29

Recuerdo que había un gato en la puerta que, al vernos, desfiló como alma que lleva el diablo. Era un gato callejero. Hay muchos por la zona, pero a este no lo conocía. Blanco, muy grande, más parecía un cordero que un gato. Antes de huir, me miró. Tenía unos terribles ojos de gato que parecían decirme que, antes o después, nos encontraríamos de nuevo. Me recordó a Lupo, y sentí cómo el estómago se me contraía.

Gracias al cielo, el olor del tabaco de Paco me hizo regresar al mundo real. Encendió el cigarrillo en la entrada del patio, donde caía un sol de justicia. Le dio una calada tan honda que casi le arranca el alma. No le permití dar la segunda. Le sujeté por los hombros con ambas manos y le obligué a mirarme. Tenía el color amarillento propio de quienes padecen de problemas de hígado, y aquel día la nariz parecía sobresalirle más que de costumbre.

—Necesito que me cuentes qué ocurre con Fulano. Es asunto de vida o muerte, y por una vez la frase es cierta.

Acercó el cigarrillo a la pared, quitó la punta ardiente y se lo guardó en el bolsillo de la camisa.

—¿Para qué? ¿Qué pretendes hacer?

—No lo sé con exactitud pero no quiero ocultarte que estoy dispuesto a todo.

—¿Y qué es todo? ¿Vas a atreverte a empuñar un arma, a pegar a una mujer, a robar a una vieja? ¿Qué es todo?

Instintivamente, retrocedí. Un paso atrás era decir mucho, o no decir nada. Me sobrepuse y respondí con toda la firmeza que mi voz permitió:

—Estoy dispuesto a vivir, y si para ello debo traicionar todo aquello en lo que he creído de niño, lo haré. Puedo prescindir de la honradez, la honestidad, la justicia y hasta la verdad…

—De acuerdo, pongamos que te creo. Ahora dime qué te propones hacer.

—Es fácil. Si lo que has descubierto es lo suficientemente importante para Fulano, voy a utilizarlo.

—¿Y mi conciencia?

Me eché a reír.

—Tú no tienes conciencia.

—¡Lo dirás tú! Por supuesto que la tengo. No es legal, estrictamente hablando, pero distingue el bien del mal, lo correcto de lo incorrecto. Según mi preciosa conciencia, no hay problema en saltarse algunas normas, si es que se trata de proteger un bien mayor como es vuestra vida, pero…

A lo lejos, se había escuchado un maullido feroz. Como si alguien hubiera dado caza a ese enorme gato que rondaba mi casa. Paco se detuvo. No se escucharon más sonidos.

—Pero ¿qué?

—Mira, Efrén, veo cómo te enardeces cada vez que menciono su nombre, cada vez que le ves entrar en la sala del juicio, cada vez que se levanta para machacar a un testigo. Eso no me gusta. Parece una venganza personal y esas actitudes son muy peligrosas. E incontrolables. Dime, ¿por qué le odias tanto? ¿Porque te despidió?

Lo pensé unos instantes. En realidad, sabía que no era el trabajo de toda una vida. Y había sido el empujón que necesitaba para ponerme por mi cuenta. No, el despido no me había importado tanto. Finalmente, confesé lo que ardía en mi corazón.

—Me despidió justo el día en que murió mi padre y ni siquiera se dignó darme el pésame. Él es el que me odia, aunque no sé por qué.

—Yo sí —me aseguró. Me quedé de piedra y le miré fijamente—. ¿No se te ha ocurrido pensar que la culpa pudiera haber sido de tu padre?

—¿De mi padre? ¡Pero qué dices! Era un bendito, un ser incapaz de hacer daño a nadie…

Sacó la colilla de la camisa y la encendió de nuevo.

—Verás, Efrén, es muy posible… No, rectifico: es seguro que tu padre chantajeó a Fulano a fin de que te admitiera en su bufete. No es extraño que te odie, ya que no puede odiarle a él.

Nunca lo había pensado de aquella manera. Y, como en un flash, me imaginé a mi padre el día en que terminé la carrera en la universidad, yéndose a ver a Fulano a su despacho forrado de madera y con vistas a la avenida. ¿Chantajearlo? Es posible que Paco tuviera razón, pero ¿con qué?

—Dime con qué lo chantajeó.

Me echó un vistazo rápido, con el ceño fruncido.

—Necesito un trago —fue lo que me contestó.

—Yo también. ¡A la mierda con el régimen!

Metí la cabeza por la puerta de mi casa y chillé lo suficientemente alto para que Salomé me oyera.

—Voy a tomar algo con Paco. Nos vemos en la Audiencia, ¿vale? Recuerda que la sesión empieza hoy a las cinco. Tienes tiempo de echarte una buena siesta. Y también de buscar una gorra o un pañuelo: tu pelo llama mucho la atención, y eso no nos conviene en absoluto.