El fiscal Pérez no sonreía cuando se levantó para dirigirse al jurado; sin embargo, había algo en su gesto aniñado que te hacía sentirle cercano, confiable. Se estiró las mangas lo mejor que pudo, se recolocó el flequillo y comenzó:
—Con la venia. Ilustrísimo señor presidente… Miembros del jurado: les corresponde a ustedes decidir el futuro inmediato de Rafael Torino, inspector jefe de la sección 2B del grupo de estupefacientes de la policía nacional, persona conocida y respetada en esta comunidad. Se le acusa de haber cometido delitos muy graves, entre ellos uno capital: haber asesinado a un semejante —argumentó—. Es una misión importante y delicada la que se les encomienda. Sin embargo, esta responsabilidad no debe asustarles. No se les exige que se metan en su mente ni que calibren sus virtudes, ni por supuesto que se aprendan de memoria el Código Penal o la Ley de Enjuiciamiento Criminal. Únicamente se les pedirá que juzguen con recta razón y sentido común los hechos, según las pruebas que van a aportarse en este juicio. Para ello, haremos venir a algunas personas, con la esperanza de que sus testimonios nos aclaren extremos que podrían resultar oscuros. Ustedes, por escrito, tendrán también posibilidad de formular sus preguntas.
»Me gustaría comenzar esta exposición inicial resumiendo los hechos que se van a juzgar en esta sala, según la visión de esta fiscalía.
»La secuencia de los mismos es la siguiente:
»El día 27 de junio, a las dos cincuenta de la madrugada, una dotación de la policía municipal se personó en el número seis de la calle PPP de esta localidad, en respuesta a una llamada de socorro de una vecina. Una vez allí, los dos agentes de uniforme entraron en el bajo derecha, cuya puerta presentaba evidencias de haber sido forzada, y hallaron el cuerpo sin vida del ciudadano de origen chino Qiu Liu en medio de un gran desorden. Le habían pegado tres tiros, dos en el pecho y otro en la frente. Dos cámaras de seguridad, una de un cajero automático y otra de una joyería, sitas en los edificios colindantes, sitúan inequívocamente al acusado en la escena del crimen y en el periodo temporal en que los forenses estiman su muerte. Ante tal evidencia, fue interrogado en dependencias policiales.
»En esa su primera declaración, el acusado aseguró haber acudido a ese domicilio por razón de su trabajo. Dijo haber tenido noticia, a través de un confidente, de que el finado traficaba con drogas de diseño, tipo de estupefacientes que caían dentro de su competencia. Que acudiera solo y a altas horas, violando el protocolo interno, no pudo explicarlo y, la verdad, conociendo el funcionamiento de la policía, resulta bastante sospechoso.
»Cinco días después, la unidad de investigación interna de la policía nacional, que seguía sus pasos desde hacía semanas, recibió una llamada anónima en la que se les informaba de que el inspector Torino, tras asesinar a Liu, se había apropiado de «ciertas mercancías» propiedad del difunto. Tras obtener la orden judicial pertinente, los agentes se personaron en el domicilio del acusado. En efecto, en el registro hallaron medio millón de euros en efectivo, en billetes pequeños, y se incautaron de cinco mil pastillas de una variante de la droga conocida como 2CB. También cogieron de su armario la ropa que vestía el día de autos para ser enviada al laboratorio para su posterior análisis. Los indicios de huellas y restos de sangre hallados en esas prendas y en la bolsa de las drogas permitieron abrir un proceso y, porque era sólido, hoy estamos aquí.
»Citaremos a una vecina del finado que nos informará de los gritos de auxilio del señor Liu y de las amenazas pronunciadas por el acusado. Los peritos le situarán sin género de duda en el lugar. Otros testigos nos narrarán la naturaleza violenta y la actitud antiética del acusado. Trataremos de demostrar más allá de la duda razonable que, en casa del fallecido, en un momento de la discusión, el acusado sacó un arma huérfana (es decir, no fichada por la policía) y, a bocajarro, pegó tres tiros al señor Liu, dejándolo muerto en el acto. El ministerio fiscal entiende que el móvil principal de este atroz asesinato (incomprensible como todos los crímenes) fue el robo, ya que se encontraron huellas del fallecido en la bolsa que contenía las drogas localizadas en la casa del acusado.
»En el registro citado, se encontraron también dos armas no declaradas. Con ninguna de ellas se hicieron los disparos que mataron a Liu. De hecho, el arma en cuestión no ha aparecido. Sin embargo, creemos poseer suficientes pruebas que apuntan a Torino como el asesino de Liu, además de un policía corrupto, que trafica con drogas y blanquea dinero.
»A nuestro juicio, lo descrito es una actitud delictiva con toda suerte de agravantes: alevosía, nocturnidad, precio, ensañamiento… Les mostraremos suficientes pruebas y testimonios para pedirles que entreguen un veredicto de culpabilidad. No obstante, antes de eso permítanme que regrese a lo que les manifesté cuando comencé esta exposición. A lo largo de estos días, van a escuchar muchas cosas buenas acerca del acusado Torino y algunas afirmaciones funestas sobre el fallecido Liu, quien, no debemos ignorarlo, era un narcotraficante de origen extranjero asentado ilegalmente en nuestro país. Pero no se equivoquen: no juzgamos al señor Liu, sino las acciones delictivas del señor Torino, que usó su autoridad para buscar dinero y drogas, robarlas y matar al camello que podía denunciarle.
»El acusado es un veterano inspector de policía que ha recibido una condecoración, lo cual está muy bien, pero no le juzgan por su valor o comportamientos pasados, sino por extralimitarse, corromperse y asesinar a sangre fría a una persona. Que sea policía, incluso un buen policía, nada nos dice acerca de su inocencia o culpabilidad, como tampoco acerca de su bondad o maldad. Ustedes deben atenerse a las pruebas que aquí se presenten. Deben ser objetivos: las sospechas nos han llevado a este juicio, pero el veredicto nos lo darán las pruebas, y en este caso son contundentes. ¿Medio millón de euros, una bolsa llena de huellas del fallecido y dos pistolas sin declarar son suficientemente contundentes para ustedes? Porque eso fue lo que Torino robó en el domicilio de Liu, y, de paso, lo mató para que no pudiera hablar de nada. Por ejemplo de las drogas… ¿Para qué quiere cinco mil pastillas de 2CB un agente antidroga si no es para traficar con ellas?
»Una última cuestión. Esta fiscalía conoce, respeta y admira el trabajo desempeñado por los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, y en concreto el llevado a cabo por la policía, muchas veces en circunstancias difíciles y con medios muy escasos. Estamos convencidos de que, sin ellos, la justicia no podría prosperar. Deben comprender que hoy no juzgamos a ese cuerpo sino a una manzana podrida. Porque no hay peor delincuente que un policía corrupto. Su actitud, su abuso de autoridad, su avaricia denigran a su cuerpo; denigran a su país; nos denigran a todos los que creemos que unas instituciones fuertes y honestas son un pilar fundamental para la convivencia pacífica. Por eso, y porque hablamos de una vida humana, lo más sagrado de lo que podemos hablar, les pediré un castigo ejemplar. Eso es todo.
—¿Ha concluido, señor fiscal? —se interesó el magistrado presidente.
—Sí, señoría.
—Entonces, haremos un receso de diez minutos y continuaremos con la exposición de la defensa.
Antes de que pudiera darme cuenta, me había quedado solo en la última fila. Chantal, Salomé y Paco se habían marchado. Huido, más bien. Yo me quedé quieto porque no quería perder el sitio otra vez. La madre de Qiu tampoco se movió, aunque su acompañante se ausentó y no regresó hasta que el magistrado presidente y sus tics dieron por concluido el juicio.
Reconozco que es una tontería, pero, en aquel corto receso, llegué a sentirme culpable. Técnicamente, nosotros no habíamos matado a su hijo, únicamente engañamos a Torino. ¿Quién iba a suponer que el muy bestia fuera a su casa y lo matara, como quien caza a un ciervo? Definitivamente, no habíamos apretado el gatillo pero, si no hubiéramos llamado a Torino aquella tarde, él seguiría vivo y nosotros estaríamos muertos.
—No has salido. ¿Acaso es por el sitio numerado? —preguntó Chantal al regresar, partida de risa.
Sonreí y me encogí de hombros.