12
Dos puñales yisti
Cuando Zhafaris, príncipe de la noche, llegó a su edad viril, fue señor de todos los dioses. Tomó muchas esposas, pero entre ellas descollaban sus sobrinas Ugeni y Shusayem, y no miento al decir que eran tan parecidas como dos semillas de tamarindo. Pronto ambas quedaron encinta de Zhafaris, pero Ugeni estaba asustada y ocultó a sus hijos, para que nadie supiera que habían nacido. En cambio, su hermana Shusayem dio a luz a Argel, Efiyal y Xergal, y los llamó herederos de Zhafaris.
Revelaciones de Nushash,
Libro I
Era posible que una persona pudiera sentirse más exhausta, más sucia, más sudada y menos femenina de lo que ella se sentía en ese momento, pero Briony no podía imaginarlo.
Yo quería que me trataran como un varón, ¿verdad? Estaba sentada en el suelo, aspirando aire, mientras Shaso bebía vino aguado. El viejo había recobrado parte de su tensa musculatura en tantos días de práctica; los tendones de los antebrazos se retorcieron como culebras cuando alzó la pesada jarra de vino. No quería que me obligaran a usar vestidos sofocantes, ni que me trataran como una frágil flor. Bien, mi deseo se ha cumplido.
Gracias, Zoria, rezó, no sin ironía. Cada día me enseñas algo nuevo.
—¿Estás preparada? —preguntó Shaso, enjugándose la barba con el dorso de la mano. Después de afeitarse y recortarse el pelo toda la vida, se había dejado crecer el cabello y las patillas, y parecía un antiguo oráculo, como los que surcaban el mar en balsas para fundar los templos de los dioses cuando Hierosol era apenas una aldea pesquera.
Ella gruñó y se incorporó. Sin duda los antiguos oráculos habían sido tan porfiados como Shaso. Eso explicaba muchas cosas.
—Supongo que sí —dijo.
—Has aprendido mucho —dijo él—. Pero las clavijas de madera son armas que dejan mucho que desear, y hay ciertos trucos que sólo se pueden aprender con el acero. —Se agachó y desenvolvió el paquete del que siempre sacaba las clavijas de madera. En su interior había cuatro objetos más, cada uno envuelto en cuero—. El día en que llegamos, le pedí a Effir Dan-Mozan que tuviera la generosidad de dejarme escoger entre sus mercancías. Éstas son algunas de las mejores piezas que tenía. —Abrió los envoltorios y extrajo cuatro dagas, un par más largo que el otro. El más grande tenía una cruz grande, el más pequeño casi no tenía cruz—. Son de acero saniano, de excelente calidad.
Ella iba a coger las dagas, pero se detuvo.
—¿Saniano?
—Sania es un país del oeste de Xand. Los artesanos yisti de allí son de origen cavemero, y fabrican armas que son codiciadas por todos los xandianos. Estas cuatro costarían el precio de un par de caballos de guerra.
—¿Tanto?
—Se dice que las armas yisti están embrujadas. —Él cogió una de las dagas grandes y la balanceó en la palma. Señaló la sencilla y elegante empuñadura—. Carey bruñido. Sagrado para el dios de ellos.
—¿De veras son mágicas?
Él la miró socarronamente.
—Ningún arma transforma a un torpe en un guerrero, pero una buena pieza de acero hace lo que pide el que la esgrime. Si te salva la vida o toma la vida de otro, es la magia más potente que puedes desear, ¿no crees?
Briony estaba sin aliento, y esa divagación poética de Shaso no era una ayuda. Acarició una de las dagas pequeñas, afilada como una aguja.
—Hermosa.
—Y mortífera. —Shaso recogió dos dagas, una grande y una pequeña, y también sacó las vainas, de cuero duro y curtido, con cordeles que se podían sujetar a la cintura o a la pierna. Envainó las dos hojas y usó los cordeles para sujetar las vainas a la empuñadura de las dagas—. Haz lo mismo con las tuyas. Así evitaremos lastimamos.
Practicaron una hora más mientras el sol caía detrás de las paredes y el patio se llenaba de sombras sedantes. Briony, que pensaba que no podía volver a alzar el brazo, se sintió revivida por la fascinación de practicar con armas blancas de verdad, por su peso y equilibrio, por las nuevas formas que trazaban en su mano. Le encantó descubrir que podía frenar el arma de Shaso con la cruz de la daga más grande, y luego desarmarlo con un giro de la muñeca. Cuando ella logró dominar ese truco, él le enseñó a contraatacar con la daga pequeña, acuchillando al oponente debajo del brazo. Era extrañamente íntimo, y cuando la punta de la daga cubierta de cuero rebotó en la costilla de él, Briony retrocedió con aprensión. Ahora comprendía de veras lo que hacía, aprender a matar de una puñalada, a cortar la piel y perforar los ojos, a destripar a un hombre mientras lo miraba a la cara.
El viejo la miró un largo instante.
—Sí, debes acercarte para matar con cuchillo… casi como para un beso. Nosotros lo llamamos umeyana, el beso de la muerte. Se requiere coraje. Si no asestas una puñalada mortal, tu enemigo podrá aferrarte y defenderse. La mayoría serán más grandes que tú. —Frunció el ceño, se arrodilló y empezó a guardar las armas en el envoltorio—. Es suficiente por hoy. Lo habéis hecho bien, alteza.
Ella quiso devolverle las dagas que había usado, pero él negó con la cabeza.
—Son vuestras, princesa. A partir de ahora, no quiero que os apartéis de ellas. Examinad vuestra ropa y encontrad sitios donde podáis guardarlas y sacarlas sin demora. Más de un soldado ha muerto con el cuchillo o la espada trabados en el cinto, sin usarlos.
—¿Son… mías?
Él asintió con un destello en los ojos.
—La responsabilidad por vuestra seguridad no es ningún regalo —dijo—. Es más placentero ser un niño y dejar que otro se encargue. Pero ya no puedes permitirte ese lujo, Briony Eddon. Lo perdiste con tu castillo.
Eso le dolió. Pensó que él era cruel adrede, que la humillaba para moldearla con más facilidad. Luego comprendió que eran palabras sinceras: Briony, descendiente de una familia real, estaba acostumbrada a gente que daba regalos con la idea de ser recordada y necesitada, de hacerse indispensable. Shaso le daba el único regalo en que confiaba, un regalo que le permitiría sobrevivir sin ayuda de él. Quería ser innecesario.
—Gracias —dijo.
—Ahora ve a comer algo. —De pronto se negaba a mirarla a los ojos—. Hoy ha sido un largo día de ejercicio.
¡Qué viejo extraño, terco y agrio! Sólo puede demostrarme su amor enseñándome a matar gente.
Ese pensamiento la sobresaltó, y siguió con la mirada al tuaní que se alejaba. Es amor, pensó. Tiene que serlo. Y después de todo lo que le hicimos.
Se quedó un rato sentada a la luz del ocaso, cavilando.
—¿Conoces bien a lord Shaso? —le preguntó a Idite. Aunque al principio le había ofendido no comer con los hombres de la casa, había llegado a disfrutar de esas apacibles veladas con las mujeres del hadar. Aún no sabía hablar la lengua de las mujeres, y dudaba que la aprendiera, pero algunas acompañantes de Idite se pusieron a hablar en la lengua de Briony una vez que superaron su timidez inicial.
—Oh, no lo conozco en absoluto, Briony-zisaya. —Idite siempre pronunciaba el nombre como un niño que contara en un juego, un-dos-tres, un-dos-tres—. No lo había visto hasta que llegasteis a nuestras puertas hace doce noches.
—Pero hablas de él como si lo hubieras conocido toda la vida.
—En cierto modo es así. —Frunció delicadamente los labios mientras reflexionaba. Una de las mujeres jóvenes susurró una traducción a las demás—. Quizá nadie sea tan famoso como él, con excepción del Gran Tuan, su primo. Me refiero al viejo Gran Tuan. Nadie sabe dónde está su hijo mayor, el nuevo Tuan. Se escapó antes de que los ejércitos del autarca llegaran a Nyoru, y algunos dicen que se oculta en el desierto, ansiando regresar para liberar nuestra patria de la cruel mano del autarca. Pero ya ha esperado largo tiempo. —Rió forzadamente—. Pero hablo sin cesar y no digo nada, graznando como un ibis. El nombre de Shaso es conocido por todos los tuaníes, y sus hazañas se cuentan alrededor del fuego. La gente todavía discute sobre la elección de Shaso, a tal punto que el viejo Tuan prohibió hablar de ella, porque la gente moría en las discusiones.
Briony sacudió la cabeza.
—¿La elección de Shaso?
—Sí. —Idite dijo algo en tuaní a las otras mujeres, y Briony distinguió el nombre de Shaso. Las mujeres asintieron solemnemente, y algunas dijeron sesa, sesa, que significaba «sí, sí».
Era extraño pensar que Shaso tenía su propia historia, sus propias leyendas, aunque Briony sabía que en sus tiempos había sido un guerrero muy respetado.
—¿Qué elección, Idite? Supongo que ahora podrás hablar de ello sin infringir la ley. Él está en esta misma casa.
Idite rió.
—Pensaba en Tuan. En Marrinswalk no hay ley. —Con su acento, este nombre sonaba exótico, y por un momento fue un lugar exótico para Briony—. Pero existe la tradición, y a veces es tan fuerte como la ley. Su elección fue honrar el juramento que prestó a un rey extranjero de abandonar su país y vivir en el exilio. Cuando el autarca de Xis nos atacó, Shaso no pudo regresar para defendernos. Algunos dicen que sin su fuerte mano, sin el temor que provocaba al conducir nuestros ejércitos, el Gran Tuan no tenía la menor oportunidad de vencer a Xis.
Briony tardó un instante en comprender.
—¿Te refieres al modo en que se puso al servicio de mi padre? ¿A cómo llegó a Marca Sur?
—Sí, claro… Casi lo olvido. —Idite alzó las manos con embarazo—. Sois la hija de Olin. —Ella pronunciaba Oo-liin—. No quise ofender.
—No me has ofendido, sólo… Cuéntamelo. Háblame de ello.
—Pero vos debéis saberlo.
—No sé lo que significó para tu gente. —Esta vez fue Briony quien sintió embarazo—. Nunca he pensado mucho en la vida anterior de Shaso. En parte, porque él es muy reservado. Hasta hace unos meses, ni siquiera sabía que tenía una hija.
—Ah, sí. Hanede. —Idite sacudió la cabeza—. Muy triste.
—Me contaron que ella murió porque… porque Dawet la deshonró. Le hizo el amor y luego la abandonó. ¿Es verdad?
Idite se alarmó un poco. Las otras mujeres, aburridas o confundidas por la larga conversación en la lengua de Briony, parecían suplicar una traducción. Idite las silenció con un gesto.
—No conozco los hechos; soy sólo la esposa de un mercader y no me corresponde hablar de nobles como el Dan-Heza y el Dan-Faar. Están por encima de mí como las estrellas… Al igual que vos, milady.
—No estoy por encima de ti ni de nadie. Hace un mes que uso ropa prestada. Por el momento, sólo estoy agradecida de que me hayas acogido en tu hogar.
—No, el honor es nuestro, Briony-zisaya.
—¿Vuestro pueblo odia a mi padre? ¿Por lo que le hizo a Shaso?
Idite la miró con sus ojos castaños, llenos de astucia.
—Seré franca, princesa, porque creo que tal es vuestro deseo. Sí, muchos de los míos odiaron a vuestro padre, pero esto, como la mayoría de las cosas, tiene sus complicancias… perdón, complicaciones, ¿sí? Algunos lo respetaban porque obligó a sus nobles a perdonar la vida de Shaso, pero se consideraba deshonroso que hubiera transformado al Dan-Heza en sirviente. Era sorprendente que le diera tierras y honores, y muchos consideraban que vuestro padre era un hombre muy sabio, pero a la gente le enfurecía que Shaso no pudiera regresar para luchar contra el viejo autarca (que ojalá deba cruzar dos veces cada uno de los siete infiernos). Nuestra gente aún habla mucho de esas cosas, y vuestro padre es considerado tanto un héroe como un villano. —Idite agachó la cabeza—. Espero no haber ofendido.
—No, en absoluto. —Briony estaba abrumada. De nuevo le habían recordado cuán poco sabía sobre Shaso a pesar de la importancia que él tenía para su padre y para ella, y era igualmente ignorante sobre otros que habían sido sus asistentes, guardianes y asesores. Avin Brone, Chaven, Nynor el castellano… ¿Qué sabía sobre ellos aparte de lo obvio? ¿Cómo había osado considerarse una monarca, siquiera por un instante?
—Parecéis triste, milady. —Idite indicó a una de las jóvenes que llenara la taza de la huésped con té aromatizado con flores. A Briony aún no le gustaba el gawa tuaní, y dudaba que alguna vez le gustara—. He dicho demasiado.
—Me has hecho pensar, nada más. No tienes por qué disculparte. —Suspiró—. A veces no vemos bien las cosas hasta que nos alejamos, ¿verdad?
—Si yo hubiera aprendido eso a vuestra edad —dijo Idite—, me habría puesto en camino hacia una profunda sabiduría, en vez de transformarme en la anciana necia que soy.
Briony pasó por alto esa falsa modestia ritual.
—Pero ni toda la sabiduría del mundo te permite corregir un error que ya has cometido, ¿verdad?
—En efecto. —Idite sonrió—. Ése es otro paso en el camino. Ahora bebed el té y hablemos de cosas más alegres. Fanu y su hermana quieren cantaros una canción.
* * *
A los trece días de estar en la casa de Dan-Mozan, Briony despertó en medio de una gran agitación en los aposentos de las mujeres. Aún no había adquirido la costumbre de madrugar como las demás (se levantaban antes de que el sol estuviera por encima del horizonte), pero aun así quedó sorprendida por el ajetreo.
—¡Ah, ella despertar! —gritó la bonita Fanu, y añadió algo en tuaní; Briony creyó reconocer el nombre de Idite en el rápido caudal de sonidos.
Briony empezó a quitarse la bata para ponerse la ropa, pero las mujeres se reunieron alrededor de ella, agitando las manos y riendo.
—¡No hacer! —dijo Fanu—. Después. Esperar Idite.
Briony agradeció que al menos le permitieran lavarse la cara y limpiarse los dientes antes de que llegara Idite. La mujer estaba hermosamente vestida con una túnica de inmaculada seda blanca y una faja roja con flecos.
—No me dejan vestirme —se quejó Briony, avergonzada por la espléndida ropa de Idite y sintiendo más que nunca que era demasiado corpulenta y pálida para esa casa.
—Es porque os vestiremos nosotras —explicó Idite—. Hoy es un día especial, y debemos tener cuidado especial, especialmente por vos, Briony-zisaya.
—¿Por qué? ¿Hay una boda?
Idite rió y repitió su pregunta. Las jóvenes rieron entre dientes. Idite le había explicado que la mayoría eran hijas de otras familias acomodadas, que no eran esposas de Effir sino algo similar a las damas de compañía de la corte de Briony. Sólo algunas eran sirvientas, y otras, como Fanu, eran parientes de Idite o su esposo. Aunque Effir Dan-Mozan no era un noble tuaní, en el sentido en que Briony lo entendía, sin duda era un hombre importante y ésta era una casa importante, un buen lugar para enviar a la hija a instruirse con una mujer respetada como Idite.
—No, ninguna boda. Hoy es Día de Dios, y nosotras vamos al templo, tal como vosotros.
—Pero no me llevasteis la última vez. —Recordaba bien la larga mañana que había pasado a solas en los aposentos de las mujeres, lamentando no tener algo para leer, o siquiera una costura, por mucho que esto le disgustara.
—Esta vez tampoco os llevaremos —dijo amablemente Idite, palmeando la mano de Briony—. Nos daría gusto, pero sois extraña para la Gran Madre y mi esposo Dan-Mozan dice que estaría mal enseñaros los ritos, pues sois una huésped.
—¿Y por qué debo vestirme de modo especial?
—Porque después saldremos —dijo Idite. Las mujeres murmuraron y sonrieron—. No habéis salido del hadar desde que llegasteis. Mi esposo pensó que merecíais salir con las demás.
No le gustó la palabra «merecíais», pues la hacía sentir como una niña o una prisionera, pero le agradaba la idea de ver otra cosa que no fuera la casa del mercader. Se le ocurrió un pensamiento cauto.
—¿Y lord Shaso…? ¿Él dice que está permitido?
—Él también vendrá.
—Pero no puedo salir… Mi cara es conocida, al menos entre…
—Por eso debemos empezar a trabajar ahora, hija de rey. —Idite sonrió con picardía—. ¡Ya veréis!
Cuando el sol trepó sobre los muros y realmente llegó la mañana, Briony estaba sentada a solas en los aposentos de las mujeres, esperando a que las demás regresaran de sus plegarias, que eran dirigidas por un sacerdote tuaní que iba al hadar y oficiaba en el patio. Alzó el hermoso espejo que Idite le había puesto en las manos, maravillándose de los cambios que habían realizado las mujeres. La piel de Briony, clara y pecosa, al menos en verano, estaba cubierta con una pintura marrón extraída de uno de los frascos de Idite, así que ahora era apenas más clara que Shaso. Le habían pintado los ojos con kohl y echado el cabello rubio hacia atrás, de modo que no se veía ni un mechón bajo la ceñida capucha blanca. Sólo sus ojos no habían cambiado, y el color verde que había compartido con su hermano Kendrick era tan claro como jade de Akaris. Idite y las demás se habían reído del contraste, diciendo que con la piel oscura sus ojos le daban aspecto de bruja xixiana, que sólo necesitaba el pelo color fuego para completar la imagen. Esto le hizo pensar en el pelirrojo Barrick y rompió a llorar, así que debieron interrumpir para secarle los ojos y las mejillas y reparar el daño. Tuvieron que volver a aplicar el kohl por completo. Ahora, al mirarse en el espejo, Briony vio que tenía una mancha negra en la muñeca, y la limpió.
¿Dónde estaba él? ¿Dónde estaba su hermano?
Sintió una punzada de dolor que le cortó la respiración, y tuvo que cerrar los ojos con fuerza. La amabilidad de esa gente la hacía sentir más perdida, pues la vida que conocía parecía aún más lejana. Podía vivir sin el trono de Marca Sur, e incluso sin Marca Sur, aunque eso significara extrañeza y soledad, pero pensaba que moriría si no volvía a ver a su padre o su hermano.
Barrick, ¿dónde estás? ¿Adónde has ido? ¿Estás a salvo? ¿Alguna vez piensas en mí?
De pronto, siguiendo un impulso incomprensible, abrió los ojos. Allí, revoloteando en el espejo detrás de la cara afligida de Briony, como el fondo de un estanque visto a través de reflejos en la superficie, estaba el pálido rostro de su mellizo, con los ojos cerrados. Tenía los brazos sobre el pecho y las muñecas encadenadas.
—¡Barrick! —chilló, pero él desapareció; sólo veía su propio rostro, ahora irreconocible. Me estoy volviendo loca, pensó, mirando a la aterrada muchacha de piel oscura del espejo, y de nuevo rompió a llorar, esta vez sin consideraciones por el meticuloso trabajo de Idite y las otras mujeres.
* * *
Mientras andaban por las angostas calles de Puerto Lander, Briony, un poco mejor pero aún conmocionada, se sorprendió de lo agradable que era disfrutar del aire fresco. Aun así, a pesar de su pintura teatral y esa indumentaria que la tapaba de la cabeza a los pies, se sentía casi desnuda entre desconocidas, y cada vez que alguien la miraba tenía que combatir el ansia de regresar a la casa del mercader. Por primera vez sentía lo que Shaso le había dicho muchas veces: si la veía la persona indebida, podía significar su muerte. Trataba de mantener la cabeza gacha, pero le costaba no mirar en torno después de tanto tiempo de encierro.
Mucha gente había salido a caminar, y casi todos seguían la misma dirección que el grupo de Briony, y la cantidad crecía mientras la pequeña procesión se aproximaba al puerto. La mayoría parecían ser xandianos, vestidos de modo similar a la familia del mercader, las mujeres con túnica larga, capucha y velo, y los hombres con su atuendo claro, acompañado por largos chalecos de colores brillantes con brillante hilo de oro. Effir Dan-Mozan iba al frente del pequeño grupo, saludando gravemente a otros hombres con túnica, e incluso a algunos trabajadores de Marrinswalk que lo interpelaban. Su sobrino Talibo iba detrás de él pero delante de las mujeres, la cabeza erguida como un pastor con un rebaño de ovejas selectas. También los acompañaba Shaso, que ocultaba sus rasgos bajo una bufanda y un sombrero tuaní de cuatro picos calado sobre los ojos.
Las mujeres, con Briony en el centro por si el disfraz no bastaba para protegerla de las miradas curiosas, cuchicheaban y reían. Era el único día en que les permitían salir de la casa, pensó Briony, y a pesar de la presencia de hombres importantes, parecían tan confiadas y alegres como en la intimidad de sus aposentos.
Puerto Lander era más grande de lo que Briony recordaba, aunque no había podido mirar bien cuando llegó al anochecer, exhausta, hambrienta y empapada. Se hallaba sobre una ladera a orillas de una bahía ancha y somera. Una mansión amurallada y un templo de piedra gris dominaban la cima de la colina. Shaso le había dicho que la mansión pertenecía a un barón llamado Iomer, al que ella conocía pero no recordaba, un robusto terrateniente con más interés en sus árboles frutales y sus cerdos que en la vida cortesana de Marca Sur, lo cual explicaba su relativo anonimato.
La parte pobre de la ciudad, donde la casa de Dan-Mozan era una de las pocas joyas, estaba situada en el lado sur de la colina, casi al pie, a poca distancia del mar y cerca de la mansión. En esta excursión, en vez de subir o bajar, rodeaban la mole de la colina. Como los ricos vivían en la parte alta y los pobres en la parte baja, como en muchas otras ciudades de los reinos de la Marca, no pasaban de vecindarios pobres a vecindarios ricos, sino de la parte de la ciudad donde la mayoría de los pobres eran gente de tez oscura, o acuanos, a lugares donde la pobreza tenía una tez tan clara como la de Briony.
O tan clara como la mía antes de que me pusieran este maquillaje.
Era interesante y perturbador que esta vez no la mirasen por lo que era (algo a lo que se había acostumbrado con los años pero que nunca le agradó), sino porque caminaba con gente de tez parda. Algunos miraban sólo con curiosidad, pero había otros que no disimulaban su aversión, y Briony no entendía por qué. Algunos borrachos se inclinaban en sus puertas para gritarles, pero parecieron perder interés cuando vieron los cuchillos en los cintos de los tuaníes.
A Briony le costaba soportar la mirada de odio de gente que no conocía, aunque comprendía que era el reverso de la moneda, pues antes la habían vitoreado y colmado de bendiciones sólo porque formaba parte de la privilegiada familia del rey Olin. De un modo u otro, una cosa era ser amada por desconocidos, y muy otra ser odiada por ellos.
Conque así ha sido para Shaso mientras estuvo aquí. No podía seguir con esa idea en ese momento, con tantas cosas alrededor, pero la plegó como una carta y la guardó para examinarla después.
Ahora la calle angosta serpenteaba entre las casas encimadas acercándose al puerto, y Briony descubrió que veían más caras pardas y más parcos acuanos de ojos anchos. El olor de la bahía también era más fuerte, un tufo penetrante que impregnaba cada aliento, cada pensamiento. Se preguntó si alguna vez volvería a cruzar la ancha bahía de Brenn para regresar a su hogar, si su familia volvería a reunirse. Se había asustado al ver a Barrick en el espejo. ¿Era un presagio? A veces la gente soñaba con problemas que la preocupaban, y nada la preocupaba más que Barrick y su destino, aunque los dioses no le hubieran enviado esa imagen.
Llegaron a una fila de destartalados almacenes a lo largo de un canal que desembocaba en la bahía de Brenn, que se veía a poca distancia. Los mástiles de varios barcos se mecían más allá de los techos.
Effir Dan-Mozan los condujo por la puerta de una de las estructuras más grandes. Una vez en el interior, Briony vio que no era un almacén. El primer recinto era largo y bajo, pero las paredes estaban cubiertas de bellos tapices con diseños que ella desconocía: aves, venados y árboles de extraña forma. Un hombre aún más menudo y redondo que Effir extendía los brazos en el centro del recinto, con una gran sonrisa en su cara barbada.
—¡Ziya Dan-Mozan! ¡Tú y tu familia honráis mi humilde establecimiento!
—Me haces un gran honor, Baddara —respondió el mercader con una reverencia.
—Venid, venid, os he reservado la mejor habitación. —Baddara cogió la mano de Dan-Moza y lo condujo hacia una puerta del fondo, con gestos efusivos, hablando de barcos y del precio del gawa. Los demás los siguieron.
Briony se acercó a Shaso.
—¿Por qué habla nuestro idioma?
—Porque no es tuaní —gruñó el viejo—. Es de Sania, y aquí hablan otra lengua. En el continente meridional, las lenguas comunes son el xixiano y el mihani. Aquí es la tuya.
Los llevaron a una gran sala llena de mesas, muchas ocupadas por hombres con atuendo sureño y norteño. Varios saludaron a Effir Dan-Mozan con obvio respeto, e igualmente obvia fue su fácil aceptación de esa deferencia. Shaso mantenía la cabeza baja, sin mirar a nadie, y Briony recordó que ella, con sus ojos no tuaníes, tendría que hacer lo mismo. Baddara los condujo a una sala privada cuyas paredes estaban cubiertas por más colgaduras, escenas de caza y navegación sobre telas brillantes, en un estilo que Briony no reconoció. El hombrecillo gritó órdenes a varios hombres barbados más viejos que se encargaban de atender a los huéspedes; luego, tras una compleja reverencia, salió.
Aunque la habitación era sólo para ellos, Briony notó con irritación que la noción tuaní del decoro aún estaba presente: ella y las demás mujeres debieron sentarse en un extremo de la mesa, los hombres en el otro, con un asiento vacío entre ambos grupos. Aun así, era una oportunidad de ver algo más que las paredes del hadar, y procuró disfrutar del cambio. Al menos los tapices eran hermosos, y muchos estaban decorados con hilo que parecía de oro auténtico, todos tejidos con exquisita atención al color y al detalle. De hecho, los tapices eran tan atractivos que tardó en notar que la sala no tenía ventanas. Las imágenes tejidas ofrecían escenas mucho más tranquilizadoras y edificantes que cualquier cosa que pudiera haber visto en ese pequeño puerto marítimo.
Los camareros trajeron varios platos, trozos de fruta con una salsa cremosa, pan, queso y carnes saladas. Tanto las mujeres como los hombres bebían vino, aunque Briony sospechó, por las jarras diferenciadas y el color suave de lo que tenía en la copa, que el de las mujeres tenía más agua. Aun así, la combinación de vino con inusitada libertad alegró mucho a sus compañeras, y aunque hablaban en voz queda parecía haber más risas y bromas que de costumbre entre las mujeres, sobre todo Fanu y las otras jóvenes.
Entre tanto, mientras los platos iban y venían, hombres de Xand y Eion entraban desde las salas externas para celebrar respetuosas audiencias con Effir Dan-Mozan. Algunos eran marinos, y otros vestían las finas túnicas de los mercaderes o banqueros. Shaso no hablaba con nadie y hacía lo posible por pasar inadvertido, pero escuchaba atentamente. Briony se preguntó cómo lo presentaría Dan-Mozan. ¿Un pariente? ¿Un extranjero? ¿Otro mercader? También se preguntó qué decían esos hombres. Era irritante estar sentada allí, entre esas mujeres a las que nadie prestaba atención, mientras se hablaba de cosas importantes sobre el estado del reino.
El sobrino de Dan-Mozan, a diferencia de Shaso, no prestaba atención a las conversaciones. Talibo parecía más interesado en Briony, y la observaba con una intensidad perturbadora. Al principio procuró eludir su mirada, desviando los ojos, pero al cabo de un rato le fastidió que él se tomara esa libertad. Era prácticamente un niño, ¡un niño guapo e imbécil! ¿Qué derecho tenía a mirarla así? Más aún, ¿por qué ella se sentía obligada a desviar los ojos? Recordó la humillación que le había infligido Hendon Tolly frente a su corte, y la vieja herida volvió a arder.
Cuando volvió a sorprender la mirada de Tal, lo afrontó con una expresión glacial hasta que fue el joven quien desvió los ojos, ruborizándose con timidez, quizá con vergüenza.
Niño insolente. Por un instante sintió furia contra todos los presentes, Shaso, Dan-Mozan, Idite, las demás mujeres, todos ellos. ¡Ella era una princesa, una Eddon! ¿Por qué debía esconderse y agachar la cabeza como un criminal? ¿Por qué debía expresar gratitud a gente que sólo cumplía su deber? Si los Tolly eran los causantes de su infortunio, todos los que no se rebelaban contra los usurpadores para expulsarlos del castillo de Marca Sur, aun estos mercaderes tuaníes, eran colaboradores pasivos. ¡Todos eran culpables!
Notó que se le estaba arrebolando la cara y miró su plato, tratando de recobrar la compostura. Tenía que disfrutar la comida (Baddara tenía una buena cocina, y muchos de los platos eran placenteramente desconocidos) en vez de andar rumiando.
Suspiró, alzó la vista, se tranquilizó, y descubrió con irritación que el sobrino del mercader volvía a mirarla, con una expresión aún más inescrutable que antes.
Que los dioses lo maldigan, pensó agriamente, alzando la copa para no verlo. Y que maldigan a todos los hombres, jóvenes y viejos. ¡Y que maldigan a los Tolly… que los maldigan mil veces!
* * *
Después de la comida y la caminata de regreso hasta el hadar, llamaron a Briony para que hablara con Shaso y Effir Dan-Mozan. Se reunió con ellos en el jardín donde un día antes había intentado clavar una daga auténtica (aunque con la hoja envuelta en cuero) en las costillas de Shaso Dan-Heza. Pensó en las dagas yisti ocultas bajo su cama y se sintió culpable: Shaso le había dicho que debía llevarlas siempre consigo. Esperó que no pidiera que se las mostrara.
¿Dónde puedes llevar dagas si usas esta ropa ridícula, sin cinturón ni mangas abullonadas…?
Shaso estaba de pie, examinando el membrillo como si fuera un hortelano, pero Effir Dan-Mozan se levantó de la silla para saludarla.
—Gracias por reuniros con nosotros, princesa Briony. Hoy nos hemos enterado de muchas cosas y sabemos que querréis conocerlas cuanto antes.
—Gracias, Effir. —Miró a Shaso, preguntándose si él habría sido más reacio a compartir la información de lo que sugería el mercader: tenía el aire de un hombre que había comido algo amargo.
—Ante todo, una compañía de soldados de Marca Sur ha estado haciendo preguntas en Puerto Lander. No parecen haberse enterado de nada útil, sin embargo, y continuaron rumbo a otros poblados hace un par de días, así que creo que eso será un alivio para vos.
—Sí, así es. —La salida de ese día le había hecho comprender cuánto le disgustaba estar donde la gente pudiera verla, pero también sabía que no podía esconderse para siempre en la casa del mercader.
—Además —dijo Dan-Mozan—, todos los que vienen del sur coinciden en opinar que el autarca está acelerando el ritmo de la construcción de sus barcos, lo cual sugiere que planea un ataque contra Hierosol. La mayoría de las otras naciones de Xand ya están pacificadas, y la mayor resistencia se encuentra en las regiones montañosas del sur. Allí no le serviría de nada una gran armada.
—Pero Hierosol… ¡Allí está prisionero mi padre!
—Desde luego, alteza. —Dan-Mozan se inclinó como reconociendo un hecho lamentable pero inmutable, una antigua tragedia—. Aun así, no debéis preocuparos en exceso. Aunque el autarca Sulepis pueda botar trescientos buques de guerra, no podrá conquistar Hierosol.
—¿Por qué? —Quería creerle. Era horrible pensar que estaría atascada allí mientras Hierosol sufría un ataque. Aunque fuera una necedad fatal, le costaba no robar alimento para varios días y escabullirse de esa casa para dirigirse al sur.
—Porque las murallas de Hierosol son las defensas más fuertes de los dos continentes. Nadie las ha conquistado por la fuerza en casi dos mil años. Y los hierosolanos también cuentan con una poderosa flota.
—A pesar de eso, Hierosol fue conquistada varias veces —gruñó Shaso, que hasta ahora miraba el árbol desnudo como si nunca hubiera visto nada tan fascinante—. Por medio de la traición, habitualmente. Y Sulepis ha realizado varias conquistas de ese modo. ¿Te has olvidado de Talleno y Ulos?
Effir Dan-Mozan sonrió y agitó la mano como si ahuyentara a un insecto.
—No, y Ludis Drakava tampoco lo ha olvidado, te lo aseguro. Recuerda que sus seguidores no se hacen ilusiones en cuanto a las consecuencias de un triunfo del autarca. Los ulosianos que se aliaron con Xis no tenían ese conocimiento y pagaron un alto precio por ello. Recuerda que Ludis y sus hombres son intrusos y sólo tienen poder en la gran ciudad. Ningún secuaz del lord protector creerá que puede lograr un trato más ventajoso con Sulepis.
—Sí, pero hay muchos miembros de la antigua nobleza de Hierosol que fueron desplazados por Ludis, y quizá crean que sí.
De nuevo el mercader desechó la idea con un gesto.
—Aburriremos a la princesa con esta charla. Ella quiere certezas, y nosotros le ofrecemos un debate. —La miró con sus ojos agudos—. Tenéis mi palabra, alteza. Como nos enseñan los oráculos, sólo un necio dice «para siempre», pero os prometo que el autarca no tomará Hierosol este año ni el próximo. Hay tiempo suficiente para rescatar a vuestro padre.
Shaso murmuró algo, pero Briony no distinguió las palabras.
—¿De qué más os habéis enterado? —preguntó—. ¿Se sabe algo sobre mi hermano o Marca Sur?
—Nada que no supiéramos ya, al menos en términos generales. Lo único de interés que oí fue que hay un nuevo castellano en Marca Sur, un hombre llamado Havemore.
Shaso maldijo, pero Briony no reconoció el nombre de inmediato.
—Un momento… ¿No es el asistente de Brone? —De pronto hirvió de furia—. Si ha designado castellano a su asistente, Avin Brone debe estar prosperando con los Tolly. —¿Era posible que el lord condestable, uno de los más viejos amigos y principales asesores de su padre, hubiera sido cómplice de ellos todo el tiempo? En tal caso, ¿por qué les había hablado a ella y Barrick sobre el contacto entre el autarca y la corte de Estío?—. Todo es demasiado confuso.
—No tanto, al menos en un aspecto. —Shaso parecía dispuesto a regresar a nado a Marca Sur para estrangular a alguien—. Tirnan Havemore siempre ha sido ambicioso. Si alguien puede beneficiarse con el ascenso de los Tolly, es él.
* * *
Shaso y Effir habían entrado, y Briony se había quedado a solas en el jardín para meditar sobre las últimas noticias de Marca Sur y otras partes. Caminaba despacio, ciñéndose el chal sobre el vestido suelto. Havemore castellano y Berkan Hood, vasallo de los Tolly, lord condestable. Esos cambios no eran sorprendentes, sólo una demostración de que Hendon acaparaba poder. Nadie sabía mucho sobre Anissa, la madrastra de Briony, y el bebé recién nacido, pero los habían visto, o al menos habían visto a Anissa con un bebé.
Hendon Tolly no necesita un heredero auténtico, pensó Briony amargamente. El bebé pudo haber muerto esa noche y nadie se enteraría. Mientras Anissa jure que es suyo, cualquier bebé será el heredero, y los Tolly lo protegerán… Es decir, los Tolly reinarán. Era extraño pensar que ese niño, si era el verdadero, era su hermano.
Sintió una punzada. Quizá se parezca a mi padre, o a Kendrick o Barrick. Para mí, sería motivo suficiente para protegerlo. Por un momento no se dio cuenta de que había hecho otra promesa a los dioses y a sí misma, pero la había hecho. Si ese niño es de mi padre, óyeme, Zoria… también lo salvaré de los Tolly. A fin de cuentas, es un Eddon. No permitiré que sea la máscara de ellos.
Estaba tan sumida en sus pensamientos que no había notado que había un hombre en el patio, mirándola en la creciente oscuridad, hasta él que la interpeló.
—Estás pensando —dijo Talibo, el sobrino del mercader. Su cabello rizado estaba húmedo, aplastado contra la cabeza, y usaba una túnica tan limpia y blanca que parecía relucir en las sombras del jardín—. ¿En qué piensas?
Trató de reprimir su furia. Él no tenía modo de saber que deseaba estar a solas con sus pensamientos.
—Asuntos de mi familia.
—Ah, sí. Las familias son muy importantes. Todos los sabios lo dicen. —Él se llevó la mano a la barbilla en un gesto que pretendía imitar el gesto de un sabio, y Briony rio entre dientes. Él ensanchó los ojos, los entornó.
—¿Por qué te ríes?
—Lo lamento. Sólo pensé en algo gracioso. ¿Qué te trae al jardín? Con gusto te dejaré caminar en paz… Debo reunirme con las mujeres para la cena.
Él le dirigió una mirada desafiante.
—No quieres ir.
—¿Qué?
—No quieres ir. Lo sé. Vi que me mirabas.
Ella sacudió la cabeza. Él usaba palabras, sencillas palabras del idioma de Briony, pero lo que decía no tenía el menor sentido.
—¿A qué te refieres, Tal?
—No me llames así. Es un nombre de niño. Soy Talibo Dan-Mozan. Me observas. Vi que me observabas.
—¿Observarte?
—Una mujer no mira así a un hombre a menos que esté interesada en él. Ninguna mujer mira tan desvergonzadamente a un hombre si no lo desea.
Briony no sabía si volver a reírse o si gritarle. ¡Estaba loco!
—No sé de qué hablas. Me estabas mirando. Me has estado mirando desde que vine aquí.
—Eres una mujer bonita, para ser eioni. —Se encogió de hombros—. Una muchacha, en verdad. Pero aun así, agradable para la vista.
—¿Cómo te atreves? ¿Cómo te atreves a hablarme como si fuera una sirvienta?
—Eres sólo una mujer y no tienes un esposo que te proteja. No puedes andar haciendo ojitos a los hombres. —Lo dijo con la calma certidumbre de alguien que describe el tiempo—. Otros hombres se aprovecharían de ti. —Avanzó, tratando de atraerla hacia él. Estiró las manos y ella le abofeteó los dedos, entonces se acercó para abrazarla.
¡Zoria, sálvame! Estaba tan estupefacta que casi no podía luchar. ¡Él intentaría besarla! En parte se alegró de no haber llevado las dagas, porque con gusto le habría apuñalado el corazón.
Se resistió, pero era difícil: él insistía, como empeñándose en cumplir un doloroso deber, y ella tenía las rodillas flojas de sorpresa y temor. Estaba aterrada y no sabía por qué. Era un chiquillo, y Shaso y los demás estaban a poca distancia. Un grito y acudirían en su ayuda.
Se zafó el brazo y lanzó un golpe, errando a la cara pero pegándole con fuerza en el cuello. Él se detuvo sorprendido, luego avanzó de nuevo, pero ella le aferró el brazo y lo empujó a un costado, valiéndose de una llave que le había enseñado Shaso, y huyó hacia los aposentos de las mujeres, cegada por lágrimas de rabia y vergüenza.
—Vendrás a mí —dijo él, tan impasible como si alguien hubiera rechazado su precio inicial en el mercado—. Sabes que tengo razón. —Poco después añadió con un filo de furia—: ¡No me pondrás en ridículo!