NO hay consenso sobre lo que se tiene que denominar el «mal» en política. Tal es motivo por el que, a falta de mejor solución, se considera generalmente que la masacre o el exterminio constituyen un buen indicador de este mal: un régimen que destruye sistemáticamente vidas humanas a vasta escala no puede ser un buen régimen. Sin embargo, el balance de un régimen, incluso criminal, no se reduce a su dimensión de terror y de represión, como tampoco puede ser juzgado a la luz de los mártires que suscita. La propia Revolución Francesa no se reduce al Terror, y ello también es válido para los totalitarismos modernos.
Hasta los regímenes más criminales han podido realizar cosas útiles u obtener logros positivos en ciertos campos. El error consistiría en creer que por ello resultaban menos criminales, o que sus crímenes se hacen más excusables. Y al revés: sin tener en cuenta estos logros positivos, resultan inexplicables las nostalgias que a veces les envuelven[120]. ¿Cómo comprender que, en diciembre de 1986, haya habido un 40 por ciento de rusos que le dieron su voto al partido comunista? «La frontera que divide el bien del mal pasa por el corazón de cada hombre», escribe Solzhenitsyn.
Aún se mantiene atento a las enseñanzas del totalitarismo quien piense que el Bien está totalmente en un lado, y el Mal en el otro.