Cuando caminaba a casa después de clases al día siguiente, vi al Coronel sentado en la banca junto al teléfono de monedas, anotando en una libreta balanceada sobre sus rodillas mientras acunaba el teléfono entre su oreja y su hombro.
Me apresuré a entrar en la habitación 43, en donde encontré a Takumi jugando en silencio el juego de carreras.
—¿Cuánto lleva en el teléfono? —le pregunté.
—No sé. Ya estaba allí cuando llegué, hace 20 minutos. Debe haberse saltado Matemáticas para Niños Inteligentes. ¿Por qué temes que Jake vaya a venir y te patee el trasero por dejar que ella se fuera?
—Como sea —dije, pensando: «Ésta es precisamente la razón por la que no debimos haberle dicho». Entré al baño, abrí la regadera y encendí un cigarro. Takumi entró un momento después.
—¿Qué sucede? —dijo.
—Nada, sólo quiero saber qué fue lo que le sucedió.
—¿En serio quieres conocer la verdad? ¿O quieres averiguar que ellos se habían peleado y ella iba a terminar con él e iba a regresar aquí a tus brazos y ustedes iban a hacer el amor dulce y ardientemente y a tener bebés genios que memorizaran últimas palabras y poesía?
—Si estás enojado conmigo, sólo dímelo.
—No estoy enojado porque la hayan dejado ir. Pero estoy cansado de que actúes como si fueras el único tipo que alguna vez la deseó. Como si tuvieras el monopolio de que te gustara —respondió Takumi.
Yo me puse de pie, levanté el asiento del WC y eché adentro mi cigarro sin terminar.
Lo miré un momento y luego dije:
—La besé esa noche, y tengo el monopolio de eso.
—¿Qué? —tartamudeó.
—La besé.
Abrió la boca como para decir algo, pero no dijo nada. Nos miramos uno al otro un rato y me sentí avergonzado de mí mismo por lo que parecía ser presunción; finalmente dije:
—Yo… mira, tú sabes cómo era. Quería hacer algo y lo hacía. Probablemente fui el tipo que estaba allí en el momento.
—Sí, bueno, yo nunca fui ese tipo —dijo—. Yo… bueno, Gordo, Dios sabe que no te puedo culpar.
—No le digas a Lara.
Estaba asintiendo con la cabeza cuando oímos los tres toquidos rápidos en la puerta de entrada que querían decir que era el Águila y pensé: «Maldita sea, me cachó dos veces en una semana». Takumi señaló la regadera, así que nos metimos juntos y cerramos la cortina; la regadera, por estar demasiado baja, nos escupía agua de la caja torácica hacia abajo. Al vernos forzados a pararnos más cerca de lo que era necesario, permanecimos allí, en silencio; la regadera escupidora empapó lentamente nuestras camisetas y pantalones de mezclilla durante varios largos minutos, mientras esperábamos que el vapor elevara el humo hacia los respiraderos. Pero el Águila nunca tocaba a la puerta del baño, así que después de un rato Takumi cerró la llave de la regadera. Yo abrí la puerta del baño un poquito, me asomé y vi al Coronel sentado en el sofá de hule espuma, con los pies subidos en la MESA PARA CAFÉ, terminando la carrera Nascar de Takumi. Abrí la puerta y Takumi y yo salimos, totalmente vestidos y empapados.
—Bueno, he ahí algo que no se ve todos los días —dijo el Coronel con gesto imperturbable.
—¿Qué fregados haces? —pregunté.
—Toqué como el Águila para espantarlos —sonrió—. Pero vaya, si necesitan privacidad, sólo dejen una nota en la puerta la próxima vez.
Takumi y yo nos reímos y luego Takumi dijo:
—Sí, el Gordo y yo nos estábamos poniendo un poco irritables, pero vaya, desde que nos bañamos juntos, Gordo, de verdad me siento cerca de ti.
—Así qué, ¿cómo te fue? —pregunté. Me senté en la MESA PARA CAFÉ y Takumi se tiró en el sofá junto al Coronel, ambos mojados y con cierto frío, pero más preocupados por la conversación entre el Coronel y Jake que en secarnos.
—Fue interesante. He aquí lo que necesitan saber: él le dio esas flores, como pensamos. No se pelearon. Él sólo llamó porque había prometido llamarle en el momento exacto de su aniversario de ocho meses, que era a las tres cero dos de la mañana, lo que, pongámonos de acuerdo, es un poco ridículo, y creo que de algún modo ella oyó timbrar el teléfono. Así que hablaron de nada durante algo así como cinco minutos y luego, completamente de la nada, ella enloqueció.
—¿Completamente de la nada? —preguntó Takumi.
—Déjame consultar mis notas —el Coronel pasó las hojas de su cuaderno—. Bien. Jake dice: «¿Tuviste un buen aniversario?». Y luego Alaska le dijo: «Tuve un aniversario esplendido» —y en la lectura del Coronel pude oír la emoción de su voz, la manera en que ella resaltaba ciertas palabras como «espléndido» y «fantástico» y «absolutamente»—. Luego hubo silencio y entonces Jake le pregunto: «¿Qué estás haciendo?». Alaska le contestó: «Nada, sólo estoy garabateando». Luego dijo: «¡Oh, Dios! ¡Mierda, mierda, mierda!», se suelta a llorar y le dice que le habla después, pero no dice que lo vaya a ir a visitar y Jake no piensa que ella fuera para allá. No sabe a dónde iba ella, pero dice que siempre preguntaba si podía ir a verlo y esa vez no preguntó, así que no cree que fuera a ir para allá. A ver, déjenme encontrar la cita.
Le dio vuelta a las hojas de su cuaderno.
—Está bien, aquí está. «Ella dijo que me llamaría después, no que me vería».
—A mí me dice «Continuará» y al él le dice que hablará con él después —observé.
—Sí. Observación anotada. Tenía planes para un futuro. Esto nos hace pensar que resulta incongruente con el suicidio. Entonces regresa a su cuarto gritando sobre algo que olvidó. Y luego su loca carrera llega a su fin. Así que no hay respuestas, en realidad.
—Bueno, ya sabemos a dónde no iba.
—A menos que tuviera particularmente un impulso —dijo Takumi. Me miró—. Y según parece, sí andaba bastante impulsiva esa noche.
El Coronel me miró con curiosidad y yo asentí.
—Sí —dijo Takumi—, ya sé.
—Bien, entonces. Tú estabas molesto, pero luego tomaste un regaderazo con el Gordo y ya hicieron las paces. Excelente. Así que esa noche… —continuó el Coronel.
Intentamos reproducir la conversación de esa última noche lo mejor que pudimos para Takumi, pero ninguno de nosotros se acordaba muy bien que digamos, en parte porque el Coronel estaba borracho y yo no estaba prestando atención hasta que empezó con lo de «Verdad o desafío». De cualquier modo, no sabíamos lo que podría significar. Las últimas palabras siempre son más difíciles de recordar cuando nadie sabe que alguien está a punto de morir.
—Quiero decir —continuó el Coronel—, creo que ella y yo hablábamos sobre cuánto me encanta andar en patineta en la computadora y cómo nunca se me ocurriría intentar treparme en una patineta en la vida real. Luego ella dijo: «Juguemos Verdad o desafío», y tú te la cogiste.
—Espera, ¿te la cogiste? ¿En frente del Coronel? —gritó Takumi.
—No me la cogí.
—Cálmense, chicos —dijo el Coronel, alzando las manos hacia arriba—. Es un eufemismo.
—¿De qué? —preguntó Takumi.
—De besarse.
—Es un eufemismo brillante —Takumi miró hacia arriba—. ¿Soy el único que piensa que esto puede ser significativo?
—Sí, a mí nunca se me ocurrió antes —dije, con cara de palo—. Pero ahora, no sé. No le dijo a Jake. No podría haber sido tan importante.
—Quizá la culpa la atormentaba —dijo Takumi.
—Jake dijo que ella sonaba normal en el teléfono antes de enloquecer —dijo el Coronel—. Pero debe haber sido esa llamada telefónica. Algo sucedió que no estamos viendo.
El Coronel pasó las manos por su gruesa cabellera, frustrado.
—Dios, algo. Algo pasó dentro de ella. Y ahora sólo tenemos que saber qué fue.
—Así que sólo tenemos que leer la mente de una persona muerta —dijo Takumi—. Bastante fácil.
—Precisamente. ¿Quieres emborracharte? —me preguntó el Coronel.
—No tengo ganas de beber —contesté.
El Coronel metió la mano en las profundidades de hule espuma del sofá y sacó la botella de Gatorade de Takumi. Takumi tampoco quería, pero el Coronel sólo sonrió burlón y dijo:
—Más para mí —y le entró.