ROGER Martelli se apoya de forma extravagante en el hecho de que Stalin multiplicara las purgas dentro de su propio partido para escribir: «Hubo anliestalinistas comunistas, pero nunca hubo antihitlerianos nazis»[39]. El argumento lo retoma Nicolas Werth cuando afirma que nunca se ha visto a militantes nazis criticar el hitlerismo o «intentar reformar el sistema desde el interior».
La existencia de comunistas que han sido víctimas del sistema estaliniano o que se han levantado contra la «desfiguración» de sus ideas por el régimen soviético daría testimonio de la traición del ideal comunista por parte del comunismo «oficial».
Este argumento es mediocre. Robespierre fue víctima del Terror, pero ello no le exonera de responsabilidades en su instauración. Es propio de todo sistema político el suscitar en su seno todo género de disidencias; ello no implica que los disidentes tengan automáticamente razón contra sus antiguos compañeros. En cuanto a la idea de que jamás hubo «antihitlerianos nazis», simplemente es falsa. Al margen del caso de todos aquellos que en 1933 aspiraban a una «revolución nacional» en Alemania y que fueron no sólo decepcionados, sino también frecuentemente perseguidos por el III Reich, podría citarse el ejemplo de los hermanos Otto y Gregor Strasser, o el de las víctimas de la purga de junio de 1934. También podría citarse a Hermann Rauschning, cuya Revolución del nihilismo, publicada en vísperas de la guerra, es comparable al Stalin de Boris Souvarin.
Podríase, por último, recordar los núcleos de oposición, hoy en día bien identificados, que durante la guerra se constituyeron en el seno de las SS o del SD. Si el III Reich hubiera durado más que los doce años durante los que ocupó el poder, es probable que tales disidencias se hubieran ahondado y multiplicado, sin que se tenga por supuesto la posibilidad de saber en qué dirección.
Lo que sí puede decirse, en cambio, es que el nazismo, efectivamente, mató menos nazis que comunistas mató el comunismo. Pero ¿habla esto en favor del segundo? Una de las particularidades del sistema soviético, por oposición al sistema nazi, es que los adeptos al régimen no eran menos sospechosos ni se veían menos amenazados que sus adversarios.
En el sistema soviético, el imaginario del complot se hallaba completamente interiorizado, y los propios partidarios eran considerados como traidores en potencia. Por eso, la vigilancia de la población fue aún más intensa, y las llamadas a la delación aún más sistemáticas: en 1939, la Gestapo empleaba a 6.900 personas; el NKVD, a 350.000. En 1939, en el 18.º Congreso del PCUS, sólo estaban presentes treinta y cinco delegados de base del congreso anterior (de un total de 1.966): 1.108 de ellos habían sido detenidos mientras tanto por «crímenes contrarrevolucionarios». Dos años antes, cuando estalló el caso Tujachevsky, la depuración del Ejército Rojo se había saldado con la ejecución de 30.000 oficiales.
¡Mientras tanto, en París, L’Humanité se congratulaba por esta purga de «traidores al servicio del espionaje hitleriano»! Otro rasgo específico del terror comunista, bien evidenciado por los procesos de Moscú, era la voluntad de hacer «confesar» a los disidentes crímenes que no habían cometido; es decir, empujarlos a renegar de sí mismos.
Las tiranías clásicas se limitan a amordazar a la oposición; los regímenes totalitarios quieren, además, suscitar la adhesión y controlar no sólo los actos sino también los pensamientos.
Y el comunismo soviético, más lejos aún, quería controlar también las reservas mentales de los individuos. Lenin y Stalin ordenaron matar en gran número a sus propios compañeros de armas (lo que no hizo Hitler, a excepción de la purga de junio de 1934). Se comprende que la cosa les haya chocado a los supervivientes. Pero resulta extraño apoyarse en este plus de inhumanidad para concluir que el comunismo era más humano.
También hay que constatar que el nazismo, en conjunto, trató a los alemanes de forma muy diferente que a las poblaciones de los países ocupados, mientras que Stalin no trató a la población rusa de forma menos brutal que a la de los países que conquistó. En los campos de concentración nazis, sólo una pequeña minoría era alemana, mientras que, entre 1934 y 1947, quince millones de rusos fueron enviados al Gulag. Que el régimen nazi se haya ensañado sobre todo con las poblaciones extranjeras, mientras que los regímenes comunistas exterminaban prioritariamente a sus poblaciones propias tampoco es algo que hable en favor de los segundos. En derecho penal suele considerarse que el hecho de matar a la propia familia es un delito particularmente grave.