Entre 1977 y 1992 operó en Roma la «Banda della Magliana», una banda criminal que tomó su nombre de un barrio de esta ciudad que por aquel entonces estaba muy degradado. Fundada por un grupo de jovencísimos delincuentes, la Banda no tardó en imponer su despiadada ley metralleta en mano, y llegó a controlar la totalidad del mercado de heroína y cocaína de la capital. Las Fuerzas del Orden y la Magistratura, empeñadas en la lucha contra el terrorismo rojo y fascista que estaba ensangrentando Italia en aquel período, conocido como los «años de plomo», subestimaron en un principio el peligro que representaba esta nueva fuerza criminal compuesta por jóvenes barriobajeros que no tenían miedo a nada ni a nadie, y que no respetaban ninguna de las reglas de la criminalidad tradicional. Los jefes de esta banda, hábiles y carentes de escrúpulos, se aprovecharon de estas circunstancias para intentar un ambicioso salto de calidad. Y así fue como entraron en contacto con la Mafia y la Camorra, con sectores desviados de los Servicios Secretos, con logias masónicas, con terroristas neofascistas. A consecuencia de ello, la banda dejó de ser una mera asociación de criminales «puros» para convertirse, en un abrir y cerrar de ojos, en una especie de holding a caballo entre criminalidad y política que se vio involucrado en algunos de los más intrincados misterios italianos de aquellos años: el secuestro y posterior asesinato del presidente de la Democracia Cristiana, Aldo Moro; el asesinato del periodista Mino Pecorelli; el atentado al vicepresidente del Banco Ambrosiano, Roberto Rosone, brazo derecho del banquero Guido Calvi, ahorcado en la primavera de 1982 bajo el Blackfriars Bridge de Londres. A mediados de los años ochenta las diferencias entre los miembros de la banda se fueron intensificando hasta llegar al enfrentamiento directo, hecho que los llevó a la ruina. Gran parte de los miembros más relevantes de la organización fueron eliminados en sanguinarios arreglos de cuentas. Algunos se arrepintieron durante los años sucesivos. Otros siguen expiando sus penas en las cárceles italianas. Una novela criminal se inspira en los sucesos que rodearon la vida de esta banda, si bien se separe en muchas ocasiones de ellos. Cada vez que el autor se ha encontrado en la tesitura de tener que elegir entre la fidelidad a la crónica y la dirección que los personajes imponían al relato, ha optado por esta última, leal, en ello, a las palabras de Tolstoi según el cual la Historia sería una gran cosa… siempre y cuando fuese verdadera.