social de la escuela moderna
Conferencia inédita hacia 1911 conservada en
la New York Public Library
Para comprender plenamente la importancia social de la Escuela Moderna, necesitamos entender primero la escuela tal y como funciona actualmente, y posteriormente la idea que subyace en el movimiento educativo moderno.
¿Cómo, por tanto, es la escuela de hoy en día, independientemente de que sea pública, privada o eclesiástica?
Es para los niños lo que la prisión para los convictos o los cuarteles para los soldados, un lugar donde todo es empleado para romper la voluntad del niño, y a partir de ahí machacarlo, moldearlo y formarlo en un ser absolutamente extraño a sí mismo.
No quiero decir que este proceso sea llevado a cabo conscientemente; es sólo una parte de un sistema que sólo puede mantenerse a través de la absoluta disciplina y uniformidad; ahí radica el mayor crimen de la actual sociedad.
Naturalmente, el método para romper la voluntad del hombre debe iniciarse a una edad muy temprana, esto es, con los niños, ya que en esos momentos, la mente humana es mucho más flexible; de la misma manera que los acróbatas y contorsionistas, para lograr el control sobre sus músculos, comienzan la instrucción y los ejercicios cuando sus músculos todavía son flexibles.
La misma noción de que el conocimiento sólo se puede obtener en la escuela a través de ejercicios sistemáticos, y que el período escolar es el único en el cual el conocimiento puede ser adquirido, es en sí misma tan absurda como para condenar nuestro sistema educativo como arbitrario e inútil.
Suponiendo que alguien pueda sugerir que los mejores resultados para el individuo y la sociedad sólo pueden derivar de una alimentación obligatoria, ¿no podría el más ignorante rebelarse contra tal estúpido proceder? Y eso que el estómago tiene una mayor adaptabilidad a diversas situaciones que el cerebro. A pesar de ello, encontramos muy natural alimentar obligatoriamente al cerebro.
De hecho, realmente nos consideramos superiores a otras naciones, ya que hemos desarrollado un tubo cerebral compulsivo, a través del cual, durante cierto número de horas cada día, y durante muchos años, podemos introducir por la fuerza en la mente de los niños una gran cantidad de nutrientes mentales.
Emerson afirmaba hace seis años: «Somos estudiantes de palabras; estamos encerrados en escuelas y universidades entre diez y quince años, y salimos con una maleta de vientos, un recuerdo de palabras y sin saber nada». Desde que estas sabias palabras fueron escritas, Norteamérica ha alcanzado un sistema escolar omnipotente, y aún nos tenemos que enfrentar con el hecho de una completa impotencia en los resultados.
El gran daño realizado por nuestro sistema educativo no es tanto que los maestros no enseñen nada a sabiendas, que ayude a perpetuar a las clases privilegiadas, que participe, por tanto, en el procedimiento criminal de robar y explotar a las masas; el daño reside en su jactanciosa afirmación de que representa la verdadera educación, esclavizando de ese modo a las masas a un gran consenso mucho más que lo que pudiera conseguir un gobernante absoluto.
Casi todo el mundo en Norteamérica, liberales y radicales incluidos, creen que la Escuela Moderna de los países europeos es una gran idea, aunque la misma es innecesaria para nosotros. «Mira nuestras posibilidades», proclaman.
Aunque, de hecho, los métodos educativos modernos son más necesarios en Norteamérica que en España o en otro país, ya que en ninguna parte existe tan escaso respeto por la libertad personal y la originalidad de pensamiento. La uniformidad y la imitación es nuestro lema. Desde el mismo momento del nacimiento hasta el final de la vida, este lema se impone a cada niño como la única vía hacia el éxito. No existe ningún maestro o educador en Norteamérica que pudiera mantener su cargo si se atreviera a mostrar la menor tendencia que rompa con la uniformidad y la imitación. En New York, una profesora de instituto, Henrietta Rodman, en sus clases de literatura, explicó a sus chicas la relación entre George Eliot con Lewes[35]. Una de sus alumnas, educada en un hogar católico, y máxima expresión de la disciplina y la uniformidad, narró a su madre el incidente escolar. Esta última informó de ello a su sacerdote, y el sacerdote vio que la señora Rodman tenía que informar al Consejo Escolar. Recuérdese que en Norteamérica, el Estado y la Iglesia son instituciones separadas, aunque el Consejo Escolar llamó a la señora Rodman a capítulo y le dejó bien claro que si volvía a permitirse tales libertades otra vez, sería destituida de su puesto.
En Newark, New Jersey, el señor Stewart, un profesor de instituto muy eficiente, presidió la Ferrer Memorial Meeting, insultando de ese modo a los católicos de la ciudad, quienes rápidamente presentaron una protesta al Consejo Escolar. El señor Stewart fue juzgado y obligado a disculparse si quería mantener su puesto. De hecho, nuestras aulas, desde las escuelas públicas hasta la universidad, tanto los profesores como los alumnos están encorsetados, simplemente porque un corsé mental es la gran garantía para una masa apagada, descolorida, inerte, moviéndose como un rebaño de ovejas entre dos altas paredes.
Pienso que ya va siendo hora de que todas las personas avanzadas tengan claro en este punto que nuestro actual sistema de dependencia económica y política se mantiene no tanto en la riqueza y los tribunales sino por una masa de humanos inertes, manipulada y pisoteada en una absoluta uniformidad, y que la actual escuela representa el medio más eficiente para alcanzar tal fin. No pienso que esté exagerando, ni que sea la única que mantenga esta postura; citaré un artículo en Mother Earth de septiembre de 1910 del doctor Hailman, un brillante maestro con cerca de veinticinco años de experiencia, que decía:
«Nuestras escuelas han fracasado porque se basan en la coacción y la represión. Los niños son arbitrariamente dirigidos en qué, cuándo y cómo hacer las cosas. La iniciativa y la originalidad, la autoexpresión y la individualidad son prohibidas… Se considera posible e importante que todos deben interesarse por las mismas cosas, en el mismo orden y al mismo tiempo. El culto al ídolo de la uniformidad continúa franca y tranquilamente. Y para estar doblemente seguros que no existan heterodoxas interferencias, los inspectores escolares determinan cada paso y la manera y modo de darlos, lo que perturba la iniciativa o la originalidad y lo que queda no puede ser considerado como un profesor. Todavía podemos escuchar en demasía sobre orden, métodos, sistema, disciplina, en el sentido superado hace mucho tiempo; y esto significa represión antes que la liberación de la vida».
Bajo estas circunstancias, los maestros son simplemente herramientas, autómatas que perpetúan una maquinaria que genera autómatas. Ellos persisten en imponer sus conocimientos a los alumnos, ignorando o reprimiendo sus instintivos anhelos de manipulación y belleza, y los arrastran o conducen a un mal denominado curso lógico, a unos apocopados ejercicios. Sustituyen sus incentivos internos naturales, que no temen a las dificultades y no se amilanan ante el esfuerzo, por incentivos externos compulsivos y artificiales, los cuales generalmente se basan en el temor o la codicia antisocial o rivalidad, atrofiando el desarrollo de la alegría del trabajo por sí mismo; son hostiles al quehacer con sentido, apagando el ardor de la iniciativa creativa y el fervor del servicio social, y sustituyendo estos motivos permanentes por el capricho pasajero, perecedero.
No se ha dicho que el niño queda mal desarrollado, que su mente queda embotada, y que su mismo ser queda pervertido, haciéndolo de esta manera incapaz para ocupar su lugar en la lucha social como un elemento independiente. De hecho, no hay nada más odiado en todo el mundo actual que los elementos independientes en cualquier circunstancia.
La Escuela Moderna repudia completamente este pernicioso y verdaderamente criminal sistema educativo. Se ha afirmado que no existen más vínculos entre la coacción y la educación que entre la tiranía y la libertad; ambos están tan distanciados entre sí como los polos. El principio subyacente de la Escuela Moderna es el siguiente: la educación es un proceso de sacar y no de introducir; se basa en la posibilidad de que el niño sea libre para que se desarrolle espontáneamente, dirigiendo sus propios esfuerzos y eligiendo las ramas del conocimiento que desee estudiar. Por tanto, el maestro, en lugar de oponerse o mostrar autoritariamente sus propias opiniones, predilecciones o creencias, debe ser un instrumento sensible que responda a las necesidades de los niños sea como sea que se manifiesten; un cauce a través del cual el niño pueda acceder a los conocimientos acumulados del mundo, cuando se muestre predispuesto a recibirlos y asimilarlos. Los hechos científicos y demostrables deben ser presentados en la Escuela Moderna como hechos, aunque ninguna interpretación teórica —social, política o religiosa— debe ser presentada como cierta o intelectualmente superior, que impida el derecho a la crítica o a la divergencia.
La Escuela Moderna, por tanto, debe ser libertaria. A cada alumno se le debe dejar buscar su propia verdad. El principal fin de la escuela es la promoción de un desarrollo armonioso de todas las facultades latentes en el niño. No debe existir coerción en la Escuela Moderna, ni ningún tipo de reglas o regulaciones. El maestro deberá suscitar, a través de su propio entusiasmo y la nobleza de carácter, el latente entusiasmo y la nobleza de sus alumnos, aunque sobrepasará la libertad de su función en cuanto intente forzar al niño en cualquier sentido. Disciplinar a un niño, inevitablemente, es formar una norma moral falsa, en tanto el niño es, de esta manera, conducido a suponer que el castigo es algo que se le ha impuesto desde el exterior, por una persona más poderosa, en lugar de ser una reacción natural e ineludible y una consecuencia de sus propios actos.
El propósito social de la Escuela Moderna es el de desarrollar al individuo a través del conocimiento y el libre juego de sus rasgos característicos, para que pueda convertirse en un ser social, porque ha aprendido a conocerse a sí mismo, a conocer sus relaciones con sus compañeros y a realizarse en un compromiso armonioso con la sociedad.
Naturalmente, la Escuela Moderna no tiene el propósito de arrinconar todo lo que los educadores han aprendido a través de sus errores en el pasado. No obstante, aunque se acepte la experiencia del pasado, debe utilizar en todo momento los métodos y materiales que tiendan a promocionar la autoexpresión del niño. Como ejemplo: la manera en que se enseña a redactar en la actualidad, raramente permite al niño emplear su propio criterio y libre iniciativa. El propósito de la Escuela Moderna es enseñar a redactar a través de temas originales sobre cuestiones elegidas por los alumnos a partir de sus propias experiencias vitales; duros relatos serán sugeridos por la imaginación o actual experiencia de los alumnos.
Este nuevo método conlleva inmediatamente amplias posibilidades. Los niños son extremadamente impresionables, y muy vívidos; al mismo tiempo, como todavía no han sido golpeados por la uniformidad, sus experiencias contendrán inevitablemente mucha mayor originalidad, y más belleza, que la del maestro; igualmente, es razonable asumir que el niño está profundamente interesado en las cuestiones que conciernen a su propia vida. ¿No debe, por tanto, la redacción basarse en la experiencia y la imaginación del alumno que proporciona mayor cantidad de material para el conocimiento y desarrollo que de lo que puede derivarse del método reiterativo actual que no es más que, en el mejor de los casos, imitativo?
Todo aquel que está versado en el presente método de educación sabe que la enseñanza de la historia es lo que Carlyle ha denominado como una «recopilación de mentiras». Un rey aquí, un presidente allá y unos cuantos héroes que son adorados tras su muerte, es el material que suele constituir la historia. La Escuela Moderna, al enseñar historia, debe mostrar al niño un panorama de períodos dramáticos e incidentes, que ilustren los principales movimientos y épocas del desarrollo humano. Se debe, por consiguiente, ayudar a desarrollar una comprensión en el niño de las luchas de las pasadas generaciones a favor del progreso y la libertad, y, por tanto, desarrollar el respeto por cada verdad que conduzca a la emancipación de la raza humana. El principio subyacente de la Escuela Moderna es hacer imposible el simple enseñante: el enseñante, cegado por su ínfima especialidad, le da a la vida un sentido de servir; la reducción mental de los adoradores de la uniformidad; los pequeños reaccionarios que sollozan por «más ortografía y aritmética y menos vida»; los apóstoles autosuficientes de la consolación, que en su culto de lo que han sido, no ven lo que es; los estúpidos partidarios de las épocas decadentes que hacen la guerra al fresco vigor que está brotando del suelo; todos estos son el objetivo de la Escuela Moderna para reemplazarlos por la vida, el verdadero intérprete de la educación.
Amanecerá un nuevo día cuando la escuela sirva a la vida en todas sus fases y reverentemente alce al niño hasta su lugar apropiado en una vida comunitaria de benéfica eficacia social, cuya consigna no sea la uniformidad y la disciplina, sino la libertad, el desarrollo, el bien común y la alegría para todos y cada uno.
Educación sexual
Un sistema educativo que se niega a ver en el joven el desarrollo y crecimiento de una personalidad, una mente independiente y lo saludable de un desarrollo corporal libre, ciertamente no admitirá la necesidad de reconocer las fases de la sexualidad en el niño. Los niños y los adolescentes tienen sus propios sueños, sus vagos presentimientos del impulso sexual. Los sentidos se abren poco a poco como los pétalos de un capullo, la cercanía de la madurez sexual realza las sensibilidades e intensifica las emociones. Nuevas visiones, fantásticos cuadros, aventuras coloristas se siguen unas a otras en una veloz procesión ante el despertar sexual del niño. Es aceptado por todos los psicólogos sexuales que la adolescencia es el más sensible y susceptible período para las más fantasiosas y poéticas inusuales impresiones. El fulgor de la juventud —¡ay, de duración tan breve!— se encuentra estrechamente vinculado con el despertar del erotismo. Es el período en que las ideas y los ideales, los propósitos y las motivaciones, comienzan a formarse en el pecho del ser humano; todo lo feo y desagradable de la vida todavía permanece cubierto por un velo fantástico, ya que la época que marca el cambio de niño a joven es, de hecho, la más exquisitamente poética y mágica fase en toda la existencia del ser humano.
Los puritanos y los moralistas no dejan nada sin hacer para echar a perder y manchar este mágico período. El niño no debe reconocer su propia personalidad, y mucho menos ser consciente de su propia fuerza sexual. Los puritanos levantan un alto muro alrededor de este gran factor humano; ni un rayo de luz se permite penetrar a través de la conspiración del silencio. El mantener al niño en la ignorancia en todas las cuestiones del sexo es considerado por los educadores como una especie de deber moral. Las manifestaciones sexuales son tratadas como si condujeran al crimen, a pesar de que los puritanos y los moralistas, más que nadie por experiencia personal, saben que el sexo es un factor fundamental. No obstante, ellos continúan desterrando todo aquello que pudiera aliviar la atormentada mente y alma del niño, que pudiera liberarlo del temor y la ansiedad.
Los mismos educadores igualmente saben de los terribles y siniestros resultados de la ignorancia en las cuestiones sexuales. Es más, no tienen ni la comprensión ni la humanidad suficiente como para derribar los muros que los puritanos han elevado en torno del sexo. Ellos son como los padres que, habiendo sido maltratados en la infancia, ahora maltratan y torturan a sus hijos para vengarse de su propia niñez. En su juventud, a los padres y a los educadores les fue inculcado que el sexo es rastrero, sucio y aborrecible. Por consiguiente, proceden directamente a inculcar las mismas cosas en sus niños.
Ciertamente, se requiere un juicio independiente y un gran coraje para liberarse a sí mismos de esas impresiones. Los animales bípedos llamados padres carecen de ambos. Por tanto, hacen pagar a sus hijos del ultraje perpetrados por sus padres, que sólo demuestra que serán necesarios siglos de ilustración para deshacer el daño creado por las tradiciones y los hábitos. De acuerdo con estas tradiciones, la inocencia se ha convertido en sinónimo de ignorancia; de hecho, la ignorancia es considerada la virtud más grande, y representa el triunfo del puritanismo. Pero en realidad, estas tradiciones representan el crimen del puritanismo, y ha generado un irreparable sufrimiento interno y externo en el niño y el joven.
Es esencial que comprendamos de una vez por todas que el hombre es mucho más una criatura sexual que una criatura moral. Lo primero es inherente, lo demás, son añadiduras. Siempre que la deprimente moral entre en conflicto con el impulso sexual, este último inevitablemente se impondrá. Pero ¿cómo? En secreto, mintiendo y con trampas, con miedo y estresante ansiedad. En verdad os digo, no en la tendencia sexual descansa la obscenidad, sino en las mentes y corazones de los fariseos: ellos contaminan al inocente, a las delicadas manifestaciones en la vida del niño. Hemos podido observar a grupos de niños juntos, hablando a susurros, contándose unos a otros la leyenda de la cigüeña. Han escuchado, por casualidad, algo, saben que es una cosa terrible, prohibida por un doloroso castigo por hablar abiertamente sobre ello, y en el momento en que algún pequeñuelo es sorprendido espiando a alguno de sus mayores, sale volando como un criminal atrapado en el acto. Cuánta vergüenza podrían sentir si su conversación fuera oída por casualidad y cuán terrible sería si fueran clasificados entre los malos y los malvados.
Estos serán los niños que con el tiempo serán conducidos hacia el arroyo debido a que sus padres y profesores consideraron que cualquier discusión inteligente sobre el sexo era completamente imposible e inmoral. Estos pequeños buscarán su ilustración en otros lugares, y aunque su repertorio de ciencias naturales sólo sea cierto en parte, incluso será más saludable que la falsa virtud de los adultos que han marcado los síntomas sexuales en la niñez como un crimen y un vicio.
En sus estudios, el joven suele descubrir la gloria del amor. Aprende que el amor es la verdadera base de la religión, del deber, de la virtud y de otras diversas cosas maravillosas. Por otro lado, se hace aparecer al amor como una caricatura detestable debido al componente sexual. El criar, por tanto, a ambos sexos en la verdad y la simplicidad podría ayudar muchísimo a aminorar esta confusión. Si en la niñez, tanto el hombre como la mujer son enseñados en la bella camaradería, podría neutralizarse la condición de sobrexcitación de ambos y podría ayudar a la emancipación de las mujeres mucho más que todas las leyes de los códigos legales y su derecho al voto.
La mayoría de los moralistas y muchos pedagogos todavía aceptan la anticuada noción de que el hombre y la mujer pertenecen a dos especies distintas, caminando en direcciones opuestas, y por tanto, deben ser mantenidos separados. El amor, el cual podría ser el impulso para la mezcla armoniosa de los dos seres, en la actualidad los mantiene separados como consecuencia de la flagelación moral del joven que los lleva a la crispación, el hambre del abrazo sexual insalubre. Este tipo de satisfacción invariablemente deja tras de sí un mal sabor de boca y una mala conciencia.
Los defensores del puritanismo, de la moralidad, del actual sistema educativo, sólo han tenido éxito haciendo la vida más reducida, pobre, y más desdeñable; y, ¿qué persona preclara puede tolerar tales ultrajes? Es, por lo tanto, una necesidad humana el exterminar este sistema y a todos aquellos que están comprometidos con la denominada educación. La mejor educación del niño es dejarlo solo y atraerlo a través de la comprensión y la simpatía.