OCHENTA Y NUEVE DÍAS ANTES

—Te encontramos una novia —me dijo Alaska.

Todavía nadie me había explicado lo que había sucedido la semana anterior con el Juzgado. No parecía haber afectado a Alaska, quien estaba 1) en nuestra habitación después del anochecer con la puerta cerrada y 2) fumando un cigarro sentada en el sofá de casi sólo hule espuma. Había puesto una toalla enrollada bajo la puerta e insistía en que con eso bastaba, pero yo estaba preocupado por el cigarro y la «novia».

—Todo lo que tengo qué hacer ahora —dijo— es convencerte de que te guste y convencerla a ella de que le gustas.

—Hazañas monumentales —señaló el Coronel. Se acostó en la litera de arriba, leyendo Moby Dick para su clase de inglés.

—¿Cómo puedes leer y hablar al mismo tiempo? —pregunté.

—Bueno, normalmente no puedo, pero ni el libro ni la conversación implican un desafío intelectual particular.

—A mí me gusta ese libro —dijo Alaska.

—Sí —el Coronel sonrió y se inclinó para mirarla desde su litera superior—. A ti te gustaría. Gran ballena blanca es una metáfora de todo. Tú vives para las metáforas pretenciosas.

Alaska permaneció indiferente.

—Así que, Gordo, ¿qué te parece el antiguo bloque soviético?

—Mmm. ¿Si estoy a favor?

Arrojó las cenizas de su cigarro en mi vaso de lápices. Casi protesté, pero para qué molestarse.

—Esa chica en nuestra clase de precálculo —dijo Alaska—, que dice eestee en vez de este con voz suave. ¿Conoces a esa chica?

—Sí, Lara. Se sentó en mis piernas camino a McDonald’s.

—Sí, ya sé. Y le caíste bien. Tú pensaste que ella iba hablando tranquila sobre precálculo, cuando sin duda hablaba de tener sexo ardiente contigo. Por eso me necesitas.

—Tiene muy buenas tetas —dijo el Coronel, sin alzar la vista de la ballena.

—¡No hagan objetos de los cuerpos de las mujeres! —gritó Alaska.

—Lo siento. Quise decir: tetas paradas —el Coronel alzó la vista.

—¡Eso no mejora las cosas!

—Claro que sí. «Buenas» es un juicio sobre el cuerpo de una mujer. «Paradas» es simplemente una observación. Y están paradas. Digo, míralas.

—Eres incorregible —dijo ella—. Pues mira que eres lindo, Gordo.

—¡Qué bueno!

—No significa nada. El problema contigo es que si hablas con ella, «eh, mm, eh», irán directo al desastre.

—No seas tan duro con él —interrumpió el Coronel, como si fuera mi mamá—. Dios, ya entiendo cómo es la anatomía de una ballena. ¿Podemos continuar, Herman?

—Así que Jake estará en Birmingham este fin de semana y vamos a salir en una cita triple. Bueno, triple y media, porque Takumi también irá. Habrá poca presión. No podrás meter la pata, porque estaré ahí todo el tiempo.

—Está bien.

—¿Quién va conmigo? —preguntó el Coronel.

—Tu novia va contigo.

—Bueno —dijo, y luego agregó, con cara de palo—, pero no nos llevamos muy bien.

—¿Entonces el viernes? ¿Tienes planes para el viernes? —me reí, porque el Coronel y yo no teníamos planes para este viernes, ni para ningún otro viernes del resto de nuestras vidas.

—Eso pensé —sonrió—. Ahora nos toca lavar los platos en la cafetería, Chipper. ¡Dios mío!, los sacrificios que tengo qué hacer.