambos codos, empujándola con pasos torpes por el pasillo hasta que salieron al patio que estaba detrás de la casa, donde se hallaban el establo, el huerto y el muladar. La empujó hacia el establo y casi la había obligado a pasar por la puerta cuando ella extendió los brazos y se frenó. Se movió a un lado, para dar la espalda a la pared y no a la puerta abierta, y metió la mano en la túnica.
—¿Qué estás haciendo? —gritó Talibo. Su cara apuesta y aniñada tenía una expresión tan exagerada como una máscara festiva. Ahora Briony veía las llamas encima de la casa, devorando el techo. Al otro lado de los muros de Effir Dan-Mozan, en las casas de las inmediaciones, encendían antorchas y faroles a medida que el vecindario despertaba en medio de ese terror.
—Dijiste que Shaso me estaba esperando. Pero antes dijiste que vendría a mi encuentro. ¿Dónde está? Creo que estás mintiendo.
Él la miró con cara de ofendido, como si ella hubiera arruinado una grata sorpresa.
—¿Conque eso crees?
—Sí. Creo que… —No terminó la frase porque Talibo le apoyó ambas manos en los senos y la empujó, haciéndola rebotar contra la pared y llevándola hacia la puerta, y luego volvió a empujarla, haciéndola tropezar y caer de espaldas en la mugre del establo.
—¡Cierra la boca, ramera! —gritó—. ¡Haz lo que te digo! ¡Regresaré!
Pero mientras él iba hacia la puerta, Briony se deslizó hacia él por el suelo húmedo. Le cogió la pierna y se puso de pie, y cuando Talibo se giró, se abalanzó sobre él, empujándolo contra las zarzas ásperas de la pared, y le apoyó la hoja curva de la daga yisti en la garganta. La intimidad de un beso, le había enseñado Shaso, la intimidad de la muerte.
—No vuelvas a tocarme, ¿te enteras? —jadeó—. Y me dirás todo lo que te dijo Shaso, todo lo que ha sucedido y lo que viste. Si mientes, te cortaré el cuero y te dejaré desangrarte en la bosta y el lodo.
Talibo dilató los ojos de largas pestañas. A la luz de la única vela que alguien había encendido allí (¿esperando su llegada?), Briony vio que el muchacho había palidecido, y se relajó un poco. ¿Dónde estaba Shaso? ¿El sobrino de Effir estaba mintiendo? ¿Cómo podían escapar cuando había soldados por doquier, y cómo habían averiguado que…?
Talibo tenía la mano abierta, pero el golpe que le dio en la cara fue tan duro e inesperado que Briony cayó hacia atrás, y la daga se perdió en la oscuridad. Por un instante sólo pudo jadear con furia impotente y gorgotear mientras la boca se le llenaba de sangre. Escupió una y otra vez, pero cada gota de su cuerpo parecía correr hacia la nariz y los labios. Trató de recobrar la daga mientras el sobrino del mercader se le acercaba, pero estaba fuera de su alcance. Ni siquiera la veía. Perdida, igual que ella.
—Zorra —rugió él—. Demonio. Ponerme un cuchillo en la garganta. Debería… Ya verás. —Escupió a sus pies—. Te pasarás un mes rogándome que te perdone por eso… ¡Un año!
Briony trató de decir algo, pero tenía la mandíbula desencajada y sólo pudo murmurar y escupir sangre. Bajó la mano por la pierna y la metió en la bota, pero la vaina estaba vacía. La otra daga se le había caído durante el forcejeo. Sintió un frío en el estómago. Estaba desarmada.
—Shaso, tu poderoso Shaso, ha muerto —dijo Talibo—. Vi que los soldados lo mataban: lo rodearon como un cerdo salvaje y lo lancearon. Fui yo quien les dijo dónde encontrarlo.
Ella tosió, y se frotó la boca partida.
—¿Tú…?
—Y también a mi tío. De él me encargué yo. Nunca volverá a insultarme, a llamarme consentido y perezoso. ¡Ja! Se pudrirá en las sombras de la tierra de los muertos y yo seré el amo aquí. Mis barcos, mis mercaderes, mi casa…
—¿Tú nos traicionaste…? —Le dolía hablar, pero la idea de Shaso asesinado la quemaba como fuego, como uno de esos carbones que se habían desparramado en el suelo de la sala momentos antes, una vida antes. No podía ser verdad, los dioses no podían ser tan crueles—. ¿Tú nos traicionaste a todos?
—No a ti, zorra, aunque me gustaría haberlo hecho. Pero te conservaré para mí y aprenderás a tratarme con respeto. —Jadeando, avanzó unos pasos hacia ella y se inclinó, manteniéndose fuera de su alcance, aunque ella había perdido la daga. Briony sintió un torvo placer: ese traidor ansiaba respeto, pero era él quien había aprendido a respetarla. Su cara era ridículamente joven para las emociones que revelaba a la luz de la vela, codicia y lascivia y regodeo en su propia crueldad—. Y si hubieras sido una mujer decorosa habrías estado a salvo aquí hasta que todo terminara. Ahora tendré que domarte como un caballo. ¡Te enseñaré a comportarte…!
Briony le enganchó el tobillo con el pie, tumbándolo. En vez de huir, se le abalanzó mientras él pataleaba en el suelo resbaladizo, tratando de levantarse. Lo derribó, pero él le rodeó el cuello con las manos. Algo duro le presionaba la espalda, pero ni reparó en ello. El sobrino del mercader era delgado pero fuerte, más fuerte que ella, y al cabo de unos instantes, mientras apretaba los dedos, la luz de la vela comenzó a oscilar y luego a estallar en flores de resplandor como los fuegos artificiales que habían surcado el cielo de Marca Sur para celebrar la boda de su padre con Anissa. Su mano encontró la cosa que le pinchaba la espalda.
El apretón de Talibo era tan poderoso que no se aflojó de inmediato aun después de que ella extrajo la segunda daga yisti de debajo de ella y se la clavó bajo la mandíbula con todas sus fuerzas. Talibo se enderezó, temblando y retorciéndose como una anguila en el fondo de un bote pesquero, y por un instante pareció que sus estertores la partirían en dos, pero al fin aflojó las manos.
Briony se quedó tendida, recobrando el aliento, tosiendo y escupiendo. Cuando logró respirar normalmente, se levantó. Oscilando, con las piernas trémulas, se agachó cautelosamente sobre el sobrino del mercador, por si fingía, pero estaba muerto: ni siquiera tembló cuando le extrajo la daga de la garganta, soltando un chorro de sangre oscura. Escupió sobre esa cara juvenil y agraciada (ahora enrojecida con la sangre de ella) y buscó la otra daga.
Cuando salió del establo, toda la casa estaba en llamas. Briony miró largo rato, como si se hubiera convertido en piedra, y luego fue cojeando por el patio hacia la sombra del muro. Encontró un lugar por donde podía subir, trepó con músculos trémulos y exhaustos, y se dejó caer en la fresca y maloliente oscuridad de una pila de basura.
Al llegar la mañana, Briony encontró un cubo de agua helada y trató de lavarse la sangre de la cara palpitante y dolorida; luego se ciñó la túnica sobre su ropa de varón; la ropa del varón que había matado, recordó sin emoción. Se caló la capucha y se sumó a la multitud que se había reunido frente a los restos humeantes de la casa de Effir Dan-Mozan. Algunos soldados del barón aún montaban guardia sobre las ruinas, así que no se acercó demasiado, y mucha gente de la muchedumbre hablaba idiomas xandianos, pues ésta era la parte más pobre de Puerto Lander, pero logró enterarse de que las mujeres de la casa habían escapado y se habían refugiado en casa de otra familia tuaní. Pensó en acudir a Idite, pero supo que era una idea tonta: ya lo habían perdido todo por causa de ella… ¿por qué ponerlas de nuevo en peligro? Nadie sabía con certeza qué había sucedido, pero muchos habían oído decir que habían capturado o matado a un criminal importante, que Dan-Mozan lo estaba ocultando y había perecido tratando de defender su secreto.
Sólo un varón de la casa había logrado escapar con vida. Briony tuvo un asomo de esperanza, pero luego alguien señaló al superviviente, un sirviente menudo y encorvado que reconoció pero cuyo nombre no recordaba. Estaba apartado de los demás, mirando las maderas humeantes y chamuscadas de lo que había sido su hogar. A solas en la multitud, tenía el aspecto que Briony suponía que tenía ella bajo la capucha: conmocionado, confundido, vacío.
Aquí ya no había nada para ella, salvo peligro y muerte. Los hombres del barón no habían procurado capturar a Shaso con vida, y para los Tolly él no era tan peligroso como ella. Briony estaba segura de que la mano de Hendon Tolly estaba en todo esto. ¿Por qué otro motivo Iomer, un hombre al que le interesaba poco la política, habría lanzado ese ataque fulminante?
Se armó de coraje y se sumó a la multitud que salía por las puertas de la ciudad, agachando la vista, sin mirar a nadie a los ojos. Pareció dar resultado: nadie la detuvo, y al cabo de una hora estaba en la carretera del acantilado. Caminó hasta llegar a un sitio donde había un tupido bosque junto al camino, y se internó en la arboleda. Encontró un lugar oculto rodeado de malezas, se ovilló sobre las hojas húmedas al pie de un roble casi desnudo, lejos de la carretera, y luego lloró hasta dormirse.