Dos semanas después todavía no había terminado mi examen final para el Anciano y el semestre estaba a veinticuatro horas de concluir. Iba caminando a casa después de mi último examen; si bien había sido una batalla difícil contra el precálculo, a final de cuentas esperaba que fuera exitosa y que me otorgaría la calificación de 9 que con tanto ímpetu deseaba. Afuera hacía un genuino calor de nuevo, tan cálido como había sido ella. Y yo me sentía bien. Al día siguiente vendrían mis padres, cargarían mis cosas en el coche y asistiríamos juntos a la graduación; luego regresaríamos a Florida. El Coronel regresaría a casa con su madre a pasar el verano viendo crecer los frijoles de soya, pero yo podría llamarlo por larga distancia, así que estaríamos en contacto a menudo. Takumi se iba a Japón a pasar el verano y a Lara la conducirían a casa en la limusina verde. Justo estaba pensando que estaba bien no saber exactamente en dónde estaría Alaska y a dónde fue exactamente esa noche, cuando abrí la puerta de mi habitación y vi una hoja de papel doblada sobre el piso de linóleo. Era una sola hoja de papel para correspondencia color verde lima. Hasta arriba, en caligrafía itálica, decía:
Del escritorio de… Takumi Hikohito Gordo/Coronel:
Siento no haber hablado con ustedes antes. No me quedo a la graduación. Salgo para Japón mañana por la mañana. Durante mucho tiempo estuve enojado con ustedes. La manera como me dejaron fuera de todo me lastimó, así que me guardé lo que sabía para mis adentros. Pero después, incluso cuando ya no estaba enojado, seguía sin decir nada y ni siquiera sé bien por qué. Al Gordo le había tocado ese beso, supongo. Y yo tenía este secreto.
En su mayoría, lo han descifrado, pero la verdad es que yo la vi esa noche. Me había quedado despierto hasta tarde con Lara y con otras personas y a esa hora me estaba quedando dormido, cuando la oí llorar fuera de mi ventana trasera. Eran como las 3:15 de la mañana, quizá, y salí y la vi ahí caminando por el campo de futbol. Intenté hablar con ella, pero llevaba prisa. Me dijo que su madre cumplía ocho años de muerta ese día y que ella siempre ponía flores en la tumba en el aniversario de su muerte, pero que ese año lo había olvidado. Estaba afuera buscando flores, pero era demasiado pronto, demasiado invernal. Así fue como supe del 10 de enero. Sigo sin saber si fue suicidio.
Ella se veía tan triste y yo no sabía qué hacer ni qué decir. Creo que ella contaba con que yo fuera la persona que siempre haría y diría lo correcto para ayudarla, pero no pude. Pensé que solo estaba buscando las flores. No sabía que se iba a ir. Estaba borracha, borracha a más no poder, y de verdad no se me ocurrió que fuera a manejar ni nada. Pensé que lloraría hasta quedarse dormida y luego visitaría a su mamá al día siguiente o algo así. Se alejó caminando y luego oí que se encendía el motor de un carro. No sé en qué estaba pensando.
Así que yo también la dejé ir. Y lo siento. Ustedes saben que la amaba. Era difícil no hacerlo.
Takumi
Salí corriendo de la habitación, como si nunca hubiera fumado un cigarro, como corrí con Takumi la «Noche del granero», de un lado al otro del círculo de dormitorios hasta llegar a su habitación, pero Takumi se había ido. Su litera la cubría el vinilo desnudo; su escritorio estaba vacío; una línea de polvo yacía donde había estado su estéreo. Se había ido y no tuve tiempo de decirle de lo que me acababa de dar cuenta: que lo perdonaba y que ella nos perdonaba, y que teníamos que perdonar para sobrevivir en el laberinto. Tantos de nosotros tendríamos que vivir con cosas hechas y cosas no hechas ese día. Cosas que no salieron bien, cosas que parecían bien en el momento porque no podíamos ver el futuro. Si tan solo pudiéramos ver la interminable cadena de consecuencias que resultan de nuestras acciones más pequeñas. Pero no podemos hacer mejor las cosas hasta que hacerlas mejor resulte inútil.
Y conforme caminaba de regreso para darle la nota de Takumi al Coronel, me percaté de que yo nunca sabría. Nunca la conocería lo suficiente para saber sus pensamientos en esos últimos minutos, nunca sabría si nos dejó a propósito. Pero el no saber no evitaría que me importara y que siempre amara a Alaska Young, mi retorcida vecina, con todo mi retorcido corazón.
Regresé a la habitación 43 pero el Coronel aún no llegaba, así que le dejé la nota en la litera de arriba, me senté frente a la computadora y escribí mi manera de salir del laberinto:
Antes de llegar aquí, durante mucho tiempo pensé que la manera de salir del laberinto era fingir que no existía, construir un mundo pequeño, autosuficiente, en un rincón trasero del interminable dédalo y fingir que no estaba perdido, sino en casa. Pero eso solo me condujo a una vida solitaria, acompañado únicamente por las últimas palabras de los que ya habían muerto, así que llegué aquí buscando un Gran quizá, amigos reales y una vida más que menor. Luego metí la pata y el Coronel metió la pata y Takumi metió la pata y ella se nos fue cuando no estábamos prestando atención. Y no hay manera de decir las cosas que suene menos fuerte: ella se merecía mejores amigos.
Cuando ella falló hace muchos años, cuando era una niña pequeña aterrada hasta la parálisis, cayó en el enigma de ella misma. Y yo podía haber hecho lo mismo, pero vi a dónde la condujo a ella. Así que todavía creo en el Gran quizá y puedo creerlo a pesar de haberla perdido.
Porque la olvidaré, sí. Aquello que se unió se deshará de manera lenta, imperceptible. Y yo olvidaré, pero ella perdonará mi olvido, así como yo la perdono por olvidarme a mí y al Coronel y a todos los demás, excepto a ella misma y a su madre en los últimos momentos que vivió como persona. Ahora sé que me perdona por ser tonto y temeroso y hacer aquello que era tonto y temeroso. Sé que me perdona, así como su madre la perdona a ella. Y es así como sé:
Al principio pensé que estaba solamente muerta. Solo oscuridad. Solo un cuerpo al que se estaban comiendo los bichos. Pensé mucho en ella de esa manera, como si fuera el almuerzo de alguien. Lo que había sido ella, los ojos verdes, la sonrisa medio burlona, las curvas suaves de sus piernas, pronto serían nada, solo los huesos que nunca vi. Pensé en el lento proceso de convertirse en huesos y luego en fósil y luego en carbón, el cual, millones de años después, sería extraído de las minas por los humanos del futuro. Ellos calentarían sus hogares con ella y ella sería el humo que saldría ondulante de una chimenea, recubriendo la atmósfera. A veces pienso todavía que quizá la «vida después de la vida» es solo algo que inventamos para aminorar el dolor de la pérdida, para volver soportable nuestro tiempo en el laberinto. Quizá era solo materia y la materia se recicla.
Pero, a fin de cuentas, no creo que haya sido solo materia. El resto de ella se debe reciclar también. Ahora creo que somos más grandes que la suma de nuestras partes. Si tomas el código genético de Alaska y añades sus experiencias de vida y las relaciones que tuvo con la gente y luego tomas el tamaño y la forma de su cuerpo, no la podrías concebir de nuevo. Habría algo más del todo. Hay una parte de ella más grande que la suma de sus partes conocidas. Y esa parte se tiene que ir a algún lado, porque no se puede destruir.
Aun cuando nadie me acusara de ser un buen alumno de ciencias, una cosa que aprendí de esa clase es que la energía nunca se crea ni se destruye. Y si Alaska dio cuenta de su propia vida, esa es la esperanza que desearía poderle haber dado. Olvidar a su madre, fallarle a su madre y a sus amigos y a ella misma, son todas cosas horrorosas, pero no necesitaba plegarse y autodestruirse.
Esas cosas horrorosas pueden sobrevivirse, porque somos tan indestructibles como queramos creerlo. Cuando los adultos dicen: «Los adolescentes piensan que son invencibles», con esa sonrisa mañosa y estúpida en sus rostros, no saben cuán en lo correcto están. Necesitarnos no perder nunca la esperanza, porque nunca nos podemos romper de manera irreparable. Pensamos que somos invencibles porque lo somos. No podemos nacer y no podemos morir. Como toda la energía, solo podemos cambiar formas, tamaños y manifestaciones. Ellos olvidan eso al envejecer. Temen perder y fracasar. Pero esa parte nuestra, más grande que la suma de nuestras partes, no puede nacer y no puede morir, así que no puede fracasar.
Así que sé que ella me perdona, como yo la perdono a ella. Las últimas palabras de Thomas Edison fueron: «Es muy hermoso allá». No sé dónde quede allá, pero creo que es en alguna parte, y espero que sea hermoso.