PREGUNTA Jacques Julliard: «¿Por qué los criminales que dicen estar del lado del bien son menos condenables que los criminales que dicen estar del lado del mal?»[30]. La pregunta es pertinente, pero está mal formulada. En efecto, el nazismo, como el comunismo, jamás ha dicho «estar del lado del mal». Han dicho estar del lado de ideas que podemos juzgar, y con razón, como falsas, y por tanto malas, lo cual es muy diferente. Pero no podemos actuar como si el juicio que el nazismo formulaba sobre sí mismo correspondiera al juicio que nosotros formulamos sobre él. De lo contrario, también podríamos decir que el comunismo no estaba del lado del bien, sino del lado del mal, en proporción con el horror que sus ideas puedan inspirarnos.
En este sentido, el razonamiento que opone la «doctrina de odio» del nazismo al «ideal de emancipación humana» del comunismo resulta perfectamente sesgado. Es tanto como oponer una definición del comunismo proporcionada por sus partidarios a una definición del nazismo proporcionada por sus adversarios. En tales condiciones, no es difícil hacer que el primero aparezca como un mal menor. De una asimetría fáctica se extrae una conclusión no menos artificial: non sequitur.
En realidad, el nazismo no pretendía menos que el comunismo conseguir la «felicidad» de aquellos a quienes se dirigía. Ni tampoco dejaba de prometer perspectivas «radiantes» a sus partidarios. Sostener lo contrario, como Daniel Lindenberg cuando escribe que los nazis «obtuvieron numerosas adhesiones sobre la base de su elogio de la matanza»[31], conduce a hacer inexplicable el apoyo que encontró en las masas.
Plantear que un sistema político puede suscitar el entusiasmo presentándose abiertamente como portador de una «doctrina de odio» implica considerar a sus partidarios como locos, criminales, enfermos o pervertidos. Y entonces habría que explicar cómo es posible que un pueblo entero se vuelva loco. Si lo es por naturaleza, ¿qué idea tendríamos que hacernos de la naturaleza humana? Si lo es por accidente, ¿cómo se ha vuelto loco, o cuándo deja de estarlo? Nazismo y comunismo han seducido a las masas mediante ideales diferentes, pero que podían parecer igualmente atractivos. Todo el problema viene de lo que la realización de tales ideales implicaba; a saber: en ambos casos, la erradicación de una parte de la humanidad.
Desde este punto de vista, resulta muy dudosa la distinción entre el exterminio como medio de realizar un objetivo político y el exterminio como fin en sí: ningún régimen ha considerado jamás como «un fin en sí» las matanzas a las que haya podido entregarse. Stéphane Courtois caracteriza el «genocidio de raza» y el «genocidio de clase» como dos subcategorías del «crimen contra la humanidad». El punto de partida, en todo caso, es el mismo. La utopía de la sociedad sin clases y la utopía de la raza pura exigen por igual la eliminación de los individuos sospechosos de obstaculizar la realización de un proyecto «grandioso»; a saber, el advenimiento de una sociedad radicalmente mejor. En ambos casos, la ideología (lucha de razas o lucha de clases) conduce a la exclusión de un principio maléfico, representado por categorías (razas «inferiores» o clases «nocivas») compuestas por individuos cuyo único crimen es pertenecer a esas categorías; es decir, existir. En ambos casos se designa un enemigo absoluto con el cual es impensable transigir. En ambos casos, de ahí resulta un terror planificado de manera muy similar. Odio de clase u odio de raza, profilaxis social o racial, todo es lo mismo.
A este respecto, la «clase» no es una categoría más flexible ni menos indeleble que la «raza».
Una y otra fueron esencializadas de manera semejante. El 1.º de noviembre de 1918, Martyn Latsis, uno de los primeros jefes de la Cheka, declara: «Nosotros no hacemos la guerra contra las personas en particular. Nosotros exterminamos a la burguesía como clase». El 24 de enero de 1919, el Comité Central del PCUS ordena que los cosacos sean «exterminados y físicamente liquidados hasta el último». «Los kulaks no son seres humanos», dirá Stalin. En 1932, Máximo Gorki añadirá: «El odio de clase debe ser cultivado como una repulsión orgánica respecto al enemigo en cuanto ser inferior. Mi convicción íntima es que el enemigo es realmente un ser inferior, un degenerado en el plano físico, pero también en el moral». En 1940, al llegar el Ejército Rojo a los países bálticos, hizo saber que las poblaciones conquistadas serían juzgadas por su «pasado y por las acciones de las generaciones anteriores».
En la óptica de un Lysenko, que sostenía la hereditabilidad de los caracteres adquiridos, las taras sociales podían también ser consideradas como genéticamente transmisibles…