VI

Querida Peg,

Es evidente que Tom hace todo lo posible por evitar que un día sea exactamente igual al anterior. Organiza un paseo por el río, o una excursión al «pueblo», como él llama al indescriptible conjunto de casas alrededor del mercado. Dondequiera que vamos, debo tomar instantáneas. Esto puede ser divertido, a veces. Todo lo demás es agotador. Está claro que Tom hace estas cosas para evitar que yo me aburra, lo cual significa que es una especie de terapia, lo que a su vez significa que él cree (y teme) que su hermana podría sufrir un trastorno mental. Esto me preocupa mucho. Quiere decir que entre nosotros dos hay algo que no puede ser mencionado. Es embarazoso y crea tensión. Me gustaría ser capaz de hacerle cara y decirle: «Tranquilízate. No estoy a punto de volverme loca». Pero puedo imaginar bastante bien el pésimo efecto de una declaración tan directa. Sería darle prueba de que no estoy segura de mi estabilidad mental, y desde luego, lo único que necesita para que se le frustre el año es una hermana alterada. ¿Por qué he de dudar de mi buena salud? Supongo que sólo porque la mera sospecha de Tom al respecto me aterra. No puedo soportar la idea de ser una aguafiestas, o de que él piense que lo soy.

Paseábamos ayer Tom y yo por la orilla del río. Una playa ancha de barro endurecido. El intenta hacerme caminar más cerca del agua, donde el suelo es suave, diciendo que sienta bien a los pies descalzos. Dios sabe qué clase de parásitos hay en esa agua. Me parece suficientemente peligroso caminar descalza por cualquier clase de terreno en este sitio, sin meterme en el agua. Cuando me cuido, Tom se impacienta. Asegura que es parte de la forma negativa en que generalmente enfoco la vida. Estoy acostumbrada a sus críticas, y no les presto oído. Pero dijo algo que no se me olvida, y es que el egocentrismo exagerado causaba invariablemente la insatisfacción y minaba la salud. Es obvio que me considera un modelo de egotismo. De modo que hoy al subir a la azotea, me enfrenté con él. El diálogo fue más o menos así:

—Pareces creer que no soy capaz de interesarme en nada que no sea yo misma.

—Sí. Eso creo.

—Está bien, pero no tienes por qué ser tan arrogante.

—Ya que comenzamos esta conversación, será mejor que continuemos. Dime, entonces, ¿en qué estás interesada?

—Si te lo preguntan así, a quemarropa, es difícil salir con algo, ¿sabes?

—Pero ¿no te das cuenta de que eso quiere decir que no se te ocurre nada? Y eso es porque no tienes intereses. Por lo visto no comprendes que el fingir interés, despierta el interés. Como en el viejo proverbio francés acerca del amor que nace de los gestos del amor.

—Entonces, ¿crees que la salvación está en fingir?

—Sí, y lo digo en serio. Todavía no has visto mi trabajo, y menos aún has pensado en él.

—He mirado todo lo que has hecho aquí.

—Lo has mirado. Pero ¿lo has visto?

—¿Cómo pretendes que aprecie tu trabajo? No entiendo mucho de pintura. Eso lo sabes.

—No me importa si lo comprendes, ni aun si te gusta. No estamos hablando de mi trabajo. Hablábamos acerca de ti. Eso era sólo un ejemplo. Podrías interesarte en los sirvientes y sus familias. O en cómo la arquitectura del pueblo se adapta a las exigencias del clima. Veo que ésta es una sugerencia bastante ridicula, pero hay mil cosas en las que uno podría interesarse.

—Sí, siempre que te interesen, para empezar. Si no, es difícil.

Cuando decidí venir, me percataba (o estaba casi segura) de que me metía en un asunto poco placentero. Ahora me doy cuenta de que escribo como si hubiera ocurrido algo espantoso, cuando en realidad no ha pasado nada. Esperemos que no pase nada.

Todo mi cariño.

Anita