EL comunismo ha destruido más vidas humanas aún que el nazismo, y sin embargo continúa prevaleciendo la opinión de que el nazismo ha sido, de cualquier forma, algo mucho peor que el comunismo. ¿Cómo es esto posible? Ante dos sistemas igualmente destructores, ¿cómo puede juzgarse menos horrible al que ha destruido más? ¿Cómo es posible seguir rechazando la idea de que ambos sistemas pueden ser comparados? Evidentemente, para sostener semejante punto de vista hay que apartarse del balance respectivo de cada uno de ellos, pues la comparación no iría en el sentido de lo que se pretende demostrar.
El argumento alegado con más frecuencia reside en la diferencia de inspiraciones iniciales: el nazismo habría sido una doctrina del odio, mientras que el comunismo habría sido una doctrina de la liberación. El comunismo habría sido impulsado por el amor a la humanidad (la «comunión». dice Robert Hue), y el nazismo por el rechazo de la noción misma de humanidad. Así, Jean-Jacques Becker afirma que «hay un humanismo en el origen del comunismo, y el nazismo es lo contrario»[15]. «El comunismo —añade Roger Martelli— se inscribe en una concepción humanista, racionalista, de igualdad entre los hombres». «En el origen del nazismo —dice Roland Leroy— está el odio a los hombres. En el origen del comunismo está el amor a los hombres». Guy Konopnicki: «Uno se hacía nazi por odio al género humano. Uno se hacía comunista por razones rigurosamente inversas»[16]. El argumento equivale a decir que no es que el justifique los medios, sino que los medios no pueden hacer olvidar el fin, y que sobre todo no lo desacreditan. Se abre entonces el debate de saber si un fin «sublime» no hace, sin embargo, que ciertos medios de lograrlo resulten más aceptables… De ahí se concluye que los crímenes del nazismo eran previsibles, mientras que los del comunismo no lo eran. Los crímenes de Stalin procederían de una perversión del comunismo, que era «en sí mismo un ideal de liberación humana»[17], mientras que los de Hitler se derivarían directamente de su ideología, abiertamente odiosa y destructora. El nazismo sería comparable a un asesino en serie, mientras que el comunismo sería como un altruista desdichado que mata a quienes pretendía socorrer. Al destruir vidas humanas, el nazismo, criminal por vocación, habría cumplido sus promesas y aplicado su programa. El comunismo, criminal por error, habría traicionado a los suyos. Las prácticas nazis procederían directamente de su doctrina, mientras que las del comunismo soviético «constituirían, por así decirlo, la aplicación errónea de una ideología sana»[18]. De manera que el comunismo sólo habría sido destructor por accidente, por descuido o por error. Dado que sus crímenes proceden de una interpretación equivocada o de un error de aplicación, el terror comunista sería comparable a un avatar desdichado, a un accidente, de algún modo, meteorológico (Alain Besançon). En definitiva, el comunismo, pese a sus cien millones de muertos, podría describirse como un pensamiento del amor fraternal que ha caído en el odio sin haberlo querido —un proyecto honorable que ha terminado mal.
Así las cosas, el coste humano del comunismo habría de achacarse a una «desviación» que, como tal, no tendría nada que enseñarnos acerca de la naturaleza misma del sistema. Es lo que afirmaba todavía Claude Lefort en 1956. Veinte años después, reaccionando ante la publicación de Archipiélago Gulag, Jean Elleinstein describía igualmente el estalinismo como un simple «accidente»[19]. El terror soviético, explica actualmente Jean-Jacques Becker, resulta ante todo de «la incapacidad de sus dirigentes para hacer triunfar por otros medios» un ideal que, no obstante, sigue «basado en la justicia social y la alegría de vivir»[20]. Los militantes comunistas, proclama Gilles Perrault, «se adherían a un proyecto de ambición universal y liberadora. Que este ideal se haya desviado no empobrece sus motivaciones». «Decir que el comunismo es igual al nazismo —añade Madeleine Rebérioux, presidenta de honor de la Liga de los Derechos Humanos— es tanto como olvidar […] que la URSS nunca organizó la exclusión de un grupo humano de la ley común» (!)[21]. Los crímenes comunistas, a fin de cuentas, iban en el sentido del progreso.
Esta argumentación merece ser examinada más detenidamente.