Notas

[1] Le Messager européen, 7, 1983. <<

[2] Tzvetan Todorov, Les abus de la mémoire, Arléa, 1995; Henry Rousso, La hantise du passé. Entretiens avec Philippe Petit, Textuel, 1998. <<

[3] «La tyrannie de la mémoire». en L’Histoire, mayo de 1998, pág. 98. <<

[4] Jugement à Moscou. Un dissident dans les archives du Kremlin, Robert Laffont, 1995 (2.ª ed.), Hachette, 1996. <<

[5] Stéphane Courtois (ed.): Le livre noir du communisme, Robert Laffont, París, 1997. Trad. española: El libro negro del comunismo, Espasa Calpe, 1998. <<

[6] Mientras que S. Courtois evalúa en 20 millones el número de víctimas en la URSS, Z. Brzezinski (The Gran Failure. The Birth and Death of Communism in the 20th Century, Scribners, Nueva York, 1989) se arriesgaba diez años antes a dar una estimación de 50 millones de muertos. R. J. Hummel, de la Universidad de Hawai, estima que el régimen soviético mató 61,9 millones entre 1917 y 1987 (Letal Politics. Soviet Genocid and Mass Morder since 1917, Transaction Publ., New Brunswick, 1996). R. Conquest, cuyos trabajos (La grande terreur, Stock, 1970, 2.ª ed. revolución; La grande terreur. Sanglantes moissons. Robert Laffont, 1995) han afirmado durante mucho tiempo su autoridad, llega a un total de 450 millones de víctimas, sin contar los muertos de la Segunda Guerra Mundial. D. Volkogonov (Le vrai Lénine, d’après les archives secrètes soviétiques, Robert Laffont, 1995) ha hablado de 35 millones de muertos entre 1917 y 1953; J. Julliard, de «40 millones de muertos en la URSS» («Les pleureuses du communisme», en Le Nouvel Observateur, 19 de septiembre de 1991, pág. 58); D. Panine, de «60 millones de víctimas». A. Solzhenitsyn, en el segundo volumen del Archipiélago del Gulag también daba la cifra de 88 millones de víctimas. Algunos investigadores basan sus cálculos en una evaluación del «lucro cesante» demográfico de la población rusa. En 1917, la URSS contaba con 143,5 millones de habitantes. Las anexiones de 1940 sumaron 20,1 millones más; o sea, un total de 163,6 millones. De 1917 a 1940, y luego de 1940 a 1959, el incremento natural de hubiera debido de llevar el volumen a 319 millones de individuos. Ahora bien, en 1959 sólo había en la URSS 208,8 millones de habitantes, lo cual significa un «déficit» de 110,2 millones. Si de esta última cifra se deduce el número de las víctimas de la guerra (44 millones), el resto, es decir, 66,2 millones de hombres, mujeres y niños, representaría el coste humano del sistema soviético (cf. el artículo del demógrafo Kurganov publicado el 14 de abril de 1964 en el periódico Novie Russkoié Slova, traducción francesa en Est & Ouest, 16 de mayo de 1977). En el otro extremo, J. Arch Getty todavía sostenía hace quince años que el número de las personas ejecutadas en la época estaliniana nunca superó «algunos miles» (Origins of the Great Purges, Cambridge, 1985, pág. 8). Cf. también J.-P. Dujardin, «Coût du communisme: 150 millions de morts», en Le Fígaro-Magazine, 18 de noviembre 1978, págs. 50-51 y 150; R. W. Thurston, Life and Terror in Stalin’s Russia, 1934-1941, Yale University Press, New Haven, 1998. El número de los internados del Gulag ha sido probablemente sobrevaluado. M. Collinet, en su Tragédie du marxisme, avanzaba en 1948 la cifra de 20 millones de detenidos al final de la guerra. J. Rossi (Le Manuel du Goulag, Cherche-Midi, 1997) habla de 17 a 20 millones de prisioneros para el período 1940-50. Basándose en los archivos oficiales, N. Perth («Goulag: les vraies chiffres», en L’Histoire, septiembre de 1993) ha mostrado que la población total del Gulag al final de la época estaliniana era de unos 2,5 millones de personas. Se tiene que añadir, sin embargo, el número de los deportados en «colonias especiales»: más de 2,7 millones de personas a 1.º de enero de 1953. <<

[7] Pierre Chaunu, «Les jumeaux “malins” du deuxième millénaire», en Commentaire, primavera 1998, p. 219. <<

[8] «Desde el comienzo del mundo —ya había escrito Jacques Julliard—, ningún régimen, ninguna dinastía, ningún monarca había conseguido nada parecido. Ni siquiera el nazismo, que, hacia el final, se quedó corto de tiempo» («Les pleureuses du communisme», art. cit., pág. 58). <<

[9] International Herald Tribune, 23 de diciembre de 1997. <<

[10] Marianne, 10 de noviembre de 1997. <<

[11] Carta del 23 de mayo de 1993 a Jean Daniel, publicada en Commentaire, primavera de 1998, pág. 246. Cf. también François Furet: «Nazisme et communisme: la comparaison interdite», en L’Histoire, marzo de 1995, págs.18-20. <<

[12] Art. Cit. <<

[13] Texto publicado en Commentaire, invierno de 1997-98, pág. 790. También se han publicado extractos en Le Monde, 22 de octubre de 1997, pág. 17. <<

[14] Permanent Revolution. Totalitarianism in the Age of International Civil War, Londres, 1942. <<

[15] «Les fièvres anticommunistes», en L’Histoire, noviembre de 1997, pág. 7. <<

[16] «Un naufrage dans l’archipel du Goulag», en L’Événement du jeudi, 6 de noviembre de 1997, pág. 22. El propio Raymond Aron había recurrido a este argumento al hablar, a propósito del comunismo, de «compaginación de un objetivo sublime y de una técnica despiadada» (cf. Démocratie et totalitarisme, Gallimard, 1965, pág. 302). Esta distinción había sido criticada por Alain Besançon (Présent soviétique et passé russe, LGF, 1980, págs. 147-148). Aron acabó después renunciando a dicha distinción, confesando al final de su vida que ya no estaba impresionado por la tesis que distinguía «el mesianismo de la clase y el de la raza» (Mémoires. 50 ans de réflexion politique, Julliard, 1983, pág. 737). <<

[17] La definición es del dirigente comunista Robert Hue: «Nazisme, communisme: la comparaison est odieuse et inacceptable», en L’Evénement du jeudi, 13 de noviembre de 1997, pág. 59. Simone Korff Sausse ha subrayado con acierto que la forma en que Robert Hue denuncia el Gulag, al que califica de «monstruosidad», tiene precisamente por objetivo presentar al estalinismo como una excrecencia patológica sin relación con el comunismo «real». El «monstruo» (el Gulag) difiere por naturaleza de la normalidad (el comunismo). «He aquí un hermoso ejemplo —escribe Simone Corp— de maniobra de tipo estaliniano al servicio de una presunta crítica del estalinismo. La noción de monstruo aparece para hacer imposible el debate». («Monstruosité et manoeuvre stalinienne», en Liberation, 9 de diciembre de 1997, pág. 5). <<

[18] L’Histoire, enero de1998, pág. 3. <<

[19] L’Histoire, enero de1998, pág. 3. <<

[20] L’Histoire, enero de1998, pág. 3. <<

[21] Le Journal du Dimanche, 2 de noviembre de 1997. <<

[22] Le Journal du Dimanche, 2 de noviembre de 1997. <<

[23] Le malheur du siècle, Fayard, 1998. <<

[24] Ernst Nolte, correspondencia con François Furet, en Commentaire, invierno 1997-1998, pág. 806. La correspondencia Furet-Nolte también ha sido publicada en forma de libro (Fascisme et communisme, Plon, 1998). <<

[25] «Criminels par erreur», en Valeurs actuelles, 22 de noviembre de 1997, pág. 31. <<

[26] «Ne dites plus “jamais”!», en Le Nouvel Observateur, 20 de noviembre de 1997, pág. 49. <<

[27] «Lo importante no es que mi discurso sea verdadero, sino que sea sincero», escribe textualmente Albert Jacquard (Petite philosophie à l’usage des non-philosophes, Calman-Lévy, 1997, pág. 205) <<

[28] Véase sobre este tema Michele Heller, «Lénine et la Vetchéka ou le vrai Lénine», en Libre, 2, 1977, págs. 147-170; Hélène Carrère d’Encause, Lénine, le chef de sang et de fer, Fayard, 1998. <<

[29] En 1883, Leroy-Beaulieu, apoyándose en las acta de la administración penitenciaria rusa, estimaba que el exilio administrativo por razones políticas sólo había afectado durante el período 1871-78 a una media de treinta y ocho personas, rusos y polacos incluidos, al año. En 1889, uno de los más feroces adversarios del régimen zarista, Steniak, indicaba que el mayor penal de Siberia, el de Kara, sólo albergaba a 150 detenidos (cf. Jocelyne Fenner, Le Goulag des tsars, Tallandier, 1986). <<

[30] L’année des fantômes, Grasset, 1998, pág. 342. <<

[31] «Remous autour du Livre noir de communisme», en Esprit, enero de 1998, pág.192. <<

[32] L’esprit totalitaire, Sirey, 1977, pág. 132. <<

[33] Citado por Michel Heller, La machine et les rouages. La formation de l’homme soviétique, Calmann-Lévy, 1985, pág. 21. <<

[34] Op. cit., pág. 121. <<

[35] Le Nouvel Observateur, 30 de octubre de 1997, pág. 51. <<

[36] «Le communisme et nous», en Le Monde, 5 de diciembre de 1997. <<

[37] «La vengeance du communisme», en Le Monde, 28 de diciembre de 1996. <<

[38] «Les frères anticommunistes», art. cit., pág. 6. <<

[39] Art. cit., pág. 28. <<

[40] Art. cit. <<

[41] Billancourt: barrio de las afueras de París célebre por sus movilizaciones comunistas. (N. del T.) <<

[42] «Le communisme réel a produit un cauchemar», en La Une, enero de 1998, pág. 18. <<

[43] «Je conspire, Hannah Arendt conspirait, Raymond Aron aussi…» [Yo conspiro, Hannah Arendt conspiraba, Raymond Aron también…], en Le Monde, 31 de enero de 1998. «A quienes le deniegan a la comparación cualquier valor, explicando que la historia sólo se interesa por lo único —escribe por su parte Ian Kershaw—. se les puede sencillamente responder que sólo mediante la comparación se puede establecer la unicidad de un acontecimiento» («Nazisme et stalinisme. Limites d’une comparaison», en Le Débat, marzo-abril de 1996, pág. 180). <<

[44] Les abus de la mémoire, Arléa, 1996. <<

[45] Bernard-Henri Lévy, en Le point, 13 de diciembre de 1997, pág. 146. <<

[46] «Por mi parte —escribe Jean Daniel—, no tengo ningún embarazo en considerar que tal abandono casi místico a una visión judeocéntrica encierra todos los peligros». («Sur un texte d’Alain Besançon», en Commentaire, primavera de 1998, pág. 228.) <<

[47] Le démon de la tautologie. Suivi de cinq petites pièces morales, Minuit, 1997, pág. 68. <<

[48] «Denunciar el orden moral impuesto por la Alemania nacionalsocialista durante su penoso régimen —escribe también Clément Rosset— sólo era y sólo es una reacción saludable si y solamente si tal denuncia no encierra, a su vez, una nueva denuncia moral, cuyo efecto sería el de anular el todo» (Le démon de la tautologie. Suivi de cinq petites pièces morales, Minuit, 1997, págs. 68-69.) <<

[49] L’Éthique. Essai sur la conscience du mal, Hatier, 1993, pág. 58. <<

[50] Es decir, quienes colaboraron con los alemanes durante la ocupación de Francia en la II Guerra Mundial. (N. del T.) <<

[51] «Yo canto al Gepeú necesario para Francia. Pedid un Gepeú. Os hace falta un Gepeú. ¡Viva el Gepeú, figura dialéctica del heroísmo!» [sic.] <<

[52] «Si se supone que Maurice Papon tenía que conocer la realidad de Auschwitz durante la guerra, ¿cómo imaginar que Marchais hubiera podido ignorar el Gulag durante la paz?», se pregunta Jacques Julliard (L’année des fantômes, op. cit., pág. 434). <<

[53] Comunicación a la sesión inaugural de curso del Institut de France, art. cit., pág. 790. <<

[54] Tan sólo cinco años antes de que cayera el muro de Berlín, Raymond Aron calificaba de «idea aberrante» la hipótesis de que «la Unión Soviética estuviera amenazada de hundirse» (Les dernières années du siècle, Julliard, 1984, pág. 119): «Si los soviéticos —añadía— piensan en conquistar Europa Occidental sin destruirla, aun recurriendo a las armas nucleares, los próximos años, es decir, los de la década del ochenta y también del noventa, parecen los mejores» (ibid., pág. 139). El poder soviético tampoco se ha dislocado por efecto de la «revuelta de las naciones» pronosticada equivocadamente por Hèlène Carrière d’Encause (L’empire éclaté. La révolte des nations de l’URSS, Flammarion, 1978): El propio François Furet reconoció en 1995, que, aun no haciéndose, ya desde 1956, ninguna ilusión sobre la URSS, nunca se hubiera imaginado un fin tan rápido. <<

[55] En Polonia, hace poco, Alexander Kwasniewski, antiguo miembro del gobierno Jaruzelski, fue elegido, frente a Lech Walesa, Presidente del país. En Hungría, el actual Primer Ministro, Gyula Horn, perteneció al último gobierno comunista. En Rusia, los comunistas, que en 1917 no llegaban al 20 por ciento de los votos, constituían en 1998 la fracción más importante del Parlamento. Sobre la ausencia de acciones judiciales contra los antiguos dirigentes comunistas, véase Timothy Garton Ash, «Les séquelles du passé en Europe de l’Est», en Esprit, octubre de 1998, págs. 45-66. <<

[56] Una de las raras excepciones es la piedra traída del campo de Solovki, en el círculo ártico, que se ha erigido en Moscú en la plaza Lubianka, en el lugar de la antigua sede del KGB. El campo «Perm-36», que albergó a los detenidos políticos hasta 1987, también ha sido transformado en Museo de la Represión. Alexander Solzhenitsyn y el gobernador de la región de Perm, Guennadi Igumnov, pertenecen a su Junta Directiva. <<

[57] Este mismo partido que, en noviembre de 1949, acusaba de «fabricar falsos documentos» a quienes evocaban la existencia de campos de concentración en la URSS, es el que hizo aprobar hace algunos años la ley Gayssot. Cabe destacar también que a los alemanes no se les ha ocurrido crear una calle Heinrich-Himmler, pero sí existe un municipio comunista que ha creado en Pantin una calle Dzerjinski, en homenaje al fundador de la Cheka. <<

[58] El 28 de abril de 1951, Maurice Thorez era calificado como «el mejor estaliniano de Francia» por el semanario comunista France Nouvelle. <<

[59] Éduquer contre Auschwitz, ESF, 1997, pág. 18. <<

[60] Les lettres françaises, 21 de abril de 1949. Véase Victor Kravchenko, J’ai choisi la liberté, Serf, 1947; Guillaume Malaurie, L’affaire Kravchenko, Robert Laffont, 1982. <<

[61] Véase Alfred Grosser, Le crime et la mémoire, págs. 166-173. <<

[62] Destacados colaboracionistas franceses durante la ocupación nazi. (N. del T.) <<

[63] Es el caso, en particular, de Annie Kriegel, François Furet, Emmanuel Lerey-Ladurie, Claude Lefort, Stéphane Courtois, etcétera. Es probable que, sólo quince años atrás, la mayoría de los propios autores del Libro negro se hubieran negado a creer lo que hoy afirman. <<

[64] Jeune Afrique, 11 de septiembre de 1991. <<

[65] Hitler y Stalin, amistades peligrosas, película difundida en el canal televisivo FR-3 los días 31 de noviembre, 7 y 14 de diciembre de 1991. <<

[66] Le Nouvel Observateur, 13 de noviembre de 1997. <<

[67] Con parecido espíritu, un Jean d’Ormesson ha podido escribir que, «entre los hombres de izquierdas que, durante un período más o menos largo, han llevado a cabo con éxito una política de derechas o de extrema derecha, cabe citar, lamentándolo [sic], Mussolini y Stalin» (Le Fígaro, 14 de abril de 1998.) <<

[68] El hecho de negar el holocausto nazi. (N. del T.) <<

[69] «85 millions de morts!» en Le Point, 15 de noviembre de 1997, pág. 65. El mismo autor constataba recientemente: «Existe un negacionismo procomunista mucho más hipócrita, más eficaz y más difuso que el negacionismo pronazi, el cual no deja de ser sumario y grupuscular […]. La organización del no arrepentimiento en relación con el comunismo habrá sido la principal actividad política de la última década del siglo, al igual que la organización de su no conocimiento habrá sido la de las siete décadas anteriores». («Nazismo-comunismo. El eterno regreso de los tabúes», en Le Point, 10 de octubre de 1998, pág. 118-9.) <<

[70] «Les pleureuses du communisme» [Las lloronas del comunismo], art. cit., pág. 59. <<

[71] Art. cit., págs. 793 y 790. «Courtois y Besançon tienen razón de quejarse de que la memoria no trate por igual al comunismo y al nazismo», estima Valerie Monchi en Jewish Chronicle (11 de septiembre de 1998). <<

[72] Ibid., pág. 791. <<

[73] Internacional Herald Tribune, 23 de diciembre de 1997. <<

[74] «Le totalitarisme communiste et les Juifs», en Information juive, abril de 1995, pág. 9. <<

[75] «L’intelligentsia française et la perception de l’Est communiste», en Cadmos, primavera de 1981, pág. 19. <<

[76] Ibid., pág. 20. <<

[77] «Plataforma para los intelectuales de izquierda». Traducción francesa en Écrits sur la politique et la société, L’Arche, 1970, pág. 184. <<

[78] Sin embargo, la Unión Soviética —cosa que a menudo se olvida— ya había firmado el 29 de noviembre de 1932 un pacto de no agresión con Francia, al que se le agregó un «tratado de asistencia mutua», firmado el 2 de mayo de 1935, según el cual, en caso de agresión provocada contra Francia o la URSS, ambos países se prestarían inmediatamente asistencia y apoyo. <<

[79] «L’antifascisme: grandeur et manipulation», en L’Histoire, julio-agosto de 1998, pág. 52. <<

[80] François Furet, El pasado de una ilusión, trad. española de M. Utrilla, FCE, 1995. <<

[81] Jean-François Revel, «L’essentielle identité du fascisme rouge et du fascisme noir», en Commentaire, primavera de 1998, pág. 233. El método utilizado consiste en lo que Joseph Gabel ha denominado el «silogismo de la falsa identidad». Este método pseudológico consiste en disociar los conjuntos concretos representados en los términos de una comparación, extrayendo artificialmente un elemento idéntico y elevando esta identidad parcial al rango de identidad total: «De Gaulle está en contra del comunismo, Hitler también lo estaba, luego de Gaulle = Hitler» (Joseph Gabel, Ideologies, Anthropos, 1974, pág. 84). ¡Inagotable método del que nunca se ha dejado de abusar! <<

[82] François Furet, «Le totalitarisme et les Juifs», art. cit., pág. 9. <<

[83] «Sobre los procesos de Moscú», en Ecrits sur la politique et la société, op. cit., pág. 89. <<

[84] «El prefijo “anti” —subrayaba Annie Kriege— da la seguridad de que se posee lo que es más necesario y valioso para ser, para existir, para justificar su existencia; da la seguridad de tener un enemigo» (ponencia en el coloquio organizado en abril de 1989, en Cortona, por la Fundacion Feltrinelli sobre «El mito de la URSS en la cultura occidental». Texto publicado en Commentaire, verano de 1990, págs. 299-302. <<

[85] Art. cit., pág. 792. <<

[86] Ni droite, ni gauche, Complexe, Bruselas, 1987, pág. 43. <<

[87] Véase Stanley G. Payne, Franco y José Antonio. El extraño caso del fascismo español, Planeta, Barcelona, 1997. «Lo que prueba que la dictadura fascista no es totalitaria —subrayaba ya Hanna Arendt— es que las condenas políticas fueron muy poco numerosas» (Le système totalitaire, Seuil, 1972). Este argumento fue calificado de «niñería» [sic] por Jean-Pierre Faye (La Quinzaine littéraire, 16 de marzo de 1973, pág. 28). <<

[88] «Existe-t-il un mystère nazi?», en Commentaire, otoño de 1979, pág. 346. <<

[89] «Le fascisme: autopsie, constat de décès», en Res Publica, 1971, pág. 252. <<

[90] La Une, enero de 1998, pág 6. <<

[91] Contrariamente a un prejuicio existente, fueron sin embargo los antifascistas italianos quienes utilizaron por primera vez el término para denunciar el fascismo naciente. Giovanni Amendola fue el primero que describió al fascismo como un «sistema totalitario» en un artículo publicado el 12 de mayo de 1923 en el periódico Il Mondo. El adjetivo fue luego transformado en sustantivo por Lelio Basso, en un texto de La Rivoluzione liberale del 2 de enero de 1925. Véase J. Petersen, «La nascita del concetto di “Stato totalitario” in Italia», en Annali dell’Istituto storico italo-germanico in Trento, 1, 1975, Mussolini retomó la palabra por su cuenta en su célebre discurso pronunciado el 22 de junio de 1925 en el Teatro Augusteo, con ocasión del IV Congreso del Partido Nacional-Fascista (PNF): «¡Todo en el Estado, nada fuera del Estado! Tal es nuestra feroz voluntad, implacable y totalitaria». Lo utilizará de nuevo en un artículo de la Enciclopedia Italiana publicado en 1932. El contexto indica bien a las claras que Mussolini se refiere tan sólo al medio de superar la división democrática entre el Estado y la sociedad. En un país, cuya unidad, tardíamente realizada, sigue siendo obstaculizada por las consecuencias de la crisis económica y por el desigual desarrollo del Norte y del Sur, Mussolini piensa que sólo un Estado fuerte puede realizar la unificación y la modernización de una verdadera comunidad nacional. «Para el fascismo —dirá también— todo está en el Estado; nada de humano o de espiritual existe y aún menos tiene valor fuera del Estado». Esta mística del Estado corresponde a la «estatolatría», no al totalitarismo. Se aproxima a las teorías del «Estado total» desarrolladas por Carl Schmitt «Der totale Staat», en Der Hüter der Verfassung, J.C.B. Mohr, Tübingen, 1931; «Die Weiterentwicklung des totales Staats in Deutschsland», en Positionen und Begriffe im Kampf mit Weimar — Genf — Versailles 1923-1939, Hanseatische Verlangsanstalt, Hamburgo, 1940, págs. 185, ss., texto publicado en 1933 en la Europäische Revue), y sobre todo por Ernst Forsthoff (Der totale Staat, Hanseatische Buchgesellschat, Hamburgo, 1933). Estas teorías fueron muy pronto rechazadas por los nazis, quienes reprocharon a sus autores sucumbir a la «estatolatría» latina. La importancia concedida al Estado bajo el fascismo hay que ponerla en relación con la relativa mediocridad del papel del partido, muy bien analizada por Renzo De Felice (Mussolini, il Duce. Lo Stato totalitario 1936-1940, Einaudi, Turín, 1981). Véase también Marco Carchi, Partito unico e dinamica autoritaria, Acrópolis, Nápoles, 1983. El fascismo italiano, en últimas, no fue «totalitario» más que «en el sentido en que él mismo tomaba esta palabra» (Claude Polin, Le totalitarisme, PUF, 1983, pág. 61) <<

[92] Véase en particular Renzo De Felice, Clefs pour comprendre le fascismo, Seghers, 1975; Le fascismo, un totalitarisme à l’italienne?, Presses de la Fondation nationale des sciences politiques, 1988. En Alemania, Karl Dietrich Bracher (Zeitigeschichtliche Kontroversen. Um Faschismus, Totalitarismus, Demokratie, Munich, 1976) se ha negado a aplicar el concepto genérico de fascismo al nacionalsocialismo alemán. <<

[93] Véase Juan J. Linz, «Totalitarism and Authoritarian Regimes», en F. I. Greenstein y N. W. Polsby (ed.), Macropolitical Theory. The Handbook of Political Science, vol. III, Addison-Wesley, Reading 1975, págs. 175-453, en donde se pone claramente de manifiesto la diferencia de naturaleza, y no de grado, entre los regímenes autoritarios y totalitarios. <<

[94] Véase por ejemplo Karl Popper, quien hace del totalitarismo una virtualidad permanente de la civilización occidental, cuyos principales representantes serían Platón, Hegel y Marx (La société ouverte et ses ennemis, Seuil, 1979, 1.ª ed. de 1962) <<

[95] Como lo hace, por ejemplo, Daniel Lindenberg cuando afirma que, contrariamente al nazismo, «el comunismo, desde el punto de vista de la historia universal, es de una terrible trivialidad» («Remous autour du Livre noir du communisme» en Esprit, enero de 1998, pág. 192.) <<

[96] La palabra «totalitario» brilla significativamente por su ausencia en los diccionarios soviéticos de los años treinta y cuarenta. Sólo aparece en 1953… ¡con la siguiente definición: «Totalitario: fascista, que emplea los métodos del fascismo»! Más adelante también se puede leer: «Estado totalitario: Estado burgués dotado de un régimen fascista». Véase Michel Séller, La machines et les rouages, op. cit., págs. 97-98. <<

[97] «The Novelty of Totalitarianism in the History of Western Civilization», en Symposium on the TotalitarianState, Proceedings of the American Philosphical Society, 1940. <<

[98] Véase Sigmund Neumann, op. cit., págs. 108-115. <<

[99] Jacques Maritain, Humanismo intégral, Paris, 1936. Véase Jacques y Raïssa Maritain, Oeuvres complètes, vol. IX (1935-1938), Ed. Universitaires, Friburgo, 1085. <<

[100] The Origins of Totalitarianism, Harcourt Brace, Nueva York, 1951 [Los orígenes del totalitarismo, trad. española, Taurus, 2.ª ed., 1998.] La primera edición del libro [en francés], que había sido concluida en 1949, consta de un prefacio de tres páginas y de las observaciones finales de once páginas. En la segunda edición (1958), Hannah Arendt agregó un epílogo sobre la revolución húngara, mientras que las observaciones finales de la anterior edición, integradas en el cuerpo del libro, eran sustituidas por un artículo titulado «Ideología y terror», Por último, tres prefacios distintos fueron redactados para la edición de 1966, que comportó la publicación separada de las tres partes en que se divide la obra. Raymond Aron reseñó el libro ya en 1954 en un artículo en el que, por lo demás, no aprobaba todas las tesis del mismo («L’essence du totalitarisme», en Critique, 80, págs. 51-70, reproducido en Maquiavelo y las tiranías modernas, de Fallois, 1993, págs.195-213). El volumen publicado en Francia en 1972 (Le Système totalitaire, Seuil) incluye tan sólo la traducción de la segunda parte. Las otras dos partes fueron traducidas en 1973 (Sur l’antisémitisme, Calmann-Lévy) y en 1982 (Les origines du capitalisme. L’impérialisme, Fayard), habiéndose editado ulteriormente los tres volúmenes en la colección «Points». No es dudosa la causa de tales retrasos. «Esta conspiración del silencio —escribe Mireille Marc-Lipiansky— se explica por la fascinación que el marxismo y la URSS ejercieron sobre la intelectualidad parisina hasta las postrimerías de la década de los sesenta» («Totalitarisme», en L’Europe en formation, invierno de 1990-primavera de 1991, pág. 82). Claude Lefort comparte la misma opinión: «Parece, en realidad, que la ignorancia, el descuido o incluso la hostilidad de que en Francia ha sido objeto Hannah Arendt se deben al dominio del marxismo que constituía un manifiesto obstáculo para recibir sus ideas» («H. Arendt y la cuestión de lo político», en Cahiers du Forum pour l’indépendance et la paix, marzo de 1985, pág. 24). Véase asimismo Claude Lefort, L’invention démocratique. Les limites de la domination totalitarie, Fayard, 1981, págs. 237-241; Jean-Marie Domenach, «L’ intelligentsia française et la perception de l’Est communiste», art. cit., págs. 18-27; Pierre Gremion, L’intelligence de l’anticommunisme, Fayard, 1995. Sobre la influencia ejercida por el libro, véase S. J. Whitfield, Into the Dark. H. Arendt and the Totalitarianism, Temple University Press, Philadelphia, 1980; Robert Nisbet, «Arendt on Totalitarianism», en The National Interest, primavera de 19092, págs. 85-91. <<

[101] Carl Friedrich y Zbigniew Brzezinski, Totalitarian Dictatorship and Autocracy, Harvard University Press, Cambridge, 1956 (2.ª ed.: Harper, Nueva York, 1966). <<

[102] Véase especialmente Raymond Aron, Démocratie et totalitarisme, op. cit.; Domenico Fisichella, Analisis del totalitarismo, D’Anna, 1976 (2.ª ed. 1978); Claude Lefort, L’invention démocratique, op. cit.; Kart Dietrich Bracher, Die totalitäre Erfahrung, Munich, 1987; Domenico Fisichella, Totalitarismo. Un regime del nostro tempo, Nuova Italia scientifica, Roma, 1987; Pierre Bouretz, «Penser au XXe siècle: la place de l’énigme totalitaire», en Esprit, enero-febrero de 1996, págs. 122-139; François Furet, «Les différents aspects du concept de totalitarisme», en Communisme, págs. 47-48, 1996; Alfons Söllner, Ralf Walkenhaus y Karin Wieland (Hrsg.), Totalitarismus. Eine Ideengeschichte des 20. Jahrhunderts, Akademie, Berlin, 1997; Wolfang Wippermann, Totalitarismustheorien. Die Entwicklung der Diskussion von den Angängen bis heute, Primus, Darmstadt 1997; Marco Tarchi, «Il totalitarismo nel debattituo politologico», in Filosofia politica, abril de 1997, págs. 43-70; Achim Siegel (ed.), Totalitarian Paradigm After the End of Communism. Towards a Theoretical Reassessment, Rodopi, Ámsterdam, 1998; Eckhard Jesse, «Die Totalitarismusforschung und ihre Repräsentanten. Konzeptionen von Carl J. Dietrich, Hannah Arendt, Eric Voefelin, Ernst Nolte und Karl Dietrich Bracher», en Aus Politik und Zeitgeschichte, 8 de mayo de 1998, págs. 3-18. <<

[103] L’Etat hitlérien, Fayard, 1985. Dentro del mismo espíritu, véase Pierre Ayçoberry, La question nazie. Les interprétations du national-socialisme, 1922-1975, Seuil, 1979. <<

[104] Véase Moshe Lewin, «The Social Background of Stalinism», en Robert C. Tucker (ed.), Stalinism. Essays in Historial Interpretation, W. W. Norton, Nueva York, 1977; La formation du système soviétique, Gallimard, 1987; Ian Kershaw y Moshe Lewin, Dictature Unleashed. Historical Approaches to Nazism and Stalinism, Cambridge University Press, Cambridge, 1996 (2.ª ed.: Stalinism and Nazism. Dictatorships and Comparison, Cambridge, 1997). La escuela «revisionista», que explica el terror estaliniano de forma puramente contingente, invocando por ejemplo las debilidades de la sociedad rusa al salir de la guerra civil, se ha mantenido dominante en la universidad estadounidense durante casi quince años. Véase Michael Curtis, «Retreat from Totalitarianism», en C. Friedrich, M. Curtis y B. Barber, Totalitarianism in Perspective. Three Views, Praeger, Nueva York, 1969. <<

[105] Contribución en Irving Howe (ed.), «1984» Revisited. Totalitarianism in our Century, Harper, Nueva York, 1983. Véase también Michael Walzer, «On Failed Totalitarianism», en Dissent, verano de 1983. <<

[106] «Nazisme et stalinisme. Limites d’une comparaison», art. cit., pág. 181. Véase también Ian Kershaw, Qu’est-ce que le nazisme? Problèmes et perspectives d’ interprétation, Gallimard, 1992; «Retour sur le totalitarisme. Le nazisme et le stalinisme dans une perspective comparatiste», art. cit., págs. 101-121. <<

[107] La estructura y la naturaleza del partido único (PCUS y NSDAP), por ejemplo, no eran las mismas en la Unión Soviética y en la Alemania nazi. Tampoco hubo en la URSS una estructura social y política correspondiente a lo que fue la SS bajo el III Reich. Las relaciones entre el partido y el Estado también eran distintas. «El partido nazi —observa Ian Kershaw— nunca ejerció sobre el aparato del Estado una dominación comparable a la del partido comunista en la URSS» («Nazisme et stalinisme. Limites d’une comparaison», art. cit., pág. 184). Por último, el carácter esencialmente burocrático de la dictadura estaliniana contrasta con la autoridad lo menos burocrática posible ejercida por Hitler. A partir de tales observaciones llegó Raymond Aron, hacia el final de su vida, a pensar que el adjetivo «totalitario» sólo podía aplicarse con todo rigor al régimen soviético. Leszek Kolakowski ha expresado la misma opinión («Totalitarianism and Lie», art. cit, pág. 34). Ian Kershaw subraya por otra parte que la autoridad carismática del jefe supremo constituía, bajo el nazismo, un elemento esencial que no se encuentra en la URSS, la mayoría de cuyos dirigentes estuvieron singularmente desprovistos de carisma (el culto de la personalidad de que fue objeto Stalin no se transfirió a sus sucesores). Por tal motivo, Hitler ocupaba una «centralidad» de índole distinta de la de Stalin: «Hitler no fue el producto del sistema: fue el sistema» (Hitler. Essai sur le charisme en politique, Gallimard, 1995). Kershaw concluye precipitadamente, a partir de ahí, que Hitler era irremplazable para el nazismo, mientras que la sobrevivencia del sistema soviético exigía por el contrario la sustitución de Stalin. El argumento es de naturaleza puramente especulativa, puesto que la victoria aliada de 1945 permitió al sistema soviético perpetuarse después de Stalin al tiempo que impidió que el nazismo se perpetuara después de Hitler. <<

[108] «Por lo que se refiere a la ideología —escribe Raymond Aron—, el nacionalsocialismo nunca adoptó la forma sistemática, dogmática del marxismo-leninismo. No existió catecismo hitleriano equiparable a la Historia del partido comunista de la Unión Soviética de Stalin. El racismo, centro de la fe hitleriana, no corrompía el conjunto del pensamiento como lo hacía el estalinismo en la peor época». (Los últimos años del siglo, op. cit., págs.113-114.) <<

[109] Hannah Arendt destaca a este respecto que ni el socialismo, ni el racismo, ni el antisemitismo son en sí mismos totalitarios, sino que lo llegan a ser a partir del momento en que los totalitarismos «se apropiaron» de ellos (El sistema totalitario, op. cit., pág. 218). <<

[110] «Los burgueses son para Lenin lo que los judíos son para Hitler», observa Hélène Carrère d’Encause (Lénine, op.cit.). <<

[111] Se ha opuesto a este análisis el resultado de ciertas investigaciones empíricas. Se sabe, por ejemplo, que, en la República de Weimar, la sociedad alemana distaba mucho de parecer a la informal y atomizado agregación social descrita por Arendt. También se sabe que el nazismo, en sus inicios, no reclutó sus grandes batallones en la periferia de las grandes metrópolis, sino en pequeñas localidades rurales en las que todavía subsistían fuertes realidades asociativas. Cabe responder a esta objeción que los medios sociales todavía no atomizados eran también los que más temían serlo. Habría que interrogarse sobre la crisis de las clases medias en la República de Weimar, sobre su temor de «proletarización» y su falta de inserción política en la sociedad. <<

[112] Ibid., pág. 117. Alexander Zinóviev constata, por su parte, que es sobre todo el régimen soviético el que ha destruido la base social del país. «Se puede rechazar el totalitarismo alemán —escribe—, aun conservando el sistema social del país. En cambio, resulta imposible operar de igual modo con el totalitarismo soviético sin arriesgarse a destruir las bases mismas del régimen social del país» (Le communisme comme réalité, L’Âge d’Homme-Julliard, 1981, págs. 55-56). <<

[113] A propósito del nazismo, Jean-Marie Vincent habla de identificación inmediata a «una comunidad mítica que tiene que ser constantemente reafirmada y vuelta a poner en escena a través de la negación de lo que la trastorna o perturba. La comunidad se hace y se rehace sin cesar contra sus supuestos enemigos, lo que equivale a decir que tiene, sin cesar, que hacer aparecer y reaparecer al enemigo como amenaza inminente». («“Démocratie et totalitarisme” revisité. La démocratie et Claude Lefort», en Gérard Duprat [ed.], L’ignorance du peuple. Essais sur la démocratie, PUF, 1998, pág. 71.) <<

[114] Véase en particular Michael Prinz y Rainer Zitelman (Hrs.), Nationalsozialismus und Modernisierung, Wissenschaftlicher Buchgesellchaft, Darmstad 1991 («Die totalitäre Seite der Moderne», págs. 1-20); Rainer Zitelmann, Hitler Selbstverständnis eines Revolutionärs, Hamburgo, 1987. Otro resultado importante de la investigación sobre el nazismo ha consistido en poner de manifiesto su carácter policrático. En el III Reich, tras la fachada del Führerstaat, el poder emanaba sobre todo de un montón de neofeudalidades personales, lo cual contribuye sumamente a explicar la falta de coordinación entre los diversos componentes del régimen. «La sumisión personal, que casi constituía una forma moderna de anarquía feudal —escribe Ian Kershaw—, eclipsaba las posiciones oficiales y constituía la verdadera base de la correlación de fuerzas en la Alemania nazi» («Nazisme et stalinisme. Limites d’une comparaison», art. cit., pág. 187). Martin Broszat ha podido hablar, dentro de la misma perspectiva, del carácter «amorfo»del régimen nazi. Reinhardt Bollmus llega incluso a evocar el «caos de la gestión en el Estado del Führer» (Das Amt Rosenberg und seine Gegner. Zum Machtkampf im nationalsozialistischen Herrschaftsystem, Deutsche Verlag-Anstalt, Stuttgart, 1970, pág. 236). Véase también Robert Koehl, «Feudal Aspects of National Socialism» en Henry A. Turner (ed.), Nazism and the Third Reich, Nueva York, 19172, págs. 151-174; R. Hildebrandt, «Monokratie oder Polykratie? Hitlers Herrschaft und das Dritte Reich», en Karl Dietrich Bracher, M. Funke y Hans-Adolf Jacobsen (Hrsg.), Nationalsozialistische Diktatur 1933-1945. Eine Bilanz, Bonn 1983, págs. 73, ss. <<

[115] Más allá de las consignas difundidas entre las masas, la ideología nazi se presenta como un conglomerado de tendencias y corrientes bastante diversas, lo cual ha llevado a distinguir en los autores nacional-socialistas una cinco distintas teorías del Estado. El apocalíptico darwinismo social y la doctrina de la «lucha de razas», tal como la expone Hitler, no se corresponde ni con el ruralismo ecológico y nordizante de un Darré, ni con el nacionalismo metafísico basado en una neumatología del «alma racial» de un Rosenberg, ni con la política pragmática y agresivamente modernista de un Goebbels, ni con el racialismo envuelto en ensoñaciones «prehistorizantes» de un Himmler. Nunca existió tampoco una teoría económica nacional-socialista bien elaborada, ni verdaderas constantes en materia de política exterior. En el plano filosófico, el elemento nacionalista y el elemento racista (necesariamente transnacional) eran, además, potencialmente contradictorios. Sobre el carácter ecléctico de la ideología nazi, véase Thomas Klepsch, «Totalitarisme: un concept pertinent pour le IIIe Reich?», en Yannis Thanassekos y Heinz Wismann (ed.), op. cit., págs. 45-54. <<

[116] F. Furet, El pasado de una ilusión, trad. española de M. Utrilla, FCE, 1995. Véase también Jacob L. Talmon, Les origines de la démocratie totalitaire, Calmann-Lévy, 1970. Furet resulta en cambio menos convincente cuando hace del «odio por el burgués» el principal denominador común de las ideologías totalitarias. La crítica comunista de la democracia burguesa, en efecto, le reprocha a ésta no tanto el que sea burguesa, cuanto que traicione sus propios ideales: la figura histórica del burgués contradice la igualdad reivindicada por la ideología burguesa, que, según Marx, tuvo al menos el mérito de liquidar los últimos vestigios del modo de producción feudal. Así es como la burguesía es definida como la clase que, para maximizar sus intereses, ha renegado los ideales que se había dado. La propia Revolución Francesa, de la que Lenin dice inspirarse, fue por lo demás una revolución fundamentalmente burguesa. <<

[117] El paralelismo entre la Revolución Francesa y la Nacionalsocialista también fue establecido, significativamente, por Marcel Déat, antiguo dirigente socialista convertido en colaboracionista. «El Estado jacobino —escribe Déat— es, a su manera, tan totalitario como el Reich. Combate duramente el federalismo girondino, lleva enérgicamente a cabo la unificación del país, incluso en el plano lingüístico. ¿Es tal vez una casualidad si Adolf Hitler ha proseguido los mismos esfuerzos desde 1933?» (Pensée allemande et pensée française, Aux Armes de France, junio de 1944, pág. 21.) <<

[118] No seguiremos, sin embargo, a Lefort cuando interpreta el totalitarismo como un intento moderno de restaurar una unidad social premoderna (una sociedad «indivisa»), la cual también se caracterizaría por rechazar la distancia entre lo simbólico y lo real. Esta concepción se basa, a nuestro juicio, en un erróneo análisis de las sociedades tradicionales, las cuales se afirman, es cierto, como «indivisas», pero no como homogéneas. Lefort confunde igualmente unidad orgánica de lo social y sociedad totalitaria, cuando escribe que el totalitarismo aspira a convertir de nuevo a la sociedad en un «gran cuerpo»; la principal característica de las sociedades orgánicas u «holistas» estriba precisamente en la singularidad y la mutua dependencia de todas las partes del «cuerpo», así como en el hecho de que la «cabeza» dirige sin remplazar a las demás partes, mientras que en el totalitarismo el objetivo esencial de la acción del poder consiste en poner a los «órganos» en vereda. Las sociedades holistas no son en absoluto sociedades cuyos individuos se verían reducidos a la totalidad social. Son, por el contrario, sociedades en las que el bien común antecede a los intereses individuales. Por ello, no se puede sostener al mismo tiempo que el totalitarismo intenta suprimir cualquier sociabilidad espontánea, y pretender que quiere volver a hacer de la sociedad un gran cuerpo. «De forma general —observa Claude Polin—, no es cierto que cualquier totalidad reclame de cada parte la subordinación total en todo y siempre de cada parte (distinción de géneros); no es cierto que cualquier totalidad implique que cualquiera de estas partes deba su propio ser a esta totalidad (unidad accidental o esencial); no es cierto que cualquier totalidad obligue a considerar que la finalidad de cada parte es la misma totalidad (jerarquía de las finalidades) […]. La organicidad de una sociedad no significa pura y simplemente que el todo de la parte esté absolutamente subordinado al todo del conjunto» (L’esprit totalitaire, op. cit., pág. 106). El totalitarismo tampoco puede ser confundido con las filosofías de la totalidad, noción eminentemente dialéctica que el propio Georg Lukács consideraba como una «categoría esencial de la realidad». Por lo demás, Lefort tampoco tiene muy en cuenta la dimensión mesiánica e historicista de los sistemas totalitarios. <<

[119] Más recientemente, Francia fue públicamente acusada de haber tomado el partido de los genocidas en Ruanda. En Camboya fue con el apoyo de los occidentales, y más especialmente de los norteamericanos, que deseaban debilitar el poder vietnamita, como los jemeres rojos pudieron renacer de sus cenizas en 1979. «Los Estados Unidos no quieren que se juzgue el genocidio camboyano», se leía en Le Monde del 2 de mayo de 1998. Fue por lo demás la Inglaterra victoriana la que inauguró, durante la guerra de los Boers, el sistema de los campos de concentración (véase Andrzej J. Kaminski, I campi di concentramento dal 1896 a oggi, Bollati Boringhieri, Turín, 1997). También fue Inglaterra la que, en 1847, organizó la gran hambruna que provocó la muerte de uno de cada cinco irlandeses. Gilles Perrault recuerda, por su parte, que si se hace el balance de la expansión colonial, y «se pone en relación el número de sus víctimas con la cifra —mediocre— de su población, Francia se sitúa en el grupo de los países que mayores masacres han cometido en la segunda mitad de este siglo» (Le Monde diplomatique, diciembre de 1997, pág. 22). Dicho autor hubiera podido citar estas líneas de Lettres d’un soldat [Cartas de un soldado] (Plon, 1885), publicadas a finales del siglo XIX por el coronel de Montagnac: «Todas las poblaciones que no acepten nuestras condiciones tienen que ser arrasadas. Todo tiene que ser saqueado, sin distinción de edad ni de sexo.Que no crezca ni una brizna de hierba ahí donde el ejército francés ha puesto los pies. Así es como hay que hacerles la guerra a los moros. En una palabra, aniquilar todo lo que no se arrastre a nuestros pies como perros». Como lo han hecho observar un cierto número de comentaristas, no sería absurdo, desde este punto de vista, escribir un «libro negro» del capitalismo liberal, cuya expansión ha causado y sigue causando considerables daños humanos (véase El libro negro del capitalismo, Temps des cerises, 1998). Se podrá objetar, es cierto, que existe una diferencia fundamental entre una causa ordenada y una muerte provocada; entre una muerte derivada de una orden de matar y una muerte derivada indirectamente de la fuerza de una estructura o situación. Esta diferencia, sin embargo, resulta poco sensible para quienes mueren. <<

[120] Estas nostalgias demuestran, además, que la libertad no siempre constituye el bien que los individuos prefieren a cualquier otro. Incluso en los peores momentos del estalinismo, el comunismo representó una posibilidad de promoción social para un número no desdeñable de soviéticos. Fue solamente bajo Brézhnev cuando se ralentizó esta movilización ascensional hasta quedar prácticamente detenida. «La inmensidad de los crímenes no borra los méritos», escribía recientemente Thierry de Montbrial («Nazisme et communisme», en Le Figaro, 20 de diciembre de 1997, pág. 2). <<

[121] Marx habla por lo demás de «dictadura del proletariado» y no de dictadura del partido comunista, el cual no es, para él, una organización estructurada como lo es para Lenin. En La Sagrada Familia, critica asimismo el terror jacobino, cuyo carácter pequeño burgués denuncia. Stéphane Courtois ha sido el primero en decir que sería «abusivo asimilar la ideología comunista con la ideología marxista» («Comprendre la tragédie communiste», art. cit., pág. 16). <<

[122] Sobre el «neoantifascismo», véase también el artículo de Pierre-André Taguieff, «Les écrans de la vigilance», publicado en el número especial de la revista Panoramiques dedicado al «linchamiento mediático» (4.º trimestre de 1998, págs. 65-78). «El neoantifascismo —escribe Taguieff— se caracteriza por ampliar sin limitación el campo de lo que estigmatiza como “fascista” […]. El neoantifascismo es una demonología […]. La trágica paradójica ilustrada por esta corrupción ideológica del antifascismo es que se parece cada vez más, tanto por sus métodos como por las pasiones negativas que lo vertebran, al “fascismo” que pretende combatir». En el mismo número, Alain Finkielkraut expresa una opinión más o menos idéntica: «Llevados por la idea de no perder su cita con la historia, los antifascistas contemporáneos están perdiendo su cita con la política. Y algunos de ellos, realizando la última forma del linchamiento, sucumben a la tentación del pensamiento binario. “La izquierda, decía profundamente Orwell, es antifascista: no es antitotalitaria”. Se ha creído, en los últimos años del comunismo, que se había corregido tal defecto. Hoy es preciso darse cuenta de que no es así, al menos por lo que atañe a la izquierda intelectual. El fin de este valedor de las sociedades liberales que era el socialismo, así como el auge de la extrema derecha vuelven a dar vida al esquema de la única alternativa. La escena pública, interior y mundial, queda reducida al enfrentamiento de dos fuerzas: la tribu de Abel y la de Caín, el pueblo en lucha y el resto de la sociedad en vías de fascistización. El pluralismo es una apariencia y la política un combate sin merced que tiene que acabar con la erradicación del mal […]. En suma, hay que completar la frase de Orwell: cuando la izquierda deja de ser antitotalitaria para ser solamente antifascista, vuelve a hacerse totalitaria» (págs. 85-86). <<