V

Al principio hubo recuerdos —imágenes precisas, pequeñas, acompañadas de los sonidos y los olores de algún incidente ocurrido cierto verano—. Las cosas que recordaba habían carecido de importancia en el momento de producirse, pero ahora ella luchaba desesperadamente por retenerlas, por vivirlas otra vez y evitar que desaparecieran en la oscuridad que la envolvía, donde un recuerdo perdía los contornos y era reemplazado por otra cosa. Las entidades sin forma que sucedieron a los recuerdos eran amenazadoras por indescifrables, y, al llegar a este punto, su pulso y su respiración se aceleraron. «Como si hubiera bebido café», pensó, aunque nunca lo bebía. Si unos momentos atrás había estado reviviendo el pasado, ahora se encontraba encerrada en el instante actual, cara a cara con un miedo insensato. Se abrieron rápidamente sus ojos, para quedar fijos en lo que no estaba ahí en la tiniebla.

La comida no le gustaba, la encontraba demasiado picante, por el pimentón, y desabrida al mismo tiempo.

—Y te das cuenta —le dijo Tom—, tenemos la mejor cocinera de la región.

Ella respondió que le costaba creerlo.

Comían en la azotea, no al sol, sino en el intenso resplandor de una sábana blanca tendida sobre sus cabezas. Ella tenía en la cara una expresión de disgusto.

—Compadezco a la que se case contigo —dijo en seguida.

—Eso es una abstracción —contestó él—. No te preocupes. Que se lamente ella cuando estemos casados.

—Oh, se lamentará. Te lo aseguro.

Después de un momento bastante largo, volvió a mirarla.

—¿Por qué te has puesto de pronto tan agresiva?

—¿Agresiva? Pensaba en cuánto te cuesta mostrar afecto, nada más. Sabes que últimamente no me siento muy bien. Pero ¿me has dado en algún momento una pizca de afecto? —(Se preguntó, demasiado tarde, si hacía bien en reconocer esto).

—Estás perfectamente bien —dijo Tom, adoptando su aire arisco.