14
Perseguidos
Entonces reaparecieron Zmeos y sus parientes, y cuestionaron el derecho de Perin y sus hermanos a reinar en los cielos, pero los tres hermanos afrontaron ese agravio con calma. Durante largo tiempo vivieron en una inestable alianza hasta que Khors se prendó de Zoria, la hija virgen de Perin. Khors la codiciaba, así que la secuestró y la llevó a su fortaleza.
El principio de las cosas,
Libro del Trígono
Algo le tiraba del pelo.
Ferras Vansen soñaba con prados soleados, pero aun en ese hermoso lugar algo oscuro acechaba en la hierba, y tardó unos instantes en desprenderse de ese sueño escalofriante.
—¡Amo! —Skurn volvió a coger un mechón de pelo con el pico y tironeó. Vansen sintió el apestoso aliento del pájaro en la cara—. ¡Despierta! ¡Hay algo ahí!
Sueño, vigilia, todo daba lo mismo. Había temor y misterio por doquier. Vansen rodó. El pájaro bajó al suelo aleteando.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Nosotros no lo sabemos —susurró el pájaro—. Huele a cuero y metal. Y hay ruidos muy sigilosos.
Una sombra alta y amenazadora cayó sobre Vansen, bloqueando el fulgor del fuego. Despabilándose, empuñó la espada, enredándose en la capa que usaba como manta, pero la sombra no se movió.
Era Gyir, que extendía la mano en un gesto imperioso. Los ojos de ese rostro liso miraban a Ferras Vansen con radiante intensidad.
Dame. Vansen casi podía oír la palabra, aunque la criatura sin rostro no había hablado en voz alta. Dame.
—Quiere su espada —susurró el príncipe Barrick, incorporándose—. Dásela…
—¿Darle…?
—¡La espada! Él conoce este lugar. Nosotros no.
Vansen vaciló un instante, mirando al príncipe y al imponente crepuscular de ojos rojos. Al fin rodó y sacó la espada de debajo de su capa. El crepuscular cerró los dedos sobre la empuñadura y la desenvainó. Vansen se quedó con la funda vacía mientras Gyir se giraba para internarse en la maleza que rodeaba el campamento, ligero y silencioso como una brisa.
—Es una locura… —murmuró Vansen—. Regresará subrepticiamente y nos matará.
—No lo hará. —Barrick se quitó las botas y se limpió los pies con el borde de su capa raída y sucia antes de volver a calzarse—. Está furioso, pero no con nosotros.
—¿Furioso? ¿Por qué?
Skurn agitó las plumas con preocupación. Pequeños fragmentos de pegajosa cáscara de huevo le salpicaban el pico y el pecho. El cuervo estaba comiendo cuando había dado la alarma.
—Todos locos, los Elevados —murmuró el pájaro—. Han vivido demasiado tiempo en las torres negras, mirando espejos y escuchando las voces de los muertos.
—¿Qué significa eso? ¿Todos han perdido el juicio?
—Gyir está furioso porque el cuervo oyó los ruidos antes que él —explicó Barrick—. Se culpa a sí mismo.
—¿Por qué…? —Vansen no terminó la pregunta. Un ruido insólito retumbó colina arriba, un crujido tonante como el trompetazo de un instrumento deforme—. Por el martillo de Perin. ¿Qué es eso?
—¡Ay, amo, son cráneos largos o algo peor! —graznó el cuervo.
—Gyir ha encontrado lo que el cuervo olió. —Barrick aún se estaba calzando, tan tranquilo como si se preparase para pasear por su castillo.
Vansen se puso de pie.
—¿No deberíamos ayudarle? —El pensamiento era perturbador, pero sabía que en esas tierras había cosas peores que Gyir. Había visto cómo una de esas criaturas se llevaba a su compañero Collum Dyer.
—Aguarde. —Barrick alzó la mano, escuchando. El joven aún tenía ese aire de mando instintivo, herencia de una infancia principesca, a pesar de su aspecto zaparrastroso, aun a la débil luz del fuego. Su cabello, mojado y festoneado con trozos de hojas, estaba tan desaliñado como las plumas de Skurn, y su ropa habría parecido aún más raída y sucia si no hubiera sido negra—. Es Gyir. Quiere que vayamos hacia él.
—¿Por qué? ¿Está…?
—Está ileso, pero todavía está furioso. —Barrick sonrió furtivamente.
—Alteza, ¿y si es una treta? Sé que no le teméis, pero reflexionad. Ha recobrado su arma. Ahora sería el momento perfecto para asesinarnos. Está oscuro, y conoce el bosque mejor que nosotros.
—Si quisiera matarnos, pudo haberlo hecho cualquiera de estas noches. No sólo está furioso. También está asustado. Nos necesita, aunque no sé por qué. —Barrick frunció el ceño—. Ya no lo oigo. Debemos ir a buscarlo.
Sin una antorcha para alumbrar el camino, Barrick subió la ladera dirigiéndose hacia el grito. Vansen maldijo y recogió un leño del fuego antes de seguirlo.
Las lluvias habían vuelto, lavando el manto de humo del cielo, pero no el eterno Manto, como lo llamaba Gyir: aun en plena noche un fulgor opaco se derramaba a través del ramaje, como si los turbios cielos conservaran una pincelada del constante crepúsculo, empapándolo como aceite para que brillara en la noche. Pero a pesar del fulgor y de la improvisada antorcha, costaba ver. Cuando alcanzó al príncipe, Vansen se había raspado con varias ramas y se había caído dos veces. Barrick se volvió para ayudarlo la segunda vez.
—Deprisa —dijo el príncipe.
Pero yo lo pasaba tan bien mirando el paisaje, alteza, pensó agriamente Vansen.
Skurn los alcanzó pronto. El cuervo podía subir más rápidamente que ellos, brincando, a veces volando torpemente un trecho. Un tufo a tierra húmeda y putrefacción rodeaba al pájaro. Vansen lo olió antes de oír su aleteo.
—Agacha la cabeza, amo —jadeó Skurn. Vansen esquivó por poco una rama baja. Después de eso, el olor del pájaro le resultó más soportable.
Vansen jadeó cuando Gyir salió abruptamente de una arboleda. La espada del crepuscular goteaba un líquido negro que también le había salpicado el chaquetón y las manos enguantadas.
Gyir señaló la arboleda. Vansen fue a mirar, siempre temiendo que la criatura sin rostro los atacara en cualquier momento. Como miraba por encima del hombro, tratando de localizar a Gyir en la oscuridad, casi tropezó con el primer cuerpo. Con mano trémula, bajó la antorcha, tratando de entender lo que veía.
Era un cuerpo contrahecho, plegado en ángulos que los huesos normales no permitían. Tenía una cabeza larga y huesuda que sobresalía hacia delante y hacia atrás, y una piel dura y fibrosa. Los largos brazos parecían tener una articulación adicional. Costaba distinguirlo en la oscuridad, pero además Gyir lo había destrozado. Lo más perturbador era la cabeza, sobre todo el hocico largo y picudo, y aunque la frente era casi humana, los ojos hundidos parecían de lagarto.
La ropa también era perturbadora. El hecho de que ese monstruo usara algo, y para colmo una armadura, un chaquetón de cuero aceitado bajo una cota de malla, revolvió el estómago de Vansen, que sintió un gusto agrio en la boca.
Otro cadáver de cara picuda yacía a poca distancia, con la cabeza huesuda partida en dos. Aún extendía las manos ensangrentadas y curvas como para desviar la estocada mortal.
—Por el martillo de Perin, ¿qué son estas cosas? —preguntó Vansen—. ¿Nos perseguían?
—No lo sé, pero Gyir dice que son cráneos largos —respondió Barrick—. Por eso está furioso. Todavía se está reponiendo de las heridas que le infligieron los seguidores, o los habría liquidado a los tres.
—Cráneos largos —jadeó Skurn—. Y no son cráneos largos comunes. Pertenecen a alguien. Se nota por la ropa.
Gyir se agachó y movió la fea cabeza de la criatura con la espada. Vieron una marca grabada a fuego en la cara huesuda: un emblema, varios trazos triangulares superpuestos, como una maraña de espinas.
—Jikuyin —dijo Barrick lentamente—. Creo que Gyir lo diría así.
—¿Juan Cadena? —graznó el cuervo, consternado—. ¿Pertenecen a Juan Cadena? —Voló torpemente al hombro de Vansen, y casi le hizo perder el equilibrio—. Debemos irnos lejos y rápido, amo. ¡Lejos y rápido!
—¿Es el personaje que mencionabais? —Vansen miró al silencioso Gyir y a Barrick—. ¡Creí que habíamos dejado atrás su territorio!
El príncipe no respondió de inmediato.
—Gyir dice que tenemos que turnarnos para dormir y vigilar a partir de ahora —dijo al fin—. Y que debemos tener las armas a mano.
* * *
La carretera aún estaba cubierta de malezas, casi siempre invisible bajo extensiones de extrañas plantas o los estragos causados por raíces e inundaciones, pero los árboles empezaban a ralear: jirones de cielo gris asomaban en el horizonte, colgando entre los troncos como la ropa sucia más antigua del mundo. La lluvia estaba amainando, pero Barrick no sentía alivio.
¿De qué huimos?, le preguntó a Gyir. ¿De esas cosas huesudas?
Cuidado. El crepuscular extendió una mano pálida, señalando un lugar donde el camino desaparecía entre piedras caídas y arbustos. Barrick frenó y el caballo llamado Libélula rodeó el sector en ruinas antes de reanudar el trote. Gyir se inclinó sobre el pescuezo del caballo, y parecía el mascarón de un barco peculiar.
¿De qué huimos?, repitió Barrick.
De la muerte. O algo peor. Uno de los cráneos largos escapó. Una sensación de asco impregnaba el pensamiento del crepuscular, obvio como una puerta maciza.
Pero tú mataste a dos. Vansen es soldado, y yo también puedo luchar. Sin duda no debemos temer nada del que se escapó.
No cazan a solas, ni en grupos de tres, soleado. Gyir parecía contener una furia desbordante. Son cobardes. Les gusta la compañía.
¿Cazan?
Al servicio de Jikuyin, capturan esclavos o presas comestibles. De un modo u otro, esos tres estaban cazando. Eran los corredores de una tropa más numerosa. Lo sé tal como sé que la Raíz Blanca está en el cielo. Esta frase le llegó a Barrick como la idea de una luz radiante hendiendo la niebla. Cuanto más perturbado estaba Gyir, menos se esforzaba para escoger conceptos que Barrick pudiera entender con facilidad. ¿Prefieres que te esclavicen o que te coman? No es una buena elección, ¿verdad?
¿Y quién es Jikuyin? ¡Lo mencionas continuamente, pero aún no lo sé!
El pájaro lo llama Juan Cadena. Es un poder, un viejo poder, y ahora que Qul-na-Qar ha perdido gran parte del suyo… De nuevo una idea que Barrick no podía entender, algo que interpretó como «fulgor», pero también como «lenguaje» y quizá como «música», una amalgama imposible. Jikuyin debe confiar mucho en sus fuerzas para atreverse a propagar su canción en pleno territorio libre.
Barrick no entendía nada de esto. El brazo le dolía mucho (el tiempo húmedo de esta comarca no le hacía ningún bien) y también le dolía la costilla que se había lesionado en una caída. Pero Gyir rara vez era locuaz, así que decidió aprovechar la oportunidad.
¿Qué clase de poder es? ¿Es otro monarca, como ese rey ciego del que hablas?
No. Es un poder antiguo. Es uno de los bastardos de los dioses, como te conté. Derrotamos a la mayoría en los Años de Sangre, pero algunos eran demasiado astutos o demasiado fuertes y se ocultaron en lugares profundos o lugares altos. Jikuyin es uno de ellos.
¿Una especie de dios? ¿Y nos está cazando? Barrick pensó que se caería de la silla. Sintió un mareo que le enturbió la visión. Gyir le aferró el cinturón para sostenerlo.
—Estoy bien, estoy bien… —dijo Barrick en voz alta, y notó que Vansen y el cuervo lo miraban. Estaban cabalgando junto a él cuando él creía que estaban a cierta distancia, como si se hubiera saltado unos momentos durante su mareo.
¿No deberíamos regresar si esta criatura, Juan Cadena, nos está buscando?
Creo que no nos busca a nosotros. No enviaría a meros cráneos largos para matar a uno como yo, respondió Gyir con arrogancia y orgullo, pero también con aflicción. No podía saber que estoy lesionado.
¿Lesionado?
Ahora la aflicción era vergüenza. Barrick no necesitaba ver el rostro de Gyir (que de todos modos nunca revelaba demasiado) para captar el abatimiento del crepuscular.
Caí cuando me atacaron los seguidores. Me golpearon la cabeza varias veces y luego me di contra una piedra. Estoy… ciego.
No parecía la palabra atinada, y Barrick reaccionó con asombro.
¿Cómo que estás ciego? ¡Puedes ver!
Sólo con los ojos.
Mientras Barrick reflexionaba sobre esto, Ferras Vansen se les volvió a acercar. Sólo hasta cierto punto, porque el caballo de Vansen no se aproximaba demasiado: aunque hacía una decena que viajaban juntos, el animal siempre se mantenía en el extremo de la soga cuando acampaban, lejos del caballo crepuscular.
—Alteza, ¿estáis enfermo? —preguntó el soldado—. Casi os caéis de la silla.
—Estoy bien. Déjeme en paz. —Quería hablar de nuevo con Gyir, no intercambiar ladridos de mortal con ese… campesino.
Un campesino que te acompañó cuando no tenía por qué hacerlo, le recordó una voz interior, y por una vez se oyó a sí mismo, no a Gyir. Un campesino que vino a este lugar horrible con pleno conocimiento de lo que era.
Barrick cambió de tono.
—No quise ser… Estoy bien, capitán Vansen. —Le costaba disculparse—. Usted y yo hablaremos después.
El soldado asintió y dejó que el caballo de Barrick volviera a tomar la delantera. Mientras se rezagaban, el harapiento pájaro negro que se agazapaba en la silla de Vansen observaba al príncipe con ojos sagaces, como Chaven el médico cuando veía el auténtico motivo de un berrinche de Barrick. Por un momento el príncipe añoró dolorosamente Marca Sur, los rostros y las cosas que conocía.
Dijiste ciego. ¿Por qué?, preguntó. Tus ojos funcionan, ¿verdad?
Gyir calló un largo instante.
Soy Farol de Tormentas, dijo al fin. Puedo ver en la oscuridad, ver lo que está detrás de la luz, ver cosas que están lejos. Tengo un ojo interior dentro de mi cabeza. Antes nunca hubiera permitido que tres cráneos largos me sorprendieran así. Nunca habría tenido que enterarme a través de un cuervo. Pero ahora estoy ciego.
En este pensamiento había tanto desconsuelo, tanta furia, que Barrick sintió ganas de vomitar. Apoyó una mano en la silla para estabilizarse. No quería que Vansen se le acercara de nuevo para importunarlo con preguntas.
¿A causa de la herida de tu cabeza?
Sí. Sí, y ahora estoy desvalido, obligado a ocultarme con terror en mi propio país, como un elemental del bosque sorprendido por Fuego Blanco en las desnudas tierras del sol.
Barrick no sabía a qué se refería Gyir, pero conocía esa furiosa desesperación. La conocía demasiado.
¿Te pondrás bien?
No lo sé. La herida física ha sanado. ¿Cómo puedo saberlo?
Barrick hizo una pausa.
De nada sirve luchar contra lo que han hecho los dioses, le dijo a Gyir, repitiendo sin darse cuenta algo que Briony le decía a menudo. Quizá debamos hallar un sitio donde ocultamos, un sitio donde podamos esperar que tu herida sane del todo. ¿No sería mejor que viajar por este lugar que consideras tan peligroso, mientras esas criaturas nos persiguen?
No lo entiendes, dijo Gyir. No contamos con mucho tiempo. Es posible que ya sea demasiado tarde.
¿Demasiado tarde para qué?
Yo llevo algo. Mi ama me lo dio, y debo llevarlo a Qul-na-Qar. Si llego demasiado tarde, o si no llego, muchos morirán.
¿De qué hablas?
Muchos de tu raza y de la mía morirán, pequeño soleado. La hosca certidumbre de esas palabras silenciosas era inequívoca. Al menos, todos los humanos que permanecen en tu castillo y quizá muchos más, de ambas razas. Me han encomendado que gane una carrera contra nuestra perdición.
* * *
—No lo entiendo. —A Vansen le dolían las piernas. Habían cabalgado varias horas sin pausa—. ¿De qué huimos?
—Cráneos largos. —Skurn estaba tan agazapado sobre el pescuezo del caballo que parecía una desagradable hinchazón—. Como esos muertos que viste.
—Ya me has dicho eso. ¿Por qué nos persiguen?
—No nos persiguen a nosotros, sino a cualquiera que encuentren: carne y esclavos para Juan Cadena.
—Insistes en hablar de él. ¿Quién es?
—No es una persona, en el sentido que le das tú. Es un Antiguo. De nada sirve hablar. Ahórrate el aliento.
—¿Pero dónde estamos? ¿Adónde vamos?
—Éste no es nuestro territorio. —El cuervo volvió a cerrar los ojos, apoyó la cabeza cerca de los hombros movedizos del caballo y se negó a seguir hablando.
Vansen sabía que hacía rato que había perdido el escaso control que había tenido sobre esa expedición condenada. Gyir estaba armado, y huían de algo que él no entendía, y ahora el guerrero crepuscular era el líder. Todo en un lugar al que Ferras Vansen no había querido volver a acercarse en la vida, un lugar que una vez casi lo había matado. Pero allí estaban, atravesando la antigua carretera cubierta de malezas, dirigiéndose… ¿adónde? Sólo sabía que cada vez se internaban más en las tierras crepusculares. Aunque decidiera abandonar al príncipe, ya no podía volver atrás. Nunca encontraría el camino de regreso por su cuenta. Condenados, condenados, se lamentó. ¿Por qué juré fidelidad a estos malditos, perdidos, locos Eddon?
* * *
Al cabo de medio día, se detuvieron para abrevar a los caballos. La montura de Vansen bebió agua de un arroyo fangoso que atravesaba el camino. Aquí los árboles eran más ralos, y adelante había colinas pero el terreno era un poco más abierto, y aun en ese crepúsculo incesante era bueno poder ver a cierta distancia.
Skurn también bebía, pero corriente abajo, pues el caballo de Vansen se había sobresaltado cuando el pájaro se le acercó. A pocos metros, el corcel gris de Barrick bebía con la misma concentración que ponía en todo lo demás. El caballo de Vansen aún estaba agitado, pero el caballo crepuscular parecía tan fresco como al principio.
¿Es más fuerte, se preguntó Vansen, o es sólo que aquí se encuentra en su propio terreno, a diferencia del mío? Se podía preguntar lo mismo acerca de Gyir, que aguardaba con impaciencia mientras los caballos bebían. Barrick no se había molestado en desmontar, sino que escrutaba el camino, que era apenas un sendero entre filas de árboles blancos y fantasmales de una especie que Vansen nunca había visto, una maraña que se extendía a ambos lados como tracerías de escarcha en una ventana. El camino mismo parecía menos mágico, una extensión irregular de barro y hierba pálida. Las piedras de la antigua carretera humana habían desaparecido tiempo atrás, arrastradas por el agua o presa del vandalismo.
—Alteza —llamó Vansen en voz baja: era fácil imaginar que esos árboles escuchaban el sonido desacostumbrado del lenguaje humano como fantasmas fríos y curiosos—. ¿Cuándo nos detendremos para acampar? Ya debe ser de día, si así podemos llamarlo, y tanto vos como yo necesitamos comida, aunque el crepuscular no la necesite. He agotado mis provisiones, así que debemos encontrar algún alimento.
—Gyir dice que es de día, pero no quiere detenerse hasta que hayamos cruzado la… la Cascada de los Susurros.
—¿Qué es eso?
—Un río. Dice que a los cráneos largos no les gusta el agua. No saben nadar.
Vansen rió contra su voluntad.
—¡Por los rayos de Perin, qué mundo! Muy bien, pues, acamparemos a orillas del río. Pero debemos comer antes, alteza.
—Nosotros os traeremos algo —ofreció Skurn.
—No, déjalo por nuestra cuenta. —Vansen sabía muy bien lo que Skurn consideraba comestible. Hasta ahora se las habían apañado con algunas aves extrañas y un conejo negro herido, capturados por Vansen con las manos. Podían sobrevivir un poco más sin la ayuda del cuervo—. A menos que puedas encontrarnos algo nutritivo. Huevos, tal vez. —Miró al viejo pájaro manchado y decidió ser más específico—. Huevos de ave.
¿Pero podemos permitimos el lujo de ser selectivos?, se preguntó. No tengo arco, así que no puedo cazar una ardilla, y mucho menos un venado o algo realmente sabroso. Ahora que lo pensaba, no habían visto ninguna criatura mayor que Skurn durante esta incursión en las tierras de las sombras, salvo los seguidores y los cráneos largos. Se lo dijo a Barrick, que se encogió de hombros.
—¿Y qué come el crepuscular? —preguntó Vansen—. Hace más de una decena que viajamos juntos y nunca le he visto comer. Aunque no tenga boca, debe alimentarse de algún modo.
—Cuando era pequeño —dijo el príncipe—, la nodriza me contó que las hadas bebían néctar de las flores y comían polvo de estrellas. —Sonrió sin alegría—. Gyir dice que lo que él come no es asunto nuestro, y que debemos reanudar la marcha.
* * *
Ese día no encontraron mucho más para llenar el estómago, sólo unos puñados de bayas descoloridas y cerosas. Skurn y Gyir convinieron en que los dos soleados podían comerlas sin que les hiciera mal. Eran más dulces de lo que Vansen temía, pero aun así tenían un sabor extraño y ahumado que no se parecía a nada que conociera. A sugerencia del cuervo, también probó un trozo de hongo que crecía en algunos árboles, pues Skurn dijo que mataba un poco el hambre. Era una de las cosas más repulsivas que Vansen había comido en su vida; tratándose de un veterano de varias campañas (y un hombre que había cenado varias veces en Las Botas del Tejón), eso era decir mucho. La lluvia había humedecido el hongo por fuera, pero por dentro era seco, polvoriento e insípido. Aun así, lo engulló, y descubrió que aunque le provocaba náuseas le aliviaba el dolor de estómago. Arrancó un trozo para el príncipe, que lo comió con disgusto después de un silencioso diálogo con Gyir.
Siguieron adelante con pocos descansos, sólo alegrados por algunas pausas en la fría llovizna. El bosque seguía raleando, y a veces Vansen veía un terreno más chato y abierto a lo lejos. Una vez avistó el destello plomizo de lo que Gyir identificó como la Cascada del Susurro, aunque todavía estaba muy lejos.
—Parece que ahora la marcha será más fácil —le dijo Vansen a Skurn.
El pájaro agitó las alas.
—Es verdad que hay tierras más desiertas al otro lado de la Cascada del Susurro. Pero hay que estar alerta. Allí hay gusanos de madera.
—¿Gusanos de madera? ¿Qué son?
—Son peligrosamente grandes, amo. Algunos los llaman dragones, pero parecen árboles: troncos caídos. Así es, se yerguen y esperan que algo se acerque. Luego le caen encima, como una araña cuando atrapa algo en su tela. —El cuervo estudió la expresión de Vansen—. Has oído hablar de ellos, ¿sí? ¿Has oído que son temibles?
—Oh, dioses, creo que he visto uno. —Recordó el grito de agonía de Collum, siempre lo recordaría. Esa cosa horrible, como hecha de varillas…—. ¿Es el único lugar por donde podemos ir?
—Los gusanos de madera son peligrosos, sí, pero son pocos. Todos dicen que Juan Cadena es peor. —Con estas palabras desalentadoras, Skurn agitó las plumas y volvió a acostarse en la silla.
Transcurrió otra hora sin que volvieran a ver la Cascada del Susurro. Al fin Gyir, con renuencia, les permitió detenerse para acampar en una ladera que se asomaba sobre un barranco de poca profundidad. Skurn encontró más bayas, y unas flores azules cuyos pétalos eran picantes pero comestibles; cuando Vansen se acostó a dormir, no estaba alegre, pero al menos no estaba tan abatido.
Alguien lo despertó, como la noche anterior, pero esta vez era Barrick.
—¡Arriba! —susurró el príncipe—. ¡Están en la cresta, a nuestras espaldas!
—¿Quiénes? —Pero Vansen ya lo sabía. Empuñó la espada y se levantó. Palmeó al caballo para calmarlo mientras miraba la cuesta boscosa. Veía antorchas en la cima, llamas rojas en la penumbra, y unas sombras que bajaban entre los árboles—. ¿Dónde está nuestro crepuscular? —jadeó Vansen, seguro de que los había traicionado, de que toda esa farsa de camaradería había llevado a esto.
—Aquí, detrás de mí —dijo Barrick—. Dice que bajemos la ladera y sigamos corriente abajo al llegar al fondo del valle. Al salir de la arboleda estaremos en una cuesta que conduce a la Cascada de los Susurros. Si podemos llegar al río, debemos cruzarlo para estar a salvo.
Un ronco graznido de ganso llegó desde lo alto. Eso no era un perro ni una persona. Vansen, que ya tenía la carne de gallina, sintió que se le tensaba la piel de todo el cuerpo.
—¡Vamos! —Barrick corrió hacia su caballo. Gyir ya había montado y ayudó al príncipe a subir—. ¡Vienen hacia aquí! ¡Ahora saben que estamos despiertos!
—¿Traen sabuesos? ¿Lobos?
Algo se desprendió de un árbol y cayó sobre él cuando montaba.
—¡No nos olvides, amo! —graznó Skurn, eludiendo el golpe defensivo de Vansen—. ¡Llévanos contigo!
—Ponte detrás de mí, entonces. —Tenía que agacharse en la silla y no quería tener que mirar por encima del trasero del cuervo.
El graznido se repitió cuando Vansen espoleaba a su montura para seguir al príncipe. Apenas podía verlo a través de los árboles y la noche eterna de la tierra de las sombras. Las ramas lo abofeteaban como si estuvieran furiosas.
—No son sabuesos, amo —chilló Skurn, acurrucado contra la espalda de Vansen, hundiéndole los talones en la tela—. No los necesitan, pues tienen muy buen olfato. —Otro graznido hendió la noche, más cerca—. Y son ruidosos —añadió el pájaro innecesariamente.
Los gritos y parloteos parecían venir de varios lugares colina arriba; cuando Vansen se volvió, vio las antorchas rojas en muchos sitios, y todas descendían.
Esperemos que los caballos no se tropiecen en la oscuridad y se quiebren una pata, pensó.
—¿Corren bien los cráneos largos? —le preguntó a Skurn—. ¿Podrán alcanzarnos en terreno llano?
—Oh, amo, pensamos que no, pero pueden seguirnos el rastro eternamente. Pueden oler un nido en la copa de un árbol alto.
—¡A la izquierda! —gritó Barrick.
Vansen iba a preguntarle a qué se refería cuando vio una sombra enorme, una roca del tamaño de una cabaña. Tiró de las riendas y viró, y casi se cayó de cabeza cuando el ángulo de la cuesta se hizo más empinado.
Poco después habían salido de la espesura a una cuesta herbosa. Vansen sintió un pequeño asomo de esperanza: a caballo podrían llegar al río antes que esos monstruos, y si Gyir tenía razón y le tenían miedo al agua…
Las criaturas picudas avanzaban entre los árboles por todos lados, agitando las antorchas y graznando cada vez más. Pensó en desenvainar la espada, pero decidió agacharse más y concentrarse en permanecer sobre la silla mientras las ramas le azotaban la cara. Barrick y Gyir lo precedían a poca distancia, pero el oscuro caballo crepuscular era mayor que el suyo y comenzaba a adelantarse aunque llevara dos jinetes. Vansen espoleó a su montura, temiendo rezagarse en ese sitio oscuro y desconocido.
Al salir de una arboleda vio antorchas en la ladera, frente a él. Algunos perseguidores se habían adelantado y habían salido del bosque. Habían pasado por alto el caballo de Barrick, pero interceptaron el de Vansen. Tiró de la espada, rezando para que no se atascara. Perin Padre del Cielo o alguien lo oyó: la hoja salió rápidamente y Vansen acometió contra la llama más próxima aun antes de ver a la criatura que empuñaba la antorcha.
El acero chocó contra un cráneo de piedra. La criatura cayó y la antorcha voló por el aire. Otro engendro surgió frente a él pero el caballo gris, veterano de muchas batallas, apenas redujo el paso mientras lo pisoteaba con un crujido de huesos, y el camino se despejó. La fila de perseguidores lo siguió a trompicones, pero él los dejó atrás y sus compañeros no estaban lejos.
Llegó a un terreno chato a orillas de un arroyuelo en la linde del valle, y el caballo avanzó cautamente entre arbustos que parecían brezos. Ahora veía la entrada del valle, un triángulo de cielo gris, y las antorchas estaban a bastante distancia. Abrió la boca para gritarle algo a Barrick, pero de pronto la linde del valle se llenó de antorchas, como si hubieran caído docenas de estrellas ardientes.
—¡Una trampa! —gritó—. ¡Nos han encerrado! —Pero sabía que Barrick no aminoraría el paso ni viraría, que Gyir no lo permitiría. Su única esperanza era que ese nuevo contingente no fuera tan numeroso como para detenerlos, que pudieran abrirse paso y escapar hacia el valle y el río lejano.
Cien yardas de terreno abierto se extendían entre ellos y las antorchas, cien yardas que se acortaron en un santiamén. Vansen se preguntó si la trampa estaría bien tendida. ¿Esas criaturas aullantes tendrían picas? ¿Se habrían atrincherado y esperado, como habría hecho una tropa humana? Las antorchas se acercaron como si las hubieran arrojado, y los inquietantes graznidos se elevaron hasta ser ensordecedores.
No había picas, pero la línea se prolongaba mucho más allá de las antorchas, con tres o cuatro filas de defensores. El caballo de Barrick se estrelló contra esa masa oscura, y se oyeron alaridos y chillidos y un grito de furia del príncipe, luego Vansen mismo estuvo en medio del caos, asestando mandobles dondequiera veía movimiento.
Algunas criaturas tenían escudos. Vansen sólo pudo internarse unos metros en las filas de cráneos largos antes de ser rechazado, asestando estocadas a las afiladas puntas que lo acuciaban de todas partes. Esas criaturas de cabeza huesuda no tenían picas ni espadas, por lo que distinguía en la confusión, pero había muchas hachas y bastantes lanzas cortas, así como garrotes. Una de ellas le arrojó algo que parecía un hacha hecha con dos ramas gruesas unidas, y aunque Vansen la partió de una estocada, la fuerza del golpe casi lo derribó.
Como no podía abrirse paso, Ferras Vansen volvió grupas para retroceder. Buscó otra salida, pero sólo veía formas difusas por doquier. ¿Dónde estaba el príncipe? ¿Lo habían abatido, o él y el crepuscular habían roto el cerco?
Poco después Vansen vio a Gyir a pie, arrastrando a Barrick fuera de un grupo de defensores. El caballo estaba perdido o muerto. Vansen se lanzó hacia ellos y Skurn graznó de miedo, apretado bajo el brazo que usaba para empuñar las riendas. El torpe pájaro era un estorbo y no tenía sentido que también el cuervo muriera, así que Vansen lo liberó y lo arrojó a los oscuros cañaverales de la orilla.
El grito de las criaturas se intensificó cuando el resto de las tropas que los perseguían llegó a terreno abierto, agitando las antorchas. Sus convulsivos movimientos eran más extraños que una pesadilla.
Vansen frenó junto a sus compañeros. Barrick alzó la vista con ojos vidriosos y fatalistas. Gyir, cuya espada chorreaba sangre negra, miró a los cráneos largos de ambos lados.
—¡Estamos rodeados! —Vansen tiró de las riendas, tratando de evitar que su asustado caballo se encabritara. Los perseguidores de la ladera habían dejado de correr, pero no cesaban en su avance. Los otros se aproximaban desde el extremo del valle también, de modo que Vansen y sus compañeros se encontraban en medio de un cerco que se estrechaba. Vansen buscó una apertura (aferraría al príncipe y trataría de abrirse paso), pero sus enemigos avanzaban ordenadamente, cerrando filas.
Los superaban varias veces en número —un penteconto o más—, pero Vansen se preparó para una carga desesperada: mejor morir así que ser lanceado como un jabalí exhausto al final de una cacería agotadora.
No. No, se han detenido, comprendió. En vez de despacharlos, los cráneos largos miraban al trío con calmo interés, y sus ojillos relucían bajo las gruesas cejas. Algunos abrían y cerraban las bocas huesudas y desdentadas como peces. Los dos corredores que Gyir había matado la noche anterior estaban mejor equipados que la mayoría de esas criaturas, que empuñaban garrotes y sólo vestían harapos y colgajos de cota de malla y cuero, pero eran más que suficientes para compensar la deficiencia de su armamento.
Gyir lanzó el primer sonido que Vansen le había oído, un silbido de serpiente, tan alto que se oyó por encima de la algarabía de los enemigos. El crepuscular alzó la espada, y Vansen comprendió que estaba a punto de acometer contra ellos para vender cara su vida, derramando sangre y partiendo huesos, pero también comprendió que incluso un combatiente aguerrido como Gyir fallaría y sería abatido por el mero peso del número, y que luego él y Barrick lo seguirían a la muerte.
—¡Gyir, no! ¡Barrick, detenedlo! —gritó—. No van a matamos.
El crepuscular avanzó un paso. Vansen se agachó para aferrar a Gyir. Cogió el cuello de la capa del crepuscular y no lo soltó. La fuerza de Farol de Tormentas era asombrosa. Estuvo a punto de tumbarlo, aunque Vansen apretaba las dos piernas y cerraba la mano sobre el pomo de la silla.
—¡Maldición, afloja! —le rezongó al crepuscular—. ¡Se proponen capturarnos con vida! ¡Míralos!
Barrick, tras un instante de indecisión, brincó para aferrar el otro brazo de Gyir. Temblando, el guerrero crepuscular se volvió hacia el príncipe con una mirada de odio. Los ojos eran la única parte viva de su rostro, dos ranuras ardientes en la máscara de marfil. Al cabo, sin embargo, bajó el acero ensangrentado. Los cráneos largos se acercaron murmurando, y comenzaron a desarmar a sus nuevos prisioneros.
—Parece que somos una presa codiciada —le dijo Vansen al príncipe—. Mejor rendirse que morir innecesariamente, alteza. Para los vivos, siempre hay esperanza.
—O tortura —dijo Barrick con desaliento, antes de que lo tumbaran—. Con suerte, seremos esclavos, o carne para sus despensas.
También tumbaron a Vansen. Los cráneos largos le sujetaron los brazos con gruesas cadenas y el cuello con una soga áspera, y lo mismo hicieron con Barrick y Gyir.
Un cráneo largo avanzó y graznó perentoriamente mientras tiraba de la soga que rodeaba el cuello del príncipe, obligándolo a levantarse. Por un momento pareció que Gyir enloquecería cuando tiraron de su soga, pero Vansen extendió la mano y Gyir se calmó y se dejó llevar. Los cráneos largos soltaron un siseo ululante que quizá fuera una risa. Olían a lodo del pantano y algo más, un hedor penetrante y agrio como vinagre.
Mientras trepaban la oscura colina por donde habían bajado un rato antes, Ferras Vansen oyó los desgarradores relinchos del caballo en el valle, mientras sus captores lo troceaban a hachazos.
Esclavos o comida, pensó, sintiéndose hueco como un árbol calcinado por el rayo. Mi caballo es comida, pero nosotros somos esclavos. Y estamos vivos, al menos por ahora.