El Búfalo, Ojo Feroz y el Niño lo celebraron con un viajecito a Amsterdam. Algunos días antes, el Niño se había ligado a una rubia en una discoteca. Se habían gustado. Rossana le había montado una escena. El Niño la había mandado a hacer puñetas. Rossana había roto con él. Gherda no le había puesto ninguna objeción cuando él le había preguntado si podía albergar a un par de amigos durante algunos días. Durante el trayecto se habían exaltado recordando la acción. Los dos coches con Ojo Feroz y el Búfalo cortando la calle, listos para intervenir en caso de que el asesino errase el tiro. La moto del Dandi avanzando con arrogancia en dirección contraria. El único tiro del conde Ugolino, «un tiro de estocada» que había centrado al blanco en el corazón. El Dandi había recorrido unos quince metros antes de desplomarse. Una moto conducida por un cadáver: un toque de clase que le habría gustado al estimado difunto.
La holandesita se había llevado dos amigas. Negras, pero de buen ver. Se dejaban meter mano y reían en el reservado del coffe-shop abarrotado de colgados de todas las razas y edades. El Búfalo y Ojo Feroz no entendían una sola palabra, a diferencia del Niño, que chapurreaba algo de inglés. La situación era excitante. Fumaban porros y se aturdían con té de maría. En Holanda lo hacían todos. Prácticamente en las mismas narices de la policía. Bastaba no exagerar. Ojo Feroz aseguró que Holanda era su país preferido.
—¡Quiero vivir y morir aquí!
El Búfalo le soltó una bofetada en la nuca.
—Porque eres idiota. ¡El día que vendan la droga en los estancos hemos acabado!
El Niño dijo que quería mandar una tarjeta postal al fiscal Borgia.
—Eso, listo —masculló el Búfalo—, así mañana tendremos aquí a la Interpol.
—Yo le daría un canuto a Borgia —dijo Ojo Feroz, riéndose—, ¡quizá así empiece a entender cómo se vive!
—Añadid dos caladas para Scialoja —convino el Búfalo.
La imagen del magistrado flipando les hizo delirar. Empezaron a reírse sin poder parar. Contagiaron a las chicas. La cosa siguió adelante durante una semana. Pero no podía durar para siempre. Había que pensar en los negocios.