10
Torcido y su bisabuela
La gran familia de Crepúsculo ya era poderosa cuando los antepasados de nuestro pueblo llegaron a estas tierras, y los recién llegados fueron asimilados por una u otra de las tribus gemelas, los hijos de Brisa o los hijos de Humedad, que siempre estaban compitiendo.
Un día el señor Destello de Plata del clan Brisa salió a cabalgar y vio a Hija Pálida, la hija de Trueno, que era hijo de Humedad. Era encantadora como una piedra blanca Ella también lo vio a él, tan alto y esperanzado, y sus corazones hallaron una melodía compartida que no se perderá nunca hasta que termine el mundo.
Así comenzó la Larga Derrota.
Cien lucubraciones
del Libro de la Lamentación
Barrick Eddon se levantó presa del terror, temiendo que el corazón se le partiera como un huevo. Olía a quemado, pero el frío y oscuro. Tardó un largo rato en comprender donde estaba. Al aire libre, sí: el susurro y el crujido de los árboles en el viento era inconfundible…
Estaba detrás de la Línea de Sombra, desde luego.
Se sentía como si acabara de tener un sueño largo y extravagante (una sensación que conocía muy bien), pero el despertar no era tranquilizador. El crepúsculo incesante de esas tierras había concluido, pero sólo porque el cielo se había puesto tan negro que no había estrellas, como si un dios colérico hubiera arrojado un manto sobre toda la creación. Si no hubiera sido por los rescoldos que aún ardían en el círculo de piedra, la oscuridad habría sido total. Y ese olor acre y espantoso…
Humo. Gyir dijo que era el humo de un gran incendio, llenando el cielo, matando la luz. Recordó que le habían ardido los ojos casi todo el día, y habían tenido que dejar de cabalgar porque él y el capitán Vansen tenían problemas para respirar.
Barrick se arrastró hacia la fogata y atizó los rescoldos. Vansen estaba dormido con la boca abierta, usando su cofia acolchada para protegerse del frío. ¿Por qué ese hombre seguía allí? ¿Por qué no había regresado a Marca Sur como habría hecho cualquier persona cuerda? En cambio, estaba tendido junto a su nuevo amigo, ese feo cuervo de plumas manchadas (que también dormía, con la cabeza bajo el ala). A Barrick le repugnaba el cuervo, aunque no sabía por qué.
Cuando miró a Gyir, de nuevo se le aceleró el corazón, y se le revolvió el estómago. ¡Por los dioses, el crepuscular era un espanto! Recordó vagamente una sensación de amistad, incluso de parentesco, entre él y esa abominación sin rostro que había conducido a un ejército de monstruos a las tierras de la gente verdadera, para incendiar y matar. ¿Cómo era posible esa locura? Y ahora era prácticamente prisionero de esa criatura, que lo llevaba hacia un destino horrible que sólo los dioses conocían.
Barrick miró el lugar donde estaban los caballos, a la sombra, la robusta montura de Vansen y el inquieto corcel crepuscular que usaba él, aunque no recordaba desde cuándo. Podría montar y largarme en un santiamén, comprendió. ¿Debía despertar a Vansen? ¿Correría el riesgo de perder ese tiempo? Deslizó la mano por el suelo hasta cerrarla sobre la empuñadura del puñal. Mejor aún: podía apoyar ese filo en la garganta de Gyir con la misma rapidez.
Pero mientras los dedos de la mano buena de Barrick se cerraban sobre la empuñadura nudosa, Gyir abrió los ojos y los fijó en él como si hubiera olido los pensamientos asesinos del príncipe. Gyir lo miró con dureza un instante, las pupilas redondas y negras en la luz tenue, pero volvió a cerrar los ojos, como diciendo: Haz lo que quieras.
Barrick titubeó. Ese odio ahora parecía ajeno, un sentimiento que se había adueñado de él. Mi sangre, mis pensamientos… giran y cambian como el viento. Siempre había sido melancólico y a menudo había temido por su cordura, pero ahora temía perder la identidad. Mi padre decía que estaba mejor de su enfermedad cuando dejó el castillo. Por un tiempo me pareció que lo mismo pasaba con la mía, pero ha vuelto con más fuerza que nunca.
Trató de ordenar sus pensamientos, tal como su padre le había enseñado, y lamentó no haber prestado más atención cuando hablaba el rey. Estaba atrapado en un sitio donde los errores podían matarlo.
¿Cómo decidir qué era real y qué no? Horas antes había considerado al hombre sin rostro un aliado, quizá un amigo. Momentos atrás le había parecido un engendro monstruoso. ¿De veras Gyir era tan peligroso, o sólo era un guerrero al servicio de un amo extranjero?
No amo, sino ama, se recordó Barrick. Y de pronto, como si todo hubiera estado a punto de derrumbarse porque faltaba un soporte, volvió a ver a la mujer guerrera en su imaginación y sus pensamientos se estabilizaron. Gyir Farol de Tormentas no era un monstruo, pero tampoco era su amigo. Barrick no podía permitirse el lujo de fiarse tanto. La mujer qar, la dama Yasammez, le había clavado su mirada insondable y le había dicho cosas asombrosas, aunque ahora él recordaba muy pocas. ¿Qué había dicho para instarlo a cruzar la Línea de Sombra? ¿O se había valido de un embrujo para esclavizarlo? Me habló de grandes tierras que yo nunca había visto, las tierras del Pueblo, como lo llamaba ella: montañas más altas que las nubes, y el mar negro, y bosques más antiguos que el tiempo, y…
Pero había otras cosas, y esas otras cosas eran importantes. Dijo que me enviaba como… regalo. ¿Regalo? ¿Cómo podía él ser un regalo, a menos que los qar comieran humanos? Me enviaba a ver a… Saqri, recordó, así se llamaba. Una persona importante y poderosa llamada Saqri, que estaba durmiendo pero pronto despertaría en un mundo sumido en la derrota. ¿Qué significaba eso? Como todos los sueños, empezaba a disiparse. Salvo por los ojos de la mujer crepuscular, sus ojos de depredadora, vigilantes y perspicaces, brillantes como los de un halcón, pero con profundidades milenarias. Así habría imaginado él los ojos de una diosa, cuando todavía creía en esas cosas.
Pero si no creo en los dioses ni en sus mitos, se preguntó, ¿qué es todo esto que me rodea? ¿Qué me ha sucedido si no he sufrido el influjo de los dioses como en las viejas leyendas, como Iaris, Zakkas y los demás oráculos? Como Soteros, que huyó al palacio de Perin, en la cima del monte Xandos, y vio a los dioses en su morada…
No encontró respuestas, pero al menos se reconcilió con su situación. Era una ayuda razonar como hubiera razonado su padre. Ahora miraba a Gyir y veía algo temible pero no aterrador, una criatura que no era como él pero tenía sus semejanzas. Habían hablado con la mente y el corazón. Había sentido las furias y alegrías de ese qar sin rostro cuando hablaba de su patria y de la guerra con los humanos, y casi lo había comprendido… No todo podía ser mentira. ¿Podía alguien ser un enemigo acérrimo y un amigo?
El sueño volvió a dominarlo y cerró los ojos. Fueran amigos o enemigos, debía ser aliado de Gyir Farol de Tormentas mientras el embrujo de la mujer qar lo impulsara. Tenía que creer en ello, o sin duda enloquecería.
* * *
Ferras Vansen terminó de cepillar al caballo con la espuela y se agachó para volver a ponerse la espuela. Lo único favorable de ese tiempo horrible y húmedo era que a la bestia no se le adherían muchas zarzas, aunque la cola era un caos de nudos. Hizo una pausa, mirando al extraño y oscuro corcel que había llevado al príncipe Barrick lejos de la batalla. El caballo crepuscular lo miró a él con ojos de fulgor lechoso. La criatura parecía tener consciencia, y su calma no era indiferencia sino superioridad. Vansen resopló y desvió la vista, avergonzado de sentir rencor por un animal.
—Gyir dice que el caballo se llama Libélula.
Las palabras de Barrick sobresaltaron a Vansen. No había notado que el príncipe estaba tan cerca.
—¿Él os dijo eso?
—Desde luego. Habla, aunque usted no lo oiga.
Ferras Vansen no dudaba de que el crepuscular hablaba sin palabras (él había tenido esa sensación), pero admitirlo parecía ser el primer paso de un viaje que no deseaba emprender.
—Libélula, pues. Como digáis.
—Perteneció a alguien llamado Cuatro Ocasos… Según Gyir, eso es lo que significaba el nombre. —Barrick frunció el ceño, tratando de ordenar las cosas. Había momentos en que parecía un joven común de su edad, al margen del tema de conversación—. Cuatro Ocasos pereció en la batalla. La batalla con… nuestra gente. —Barrick apretó los labios en una sonrisa de alivio: lo había dicho bien.
Con un escalofrío, Vansen se preguntó qué otra cosa había querido decir. ¿Tiene que esforzarse para recordar que no es uno de ellos? Sacudió la cabeza. Éste era el acertijo que le planteaban los dioses. Esperaba tener fuerzas para resolverlo.
—Es un buen caballo, supongo… Teniendo en cuenta que es un monstruo criado por las hadas.
—Más rápido que ninguno —dijo Barrick, con su actitud juvenil—. Gyir dice que los crían en grandes campos llamados Prados de la Luna.
—No sé cómo saben que existe la luna o cualquier otro astro del firmamento —dijo Vansen, mirando hacia arriba—. Y ahora ha empeorado, pues el humo oscurece el cielo. —Marchaban a pie, guiando a los caballos. Vansen echaba de menos ese crepúsculo eterno que antes odiaba. Parecía que estaba condenado a reparar en esas cosas sólo cuando era demasiado tarde.
Skurn brincó al camino para aplastar un caracol contra una piedra enterrada en el barro. El cuervo extrajo la comida y la engulló, y luego volvió un ojo oscuro y brillante hacia Vansen.
—¿Seguimos viaje, amo? —Skurn le dirigió una mirada inquieta a Barrick, que observaba al cuervo con su desdén habitual—. Espero no ser impertinente.
—Pareces que estás de buen humor —dijo Vansen, que aún no se acostumbraba a hablar con un pájaro.
—Esta mañana tuvimos un suculento desayuno con una rana muerta que apenas empezaba a hincharse…
Vansen agitó la mano para interrumpir la descripción.
—Sí, pero pensé que tenías miedo del lugar al que íbamos. ¿Por qué has cambiado de actitud?
Skurn cabeceó.
—Porque ahora nos alejamos de allí, amo. Este nuevo camino se aleja de Marca Norte y las tierras de Juan Cadena. Era todo lo que queríamos.
Vansen se sintió mejor al enterarse. Él también habría estado de buen humor si no hubiera sido por esa lluvia persistente y cenicienta, por ese cielo sin luz y por el hecho de que pasaría otro día de ese viaje ingrato rodeado por locos y monstruos de nefastas leyendas, para acostarse en el suelo frío y desigual y alimentarse con raíces amargas.
* * *
Era casi imposible decidir cuál era la característica más detestable de Skurn, pero entre las primeras de la lista figuraba su costumbre de hablar sin cesar, a menos que algo lo asustara. Aliviado por el nuevo rumbo, el pájaro parloteó todo el día (al principio a voz en cuello, y en un murmullo cuando Vansen amenazó con llevarlo a rastras con una soga), nombrando árboles y arbustos y compartiendo otros conocimientos arcanos, y explayándose sobre los manjares que se podían encontrar por doquier. Vansen interrumpió esa charla nauseabunda cuando el cuervo le explicó que era una delicia arrancar pichones enteros de un nido.
—¿Por qué no te callas? —rugió—. Cierra el pico y guarda silencio, por el Trígono, y déjame pensar.
—Pero no podemos guardar silencio, amo. —Skurn se acuclilló, alzando el pico de un modo que, como Vansen había aprendido, significaba que estaba sufriendo, o bien que estaba defecando sobre la silla, otra de sus características encantadoras—. Verás, andar a caballo nos tiene muy inquietos, y cuando no hablamos, nos agitamos más y el caballo lo toma a mal. Has visto cómo se sobresalta, ¿verdad?
Vansen lo había visto. Dos veces ese día, Skurn había hecho algo que había encabritado al caballo y casi los había arrojado al suelo. Vansen no podía culpar al caballo: Skurn tenía problemas para sostenerse, y cuando perdía el equilibrio hincaba las garras, aunque estuviera sobre el pescuezo el animal y no sobre la silla.
Perin Padre del Cielo, te ruego que me salves, rezó Vansen. Sálvame de todo lo que me has dado. Gran señor, dudo que tenga la fuerza necesaria.
—Entonces no me hables más de cómo capturar y comer esas arañas velludas —dijo—, pues no lo haré aunque me esté muriendo de hambre.
—¿Quieres que te contemos una historia? Así el tiempo pasará más pronto, ¿sí?
—Háblame del que llamabas Torcido, o de ese Juan Cadena que te asusta tanto. ¿Qué es él? Y los otros, los hombres de la noche y demás.
—No, amo, no. No hablaremos de Cadena tan cerca de sus tierras, ni de los hombres de la noche; demasiado escalofriante. Pero podemos hablarte del que llamábamos Torcido. Son historias amenas, y todos las conocen, incluso mi gente, desde las crías hasta los que tejen altas ramas. ¿Hablamos de eso?
—Supongo que sí. Pero en voz más baja, y trata de quedarte quieto. No quiero encontrarme en una zanja mientras mi caballo se pierde en el bosque.
—Pues bien. —Skurn cabeceó, cerró los ojos diminutos, y se meció contra el pomo de la silla.
* * *
Aquí venía —comenzó el cuervo con voz cascada y cantarína—, tuntún-tuntún, torcido como el relámpago, pero lento como el rodar de la tierra cuando tiene un sueño inquieto. Porque era cojo. Aunque sólo era un niño, pasó la larga guerra luchando al lado del padre, y hacia el final el Hombre del Cielo le asestó un tremendo golpe, de modo que cuando sanó, tenía una pierna más larga que la otra. Luego fue capturado por Hombre de Piedra y sus hermanos, y le arrancaron algo que no debían arrancarle, pero aun así él no les contó dónde se hallaba la casa secreta de su padre.
Más tarde, cuando su padre y su madre le fueron arrebatados, y todos sus primos y hermanos fueron enviados a las tierras del cielo, él seguía viviendo en las tierras del mundo porque ninguno de los tres grandes hermanos le temía. Se burlaban de él, llamándolo Torcido, y le quedó ese nombre.
Y así andaba por el mundo, tuntún-tuntún, con una pierna más corta, y dondequiera que iba sufría las burlas de los vencedores, los hermanos y su parentela, aunque les agradaba tener los ingeniosos objetos que él fabricaba.
Tan ingenioso era que cuando perdió la mano izquierda en el fuego de la forja hizo otra de marfil, más diestra que aquélla con la que había nacido, y cuando tocó bazofia con la derecha y se le estropeó, se hizo una de bronce, más fuerte que cualquier mano. Aún se burlaban de él, aún lo llamaban Torcido, y también No-Hombre por aquello que le habían arrancado, pero codiciaban las cosas que él podía hacer. Para Hombre del Cielo hizo un gran martillo de hierro, más pesado e imponente que su martillo de guerra de antaño, y que podía aplastar una montaña o abrir un boquete en las puertas de Hombre de Piedra, como lo hizo una vez cuando los dos hermanos riñeron. También hizo el gran escudo de la luna para aquélla que había ocupado el lugar del padre de él, y para Noche un collar de estrellas, y para Hombre del Agua una lanza que podía partir una poderosa ballena como un cuchillo parte una manzana, y una lanza para Hombre de Piedra, y muchas otras cosas maravillosas, espadas y copas y espejos que albergaban la Antigua Fuerza, el poderío de los días primigenios.
Pero no siempre conocía los mayores secretos, y cuando pasó al servicio de los hermanos que habían vencido a su pueblo, aunque era sumamente ingenioso, aún tenía mucho que aprender. He aquí cómo aprendió algunas cosas.
Así iba un día, tuntún-tuntún, con una pierna más corta, andando como un barco en un mar embravecido, errando lejos de la ciudad de los hermanos porque le dolía tener que tratar con respeto a los que habían vencido a su familia. Atravesaba un valle angosto y sombreado, cercado por altas montañas, cuando encontró a una anciana sentada en medio del sendero, una vieja viuda tal como se podía ver en cualquier aldea, seca y nudosa como un palo. Torcido se detuvo, y le dijo: «Muévete, mujer, por favor. Quiero pasar». Pero la vieja no se movió y tampoco respondió.
—Muévete —repitió él, sin tanta cortesía—. Soy fuerte y estoy furioso como una tormenta, pero no quiero hacerte daño.
Ella tampoco habló, ni siquiera lo miró.
—Mujer —dijo él, y su voz era tan estentórea que hacía resonar el valle, de modo que las piedras se desprendían de las laderas y rodaban hasta el fondo, rompiendo árboles como una persona rompería pajillas—. Te lo digo por última vez. ¡Muévete! Deseo pasar.
Al fin ella lo miró.
—Soy vieja y estoy cansada y hace calor —dijo—. Si me traes agua para aplacar la sed, me apartaré del camino, gran señor.
Torcido sintió fastidio, pero no carecía de modales y la mujer era muy, muy vieja, así que fue al arroyo que bordeaba el camino, se llenó las manos y le llevó agua. Cuando ella terminó de beber, sacudió la cabeza.
—Aún tengo sed. Necesito más.
Torcido cogió una gran roca y la ahuecó con su mano de bronce para formar una gran copa. La llenó en el arroyo y se la llevó, y era tan pesada que al apoyarla hizo temblar el suelo. Aun así, la anciana la alzó con una mano y la vació, y sacudió la cabeza.
—Más —dijo—. Mi boca todavía está seca como los campos de polvo que hay frente al palacio de Hombre de Piedra.
Asombrado pero también furioso, porque le habían interrumpido y complicado el viaje, Torcido fue al arroyo y desvió el cauce para que toda el agua fluyera hacia la anciana. Pero ella abrió la boca y la tragó toda, así que al rato el arroyo se secó, y los árboles del valle se marchitaron.
—Más —dijo ella—. ¿Eres tan inútil que no puedes ayudar a una vieja a aplacar su sed?
—No sé cómo haces estos trucos —dijo él, y estaba tan furioso que el fuego de su tío desterrado bailaba en sus ojos, volviéndolos brillantes como soles, haciendo retroceder las sombras que cubrían el valle—, pero ya no seré amable. Cargo con el peso de la vergüenza de la derrota de mi familia. ¿También debo ser ofendido por una vieja campesina? Apártate de mi camino o te levantaré y te arrojaré a un lado.
—No iré a ninguna parte hasta no haber terminado lo que estoy haciendo —dijo la vieja.
Torcido brincó hacia delante y aferró a la vieja con su mano de marfil, pero por mucho que se esforzara no podía levantarla. Luego la aferró también con la otra mano, la poderosa mano de bronce, infinitamente fuerte, pero aun así no logró moverla. La rodeó con ambos brazos y forcejeó hasta que creyó que le estallaría el corazón, pero no pudo moverla ni un palmo.
Cayó en el camino junto a ella.
—Anciana —le dijo—, me has derrotado, aunque cien hombres fuertes no podrían lograrlo. Me entrego a tu poder, para ser muerto, esclavizado o rescatado como te apetezca.
La mujer irguió la cabeza y rió.
—¡Aún no me reconoces! —dijo—. ¡Aún no reconoces a tu bisabuela!
Él la miró con asombro.
—¿Qué significa esto?
—Lo que dije. Soy Vacío, y tu padre fue uno de mis nietos. Podrías verter en mí todos los océanos del mundo y no podrías llenarme, porque el Vacío no se puede llenar. Podrías traer a todas las criaturas del mundo y no me alzarías, porque el Vacío no se puede mover. ¿Por qué no diste un rodeo?
Torcido se puso de rodillas y apoyó la frente en el suelo, la señal de la Flor Moribunda.
—Honorable bisabuela, estás sentada en medio de un camino angosto. No había manera de dar un rodeo y no deseaba regresar.
—Siempre hay un modo de dar un rodeo, si atraviesas mis dominios —dijo ella—. Ven, hijo, y te enseñaré a viajar por las tierras de Vacío, que están junto a todo y en todo lugar, tan cercanas como un pensamiento, tan invisibles como una plegaria.
Y así lo hizo. Cuando Torcido terminó, volvió a postrarse ante su bisabuela y le prometió un gran regalo a cambio, y luego reanudó la marcha, pensando en los conocimientos recién adquiridos, y en vengarse de quienes lo habían agraviado.
* * *
Vansen se preguntó si andar perdido tras la Línea de Sombra no le estaba afectando el juicio. Cuando el cuervo calló, el capitán aún sentía las palabras en la cabeza, como si alguien murmurase a poca distancia.
—Una tontería —dijo Barrick al cabo de una larga pausa—. Gyir dice que el cuento del cuervo es una tontería.
—Es totalmente cierto, lo juramos por nuestro nido —replicó Skurn con irritación.
—Gyir dice que es imposible que el personaje que llamas Torcido no reconociera a su bisabuela, que fue la madre de todos los Primigenios. Es una historia tonta, contada entre dos hojas.
—¿Qué significa eso? —preguntó Vansen.
—Se refiere al lugar donde se sienta un cuervo, en un árbol —explicó Barrick—. Podríamos decir que es como si los plebeyos comentaran las hazañas de los príncipes.
Vansen se quedó desconcertado, y se preguntó si también lo insultaban a él, pero la expresión de Barrick Eddon no era despectiva.
—El crepuscular habla en vuestra cabeza, ¿sí? —preguntó—. ¿Podéis oírle como si os hablara al oído?
—Sí. Casi siempre. Cuando puedo entender las ideas. ¿Por qué?
—Porque un momento atrás creí oírlo. Sentirlo. No conozco las palabras, alteza. Casi un cosquilleo, como una mosca arrastrándose en mi cabeza.
—Esperemos, por el bien de usted, que de veras haya captado los pensamientos de Gyir, capitán Vansen. Ya sabe que detrás de la Línea de Sombra hay otras cosas que no querría tener en la cabeza, ni en ninguna parte del cuerpo.
* * *
¿Me dirás quién ese tal Juan Cadena de que habla el cuervo?, le preguntó Barrick a Gyir. ¿Y los cráneos largos? ¿Y esas criaturas que llamó hombres de la noche?
No te conviene saber esas cosas. El lenguaje del crepuscular resultaba cada vez más natural. A veces a Barrick le costaba recordar que no estaban hablando en voz alta. Son todas criaturas siniestras. Los hombres de la noche son los que mi gente llama nocturnales. Viven lejos de aquí, en una ciudad llamada Sueño. Agradece que sea así.
Soy un príncipe, dijo Barrick, irritado. No me criaron para que otros se hagan cargo de mis preocupaciones.
Sintió un pequeño estallido de frustración, como si Gyir hubiese resoplado.
Juan Cadena es la traducción de su nombre al idioma común, explicó. Entre los nuestros se llama Jikuyin. Es uno de los más antiguos, un pariente menor de los dioses. Por lo que sé, su madre fue Vacio, la protagonista del cuento del pájaro. En los primeros días había muchos como él, tantos que por largo tiempo los dioses les dejaron hacer lo que quisieran y adueñarse de regiones de esta tierra para que las gobernaran a su antojo, mientras rindieran homenaje a los dioses.
¿Los dioses? ¿Te refieres al Trígono… Erivor, Perin y los demás? ¿Existen de veras? ¿No son meros cuentos?
Claro que existen, dijo Gyir. Existen más que tú y yo, y ahí está el problema. Ahora cállate un momento y déjame escuchar algo.
Barrick se preguntó qué significaría «callarse» para alguien que no hablaba en voz alta. ¿También debía dejar de pensar?
No hay nada que temer, dijo al fin Gyir. Sólo los sonidos que se oyen a esta hora en este lugar.
Pero estás preocupado, ¿verdad? Era doloroso preguntarlo, incluso doloroso pensar. No estaba seguro de lo que sentía por el crepuscular, pero en estos breves días se había habituado a considerarlo un guía fiable, alguien que conocía esta tierra exótica y formaba parte de ella.
Cualquiera que supiera lo que yo sé y no se preocupara sería un necio, respondió Gyir con solemnidad. No todas las tierras que están bajo el Manto son gobernadas desde Qul-na-Qar, y muchos de sus habitantes odian al rey, a la reina y al resto del Pueblo. Esta palabra era un borrón ininteligible.
¿Qué pueblo? No entiendo.
Los que son como yo y como mi ama. ¿Entiendes mejor la idea de los Elevados? Me refiero a las tribus dominantes, las que todavía conservan el aspecto de los días primigenios, cuando tu especie y el Pueblo no eran tan diferentes. Como sin darse cuenta, llevó la mano al tenso tambor de su cara lisa. Muchos de los que han cambiado más han llegado a odiar a los que son parecidos a los mortales, como si los Elevados no hubiéramos cambiado también, y mucho más de lo que ellos se imaginan. Pero nuestros cambios no son exteriores. Bajó la mano. Habitualmente no.
Barrick sacudió la cabeza, porque estas ideas incomprensibles lo picaban como mosquitos.
¿En algún momento tu pueblo fue mortal?
Los qar somos mortales, a diferencia de los dioses, le dijo Gyir con seca ironía. Pero si preguntas si éramos como tu gente, debo responderte que tu gente, que mucho tiempo atrás siguió a la nuestra a estas tierras que consideras el mundo entero, ha permanecido tal como era en sus primeros días en este mundo. Nosotros no. Hemos cambiado de muchas maneras.
¿Cambiado? ¿Cómo? ¿Por qué?
El porqué es bastante fácil, dijo Gyir. Los dioses nos cambiaron. Por los Mosaicos, hijo… ¿De veras tu gente sabe tan poco sobre nosotros?
Barrick sacudió la cabeza.
Sólo sabemos que tu gente nos odia. Eso nos enseñaron.
No os enseñaron mal.
Los pensamientos de Gyir tenían un aire hostil y acerado que Barrick no había percibido antes. Por primera vez desde que habían iniciado esa conversación, recordó cuán diferente era Gyir, no sólo su punto de vista, sino su modo de ser. Barrick sintió la tensión y la furia del guerrero crepuscular palpitando como tambores bajo las palabras tácitas pero reconocibles, y comprendió que la criatura sin rostro anhelaba masacrar a la gente de Barrick, y que lo había hecho con gran felicidad.
Muy pocos de los míos no morirían satisfechos hincando los dientes en la garganta de uno de los tuyos, muchacho; los soleados, como os llamamos desde que nos replegamos bajo el Manto. Sobresaltado por la fuerza del pensamiento de Gyir, Barrick se volvió para mirar al crepuscular. Tuvo la incómoda sensación de que si Farol de Tormentas hubiera tenido boca, habría sonreído socarronamente. Pero no temas, primo. Tú fuiste escogido por la dama Yasammez. No puedes sufrir ningún daño, al menos no de mi parte.
En los días en que habían viajado juntos, Barrick había tratado de obtener información sobre Yasammez, sin mayor éxito. Muchas de las cosas que Barrick ignoraba resultaban tan obvias para el qar que no las explicaba, y el resto estaba plagado de conceptos qar que no formaban palabras en la cabeza de Barrick, sólo ideas turbias. Yasammez era poderosa y antigua, eso era evidente, pero Barrick lo habría adivinado tan sólo por sus difusos recuerdos, los trozos de ella que parecían colgar en su mente como telarañas. Al parecer había un conflicto entre los monarcas crepusculares que Gyir llamaba rey y reina, aunque también estos conceptos eran complicados. Todos tenían muchos nombres y muchos títulos, y algunos parecían contradictorios: Gyir pensaba que el rey había sido coronado recientemente pero también que era eterno, que era ciego pero lo veía todo.
Era difícil entender aun las cosas más sencillas.
Ibas a hablarme de Juan Cadena. Jikuyin. ¿Es de veras un dios?
No, pero es hijo de los dioses. No como tú ni como yo ni como cualquier criatura pensante; es un hijo de gran poder. Su especie fue engendrada por la unión de los dioses con otros seres más antiguos. Los dioses ya no caminan sobre la tierra, y por eso estamos viviendo la Larga Derrota, pero al parecer aún quedan algunos semidioses como Jikuyin.
Barrick volvió a sentir frustración. Hacía horas que habían dejado la carretera cubierta de malezas, porque un árbol caído la bloqueaba, y habían dado un largo rodeo para volver a encontrarla, ahora en el otro lado de un rápido arroyo. Trataban de regresar por algo que parecía un sendero de venados; la lluvia había cesado, pero los árboles estaban mojados, y Barrick había pensado varias veces que cada rama que le pegaba en la cara no le pegaba a Gyir, que cabalgaba detrás de él.
No entiendo nada de eso. Sólo quiero saber quién es Juan Cadena y por qué te preocupa. ¿Por qué el pájaro sigue tan asustado? ¿No nos estamos alejando de Marca Norte, donde él vive?
Sí, pero Jikuyin es una potestad, y como cualquiera de su especie, domina un vasto territorio. Creo que entre tu gente hay caudillos bandidos que son así, que sólo respetan su propia fuerza, ¿sí?
Así era antes. Barrick pensaba en las tristemente célebres Compañías Grises, pero luego recordó a Ludis Drakava, lord protector de Hierosol, el aventurero que había capturado a su padre. Sí, tenemos gente así.
Pues así es Jikuyin. Como dijo el pájaro, se ha adueñado de la ciudad en ruinas de Marca Norte, que fue nuestra antes de ser vuestra. Es un lugar antiguo.
¿Los qar vivieron en Marca Norte?
Eso me han dicho. Fue mucho antes de mis tiempos. Hay ciertos lugares poderosos, y la gente es atraída por ellos, lugares como… Otro concepto extraño rebotó en la cabeza de Barrick, una imagen de luz turbia, el oro sutil del ojo de un halcón destellando desde aguas profundas, todo mezclado con algo que era un brillo azul y penetrante y tan enmarañado como una parra. En los viejos tiempos todos los Hijos de Piedra vivían allí en paz, y sus caminos iban bajo tierra en todas las direcciones, y dicen que llegaban hasta el castillo donde naciste. Barrick notó que Gyir adoptaba una actitud cauta y reservada. Pero eso no importa. Lo concreto es que estamos tratando de eludir el cubil de Jikuyin.
¿Y qué hay de esas cosas que según el pájaro nos perseguirían: los hombres de la noche y los cráneos largos?
No temo a los cráneos largos si estoy armado, dijo Gyir despectivamente. Y creo que ningún nocturnal sería un servidor voluntario de Jikuyin, a menos que el mundo haya cambiado demasiado. Tienen sus propias tierras y sus propios intereses…
Nocturnales. El nombre hizo temblar a Barrick.
¿También tendremos que cruzar sus tierras?, preguntó.
En algún punto, todos los que van a Qul-na-Qar, el gran cuchillo del Pueblo, la ciudad de las torres negras, deben cruzar sus tierras. Por un momento Gyir pareció comunicar algo parecido al afecto. Pero no temas, muchacho. Muchos sobreviven al viaje. Reflexionó un instante; cuando volvió a hablar, sus pensamientos eran sombríos. Desde luego, ninguno de tu especie lo ha intentado aún.