Que era sábado se percibía nada más entrar en la Audiencia.
La sala había adelgazado notablemente. Calculo que, a lo sumo, estábamos a media entrada. La mayoría de los curiosos había desaparecido. No quedaban casi estudiantes ni jubilados. Dos terceras partes de los colegas de Torino no habían acudido y los que permanecían parecían incómodos o preocupados. Bueno, en realidad, no sé con certeza cómo se sentían. Lo único que puedo asegurar es que no daban muestras de felicidad. A los únicos que se les veía boyantes era a los representantes de la prensa.
Me fui a mi sitio. Había estado un rato en la puerta, esperando a Salomé, que no llegó. Pero Chantal estaba dentro. Esta vez con pantalón vaquero, camiseta blanca y tacones. Me pregunté de dónde habría sacado unos zapatos así de la talla treinta y cuatro. Llevaba un collar muy vistoso, de bolas de colores. Le dediqué mi mejor sonrisa y le aseguré que me gustaba mucho.
—Los hago yo: me encanta diseñar mis propios adornos. Puedo hacerte uno si quieres… Bueno, no para ti, claro, pero quizás para tu madre o tus hermanas… o tu novia. No serás gay, ¿verdad? ¡Dios, cuándo aprenderé a estar calladita!
Levanté las manos en señal de rendición.
—Te confesaré mis cuitas: no soy gay. Tampoco tengo novia, ni hermanas, y mi madre murió hace años.
Con una sonrisa de oreja a oreja me dijo:
—Pues entonces te diseñaré un llavero. ¡Ay, estoy tan nerviosa, tan emocionada!
—¿Por qué, por el collar?
Me pegó un golpe en el brazo.
—¡No, tonto! Es que hoy interviene mi jefa. Es la segunda en la lista. La de Qiu ha sido mi primera autopsia aquí. ¡Emocionante, créeme!
—No creo que le diera ese calificativo, pero entiendo lo que quieres decir. Cuando conseguí mi primer sobreseimiento, me sentí como si acabara de ganar la lotería… Mira, ya empezamos.
En efecto, el siguiente testigo estaba ya en medio de la sala, junto al micrófono. Pedro Corey, de formación farmacéutico, era un hombre joven, con el pelo cortado al dos, vestido con pantalón de tergal azul y un niqui de algodón de color verde botella, sin otro distintivo que las amplias manchas de sudor que rodeaban sus axilas. Era, según detalló, técnico farmacéutico del Instituto Nacional de Toxicología en el departamento de la ciudad, y había sido el artífice del informe pericial pertinente. Chantal no lo conocía.
Tras el juramento, el fiscal Pérez explicó al jurado por qué motivo había citado a aquel experto.
—Señoras y señores, como escucharon ayer, tras obtener la orden judicial pertinente, la policía efectuó un registro en el domicilio del acusado, a resultas del cual se incautaron de varios objetos. Para evitarles largas comparecencias de peritos, y puesto que ya se ha detallado en el informe que se les ha repartido, me limitaré a resumir algunos de los hechos más significativos.
»En primer lugar, es muy importante que tengamos este dato en la cabeza: en la bolsa de plástico transparente con autocierre que contenía las cinco mil pastillas azules requisadas en el domicilio del acusado, se hallaron varias huellas digitales. Inequívocamente, se ha determinado que pertenecen al fallecido señor Qiu. De modo que no hay lugar para la duda: antes de estar en manos del acusado, estuvo en las de Qiu.
»Ayer, en su interrogatorio al agente X, mi colega mencionó la posibilidad de que aquello fuera una encerrona, es decir, que algún narcotraficante o cualquier otro delincuente que odiara a Torino hubiera decidido perder un montón de dinero y un montón de droga tendiendo al acusado una trampa. Podría ser, claro, cualquier cosa es posible, pero ¿cómo explicar que las huellas del fallecido aparezcan por todas partes? Eso no apunta hacia un montaje, sino hacia que Torino asesinara y robara al señor Qiu. Las huellas digitales encontradas atan a ambos hombres, más allá de una simple visita de inspección, como el acusado testificó. Les hace compartir dinero y drogas, y nos da un motivo para el asesinato.
»Sin embargo, quizás a algunos de ustedes todavía les quede alguna duda. Deben saber que hay más evidencias. Para hablar de ellas, hemos pedido al señor Corey, aquí presente, que viniera, ya que fue el responsable de las pruebas periciales efectuadas en las ropas requisadas al acusado. Son, precisamente, las que vestía el día de autos, es decir, las que pudimos ver en el vídeo que se proyectó ayer. Se hallaron en uno de los armarios de su domicilio y se enviaron al laboratorio para su análisis. Señor Corey, ¿puede precisar a esta sala qué prendas examinó?
—Por supuesto. Nuestro laboratorio recibió unas zapatillas deportivas blancas, marca Nike, bastante usadas, de la talla cuarenta y dos; un pantalón vaquero marca Pepe Jeans, de cuatro bolsillos, también muy usado, y una camiseta blanca de algodón, marca Calvin Klein. Todas esas prendas habían sido lavadas antes de llegar a nuestras manos. De hecho, alguna de ellas todavía estaba mojada. Aun así, se efectuaron todas las pruebas pertinentes.
—Entiendo. ¿Pudieron obtener algún dato, pese a que habían intentado limpiarlas?
El banquillo de la defensa se puso en pie al unísono.
—¡Protesto!
—Se acepta.
—De acuerdo, reformularé la pregunta. Esas prendas habían sido lavadas. Señor Corey, ¿puede decir a esta sala qué encontraron en ellas?
—Sí, claro. En la zapatilla izquierda se detectaron unas pequeñas manchas de color rojizo. Las pruebas bioquímicas permitieron descubrir en ellas la presencia de sangre humana. Concretamente, del tipo AB+, un tipo poco frecuente.
—¿Está seguro de ello? ¿Son fiables esas pruebas?
—Por supuesto que sí.
—El jurado debe saber que el tipo sanguíneo del finado señor Liu es AB+, el mismo que se localizó en las zapatillas deportivas del acusado. —Pérez hizo una pequeña pausa. El jurado tenía los ojos fijos en él—: Tengo entendido que en el pantalón vaquero también se encontraron manchas de sangre de ese mismo tipo. ¿Es eso cierto?
—Lo es. En la pierna izquierda, a la altura del muslo y de la cremallera, se detectaron marcas tipo salpicaduras con ese tipo de fluido. En la pernera derecha había alguna más, pero en ellas no se pudo demostrar su presencia por pruebas bioquímicas. Lo mismo ocurrió con la camiseta.
—Según su informe, realizaron también estudios de ADN. ¿Nos puede explicar por qué y cuáles fueron sus hallazgos?
—Naturalmente. La detección de ADN en los fluidos biológicos que se recuperan en la escena de un delito o en una prueba, como en esa zapatilla, nos permite identificar con una probabilidad mayor al 99,99 por ciento a un sujeto.
—¿Con tanta probabilidad? —incidió el fiscal—. ¿Cómo es eso?
—Verá, los fragmentos de ADN son altamente variables entre los individuos: son casi más propios incluso que una huella dactilar.
—De modo que, con los medios de los que disponen, ustedes pueden saber si ese suero, coincidente en el tipo sanguíneo, es el del asesinado… Lo preguntaré de otra manera: ¿era la sangre del señor Liu?
—Pues verá, según nuestros cálculos, la probabilidad de encontrar un rastro de sangre coincidente con el perfil genético del finado es de 3,9 sobre cien mil; es decir, una probabilidad de 0,0039 por ciento. En suma, que con un altísimo grado de verosimilitud, las manchas halladas en las ropas del acusado pertenecen a la víctima, señor Qiu Liu. De modo que la respuesta es sí: era su sangre.
—Muchas gracias. No hay más preguntas.
—¿Letrado?
Mientras el perito hablaba, Fulano se había escabullido de la sala fingiendo una llamada de móvil. Desconozco si se marchó porque era sábado y tenía que jugar al golf, porque el juicio del político acusado de cohecho estaba finalizando y debía preparar las conclusiones o por cualquier otra circunstancia. Pero fuere lo que fuese, cuando, con un escueto mensaje al oído, le dejó solo, el asociado se echó las manos a la cabeza. Tenía unas notas, pero su nerviosismo evidenciaba que no estaba preparado para realizar aquel interrogatorio. Quizás hubiera sido preferible dejarlo correr. Pero no lo hizo. Y, como suele ocurrir cuando uno tiene dudas, entró a matar.
—Gracias, señoría. Tengo algunas cuestiones menores, que no me importa dejar de lado para no cansar a los jurados. No obstante, hay una que no puedo pasar por alto. Es esta: señores jurados, deben saber que la aplicación de la genética al campo de la investigación criminal todavía tiene, digamos, tintes experimentales. La ciencia ha avanzado mucho, no lo niego, pero no es una ciencia completamente consolidada…
—Eso no es cierto —le interrumpió el testigo.
El asociado reaccionó de inmediato. Con un inusual nivel de agresividad, que hizo torcer el gesto a más de un jurado, gritó:
—¡Usted solo responde a lo que se le pregunte! Por favor, absténgase de cualquier otra intervención.
—Pero es que está usted equivocado…
—¡Que se calle! Limítese a lo que se le pregunte… —Se recolocó la corbata y pareció serenarse—. Veamos, para que en un estrado judicial puedan aceptarse sus informes es necesario que se cumplan determinados requisitos. Por ejemplo, debemos supeditar sus conclusiones a la calidad de la muestra, y a que los procesos de recolección, embalaje y cadena de custodia sean los preceptivos, ¿es así?
—¿Quiere usted que responda? —susurró con sorna el testigo.
—¡Naturalmente!
—Pues entonces le diré que sí. En este caso…
—Con un sí o un no es suficiente. Veamos, ¿cree usted que, transcurridos varios días, y en una zapatilla que ha pasado por una lavadora, se dan esas condiciones?
—Sí, lo creo.
—¿Con qué nivel de certeza?
—Con toda la que requiere la ley. —Corey se volvió hacia el presidente y le dijo—: ¿Señoría, puedo decir algo?
—Me temo que solo puede responder a lo que se le pregunte.
El asociado volvió a la carga.
—¿Todos sus colegas estarían de acuerdo con usted?
—Pregúnteselo a ellos.
Chantal se me acercó, para susurrarme al oído:
—Mañana está despedido.
—No me cabe duda —respondí.
El asociado se dio por vencido y dejó el interrogatorio inconcluso, con la esperanza de que el jurado se olvidase pronto de ello. Pero no iba a ser tan sencillo: su señoría estaba recabando las preguntas del jurado. El agente judicial fue a recogerlas: había varias, todas sobre lo mismo.
—Señor Corey, varios jurados quieren saber qué quiere decir con «cadena de custodia», y qué tiene que ver en este caso.
—Se lo explico en dos palabras, señoría: la «CC» es un procedimiento que garantiza que las evidencias que analizamos en el laboratorio sean las mismas que se recogieron del lugar de los hechos. Dicho en otras palabras, evita que, en su manejo, las evidencias físicas puedan ser alteradas. Si hay algo que llevamos a rajatabla, es la «CC». Porque las cosas pueden pasar por muchas manos. ¿Puedo poner un ejemplo?
—Naturalmente.
—Pongamos por caso esas zapatillas: se recolectó esa prueba en el lugar de los hechos, se embaló, transportó y almacenó antes de que llegaran a mi laboratorio. Pues bien, todo eso está documentado, preservado, asegurado. Se sabe quién hizo cada cosa, y quiénes son responsables de su traslado. En fin, que cuando vamos a un juicio y decimos algo es porque así lo creemos. A nosotros ni nos va ni nos viene: no conocemos al sujeto, ni el caso. Y respecto al ADN, nadie se opone al progreso. Ya estamos enviando exploradores a Marte. Encontrar ADN es mucho más sencillo…
—¡Vaya palo! —exclamó Chantal y, como en una premonición, añadió—: Espero que no se desquiten con mi jefa, que va la siguiente.