22

Nunca es fácil sentarse con la parte contraria, depositar tus voluminosas carpetas sobre la mesa, sacar tu bolígrafo y empezar a negociar una solución extrajudicial con la frialdad profesional que se espera de un letrado. Pero cuando la mesa está en una de las salas del bufete que te ha despedido y las frases de apertura de la negociación son ínfulas absurdas, los acuerdos se tornan casi imposibles.

—Buenos días, Porcina —me dijo el joven asociado al llegar a la sala pintada de verde manzana—. Disculpa el retraso, un asunto de importancia: una opa.

Me sentó como una patada.

—Supongo que será hostil y especialmente enrevesada, porque llevo veinte minutos esperando —repliqué.

—Lo sé, colega, pero voy a compensarte de inmediato. Te voy a hacer tan fácil la negociación que en un par de minutos estás en casa. Quiero que aceptes mis argumentos, todos. Eso no es negociable. Lo demás, como quieras.

—¿Eso es todo?

—Breve, ¿verdad?

—Nos vemos en el juzgado.

No pegué ojo en toda la noche. Me preocupaba ponerme delante de un juez, no tengo experiencia suficiente, pero sobre todo me preocupaba que el bufete se empecinase en un caso tan claro. Porque una cosa es la soberbia y otra la eficiencia. Habiendo dinero y prestigio por medio, la primera cede el puesto a la segunda.

—Deberían haber negociado una solución factible —comenté con Salomé cuando esta llegó a casa por la mañana.

—Creerán que no eres capaz de llevarlo a buen puerto.

—No, tiene que haber algo más. Se guardan un as en la manga, seguro. Vuelve a llamar a Trini, quiero hablar con ella.

—La pobre está bastante afectada, y tiene que ayudar a su hija…

—¡He dicho que la llames! Te juro que cada día me recuerdas más a la madre Teresa de Calcuta. ¡Que venga, y que venga pronto! Si se tiene que venir con la familia, que lo haga.

El cochecito era enorme, y la niña llorona. A la media hora, la madre se desabrochó la camisa y enchufó a la criatura, que como loca empezó a mamar. Emitía unos ruidos que daban grima. Salomé y Trini estaban tan panchas, yo, de lo más incómodo. Escena propia de película de Almodóvar. En fin, al menos logré sacarle la verdad.

—Trini, hay algo que no me cuadra. Vamos a ponernos delante de un juez y necesito ir prevenido. ¿Me comprendes?

Asintió.

—¿Y vas a contármelo?

Volvió a asentir. Aunque se tomó su tiempo.

—Me llamó ayer y me dijo que fuera al supermercado. Dijo que si me acuesto con él, al menos dos veces, me readmitirá y me ascenderá a encargada.

Salomé estalló.

—¿Te acostarías con ese cerdo por una mierda de trabajo? ¿Y por qué dos veces? ¡Qué mierda de tío!

—Mi hija y mi nieta recién nacida dependen ahora de mí. No sería la primera vez que tengo que tragarme un sapo, aunque nunca ha habido uno como este. Tengo que decidirlo antes del juicio —aclaró.

Me hervía la sangre. Pero todos manteníamos el silencio. Solo se escuchaban los lametazos de la criatura y el ruido del ventilador. La joven madre fue la primera en hablar. Lo hizo con voz calmada y con mucha sensatez.

—No lo harás, mamá, nos las arreglaremos. Además, el señor Porcina encontrará una solución, ¿no es así?

—Lo intentaré. Pero quiero que vosotras reunáis todas las pruebas posibles sobre ese aspecto de tu jefe: acosos previos testimoniados, por ejemplo. Quizás podamos utilizarlo en su contra.