XVIII

A la mañana siguiente Tom había salido temprano, no a correr por la orilla del río, sino para ir al mercado, y regresó en un estado de intensa excitación.

—¡Hemos tenido suerte! —exclamó—. Me encontré con Bessier. Su sobrino está aquí, y me ha dicho que hay sitio para nosotros en su LandRover. Así es seguro que llegaremos a Mopti antes de que comience a llover.

Anita, complacida como estaba ante la perspectiva del viaje, preguntó:

—¿Por qué hay que llegar a Mopti antes de que comience a llover?

—Porque el tramo de aquí a Mopti se hará intransitable una vez que empiece la lluvia. Más allá, el camino es relativamente fácil. Si nos llevan, nos ahorrarán muchas preocupaciones. Y no tendré que gastar una fortuna en alquilar un vehículo adecuado para ese camino. Así que, ¿puedes hacer tus maletas?

Anita se rió.

—No tengo prácticamente nada, lo sabes. Estaré lista dentro de media hora.

La estimulaba la idea de partir, de ver otro paisaje que este vacío interminable golpeado por la luz. Sentía, sin embargo, cierta ambivalencia. Había comenzado a encariñarse con el pueblo color arena, pues sabía que nunca vería otro igual. Tampoco —pensó— volvería a encontrar a una persona tan poco complicada y tan pura como Sekou. (Sabía que en el futuro seguiría pensando en él).

La mañana de su partida, Tom estaba ocupado repartiendo dinero entre la gente que había servido en la casa de una o de otra manera. Anita lo acompañó a la cocina y le dio la mano a Yohara. Tenía esperanzas de ver a Sekou para decirle adiós.

—Estoy realmente decepcionada —dijo cuando aguardaban frente a la casa al sobrino de Bessier.

—Al final has decidido que Sekou te gusta —le dijo Tom—. Ya ves, no quería violarte.

Anita no pudo contenerse.

—Pero soñó conmigo —repuso.

—¿De verdad? —A Tom pareció hacerle gracia—. ¿Cómo lo sabes?

—El me lo dijo. Soñó que venía a mi cuarto y se quedaba al lado de mi cama. —Decidió detenerse y no contar nada más.

Tom sacudió la cabeza con una expresión desesperada.

—En fin, todo esto es demasiado para mí.

Muy adentrados en el desierto, seguía reviviendo la historia, que dejó de parecerle angustiosa. Sekou sabía buena parte, pero ella lo sabía todo, y se prometió a sí misma que nunca nadie más se enteraría.