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El fiscal hizo un gesto al magistrado presidente, y este, muy serio, se dirigió al jurado.

—Señoras y señores, necesito que me dediquen unos instantes de su atención. El ministerio público desea que escuchen el testimonio de una cuarta persona, otro agente de policía. Como les advertía anteriormente, este será el último testimonio de esta tarde-noche. En este caso, concurren circunstancias especiales y, por motivos de seguridad, no se les va a comunicar su nombre ni su cargo actual. Tampoco verán su rostro. Se empleará un sistema de conferencia con voz distorsionada. Será, simplemente, el agente X. Deben saber que se cumplen todos los requisitos necesarios para que ustedes tomen sus palabras como válidas. Que preste juramento. Inmediatamente después, el ilustrísimo señor fiscal procederá con el interrogatorio.

Se le dio paso. La expectación era máxima.

—Agente, según mis datos, a la 1.10 de la madrugada del día 2 de julio del año pasado, participó usted en el registro del domicilio del inspector Torino, ubicado en la calle FFF número treinta y cinco de esta ciudad, y de los dos automóviles propiedad del acusado, ¿es eso cierto?

—Lo es. Otros tres agentes de la Brigada de Régimen Interior y yo mismo, acompañados por un secretario judicial enviado por el juez Rodríguez, de quien teníamos orden firmada, participamos en esos registros. Respecto a los vehículos, uno se encontraba estacionado en la vía pública, en las inmediaciones, en la puerta del domicilio del acusado para ser exactos. El segundo, un Porsche 911 Carrera Triptronic, del año 99, procedente de una subasta, lo encontramos en una especie de local pequeño, en el bajo del número treinta y nueve de la misma vía. Cuando llegamos, hicimos sonar el timbre. Nos abrió el inspector Torino, que dormía. Se le mostró la orden y se levantó acta de la relación de efectos incautados.

—¿Cuál fue la actitud del inspector Torino cuando llegaron?

Suspiró profundamente.

—Bueno, podría explicarlo diciendo que pasó de la sorpresa a la indignación. Se puso violento y tuvimos que reducirlo. Pasados unos minutos, entró en razón. Finalmente, se calmó y nos dijo educadamente, dentro de las circunstancias, que registráramos lo que quisiéramos porque no sacaríamos nada.

—Pero no fue así, ¿verdad? ¿Puede darnos la relación de efectos incautados?

—Claro. ¿Quiere que la lea?

El fiscal miró de reojo el reloj.

—Creo que es preferible que nos la resuma, para no alargarnos más de lo debido. Yo, después, si es necesario, le pediré algunas precisiones.

—De acuerdo. En su domicilio requisamos, en primer lugar, una bolsa grande de plástico negro, de esas que se emplean en los jardines: contenía dinero en efectivo. Exactamente, se requisaron quinientos doce mil setecientos treinta euros en efectivo, en billetes pequeños…

—Perdone que le interrumpa. Estoy pensando que medio millón largo de euros es una buena cantidad…

—Ciertamente…

—¿Puede explicarnos qué importancia tiene que dicha cantidad fuera encontrada en billetes pequeños?

—Bueno, es un indicio claro de su procedencia; de que vienen del menudeo, quiero decir. De la venta de drogas, por ejemplo. ¿Continúo?

—Por favor.

—También requisamos dos armas, no declaradas: una pistola Glock 9 milímetros y otra Star 28PK, ambas con munición. Las tenía guardadas en un altillo. Él mismo nos indicó dónde las escondía. Por otro lado, nos llevamos la ropa que vestía el día en que las cámaras captaron su entrada en el local del señor Qiu: un pantalón vaquero, una camiseta, unas zapatillas deportivas y varios pares de calcetines de deporte. Posteriormente, escondida en el chasis del coche encerrado en el local del número treinta y nueve, hallamos otra bolsa de plástico, esta vez transparente, con cierre zip de bastantes centímetros de apertura útil, que contenía pequeñas pastillas azules. Por el brillo, pensamos enseguida en algún derivado de la mescalina: sustancia, por tanto, ilegal. El alijo contenía cuatro mil seiscientas once pastillas.

La voz distorsionada del policía confería una especial severidad a lo que narraba y todos los que escuchábamos nos sentimos impresionados. Pero el fiscal no quería perder el tiempo.

—¿Cuál fue la actitud del acusado al ver lo que habían encontrado?

—Se puso histérico. Por segunda vez nos vimos obligados a emplear la fuerza para reducirle. Nos llamó de todo y aseguró que se trataba de un montaje: que nunca había visto ese dinero ni esas pastillas. Aseveró textualmente que «eran del chino». Con todas las garantías procesales fue detenido y puesto a disposición judicial.

—Cuando el acusado dijo «eran del chino», ¿de quién pensaron que hablaba?

El agente X no dudó.

—De Qiu Liu. Habíamos visualizado las cintas procedentes de las cámaras de seguridad el día de autos y la imagen del inspector aparecía nítida en ellas.

—Cuando le ordenaron registrar el domicilio del acusado, ¿se extrañó?

Esta vez, el testigo misterioso se tomó un momento para contestar.

—Pues si le soy sincero, debo decir que no. Hace varios meses se nos ordenó instruir informaciones reservadas e investigaciones sobre él.

—¿Sabe el porqué?

—Lo sé. Se trataba de averiguar si, en efecto, la conducta del inspector Rafael Torino y algunas otras personas de su entorno eran contrarias a la ética profesional, como indicaban las informaciones preliminares. Para ello, montamos un discreto dispositivo de vigilancia, en días alternos; hablamos con la gente y, en fin, lo normal en estos casos…

—Cuando dice «conducta contraria a la ética profesional», ¿a qué se está refiriendo?

—En términos generales, debíamos comprobar si se saltaba las normas establecidas o admitía prácticas manifiestamente ilegales; si abusaba del poder que se le ha conferido en beneficio propio o era violento sin necesidad… Cosas por el estilo.

—¿Y a qué conclusiones llegaron?

—Lo siento, lo mío no es llegar a conclusiones. Ese expediente está activo todavía. Por eso declaro de esta manera.

—¿Continúan reuniendo indicios?

—Sí, indicios hay.

—Gracias. No haré más preguntas.

Esta vez, Fulano dejó el sitio a su hijo menor. Este se puso en pie y apoyó las manos en la mesa. Lo hizo con tal descuido que el vaso de agua que descansaba en ella, y que era de plástico blando, de los de usar y tirar, se volcó íntegramente sobre la madera, mojando todos sus papeles. Hubo que decretar un receso, mientras lo secaban. Solo fueron diez minutos.

—¡Es lo más emocionante que he visto en mi vida: como ir al cine! —exclamó Chantal, inclinándose sobre mí—. Pero creo que voy a aprovechar el receso para salir a fumarme un cigarro. Llevamos aquí bastante rato y esa voz me ha puesto un poco nerviosa.

—Te acompaño —contesté sin pensarlo. Salomé prefirió quedarse.

Mucha gente tuvo la misma idea. De hecho, se formó un pequeño montón ante las puertas de la Audiencia, y nos tocó esperar. Detrás de mí algunas personas discutían en voz queda. Alcancé a escuchar retazos de su conversación. Sin duda, eran miembros del cuerpo de policía, comentando el testimonio del agente X. Una voz estridente se elevaba sobre las demás. Defendía con muchas palabrotas la actuación de Torino. Sin embargo, mezcladas con aquellas frases de aliento y admiración, capté también palabras poco halagadoras que le iban destinadas: una era «cerdo»; otra, «corrupto»; la tercera, «asesino». Sonaban bien.

Chantal encendió su pitillo en la misma puerta. Desde luego, lo suyo era vicio.

—¡Ah, qué maravilla!

—Eso mata, lo recuerdas, ¿verdad?

—Y los años también.

Fumó dos cigarrillos, uno detrás del otro, sin perder ni una brizna de humo. Luego me hizo correr.

—¡Volvamos, nos vamos a perder la réplica! A ver por dónde sale la defensa.

Nosotros regresamos; muchos colegas de Torino no lo hicieron. Ocupamos nuestros asientos.

—Con la venia, quisiera empezar pidiendo disculpas por mi torpeza. Intentaré compensar el tiempo perdido siendo muy preciso con mis preguntas. Agente X: cuando mi colega le ha preguntado de quién pensaron que hablaba cuando mi cliente dijo: «Eran del chino», ha dicho que de Qiu Liu. ¿Mencionó mi cliente ese nombre en algún momento?

—No.

—De modo que es mera especulación por su parte.

—Es posible.

—¿Es eso un sí?

—Lo es.

—Bien, la precisión es un gran valor para el jurado. Como usted ha referido, mi cliente señaló también que se trataba de un montaje. ¿Lo pensó usted alguna vez, durante el registro?

Pese a la distorsión del sonido, escuchamos nítidamente sus palabras.

—Pues lo cierto es que no.

—Gracias. Señoría, no tengo más preguntas.

Salomé se me acercó de nuevo.

—Menos mal que llega el fin de semana porque si no nos da un infarto…

—No tan pronto, escucha.

En efecto, el presidente había mirado el reloj y hecho ademán de hablar, aunque guardó silencio. Lo volvió a intentar y tras mirarlo de nuevo, incómodo, se decidió a revelarnos sus pensamientos:

—Mañana es sábado: día de piscina, de tortilla de patata y de estar con la familia, pero no podemos eternizarnos. Me he propuesto que el próximo viernes tengamos sentencia y que ese fin de semana todos lo tengan libre. Por eso, voy a pedirles un esfuerzo añadido. Tendremos una sesión matutina. Comenzaremos a las nueve y media. Prometo terminar a las dos en punto.