21

Aceleré para llegar cuanto antes a casa. Trini y Salomé me esperaban, ambas con cara de angustia.

—¿Y bien?

—Te quedaste corta, Salomé. Además de un salido, es un capullo. Y tiene abogado: ha contratado al despacho de Fulano. Ese tendero es un pez demasiado pequeño para él. Lo dejará en manos de uno de sus asociados, pero esos tienen orden de ganar como sea. Tendremos que prepararnos a conciencia o nos machacarán.

—Pero tenemos razón, ¿no? —preguntó mi querida socia.

—Tener o no razón importa relativamente. Lo que importa es que el juez así lo crea. Y el juez, si es buen juez, tendrá que atenerse a lo que dice la ley y echar un vistazo a la jurisprudencia. La primera está indudablemente de nuestra parte. Lo demás tengo que estudiarlo.

Trini, que no me perdía un segundo de vista, se decidió a hablar.

—¿Cuánto va a costarme este pleito, Efrén? No tengo mucho dinero y el nacimiento de la niña lo complica todo un poco más.

—No va a costarte nada. Salomé y yo haremos esto con mucho gusto. Si algún día las cosas te van mejor, ya hablaremos.

—Te lo agradezco mucho, de verdad, pero debes saber que no puedo permitirme el lujo de perder ese trabajo y encima quedarme sin indemnización.

—Lo sé. No te preocupes.

—Perdona que insista. Verás, veo que para ti hay algo de personal en esto. Para mí las cosas son distintas. No se trata de un pulso, ni de un juego de azar. Es mi vida: si no trabajo, no cobro. Y si no cobro, me echarán de la casa y tres mujeres estúpidas (una de ellas, recién nacida) se quedarán sin comer.

—Lo entiendo, de verdad. Verás, en un caso como este, poco importa ser inteligente o novato. Tener docenas de asociados o ninguno. La ley es clara. Me refiero a que no hay que seguir ningún rastro y convencer al juez de nada: solo leerle el artículo 37.3b del Estatuto de los Trabajadores.

La mujer seguía sin convencerse. Finalmente, decidí hablar claro:

—Comprendo tus reticencias, Trini, pero debemos ser prácticos. Te han despedido, peor no pueden estar las cosas. Yo soy tu única baza, de modo que no te queda más remedio que confiar en mí y rezar para que lo hagamos bien.

Bajó la vista y no dijo una palabra. «Mal asunto», pensé.

—Trini, necesito que seas sincera. Que me cuentes eso que me estás ocultando.

Pasaron unos largos segundos antes de que lograra articular palabra.

—No hay nada que contar —aseveró.

—De acuerdo, como quieras. Déjame que lo intente. Creo poder ganar. ¿Quieres?

Asintió. Enormes lagrimones caían por su mejilla cuando se marchó.

—¡Tenemos que llamar a Paco! —dijo Salomé en cuanto hubo salido por la puerta.

Paco, por si no lo recuerdan, es nuestro detective de cabecera. He empezado a hablar de él en varias ocasiones, pero creo que nunca he llegado a concretar.

—¿A Paco, por qué?

—De esa clase de capullos debes esperarte cualquier cosa.

—¿Y quién va a pagarlo? Porque una cosa es que no pasemos a Trini una minuta y otra que encima nos cueste una pasta. La ONG que buscas está en la zona guay de la ciudad; tiene patronato y gentes guapas. Además, Paco está siguiéndote a ti.

—Yo estoy bien, ha pasado tiempo suficiente. Lo de Igor pasó a la historia. Pero lo de Trini es importante y te arrepentirás si no me haces caso. —Como no cambiaba de expresión, añadió—: Hagamos una cosa: quita el coste de mi parte, si hace falta.

—¿De tu parte? El diez por ciento de cero es cero.

Mi bendita secretaria-socia-amiga, como siempre, hizo lo que le dio la gana. Gracias a Dios.