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Disgustado por cómo se había desarrollado la conversación, y por los dos euros cincuenta que me habían cobrado por el botellín de agua mineral, regresé a casa. El cabreo se mezclaba con una cierta esperanza y con el alivio de no quedarme de brazos cruzados.

Durante el camino, no podía ser de otra manera, me asaltaron todo tipo de dudas. Era una pretensión legítima querer protegerse de aquella sanguijuela, pero tratar de hacerlo fuera de la legalidad era un arma de doble filo, y me desagradaba sobremanera. Era cierto que no parecía haber otros caminos, y también que ese malnacido llevaba un aura negra como el carbón. Era un mal policía, un ladrón y un asesino, pero combatirlo de aquel modo era una completa maldad.

Soy abogado. Dicen que, entre los delincuentes, los abogados somos los que más incumplimos la ley. Bueno, no digo que seamos todo lo morales que debiéramos, pero nosotros manejamos la ley, la moldeamos, no la matamos, que era lo que Paco y Salomé iban a hacer, con mi ayuda.

Por otro lado, aunque parecía un buen detective, y demostraba temple y conocimiento, no tenía la certeza de que Paco pudiera montar algo tan gordo y con tan poco tiempo. Había exigido cien mil euros por el trabajo. Lejos de molestarme, aquella petición me había tranquilizado. Si alguien quiere cobrar es porque cree que lo que tiene entre manos es un trabajo y no una aventura o una heroicidad. Y si quiere cobrar tanto, es que se siente capaz de hacerlo.

Tras la fijación de sus honorarios, nos había dado instrucciones.

—Es importante mantener la boca cerrada antes, durante y después. Nadie tiene que saber nada de esto, nadie. ¿Me habéis entendido? Nadie es nadie —reiteró, elevando el tono de voz—. Si se os escapa una sola palabra, somos carne de ataúd. Como os decía, el tiempo corre en nuestra contra, de modo que vamos a ponernos a trabajar ahora mismo.

—Perdona que sea pesado. Has dicho que no nos vas a contar detalles, y me parece lógico, pero ayer mismo me decías que era imposible saber dónde estaban los del maletín. Si son ellos los que deben pillar las evidencias en manos de Lupo, tenemos un problema. Y luego está el hecho de que él también conoce los métodos. Tendrás que asegurarte de que no se da cuenta de que se la hemos dado con queso en sus propias narices.

A Paco, la sonrisa se le extendió por toda la cara.

—La Chari, mismamente. Ella sabe conseguir que un policía caiga en la cama tan agotado y borracho que no se enteraría ni de que una apisonadora le alisa los huevos. Antes, naturalmente, el Niño tiene que dar el soplo.

—¿A quién? —insistí.

—¡Por favor, Efrén, a los del maletín!

Estallé. Levanté la voz y empecé a protestar.

—¡Ya sé que a los del maletín, Paco, lo que pregunto es cómo vas a localizarlos! Decías que no sabías quiénes eran.

—Y no lo sabíamos, pero ya lo sabemos. He tardado un poco, pero ya tengo a uno localizado. Os aseguro que la Chari se ha ganado hasta el último euro de los tres mil que le he pagado.

—¡De modo que lo tenías todo en la cabeza!

—No. Hasta ese momento, solo estaba recabando información. Eso es lo que hace un detective, averigua cosas.

—Pues yo te encargué lo de Fulano y mi padre y no sacaste nada en claro.

Se llevó el dedo índice a los labios.

—¡Chitón, no me seas capullo! Lo de tu padre lo averigüé en su momento, pero no te he contado nada porque estabais jugando a los púgiles. Ya te explicaré, es divertido: pero ahora a lo nuestro. Además de tener la boca cerrada, quiero que hagáis lo mismo que hacéis siempre. Vamos a ver, hoy es jueves. ¿Qué hacéis los jueves?

Miré a Salomé y añadí:

—¿Te refieres además del masaje y la sesión de spa? Pues qué vamos a hacer: ¡trabajar! Aunque yo, de momento, estoy para pocas.

—Pues entonces, en cuanto paguemos, os vais a casa y abrís el bufete. Vida normal, esa es la consigna. Normalidad. ¿Cómo vas de tus dolores?

—Jodido, apaleado y ahora con cargo de conciencia. No podría estar mejor.

—Me alegro de que progreses. ¡A trabajar!