IV

«CORRIERE ROMANO»

¿LA MAFIA? ¡CONVIENE AL ESTADO!

El comisario Nicola Scialoja de la Policía Judicial se confiesa con nuestra periodista Sandra Reynal

Roma, 27 de diciembre de 1987.

El comisario Nicola Scialoja, director de la Policía Judicial llama al camarero y le pide el tercer Martini de la tarde. Una multitud de aspirantes a actriz asalta el Hemingway, el local de la calle de las Coppelle que desde hace tiempo es meta preferida de la nomenclatura cinepolítica de la capital. El estruendo es enorme. Scialoja mira con interés a una modelo rubia abrazada a un célebre productor. Llega el camarero. Scialoja apura de un trago su cóctel y pide inmediatamente otro. ¡Soporta bien el alcohol, comisario, le felicito! Enciendo la grabadora.

Comisario Scialoja, hace años que usted se empeña en organizar procesos contra la llamada «mafia romana». Hace algunos meses, la magistratura romana excarceló de golpe a cuarenta personas que usted había arrestado sosteniendo que las acusaciones eran inverosímiles. ¿Quién tiene razón? ¿Usted o los jueces?

Si el Tribunal de la Libertad hubiese aplicado la misma regla de juicio a los terroristas, Moretti se encontraría hoy en día en la calle. Los jueces no leyeron adecuadamente la documentación. O, peor aún, la leyeron y decidieron mirar hacia otra parte.

Esas acusaciones son muy graves.

Lo que sucedió también lo era. Por otra parte, entiendo su pregunta. Usted está acostumbrada a pensar que el error judicial consiste en arrestar a un inocente o, peor aún, en condenarlo. ¡Y en cambio todos los días sucede precisamente lo contrario: se pone en libertad a auténticos indeseables!

Comprendo su punto de vista. Después de todo, usted es un policía. Pero prefiero seguir creyendo que es preferible tener a cien culpables en libertad que a un solo inocente en la cárcel.

Yo respeto todas las opiniones.

¡Menos mal! En cualquier caso, en varios ámbitos se deplora una pérdida generalizada de las garantías democráticas. A la gente no le gusta vivir en un estado policíal. Por ese motivo muchos aplauden la inminente entrada en vigor del nuevo código…

¿Muchos? ¿A quién se refiere? ¿A los mafiosos que lo están celebrando ya? ¿A sus cómplices políticos que por fin pueden exhalar un suspiro de alivio? ¿A los abogados que amasarán millones deslizándose por los entresijos del procedimiento? Se los recomiendo, ¡son los incondicionales del proceso jurisdiccional!

Y, sin embargo, gracias al nuevo proceso Italia se alineará con los sistemas europeos más avanzados…

¿Quiere saber cuándo seremos realmente europeos? Cuando por fin nos libremos de la perversa conexión entre política, criminalidad, empresarios corruptos, servicios secretos desviados… cuando logremos extirpar este cáncer… si es que lo conseguimos…

¿De verdad estamos tan mal, comisario? ¡Mire que hace apenas unos meses Italia se ha convertido en la quinta potencia industrial del mundo occidental!

Si usted lo dice…

¿No será que está enojado con su país porque si todo se ajusta a la legalidad un policía ambicioso como usted tiene menos posibilidades de destacar?

Escuche usted. Estuvimos a un paso del corazón putrefacto de todo este asunto. A sólo un paso. Llegamos a él por casualidad, indagando sobre el homicidio de un criminal de baja estofa. Descubrimos cosas increíbles. Un hilo que partía de aquello que yo llamo la «mafia romana», pasaba por el asesinato de Moro, la masacre de Bolonia, diez años de homicidios, para ir a parar al búnker de un servicio especial directamente dependiente del aparato estatal. Una sección que oficialmente no existe, con un jefe fantasma en el que confluyen los mayores misterios de la historia reciente. Y nosotros estuvimos a punto de poder reescribir esa historia. Pero luego… luego uno de nosotros se retiró. Los nombres carecen de importancia. Nos hicieron entender que no era posible sobrepasar un cierto límite. Esa persona captó el mensaje y se comportó de acuerdo con lo que el mismo quería transmitir. Y ahora estamos de nuevo como al principio. Puede que este país sea rico, como dice usted. ¡Pero está podrido por dentro, créame!

¡Reescribir la historia! ¡Qué objetivo tan ambicioso! ¿No cree usted que el propósito de reescribir la historia supera con mucho las funciones propias de un magistrado y de un policía?

Dado que nadie más lo hace…

De forma que comparte usted de lleno la teoría del complot. Tengo la impresión de estar escuchando a un representante de la oposición. Y, sin embargo, usted sabe que un cierto sector político lleva ya varios años tratando de perseguir las «masacres del Estado». En vano…

Escuche, yo soy un servidor del Estado. No alcanzo a imaginar al Estado colocando bombas o derribando aviones. Si bien algo es cierto: cuando se produce un hecho clamoroso, los aparatos de los que estamos hablando son capaces de reconstruir el escenario y de determinar las responsabilidades en poco tiempo. Suponiendo que no lo supiesen ya de antemano. En cualquier caso, ¿cuál debería ser el comportamiento responsable… legal… de un organismo estatal que tuviese conocimiento de graves hechos de sangre? Prevenir, en caso de ser posible; reprimir, en caso de que la prevención haya fracasado. Lo primero que habría que hacer sería informar a la magistratura…

¿Y esto no se hace?

Jamás. Si lo saben de antemano, no intervienen. Si se enteran después, lo ocultan. Si no pueden evitarlo, procuran que el ambiente resulte irrespirable mediante documentos falsos, ambiguos, pistas que no conducen a ninguna parte…

Pero ¿no podría ser tan sólo que la calidad técnica deja mucho que desear, que falta preparación, que la superficialidad es excesiva? Usted sabe que existe una edificante literatura sobre nuestros servicios de seguridad…

Ésa es una maldita estratagema. Se hacen pasar por idiotas para salir bien parados. En realidad son la flor y nata de los canallas.

Pero ¿a qué se debe ese modo de proceder?

A grandes rasgos, se trata de una cuestión política. Pretenden mantener el orden. Controlar la situación para que nada cambie. Los que ponen las bombas podrían resultarles útiles. Y por ello dejan que lo hagan. Los usan. Los miman. Todo depende del anticomunismo. El impulso inicial fue el miedo a los rojos. Personalmente hace años que no voto. Pero me espanta pensar que para tener alejados a gente como Amendola o Berlinguer sea necesario meterse en la cama con los asesinos. Proteger a los traficantes de droga. Pagar a terroristas neofascistas. Dar vía libre a la mafia.

¿Es eso lo que hacen?

Sí. Se apresuran a involucrar a todos los que gozan de una cierta fuerza para imponerse en el mercado. Y cuando ya no saben qué hacer con ellos, los sueltan. Esto sucede, decía, en líneas generales. Porque también están aquellos que participan en el juego por amor al arte, por decirlo en algún modo.

¡No me diga!

Escuche, en ciertos niveles, el ejercicio del poder se convierte en un arte, en un fin en sí mismo. Se avanza por inercia, o porque no se puede dar marcha atrás, o porque resulta divertido mover las fichas sobre el tablero. Los fines… siempre que éstos hayan existido alguna vez… se difuminan, se desvanecen, se pierden de vista. Lo único que sobrevive es un gran y trágico juego… si pienso en ciertos dirigentes a los que he conocido… gente que vive en la sombra y viste de gris… sólo puedo compararlos con el doctor Strangelove… ¿recuerda la película de Kubrick? La bomba por la bomba, o algo así…

Puede ser. Pero vayamos a lo concreto. ¿Qué piensa usted de la opinión recurrente que afirma que la mafia… o las mafias, si lo prefiere, son realidades endémicas con las que es necesario convivir?

No se sale a cenar con el cáncer. El cáncer hay que extirparlo.

¿Cree usted que es posible hacerlo?

La pregunta que hay que hacerse es otra: ¿cree usted que hay voluntad de hacerlo?

Algo provocadora, ¿no le parece?

La mafia conviene. Muchos salen ganando con ella.

Escuche, dado que ve las cosas tan negras… ¿nunca ha pensado cambiar de oficio?

¡Ni por asomo! ¡No tengo ninguna intención de abandonar mi puesto, al contrario, pienso seguir adelante!

¿Y con qué intención, si me permite?

Con la de hacer la vida imposible al mayor número de canallas posible.

Nicola Scialoja, comisario jefe de la Policía Judicial es un hombre que desconoce la duda. Según él, Italia es una democracia de soberanía limitada, dominada por una oligarquía de corruptos, asesinos y mafiosos unidos por el cemento del anticomunismo. Su contundencia impresiona. Su fe en sus propias capacidades profesionales parece tan inamovible como, a juzgar por los resultados, mal correspondida. La historia italiana, la historia de un país que en la última década de este siglo se presenta sólido, compacto, rico y próspero, prosigue a su lado y él, indiferente a ella, le da la vuelta según su personalísima visión de las cosas. Scialoja es un hombre obsesionado por el Mal. Podemos entenderlo —¡a lo largo de su vida profesional debe de haber presenciado muchas cosas!— pero, desde luego, no justificarlo.

Como ciudadana, me asusta la idea de que un hombre semejante tenga el poder de decidir sobre mi destino.

SANDRA REYNAL