VIII

HOSTILES a cualquier comparación entre nazismo y comunismo, algunos autores han querido, más allá de la supuesta diferencia de inspiración, buscar otra en las motivaciones o en los comportamientos. Así, Jean Daniel escribe: «Un joven que va hacia el comunismo se halla al menos impulsado por un deseo de comunión. Un joven fascista sólo se ve fascinado por la dominación. Eso marca una diferencia esencial»[35]. «Siempre habrá una diferencia —añade Jean-Marie Colombani— entre quienes se comprometen creyendo en un ideal unido, por la reflexión, a la esperanza democrática [sic], y quienes se ven atraídos por un sistema que reposa sobre la exclusión y que apela a las pulsiones más peligrosas del individuo»[36]. Dentro de un espíritu próximo, Jean-Jacques Becker ha podido glosar la «faz clara» del sistema soviético: «La faz clara del comunismo ha existido, existe en los millones y millones de comunistas simples militantes que han sido capaces de hacer todos los sacrificios por una causa en la que creían […]. Es por esta faz clara, entre otras razones, por lo que el comunismo no puede confundirse en modo alguno con el nazismo»[37].

Se trata de apreciaciones completamente subjetivas. En realidad, como bien ha subrayado Alain Besançon, tanto el nazismo como el comunismo han propuesto por igual «ideales elevados» capaces de «suscitar la entrega entusiasta y los actos heroicos». Uno y otro han seducido por igual a grandes nombres y a intelectuales de alto nivel. Uno y otro han despertado actos desinteresados y han movido a los hombres al sacrificio de sí hasta proporciones rara vez vistas. El pueblo alemán sostuvo a su Führer hasta el fin, a pesar de las ruinas y de los muertos, mientras que el poder soviético, en el momento de su desplome, había disipado todo el crédito que poseía entre su población. Pero el comunismo también ha representado una inmensa esperanza para millones de hombres y de mujeres; ha inspirado luchas que con frecuencia eran justas y necesarias. Decir, como Jean-Jacques Becker, que «el nazismo o el fascismo nunca provocaron el mismo impulso» que el comunismo[38] significa olvidar que hubo 368.000 voluntarios extranjeros en las Waffen-SS, mientras que en las Brigadas Internacionales no hubo más que 35.000.

Es verdad que los propios sistemas totalitarios organizaron la movilización de las masas, pero no es menos cierto que también se beneficiaron, al menos durante algún tiempo, de una adhesión masiva, y que esta adhesión pudo traducirse en comportamientos dignos de suscitar admiración. Mejor que negar o ignorar esto, habría más bien que preguntarse cómo es posible que unos sistemas políticos que han demostrado ser los más destructivos de la historia pudieran suscitar también tanta devoción, tanto heroísmo, tanto espíritu de sacrificio y de entrega de sí. En una primera aproximación, la respuesta podría ser que, en la medida en que ambos aspiraban a lo absoluto, así ambos impulsaron comportamientos absolutos, en lo mejor y en lo peor. Que un mismo sistema pueda ser a la vez criminal y capaz de inspirar conductas admirables sólo puede turbar a los ingenuos o a los sectarios, ya porque deduzcan (erróneamente) que tal sistema no era tan criminal, ya porque crean (también erróneamente) que tales conductas no eran tan admirables. El hecho de que los partidarios de los sistemas totalitarios hayan podido mostrar una conducta heroica no hace mejor la causa que defendían, pero, inversamente, la naturaleza de esa causa no resta nada a su heroísmo. La virtud de los hombres no hace virtuosas a las doctrinas que defienden. Pascal se equivoca cuando dice que sólo hay que creer los testimonios de quienes son capaces de dejarse matar por ellos: eso atestigua la fuerza de sus convicciones, pero no su justeza.